El sacerdote explica que a principios de los setenta ayudó a miembros de ETA, acogidos por Montserrat, a pasar la frontera · Quiere mostrar este pequeño recorte de historia porque contrasta con la visita del rey español a la abadía
Fuente: vilaweb.cat
Por Clara Ardévol Mallol y Albert Salamé
05/07/2025
Joan Aurich (Ripoll, 1943) es el rector de la Parroquia de la Virgen de la Esperanza de Manresa y, además de sacerdote, ha sido profesor de instituto y se ha vinculado siempre a los movimientos laicales, entre ellos, el escultismo. Independentista convencido, la visita del rey español Felipe VI a Montserrat la víspera de San Juan lo decepcionó tanto que se ha decidido a explicar una parte de su historia, que se vincula con la abadía y con el antifranquismo, el catalanismo y la resistencia a la represión de principios de los setenta.
Según ha querido explicar a VilaWeb, él, con su conocimiento de caminos de montaña y por razones humanitarias, ayudó a miembros de ETA a atravesar la frontera para volver al exilio. Tal y como recuerda, eran unos cuantos jóvenes que habían sido acogidos por la abadía de Montserrat, con el conocimiento del abad y de algunos monjes. Dice que es una historia con muy pocas personas involucradas directamente, que siempre fueron discretas y que ya están muertas. La clandestinidad con que se hizo todo no permitió preservar ningún documento gráfico ni escrito explícito. Es un relato que evidencia el contraste de la abadía de entonces con la de ahora: de la lucha (siempre no violenta) contra la represión y por la catalanidad a la equidistancia más explícita.
—Como rector de una parroquia de Manresa, y con conexión con Montserrat en el pasado, ha expresado su indignación por la visita del rey español de hace unos cuantos días. ¿Qué le pareció?
—Voy a quedar muy decepcionado con el abad de Montserrat por el hecho de haber recibido al Borbón, pero sobre todo también porque no dijo nada en referencia a Cataluña. Es como si el Uno de Octubre no hubiera existido... El Borbón es el máximo garante del a por ellos, como demostró el 3 de octubre. Supongo que el padre abad ha tenido presiones y que hay intereses cruzados, pero el monasterio debería haber tenido otra postura. El rey, en cambio, sí habló de "identidades excluyentes", como si el nacionalismo excluyente fuera el nuestro, y no suyo. Va a venir a consagrar este espacio de normalización que dicen que hay ahora.
—Tuvo una historia de conexión con Montserrat en el pasado y, a raíz de estos hechos, ha decidido explicar algunos detalles, que contrastan con el presente. ¿Por qué ha querido explicarlo ahora?
—Hace más de cincuenta años Montserrat acogió a miembros de ETA por motivos humanitarios y yo estuve involucrado. Hasta ahora no lo había compartido mucho con nadie porque quitaba importancia, pero he querido explicarlo a raíz de la visita del rey, como homenaje a toda la gente de la ANC que se opuso y consiguió que entrara por la puerta de atrás. Son unos hechos que demuestran que Montserrat era un lugar de adhesión, que acogía. Es una historia que puede ser la expresión de lo que esperamos que Montserrat haga, este apoyo a Cataluña. La ETA de aquella época, a finales de los sesenta y primeros años de los setenta, era muy diferente a la de después. La poca violencia que había era una reacción a la represión franquista. Montserrat no acogió a miembros de ETA para apoyar ninguna estrategia revolucionaria. Eran personas que necesitaban estar en el estado clandestinamente y buscaban refugio.
¿Cómo empezó todo?
—Yo tuve mucha relación con la abadía durante años. Era amigo de Joan Redorta y más monjes, como el padre Miquel Estradé. Hicimos estancias mientras estudiábamos teología, por ejemplo. Yo era vicario en Sant Vicenç de Castellet, en la falda de la montaña, y eso me hacía tener relación. Todo comenzó con Andoni Arrizabalaga, un miembro de ETA condenado a muerte en 1969, acusado de haber tirado un cóctel molotov a un vehículo vacío de la Guardia Civil. Le conmutaron la pena por la cadena perpetua. Uno de los hermanos del Andoni, Josu, era novicio en un monasterio benedictino del País Vasco e hizo una estancia en Montserrat. Allí conoció a Joan Redorta, que estableció relación con la familia, de Ondarroa.
