Fuente: Redes Cristianas
Por Juan
19/11/2025
Enviado a la página web de Redes Cristianas
Fuente: El Ideal
Hijos de la pobreza, discípulos de Jesús, trabajan a diario con los Evangelios en la mano. Sin sotanas ni ‘clergyman’ –el traje negro con alzacuellos blanco tan del gusto de otras tendencias católicas–, apenas lucen unas crucecitas de madera en un cordón que les cuelga del cuello.
Se llaman Antonio, Juan Carlos, Juan Jesús y Mario, y son párrocos en la zona cero de la pobreza de la ciudad de la Alhambra, en barrios como Cartuja, Almanjáyar, Joaquina Eguaras, La Paz y La Chana.
Son también lo que queda de un movimiento con mucha repercusión social en los tiempos de la Transición, los llamados curas rojos, que ahora, con el fallecimiento de uno de sus más activos miembros, Julio Rodríguez Maldonado, histórico párroco de la Sagrada Familia de Granada y director del secretariado diocesano de Pastoral Gitana, resuena con fuerza por las esquinas de barrios y plazas donde se han dejado la piel a tiras.
Es el eco de la leyenda de los curas rojos de Granada, que junto a Julio Rodríguez Maldonado fueron liderados por Antonio Quitián, que ahora tiene más de noventa años, para desarrollar una efectiva labor social y pastoral.
Este grupo de sacerdotes fue la voz crítica que reivindicó servicios para los barrios de la periferia que sobrevivían tan cerca pero tan lejos del Centro de Granada.
Renunciaron a sus escuetos sueldos, trabajaron en la construcción y ayudaron a conseguir escuelas y centros de salud. Fueron muy revoltosos.
Participaron en ocupaciones de fincas y en encierros, en la creación del Sindicato de Obreros del Campo y tuvieron un papel importante para impulsar el sindicato Comisiones Ilegales, en aquellos azarosos días todavía ilegal. ¿Qué queda de la leyenda de los curas rojos de Granada? Bob Dylan canta que «la respuesta está en el viento». Los protagonistas responden, humildemente, «que todo está en los Evangelios».
Los gozos y las sombras Juan Carlos tenía 25 años cuando empezaron a trabajar juntos. «Julio tenía ya 40 años, era supermeticuloso. Se hacía hasta un esquema para la homilía», recuerda detalles precisos. Julio Maldonado, para Juan Carlos Carrión, es la referencia. «Recuerdo la coherencia que ha mantenido durante los 35 años en los que le he conocido. Su postura y planteamientos sobre la justicia los ha vivido antes de darles forma con la palabra».
Juan Carlos Carrión González, nacido y criado en el barrio, 61 años, lleva en Almanjáyar de cura 26 años en la parroquia Jesús Obrero y en el barrio 35 años, porque antes ha sido educador. «Empecé con 26 años. Me vine para una experiencia de doce días y todavía no ha acabado. He tenido la suerte de aprender y disfrutar de las personas guerrilleras del barrio, en el sentido de dejarse la piel sin decir palabra». Queda también el nombre de la parroquia, Jesús Obrero.
«Desde la parroquia acompañamos los gozos y las sombras de toda la gente que quiere ganarse a diario la vida honradamente».
–¿Qué fue de los curas rojos?
–Mi modelo es Jesús, y Él estaba en los márgenes: No entendía ni de rojos ni azules sino de personas. Lo que yo vivo en el barrio es desmontar la idea de pobres y ricos y ver que más allá de las etiquetas tenemos personas. Y cuando miras a los ojos y puedes construir, cabe todo». Los tiempos han cambiado, sí.
Pero no los problemas. Tampoco el objetivo ni la forma de abordarlos. «Ahora que tenemos muchas personas inmigrantes que vienen buscando un mundo mejor y son capaces de aprender y luchar, te hacen sentirte un privilegiado al testimoniar los procesos de cambio personales por vía de la cultura y la educación».
La verdad que pica Juan Jesús Gea, es claretiano y párroco del Espíritu Santo en Joaquina Eguaras.
Conoció bien a Julio Rodríguez Maldonado. «Era payo y bailaba muy bien. De hecho, le conocí bailando el prólogo de San Juan, la introducción del Evangelio, ‘En el principio era la palabra…’, que representaba con música. Era un espectáculo precioso, y él era un gran bailarín».
Cura, rojo y artista. Buena mezcla. Llegó hasta el día de su funeral, en su parroquia en Cartuja, cuando se escucharon palabras en su memoria en las que se recordaba su trabajo. «De estos curas ya no se encuentran, con esa disposición para venir a los barrios más marginales», recuerda. «A alguno le escoció». Y añade Juan Jesús: «La verdad tiene un camino, si te pica». Una vez más, los Evangelios. «Más que rojo, era un cura que vivía el Evangelio, y el Evangelio es muy claro».
