domingo, 7 de septiembre de 2025

El clamor de una hija por gestación subrogada: “¿Dónde estás, mamá?”

Fuente:   Vida Nueva Digital (Pliego)

Por   Olivia Maurel

Nº 3424 (6-12 septiembre 2025)

 

Nací en Kentucky, Estados Unidos, en 1991, fruto de un contrato de gestación subrogada. Me separaron de mi madre al nacer y me entregaron como si fuera un paquete a las personas que me habían encargado. Crecí sin saber la verdad sobre mis orígenes. Soy hija de una transacción, producto de un mercado reproductivo que transformó mi propia existencia en una mercancía.

Cuando publiqué ‘¿Dónde estás, mamá?’ en francés, lo hice con la esperanza de que mi historia personal sacara a la luz una violencia oculta que muchos siguen negándose a ver: la mercantilización de las mujeres y la cosificación de los niños a través de la gestación subrogada. Al alzar la voz no lo hice solo por mí, sino por todas aquellas personas que, como yo, han sido concebidas, gestadas y traídas al mundo dentro de un sistema que trata la vida humana como un servicio.

Desde la publicación del libro, me ha abrumado la respuesta. Supervivientes de la subrogación, madres subrogadas, médicos, psicólogos, expertos jurídicos y ciudadanos de todo el mundo se han puesto en contacto conmigo para decirme: “Por fin alguien dice la verdad”. He hablado en el Parlamento Europeo, en las Naciones Unidas, en el Senado checo, en el Parlamento croata, me he reunido con el papa Francisco en una audiencia privada y, más recientemente, en Lima (Perú), en la Tercera Conferencia Internacional de la Declaración de Casablanca para la Abolición Universal de la Subrogación. Dondequiera que voy, el mensaje es el mismo: esta práctica está creciendo, mutando y volviéndose más despiadada.

 

Mercado global

Y ahora se está extendiendo por toda América Latina.

La edición española de este libro llega en un momento en que la industria de la subrogación está apuntando a la región con saña. Países como Colombia, México, Argentina y Perú están siendo presentados como las nuevas fronteras de este mercado global. Mujeres pobres, indígenas, migrantes, madres solteras: estos son los perfiles que buscan las agencias. Y no lo dicen abiertamente, por supuesto. Utilizan palabras como “solidaridad”, “amor” y “ayudar a los demás”. Pero lo que venden es el acceso a úteros. Lo que compran es el derecho a separar a un niño de la única madre que ha conocido.

Las tácticas de la industria son sofisticadas. Los sitios web occidentales anuncian “subrogación asequible en América Latina”. Las ‘influencers’ en las redes sociales publican fotos glamurosas de sí mismas con recién nacidos en Bogotá o Cancún, con leyendas como “nuestro pequeño milagro” y hashtags como #LoveMakesAFamily. Las clínicas ofrecen paquetes con precios fijos. Se firman contratos, se realizan los pagos y se entregan los bebés. Entre bastidores, se controla, se medicaliza, se induce el parto y se abre el vientre de las mujeres, porque las cesáreas programadas son más convenientes para los compradores. Y los niños nacen en una ruptura fundamental, que les deja una herida psicológica que ningún contrato puede borrar.

 

Una herida de por vida

Conozco esa herida. Vivo con ella.

Durante casi toda mi vida, todas las noches tuve pesadillas: me secuestraban de mi cuna, me abandonaban. Sufría de insomnio, ansiedad, adicción y un profundo sentimiento de no pertenencia. Mi trauma era invisible, pero era real. Y cuando finalmente descubrí la verdad, que había nacido mediante gestación subrogada, que mi madre no me había dado en adopción voluntariamente, sino que le habían pagado para gestarme y entregarme, sentí que una parte de mí encajaba en su sitio y otra se hacía añicos.

Hay muchos que te dirán que la subrogación puede ser ética. Que puede regularse. Que puede ser altruista. Pero ningún documento puede borrar lo que realmente es esta práctica: un negocio basado en la desigualdad. Ya sea comercial o supuestamente “altruista”, el resultado es el mismo: se separa deliberadamente a un niño de la mujer que lo ha gestado. Esa separación no es neutral. No es inofensiva. Deja una huella.

