jueves, 20 de junio de 2024

Palabras que acarician el siglo XXI

Al final del camino me dirán:

—¿Has vivido? ¿Has amado?

El poema de Pere Casaldáliga fue un detonante más del encuentro público, el pasado 14 de junio, entre los sacerdotes Antonio Mijangos y Ernesto Bustio, ambos de 86 años.

Fuente:   Blog Rioja Alavesa

TEXTO Julio Flor / FOTOS Josemi Rodriguez Martínez

19/06/2024


SONÓ la música de hace mil años gracias a Eduardo Moreno.

Titulé la charla “La Universidad de la Vida”, conocedor de que ambas biografías están aportando y dando mucho de sí. Lo dicen bien en Senegal sobre ciertas personas: “Anciano que muere, biblioteca que arde”. Llenas de vitalidad, sus palabras acarician a la vez que sacuden el siglo XXI.

         “Los valores que yo “vendo” son extraordinarios, pero no los quiere nadie. Solidaridad, conciencia crítica, lucha por la paz, opción por los pobres… Estamos en una sociedad tan satisfecha que es como ir a vender un trozo de pan a alguien que tiene el estómago lleno”, lamentó durante el encuentro Antonio Mijangos.

         “Soy un hombre libre, peregrino de una vida llena de diversidad. Lo soy porque en mi existencia siempre ha habido la utopía necesaria que andamos buscando todos los peregrinos que somos los seres humanos y que los medios de comunicación ocultan”, desveló Ernesto Bustio.

         Uno de los lectores del Blog, Jon Artetxe, había dejado escrito en su comentario que “seamos lo que seamos en nuestros diversos oficios, maestros, farmacéuticos, panaderos, agricultores, enólogos… necesitamos de este tipo de encuentros”.

 

La gran Escuela de la Vida

     Una vida, en este caso dos, no entra en una charla de dos horas. El reto era rescatar las enseñanzas fundamentales de lo vivido, teniendo en cuenta que la vida te va ofreciendo lecciones continuas desde la más tierna infancia. En algún lugar hay un camino hacia el ser humano verdadero.

     Antonio y Ernesto nacieron en 1937, pasando los dos por el seminario respectivo. Antonio nació en Laguardia (Álava), ordenándose sacerdote en 1961, con 24 años recién cumplidos. Ernesto nació en Güemes (Cantabria), ordenándose sacerdote en 1963, con 25 años. Los dos siguen siendo sacerdotes sesenta años después.

     A decir del catedrático emérito de teología, Jesús Martínez Gordo, los dos «pertenecen a lo mejor de la generación  posconciliar». Con sus vidas por separado, ambos son uno en la esperanza.

     El cura obrero Ernesto Bustio, hijo de Laura y Manuel, es cántabro, de Güemes, donde a su edad dirige un albergue de peregrinos por el que han pasado 135.000 caminantes durante 25 años, de un total de 80 países de la Tierra. Lleva dos parroquias. Siendo cura pidió un año sabático para recorrer América y parte de África. Un año sabático que duró 27 meses, del que atesora 80.000 diapositivas.

     El cura misionero Antonio Mijangos, hijo de Aniceto y Rosario permaneció 14 años en América, en la misión de Los Ríos, Ecuador. Está muy apegado a esta tierra a la que conoce y ama profundamente, y sin embargo en sus sueños conversa con la gente en aquel país, lo que viene a decirnos que una parte de su corazón quedó para siempre en Ecuador.

 

Conectados a los dolores del mundo

     “Me pregunto quién es un sabio -escribió en el Blog la lectora Chelo Basurko-. Quizá sea una sensibilidad, pero también un compromiso y mucha honestidad con uno mismo. Sin vanidad, plantando con sencillez cara a la adversidad. Con la cabeza y el corazón en su sitio. Sin egos. Sin soberbia. Con humildad. Conectado a los dolores del mundo… Esos talentos de bondad que algunos tienen, y para otros es tan difícil de obtener”.

     Traigo esas palabras a este artículo porque me pareció que, sin conocerles, hablan de Antonio y Ernesto, comprometidos con una búsqueda incesante, un afán de honestidad y el corazón en su sitio.