–¿Qué herencia deja Julio?
–Deja una herencia de compromiso, de ponerle al Evangelio carne, que no se quede en abstracto, con un compromiso por el barrio, por su dignidad. Un legado de de transmitir el Evangelio con la vida y no solo con las palabras.
–¿Qué queda de su herencia?
–Gente comprometida todavía en la Zona Norte que lucha por los cortes de luz, que sigue comprometida con los barrios marginados, quedan cristianos a los que transmitió el Evangelio y lo viven de esa manera humilde, en las esencias, acompañando a la gente en su esperanza y su lucha, queda una manera nueva de transmitr el Evangelio con un lenguaje más accesible. Queda mucho.
«Pobre entre los pobres»
Mario Picazo, expárroco de La Paz, actual de Santa Micalela en La Chana, define a Julio. «Julio fue un místico comprometido. Su experiencia de Dios le salía por todos los poros, por eso fue un hombre creador e innovador en aspectos pastorales. Tiene también una dimensión poética muy importante en su vida.
Todo eso ha quedado plasmado en estos barrios de Granada». Y más. «Era un hombre que permaneció fiel a la causa de los últimos y al sitio donde lo ha hizo. Y eso lo hizo porque estaba convencido del Evangelio que predicaba. Te lo digo yo, que he pasado ocho años ahí. Fue pobre entre los pobres, eso lo sabe todo el mundo allí».
–¿Qué ha quedado de todo esto?
–De todas aquellas parroquias, la que mantenía un núcleo comunitario más fuerte es la de la Sagrada Familia, fruto de la entrega de Julio. Esos barrios están muy deteriorados y ha habido mucho descenso de fieles, pero en torno a Julio se han quedado y allí siguen. Esto es muy bonito y es verdad.
–¿Qué hay de los curas rojos?
–Creemos en el Evangelio y queremos asomarnos a tener la esencia del Evangelio, hay que conocer las políticas pero lo que nos mueve es el Evangelio.
No hay opción por Jesús si no hay opción por los pobres.
–¿Pero eso suena muy rojo?
–Sonará rojo, pero tiene dos mil años. Siempre lo he escuchado desde el Evangelio no desde la ideología
Una nave industrial
El retrato gigante del obispo Óscar Romero mira a los fieles desde el altar.
Obispo de San Salvador, era un profeta de los pobres y uno de los grandes artífices de la ‘Teología de la Liberación’. Fue asesinado de un balazo mientras celebraba la eucaristía. Así que cuando uno traspasa el umbral de la parroquia de la Sagrada Familia de Cartuja, ya sabe de qué va esta gente.
Si en algún lugar se ha fraguado la leyenda de los curas rojos es entre estas paredes de una nave industrial reconvertida en templo cristiano. Por aquí han pasado el fallecido Julio Rodríguez Maldonado, Antonio Quitián, Manolo Mingorance, copárroco de la Sagrada Familia y responsable de Proyecto Hombre y Antonio Hernández-Carrillo, de 84 años, el otro copárroco y consiliario de la HOAC, la Hermandad Obrera de Acción Católica.
–¿Qué es eso de ser un cura rojo en Norte?
–Yo lo de cura rojo no sé… Somos curas cristianos, evangélicos, que es la vocación que nos piden cuando nos ordenamos sacerdotes. Lo de rojo es una época que viví y disfruté pero que ya no viste. Significa vivir a pie de igualdad con la gente. Saber, conocer y sufrir sus problemas, angustias y esperanzas.
Esto es ser un cura evangélico, porque lo vives con ellos en las plazas y en las calles.
–¿Qué influencia esto de ser obrero en la parroquia?
–Que la parroquia se construye no tanto dentro del templo sino que es en la calle, el barrio, las circunstancias en las que vive la gente. El templo ahora está en el lugar de trabajo, en el centro de salud, en el barrio y sus plazas.
En el parque 28F tiene unos poyetes y ahí se reúnen todas las tardes, y el cura tiene que estar ahí con ellos para escucharlos. Que haya aún intercambio. Esto es lo que significa.
–¿Cómo trabajan?
–A la gente que viene a nuestras parroquias por fe, los atendemos como Dios manda, somos amigos suyos. Pero la inmensa mayoría no han puesto el pie en la parroquia, los pobres no aparecen, han abandonado la Iglesia hace ya muchos años.
Entonces, a esos pobres, en sus necesidades espirituales y económicas, tratamos de estar con ellos. Por ejemplo, ayer estuve en la reunión de la asociación de vecinos de Cartuja. Voy también a las juntas municipales de distrito. También voy a las reuniones, las huelgas o manifestaciones y concentraciones. Ahí un servidor está como uno más sin ser líder de nada, sino como ciudadano de a pie. Nuestra pastoral es la de la calle y desde ahí anunciarles que Jesucristo es salvador, no desde el púlpito, sino desde la vida.

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