 

Pobres y vulnerables

Y siempre son las mujeres más vulnerables las que son reclutadas.

Seamos claros: no existe un contrato igualitario entre una persona rica y una mujer pobre. No hay verdadera libertad de elección cuando su supervivencia económica depende del acuerdo. Y ningún niño debería comenzar su vida como objeto de un acuerdo.

En América Latina, el peligro es cada vez mayor. En Colombia, donde el Tribunal Constitucional ha pedido una regulación, el vacío legal ha permitido la proliferación de clínicas, abogados e intermediarios que operan con casi total impunidad. En México, la subrogación está prohibida en la mayoría de los estados, pero se tolera en otros, y la demanda extranjera está ampliando los límites de la legalidad. En Perú, me reuní con miembros del Congreso que luchan para impedir la legalización de esta práctica, pero se enfrentan a una fuerte presión de los grupos de interés. En Argentina, la opinión pública está cambiando y están empezando a surgir conversaciones que deben incluir las voces de quienes lo han vivido.

 

Abolición universal

No se trata de una cuestión regional, sino global. El mercado de la subrogación es transnacional. Si un país lo prohíbe, el negocio se traslada a otro lugar. La única solución es la abolición universal.

España ha sido una de las voces más firmes en Europa contra la subrogación. En 2023, el Parlamento español reafirmó su oposición, y muchas feministas, juristas y defensores de los derechos de la infancia en España han adoptado una postura firme. Estoy profundamente agradecida por esa solidaridad. Pero España también debe permanecer en alerta. Los ciudadanos españoles siguen recurriendo a países extranjeros para tener hijos mediante la subrogación. Y los medios de comunicación españoles suelen idealizar estas historias, sin mostrar la otra cara: las mujeres que fueron utilizadas y desechadas, y los niños que algún día pueden preguntar: “¿Dónde está mi madre?”.

A mis lectores hispanohablantes, les digo lo siguiente: este libro no es solo mi historia. También es una advertencia. Si no alzamos la voz, si no resistimos, esta industria encontrará nuevos mercados, nuevos vientres y nuevos niños que convertir en mercancía. Mi esperanza es que, después de leer estas páginas, no permanezcan en silencio. Que cuestionen, reflexionen y, quizás, actúen.

 

Mujeres de América Latina

Y a ustedes, mujeres de América Latina que quizás estén pensando en convertirse en madres subrogadas, les hablo directamente: por favor, no lo hagan. No porque sean débiles, sino porque son fuertes. Porque su cuerpo no es un servicio que se pueda alquilar, su útero no es una cuna para el sueño de otra persona y su dolor no debe ser invisible. Sé lo tentador que puede ser cuando necesitan mantener a sus hijos, cuando las oportunidades son escasas, cuando alguien les dice que es un acto noble. Pero les prometo que hay otras formas. Formas que no requieren que renuncien a una parte de ustedes mismas. Ustedes valen más que cualquier contrato. Su dignidad, su maternidad, su futuro son sagrados. No dejen que nadie las convenza de lo contrario.

Les escribo no solo como mujer nacida mediante la subrogación, sino como madre. He llevado una vida en mi vientre, he dado a luz, he sostenido a mis bebés contra mi pecho segundos después de que salieran de mi útero. He sentido cómo se ralentizaba su corazón al encontrar el mío. Y no puedo, ni quiero, aceptar un mundo en el que ese primer vínculo sagrado se rompa por un contrato y un cheque.

 

Una encrucijada

Nos encontramos en una encrucijada. O defendemos la dignidad de todos los seres humanos o permitimos que el mercado defina qué es el amor, qué es la maternidad, qué valor tiene un niño. Yo sé de qué lado estoy. Estoy del lado de las mujeres que están siendo explotadas. Estoy del lado de los niños que merecen ser amados, no comprados. Estoy del lado de la verdad, incluso cuando duele. Especialmente cuando duele.

Se dice que la verdad es como un león: no hay que defenderla, solo hay que liberarla. Eso es lo que he hecho con este libro. Ahora le toca a usted, querido lector, escuchar su rugido.

Gracias por leer. Gracias por escuchar. Gracias por formar parte de la resistencia.

 

 



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