     El pasado viernes, a las siete de la tarde, Rioja Alavesa estaba llena de acontecimientos diversos. En Laguardia se despedía en su funeral a María Santos Ugarte, de 89 años. En Baños de Ebro, la Ruta del Vino de Rioja Alavesa organizaba una cata con el Master of Wine, Fernando Mora. Y en la plaza de Laguardia la enoteca “The One Wine” celebraba otra con Jade Gross.

     A pesar de todo lo cual, nos juntamos alrededor de 50 personas en la Casa Garcetas, entre los que había bodegueros, periodistas, viticultores, teólogos como el mencionado, fotógrafos como Josemi Rodriguez Martinez… y músicos como Eduardo Moreno Sampedro, que nos tocó al clarinete un Credo gregoriano muy antiguo, que se cantaba en las iglesias en latín a mediados del siglo pasado.

     Esa música nos llevaría de la mano al pasado, abriendo Antonio Mijangos los anaqueles de su memoria, donde palpita lo que hemos dado en llamar la universidad de la vida.

 

Corregir lo aprendido en el Seminario

     “En el Seminario me lo pasé en grande. Me ordené sacerdote, feliz, me mandaron a unos pueblicos de la Montaña donde estuve tres años. Me trataron como si fuera un miembro más de su familia.

     En el seminario de Vitoria nos enseñaban a mandar para decir la última palabra, algo que luego corregí en Ecuador cuando aprendí a escuchar.

     En Rioja Alavesa he procurado estar siempre cerca de los agricultores, sin ocupar su lugar. Yo no soy agricultor, ni soy enólogo. Solamente soy un compañero de camino que siento sus problemas y que los hago míos», fue la primera intervención de Antonio

 

En Laguardia, pero con la mente en Güemes

     “A esta hora, las siete de la tarde, es cuando empezamos la reunión en el Albergue de Güemes con los 70 peregrinos de entre 16 y 20 países que nos vienen visitando”, comenzó por su parte Ernesto.

     Yo me considero peregrino, no de Santiago de Compostela, sino de la vida.

     Mi madre era la más pequeña de quince hermanos y mi padre era huérfano de padre y madre. Mi madre era una mujer de pueblo normal y corriente, con esa sabiduría natural de muchas madres del campo.

     Mi trayectoria como peregrino de la vida está en la historia familiar. Una familia sencilla, pobre, pero con un corazón abierto y una mente despejada, con sentido común.

     Mi familia emigró a Cataluña cuando yo tenía 8 años. En la emigración se va desarrollando otro aspecto de la universidad de la vida, donde mi padre fue minero durante 18 años.

     En Cataluña experimenté un fuerte contagio por el viaje.


TRESVISO, una de las rutas a pie más espectaculares de Cantabria

     En los tres primeros años de cura en los Picos de Europa, ya en Cantabria, estuve con un pueblo prácticamente analfabeto, pero no inculto. Descendiendo a la base, descubrí que el pueblo de Tresviso, de pastores, entonces incomunicado, tenía una cultura que ni el seminario ni en universidad alguna se desarrolla. La cultura de ser solidarios y ser sobre todo gente con una gran fuerza mental.

     La solidaridad existe en muchos ámbitos, pero la fuerza mental está hoy en horas bajas.

 

 La «universidad» en el seno de la familia

     Antonio Mijangos recordó que su madre se opuso a que fuera a las Misiones diocesanas, en Ecuador. “Mi padre era de un espíritu más abierto, más comprensivo. “Actúa de acuerdo con tu propia conciencia”, me decía, “y no te dejes presionar por nadie” ”.

 

.- Me sueles decir que tu padre Aniceto sigue hablando contigo en tus pensamientos.

     Con mi padre hablo muchísimas veces. Es mi compañero de fatigas. Suelo preguntarle “¿Qué tal tu hijo?”. Me suele decir “vas bien”. Otras veces me echa unas broncas de mil pares. En lo que siempre me insiste es que trate de ser consecuente. Y que esté siempre del lado de los que más me necesiten.

