La reconstrucción de la catedral de París alivia el declive del presidente francés, Emmanuel Macron
Fuente: La Vanguardia
Por Eusebio Val
París. Corresponsal
09/11/2024
Campana olímpicaAdemás de las ocho campanas que sonaron ayer, tres más deben instalarse, incluida la usada en el estadio olímpico en los Juegos. CHRISTOPHE PETIT TESSON / EFE
El final del reinado de Emmanuel Macron es duro y se le hará demasiado largo. Si las circunstancias no fuerzan antes su dimisión, terminará el segundo mandato en mayo del 2027. Pueden ser dos años y medio de calvario porque su popularidad está por los suelos, su autoridad política ha quedado muy mermada, sus partidarios ya casi no lo escuchan y, más doloroso todavía, algunas de sus principales iniciativas, como la reducción de impuestos, se ven cuestionadas y serán probablemente revertidas.
Al presidente francés, preocupado por su legado, le queda saborear el éxito de la reapertura de Notre Dame en las ceremonias de los próximos días 7 y 8 diciembre. Será una ocasión irrepetible para que Francia –y él, por supuesto– brillen ante el mundo entero, una especie de prórroga de los fastos olímpicos del verano, con decenas de jefes de Estado y de gobierno invitados, y retransmisión en directo a todo el planeta.
Ayer se produjo un aperitivo importante, simbólico y emotivo para los católicos y para los parisinos en general. Por primera vez desde el incendio que devastó la catedral, el 15 de abril del 2019, repicaron las ocho campanas de la torre norte. Los motores las accionaron una a una, hasta componer luego un armonioso ballet de percusión metálica. Las campanas fueron colocadas en septiembre en su lugar, durante una sencilla ceremonia, y bendecidas. La más pesada, de más de cuatro toneladas, se llama Gabriel . La más ligera, de 800 kilos, fue bautizada en honor de Jean-Marie Lustiger, de familia judía, que se convirtió al catolicismo y fue arzobispo de París entre 1981 y 2005.
Macron prometió al día siguiente del incendio, en una declaración improvisada al lado del templo aún en brasas, que sería reconstruido en un plazo de cinco años, coincidiendo con los Juegos Olímpicos. Muchos creyeron que era una promesa demasiado arriesgada. Para el presidente, se convirtió en una cuestión de amor propio y de orgullo nacional. El hecho de haber cumplido el compromiso, aunque sea con unos meses de retraso, supone mucho para él en un momento en que su presidencia vive un declive inexorable. Quiere pasar a la historia, al menos, como el gobernante que estuvo al frente del país durante unos Juegos Olímpicos que obtuvieron muy buena nota y que logró que se reconstruyera una de las joyas góticas más preciadas.
El jefe de Estado está obsesionado con que todo salga a la perfección en los actos de la reapertura. Según ha trascendido del Elíseo, Macron controla hasta el más mínimo detalle. A veces eso ha provocado tensiones, incluso con el arzobispado, al insistir en que él pueda pronunciar un discurso dentro de la catedral. También ha habido polémica por su tenacidad en defender la instalación de vitrales de diseño moderno. Es obvio que quiere dejar su impronta para la posteridad.
Macron usó toda su capacidad de influencia para conseguir donaciones. Al final se recaudaron 840 millones de euros. Ese dinero ha servido para unas obras que replican con gran fidelidad la parte destruida, incluido el esqueleto de madera que aguanta el tejado y la flecha. A la catedral se han incorporado cortafuegos en puntos muy sensibles, cámaras térmicas de detección y un sistema que, en caso necesario, permitiría a los bomberos lanzar hasta 600 metros cúbicos de agua por hora para apagar un eventual fuego.
El protagonismo de Macron ante la reapertura de la catedral y su pulso con el arzobispo fueron objeto de mofa en el último número del semanario Le Canard enchaîné , satírico pero muy bien informado. Según este medio, ha tenido que moderarse la pretensión inicial del Elíseo de organizar un gran cóctel para los 1.500 invitados en la explanada frente a la catedral. El presupuesto total de los festejos era de 20 millones de euros y se hubo de reducir a la mitad, ante la falta de donantes para cubrir este dispendio. “No será un remake de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos, pero nos acercaremos –ironizó el semanario–. ¿Con agua bendita en vez de lluvia?”
Tras perder sus partidarios la mayoría en la Asamblea Nacional en las elecciones del verano pasado y con un escenario político muy fragmentado, Macron dispone ya de pocas palancas de poder más allá de la política de defensa y exterior, aunque también en ese ámbito su balance es criticado. Le queda el lustre de una presidencia constitucionalmente republicana, pero con reflejos muy monárquicos. La reconstrucción de Notre Dame, como los Juegos, es una rara oportunidad de consenso y él se dispone a explotarla a fondo.
La gran pregunta es si ese triunfo será un consuelo suficiente para una personalidad con tan alta autoestima. La revista Le Point especuló con que Macron ya estaría tentado por la idea de volver a presentarse en el 2032 –dado que no se permite tres mandatos seguidos– y lograr una hazaña que nadie ha podido alcanzar. Eso sería, en todo caso, un sueño a largo plazo. Presidir con gran pompa la reapertura de Notre Dame es un gozo seguro y cercano, un valioso consuelo.
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