Fuente: Rebelión.org
Por Alberto Acosta
02/05/2024
Fuentes: Rebelión
En 1944, cuando se avizoraba el
fin de la Segunda Guerra Mundial, se crearon estas 2 instituciones que
marcarían la evolución de la economía, en especial del Sur global, con 8
décadas de neocolonialismo económico.
El Fondo Monetario Internacional
(FMI) y el Banco Mundial paulatinamente fusionaron su accionar con el fin de
asegurar el funcionamiento de las relaciones internacionales del capital.
Con el transcurso del tiempo, el
FMI, constituido principalmente para enfrentar los problemas coyunturales de la
balanza de pagos, incursionó en campos más amplios y de largo plazo. El Banco
Mundial, inicialmente creado para ofrecer soluciones estructurales a los países
devastados por la guerra mundial -inicialmente BIRF: Banco Internacional de
Reconstrucción y Fomento-, asumió el financiamiento de proyectos de desarrollo.
Y en el camino estas octogenarias instituciones se pusieron de acuerdo, sin que
medie una decisión democrática de los países miembros, para aplicar las
llamadas condicionalidades cruzadas, que determinan la política económica de
los países del Sur global en aras de “su racionalidad económica”.
Así, el FMI y el Banco Mundial se
constituyeron en instrumentos importantes para el funcionamiento de la actual
división internacional del trabajo y para la transnacionalización de sus
relaciones, en especial para impulsar los flujos de recursos financieros
-créditos e inversiones-, en línea con las demandas del comercio internacional.
El FMI, creado con la finalidad
de regularizar y estabilizar las relaciones monetarias y financieras de sus
países asociados, al finalizar los años cincuenta y, sobre todo, en la década
de los sesenta empezó a orientarse sistemáticamente hacia los países
empobrecidos por el sistema -en vías de desarrollo, que les dicen
ingenuamente-, que presentaban dificultades en sus balanzas de pagos. Sus
préstamos, por lo tanto, normalmente tienen esa finalidad específica y, por lo
tanto, no pueden ser comparados simplonamente con créditos de la banca
multilateral o privada, así como tampoco con colocaciones de bonos y
facilidades petroleras.
Sin adentrarnos en la larga
historia de la “deuda eterna”, que coincide con el inicio de las repúblicas,
durante un tiempo los países latinoamericanos recurrieron al endeudamiento
externo para financiar sus programas de industrialización. Y ya en aquella
época desarrollista, se fue institucionalizando el sistema de
condicionalidades, que paulatinamente se fue endureciendo a partir de la grave
crisis de la deuda externa desatada desde 1982. Desde entonces estos dos
organismos trabajan estrechamente para asegurar que los países endeudados
cumplan con sus “obligaciones crediticias”, sin importar el origen hasta
corrupto de esos créditos.
El FMI ha jugado un papel
fundamental para apoyar los intereses de los grandes acreedores
internacionales, en particular de los Estados Unidos, como lo demostró el
Informe Metzler del Congreso estadounidense. Y todo esto como parte de un
manejo en el que se combina la amoralidad y la corrupción de la burocracia
internacional, que nunca asume su responsabilidad.
Se trata, esto debe ser
resaltado, de organismos carentes de una vida democrática. Si bien formalmente
están adscritos a Naciones Unidas en tanto agencias especializadas, en la
práctica su funcionamiento está determinado por los EEUU -único país con capacidad
de veto- y también por las mayores economías de la Europa occidental. No
funcionan en línea con una norma de convivir democrático mundial: un país, un
voto, sino que el peso económico de pocos países se traduce en su peso
decisorio. Y así, no sorprende que su accionar se inspire en consideraciones
políticas y geoestratégicas.
Esa posición dominante de los
EEUU explica porque el FMI no se mosquea ante la existencia de enormes déficits
en esa economía, la más endeudada del mundo, que mantiene su posición dominante
gracias a que posee una máquina de imprimir dólares: moneda que lubrica todavía
en gran medida sus prácticas imperiales.
Eso aclara, también, porqué el
FMI y el Banco Mundial han sido generosos en apoyar a gobiernos dictatoriales
sumisos a los intereses imperiales. Inclusive han intervenido en varios casos
con el fin de frenar o entorpecer procesos políticos que no son del agrado de
los EEUU y sus aliados, sea con su reticencia a facilitar créditos incluso ya
aprobados o al negar préstamos pretextando que se aplican políticas adecuadas,
es decir no apegadas a su lógica económica.
El poder del FMI y del Banco
Mundial no radica tanto en el monto de sus créditos, sino en la atención
prioritaria que se da a sus exigencias de ajuste estructural. Su fin es que los
países del Sur global se mantengan sometidos a las condiciones derivadas de la
deuda externa y que acepten una creciente profundización de su condición de
economías primario exportadoras, en función de sus ventajas comparativas, como
reza el mandato librecambista.
Con esas políticas económicas se
ha buscado enfrentar los desbalances fiscales y externos impulsando salidas de
mercado, al decir de la propaganda dogmática neoliberal. Estos desbalances son
tratados con un esquema recesivo que reduce los índices inversión y gasto
estatales, para garantizar el servicio de la deuda externa. En paralelo se
ahondan los extractivismos, con el consiguiente deterioro de la Naturaleza, al
tiempo que para “mejorar la competitividad” se deprimen los salarios. Siempre
alentando las privatizaciones y la eliminación de los llamados “precios
políticos” -léase subsidios- que distorsionarían el sagrado funcionamiento de
los mercados.
Este proceso de ajuste/desajuste
neoliberal -que caracteriza la “larga y triste noche neoliberal”- es siempre
conflictivo. Es un trajinar tortuoso e interminable, agravado por la presencia
y recrudecimiento de los ancestrales problemas estructurales de los países
forzados a ser exportadores de materias primas. Todo esto en medio de un
ambiente marcado por la corrupción y el creciente autoritarismo, con violencias
cada vez más profundas y complejas.
Esta acción sistemática del
FMI y del Banco Mundial -con sus hermanos menores, como el BID y la CAF- está
respaldada por un hábil y no menos perverso manejo propagandístico.
Encuentra apoyo sistemático en los grandes medios de comunicación y en el
respaldo entusiasta por parte de los analistas y políticos criollos, muchos de
ellos más fondomonetaristas que el propio Fondo Monetario Internacional, que
niegan la existencia de alternativas; personajes que en un perverso juego
de puertas giratorias transitan entre importantes puestos gubernamentales y
posiciones directivas en estos organismos.
Lo cierto que la realidad no se
deja encasillar en la teología neoliberal. Por eso resulta esperanzador
constatar que los sectores populares no son espectadores pasivos, sino que
mantienen viva la llama de la resistencia, que se movilizan, que protestan y
que proponen salidas inspiradas en el respeto a la vida.
¡OCHENTA AÑOS DE NEOCOLONIALISMO SON MÁS QUE SUFICIENTES!
Alberto
Acosta. Economista ecuatoriano, exministro de Energía y Minas de Ecuador.