     Mi padre me habló menos que mi madre, pero me educó más. Un primo mío decía que yo tengo una doble personalidad. “Cuando te sale tu madre, cuidado contigo. Cuando te sale tu padre, eres una bellísima persona”

 

.- ¿De qué manera te cambiaron tus catorce años como misionero en Ecuador?

     Fui a Ecuador siendo Aniceto, y la cabezonería de estar allá fue de la Rosario. La constancia en el trabajo, el no dejarme dominar por el miedo a los grandes hacendados, no permitiendo que sus amenazas me influyeran… eso se lo debo a mi madre.

    El amor a los pobres, a los agricultores, el amor al servicio, eso fue de mi padre. Fue mi padre quien me dijo que la pobreza no es una virtud. “Los pobres no son pecadores, son pobres. Ellos son los que sufren”.

 

Las enseñanzas de los más humildes

.- ¿Qué aprendiste de los más humildes de Ecuador?

     Mucho. Si hablamos de “la universidad de la vida”, los 14 años de Ecuador fueron para mí una auténtica escuela. Fue mi segundo seminario, muchísimo mejor que el primero.

     Aprendí a mirar la realidad con hondura. Saber dónde estás, con quién estás, saber cuáles son los problemas, las ilusiones, las esperanzas y la cultura de esa gente con la que estás.

 

.- ¿Cuál era el mensaje?

     El mensaje de Jesús no es teórico, no está en las nubes. Está en la tierra. El mensaje de Jesús en Ecuador era un mensaje de liberación: “Dios está contigo, pero no está de acuerdo con tu pobreza”. Esa fue una lucha enorme con los Testigos de Jehová, con los Evangelistas y todos los movimientos protestantes que nos venían de Estados Unidos.

     El mensaje de todos ellos era “sufre, padece, muere, que luego irás al Cielo”. Nuestro mensaje era y es “Dios quiere que tú seas feliz en la Tierra. Dios quiere que tú salgas de tu pobreza”.

     Hay una frase que se repetía mucho en Ecuador “somos pobres y pobres hemos de morir”. En Ecuador aprendí a amar a los pobres.

 

La importancia de la Libertad

.- Ernesto, ¿de dónde parte tu deseo de viajar y recorrer el mundo?

     Del ambiente en donde crecí. Tuve la suerte de estar sin escolarizar dos años, de los 11 a los 13 años. Estuve en una masía catalana, donde aprendí más que lo que el Seminario me pudo enseñar.

     Yo estaba en el seminario, pero el seminario no estaba en mí. Todo aquello me hizo ser de una manera que se unía a mi manera de sentir.

     Buscaba un sentido de la libertad. Lo más importante que fui descubriendo es que el sentido de libertad que debe tener la persona es incluso más importante que el sentido solidario.

     A mí me ha influenciado más el viajar viendo campo, barrios obreros, montañas, arte, gentes del mundo… que el propio seminario.

     El obispo sabía que yo viajaría por el mundo con un maestro relacionado conmigo en el movimiento ciudadano que era el secretario de la CNT. Así que seguro que aquello le pareció altamente peligroso.

     Yo estaba dispuesto a cargar con las consecuencias, lo que le da un sentido a la libertad.

 

.- ¿Qué aportó a tu vida aquel largo viaje de 27 meses, Ernesto?

La fuerza mental como aliado

     Me ayudó a fortalecer mis convencimientos de solidaridad y, sobre todo, me dio fuerza mental. Creo que lo más débil que tenemos ahora es la fuerza mental. Cuando una sociedad de consumo nos manipula de una forma tan dura, estamos claudicando ante una presión que termina oprimiéndonos. Y eso ocurre con nuestro consentimiento.

     En mí se fortaleció una actitud ante la vida. En Perú, estando yo solo, se me rompió el Land Rover. Tenía que esperar tres meses a que me llegara una pieza para reparar el vehículo.

     Como el objetivo del viaje no era correr caminos con el coche, sino aprender de la propia vida de la gente, decidí que el Land Rover se quedaba parado tres meses en el seminario del Cuzco, y yo me puse a caminar en solitario 800 kilómetros entre 4000 y 5000 metros de altitud sobre el nivel del mar.

     Era durísimo, pero resultó fantástico. No me hundí y salí adelante.

 

Primero la persona, y luego las normas

.- Puede ocurrir, Antonio, que caminar a 4500 metros de altitud sobre el nivel del mar no te derribe, pero que un cacanarro vestido apenas con un pantaloncito atado con una cuerda te haga llorar.

     Era la despedida de mi pueblo en Ecuador, cuando volvía definitivamente para aquí. Estaba cargando mi jeep con las maletas y al ir a montar apareció el cacanarro para darme una foto suya pequeña y arrugada, diciéndome que no le olvidara, echando a correr. Así que me monté en el jeep y conduje llorando varios kilómetros.

     La gente me daba mucho cariño. Si me ponía a andar por la única calle que había, la gente me invitaba a cenar siempre “Padre, suba”, tomando una sopa, un trozo de maíz y un trozo de pollo. Acogedores siempre cien por cien.

     En eso eran admirables. Y eran admirables en cómo se ayudaban entre ellos. Tuve que olvidarme de aquello que tanto nos insistieron en el seminario, de que nuestra misión eran enseñar. Lo que había que hacer era conocer su realidad, escucharles y aprender de ellos.

 

Romper prejuicios, cadenas, axiomas…

.- Fue un Antonio a Ecuador… y volvió un Antonio diferente.

     Exacto. Aquella gente me enseñó que lo primero es la persona con todas sus circunstancias, y luego son las normas. No al revés. Y las leyes, las normas, tienen que ayudar a ser persona. La ley que no ayuda a ser persona es mala ley. Allí lo aprendí y lo asimilé.

     Como consecuencia de esto, lo que dice aquí mi amigo          Ernesto sobre la libertad, el romper unas cadenas, el romper unos prejuicios, el romper axiomas que consideraba inamovibles ha sido clave en mi vida.

     Es lo de Jesús: “primero es el hombre y luego es el sábado”. Eso se me quedó grabado, ¡qué gran verdad! Primero es la persona y luego la ley.

     Eso me ayudó a admirar su cultura y sus valores. Valores que nosotros hemos perdido: como la ayuda mutua, el sentido de la justicia, la capacidad de aguante y sufrimiento en la vida. El saber enfrentarse a las necesidades de todos los días, el afán de superación.

 

Aparentamos libertad, y sin embargo…

     Nuestra sociedad nos ha atontado, nos ha adormecido y no nos deja movernos. Aparentamos libertad, pero no somos libres, estamos sometidos. Aquella gente dentro de su pobreza y de su explotación eran espíritus libres.

 

.- Ernesto, ¿qué viene significando para ti el encuentro con esas 135.000 personas del mundo entero que han pasado durante estos 25 años por el albergue de peregrinos de Güemes?

     El Camino es una búsqueda de algo en una sociedad saturada de todo, en la que somos esclavos de muchas cosas. Con ellos hay un intercambio de riquezas. Son muchos los que están buscando algo nuevo en esta sociedad.

     Hay gente fantástica, hay gente excepcional.

 

«Muy sencilla, pero muy complicada de seguir»

.- ¿Cuál es la filosofía del albergue de Güemes?

     Muy sencilla, muy simple, pero complicada de seguir. El albergue nace como una perfecta utopía en la casa de mis padres, empezando en lo que era la cuadra. Aquello se convierte en un salón como lugar de encuentros, no para peregrinos, porque por allí no pasaba hace 42 años ningún peregrino.

     Hace 25 años llegó a Güemes el primer peregrino, abriéndose como una luz. Pensamos que aquello podía ser interesante, no lucrativamente, sino cultural y socialmente. El segundo peregrino soy yo, que me puse a andar hacia Santiago. Me llamaba el esfuerzo de caminar a pie para identificarme con los peregrinos que podrían pasar en el futuro.

     El albergue empieza a hacerse sin un solo euro, y así seguimos ahora, sin subvenciones, ni del Gobierno ni de la Iglesia. Eso nos ha hecho un bien enorme.


ALBERGUE, con las pinturas que muestran el verdadero camino

     Hoy tenemos instalaciones con capacidad para recibir a unas cien personas diarias, creando espacios con vida, con la capacidad que tenemos cada uno si somos capaces de abrirnos y trabajar colectiva y solidariamente, que eso es lo más sagrado.

Si desaparece lo que empezó como una utopía… 

.- Y cada peregrino deja la voluntad, pues no se le cobra dinero alguno.

     La gente que trabaja allí es voluntaria, salvo en la cocina y en la informática. En mí no existe la palabra donativo, sino un ofrecimiento generoso de lo que hay. Todo tiene un coste, pero el precio lo pone cada peregrino anónima y libremente.

     Si algún día lo que empezó como una utopía desaparece, y no se puede mantener, no pasa nada, mala suerte, tengo el convencimiento de que todo tiene fecha de caducidad. Es muy bonito saber mirar atrás y ver que ese camino se ha seguido, hemos hecho lo que hemos podido, luchando generosamente por los demás.

     Soy un hombre libre, peregrino de una vida llena de diversidad. Lo soy porque en mi existencia siempre ha habido un excedente utópico, la utopía necesaria que andamos buscando todos los peregrinos que somos los seres humanos y que los medios de comunicación ocultan.

 

Laguardia de 1979, a la vuelta de Ecuador

.- Antonio, ¿con que Laguardia y Rioja Alavesa te encontraste al volver de Ecuador catorce años después?

     A finales de 1979 encontré a un grupo de jóvenes, no tanto en Laguardia, sino en los pueblos de alrededor, con muchas inquietudes, con muchas ganas de mejorar la situación de la Comarca, de cambiar todas las estructuras que había.

     Al poco tiempo, de hecho, se organizó la primera huelga en la que estos jóvenes llevaron la pauta. Se empezaron a crear los movimientos cooperativos, se empezó a organizar la venta de la uva en subasta… Había un gran movimiento. Tratábamos de valorar el esfuerzo, la dedicación, la entrega.

“Es mucho más importante hacer personas que hacer agricultores”. Aquellas persona eran buenos agricultores, buenos cosecheros o unos buenos funcionarios. Valoramos más el trabajo que el éxito de lo que se consiga.

 

.- ¿Qué paso luego?

     Lo que nos pasa siempre. Que cuando se consigue un objetivo, nos dormimos, nos situamos, nos acomodamos. “Qué bien se está aquí”. Eso es lo que está pasando. Estamos situados y no respondemos a objetivos. Nos mantenemos como estamos. Esa es la gran consecución de esta sociedad nuestra. Situarnos, calmarnos, dormirnos.

 

«Vamos a tener más, pero vamos a ser menos»

.- Podemos volver a despertar.

     Nos va a despertar la necesidad que viene. En Ecuador decían “estómago lleno, corazón contento”. Es lo que ha ocurrido en Rioja Alavesa. Estómago lleno, buena libreta, buenos coches, buena maquinaria, tranquilos. Pero nos ha venido la respondona.

     Mi gran duda es si actualmente en Rioja Alavesa tenemos personas con capacidad de cambiar la situación. Gentes con valor humano capaces de romper, de no admitir la situación…

     La situación va a cambiar, con nosotros o sin nosotros. Incluso la van a cambiar en contra nuestra. La solución más inteligente es que cambien con nosotros, que digamos “estamos aquí”, “este problema es nuestro”, “no vengáis con soluciones de fuera, busquemos las soluciones entre todos”.

 

.- ¿Eres optimista?

     Las grandes empresas que buscaban un mercado, ahora que se les ha acabado, culpan a los agricultores. A esos empresarios hay que decirles “cambia tu mentalidad”. Ellos quieren que cambie el agricultor.

 

.- Viene de camino un mundo dominado por la Inteligencia Artificial.

     Lo difícil va a ser en los próximos años ser persona libre. Estamos tan dominados que apenas si nos movemos, porque no nos dejan. Vamos a tener mejores móviles, más dinero en el bolsillo. Vamos a tener más, pero vamos a ser menos.

 

«Mi trabajo consiste en sembrar»

.- Nos decía Miguel Larreina que en “estos tiempos vacíos y podridos necesitamos escuchar mensajes de amor, lecciones de humanidad, clases magistrales de altruismo”. ¿Cuáles han sido los mensajes de tus sermones a lo largo de los años?

     Soy como el agente de ventas que va por las tiendas vendiendo algo que nadie quiere. El artículo que yo vendo es extraordinario, pero no lo quiere nadie. Ese es el gran problema

     Jesús nos dice que la solidaridad es una gran virtud, la conciencia crítica en la vida es una gran virtud, la opción por los pobres es una gran virtud, la lucha por la paz es una gran virtud. Me escuchan y me dicen “qué bien”, y punto.

     Estamos en una sociedad tan satisfecha que es como ir a vender un trozo de pan a alguien que tiene el estómago lleno. Nos hemos llenado de tanta porquería que ahora no nos entra lo bueno. Es como aquel amigo mío, que pedía pocas patatas para que le dieran un buen segundo plato y un buen postre. Pero nos han llenado de potaje y ya no tenemos hambre del postre, de lo dulce, de lo bello, de lo grande.

 

¿Soy pesimista?

     Mi trabajo consiste en sembrar. Yo no soy cosechero. Yo soy sembrador y la semilla cae. Quien la quiera recoger que la recoja. El que no, que no la recoja. ¿Que en alguien siembro una inquietud?, pues bendita sea. Cuando alguien después de un sermón mío del domingo me dice que no está de acuerdo conmigo, le contesto “no me digas”, porque no estar de acuerdo conmigo quiere decir que al menos me ha escuchado.

 

«La sociedad se ríe de los grandes valores»

.- ¿Dónde radica tu optimismo?

     Soy optimista al pensar que llegará un momento en el que nos sacudamos la modorra. En que digamos “hasta aquí”, “basta ya”. Entonces se volverá a lo bello, a lo puro, a lo grande.

 

Nos reímos del amor, nos reímos de la justicia, nos reímos de la solidaridad. La sociedad se ríe de los grandes valores. ¿A dónde vamos? Nuestros propios políticos no nos hablan de nuestros problemas. Nos hablan de sus desavenencias familiares. A mí qué narices me importa. A mí que me hablen de los problemas de la gente. Peléate en tu casa, pero en tu pueblo sirve a tu pueblo.

.- «Si estabas tan a gusto en Ecuador, ¿cuál es la razón por la que volviste?», le preguntó una vecina de Laguardia durante la charla.

     Volví por mi madre Rosario. Le había prometido que volvería, después que ella me dijo al despedirme “nos vemos en el Cielo”. «Madre, volveré antes de que te mueras». Y cuando me dijeron que estaba muy mal, volví. Me hubiera encantado seguir allá.

 

.- ¿Por qué?

     Porque egoístamente me sentía mejor. En Ecuador cuando yo salía de mi chabolica a la calle me decía “este es mi pueblo”. Y ahora cuando salgo en Laguardia a la calle digo “¿dónde está mi pueblo?”

     No se puede dar lo que no se tiene. Si no transmitimos a la gente joven unos valores, vamos a ir creando sociedades vacías, con personalidades vacías, sin principios, sin valores. Lo importante es lo que tenemos dentro y para mí lo más importante que tenemos que promover es una conciencia crítica. Que los jóvenes se pregunten ¿por qué? y ¿para qué?

 


ALGUNOS de los asistentes en la cámara de Josemi.

El corazón de Pere Casaldáliga en Rioja Alavesa

     En varias ocasiones, a lo largo de las dos horas que duró el encuentro, Antonio preguntó a los asistentes si había llegado el momento de poner punto y final a la charla, como si temiera que se les hiciera larga, pero la gente permanecía en la sala muy atenta..

     El tiempo se nos echó encima. Para finalizar, leí el breve poema del religioso catalán Pere Casaldáliga, que permaneció gran parte de su vida en Brasil. Un poema bien entremezclado con todas y cada una de las palabras de Antonio y Ernesto. Palabras que pese a todo acarician el siglo XXI.

Al final del camino me dirán:
—¿Has vivido? ¿Has amado?

Y yo, sin decir nada,
abriré el corazón lleno de nombres.

 

 

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