¿Terminó conociendo esta familia?
—Sí. Como Redorta no tenía carné, yo le hacía de chofer. Hicimos unas cuantas estancias en Ondarroa, algunas de tres o cuatro días, y tuvimos contacto con lo que ahora decimos izquierda abertzale, que entonces bullía. También con aquella familia, marcada por la cárcel de Andoni. Los padres iban a verlo en Andalucía, en la cárcel de El Puerto de Santa María, aprovechando un camión de pescado, y lo veían sólo media hora, alguna vez ni eso, porque estaba en una celda de castigo. Vamos a conectar en seguida con esta acción de lucha por el País Vasco, contra la represión que vivían. Lo vivíamos con cierta envidia porque en Cataluña todavía estábamos muy quietos.
¿Cómo se relaciona Montserrat con todo esto?
—A partir de la figura de Redorta, monje de Montserrat, y de su conexión con esta familia. A través suyo y de dirigentes de ETA comenzó esta relación, y también mi papel. Había miembros de ETA exiliados en Francia que, por la razón que fuera (la muerte de un familiar, una enfermedad propia...) tenían que volver clandestinamente, y en algunos casos estuvieron en Montserrat. Hablamos siempre de motivos humanitarios. Entonces Redorta me decía, hay una persona que está aquí y necesita pasar la frontera. Yo soy de Ripoll y la familia. Los cogía en Montserrat y cenábamos y hacíamos noche en Ripoll. Mi madre era muy catalanista y antifranquista. Conocedora de la situación, los trató muy bien. Al día siguiente, salíamos equipados como si fuéramos de excursión.
¿Qué ruta seguían?
—La del paso fronterizo del collado de Ares. Aquel tiempo la aduana estaba situada en Camprodon, a la salida del pueblo. Con el fin de evitarla, porque aquellos chicos iban indocumentados, Pedro Fradera, vicario de la parroquia, acompañaba al chico a pie por un camino detrás de la aduana, paralelo a la carretera. Se había fijado antes de que no hubiera algún movimiento extraordinario de vigilancia. Yo pasaba la aduana con el coche y recogía el chico un poco más arriba. Luego íbamos a Espinavell, un pueblo muy pequeño junto a la frontera, y lo volvía a dejar allí. Él atravesaba la frontera a pie por la montaña hasta el balneario de la Presta. Yo pasaba el control del collado de Ares y lo volvía a coger. Nos solíamos cambiar de ropa e íbamos hasta Perpiñán. Allí le esperaban dos enlaces que venían del País Vasco francés. Yo iba con un 2CV atroz y con un discreto "Parroquia de Sant Vicenç de Castellet" en la puerta del conductor.
¿No hubo nunca problemas?
—No había problemas para circular por Francia y aquí tuvimos la suerte de que nunca tuvimos ningún control de la Guardia Civil. Si nos paraban, confiábamos en que se creyeran la historia de que íbamos de excursión. Una vez, con el único chico de quien recuerdo el nombre, Luken, en un tramo de carretera muy estrecho pasada la Farga d'en Bebiè, nos encontramos con una pareja de la Guardia Civil. No había razón para que estuvieran allí y se me cayó el mundo encima, pensaba que nos habían pillado y que aparecerían más agentes armados... Yo pensé que, como los papeles del coche estaban a nombre de la parroquia de Sant Vicenç de Castellet, era una buena idea enseñárselos. Luken me dijo, tranquilo!, y con sangre fría, también bajó. Les expliqué que aquel chico era de Vitoria, muy entendido en arte románico, y que íbamos a visitar el portalón monasterio de Ripoll. Y se lo creyeron... En total llegué a pasar seis o siete personas, todos chicos jóvenes que venían de Montserrat.
¿Cómo era el paso de estos chicos por Montserrat?
—Luken estuvo bastantes meses porque estaba enfermo y necesitaba un tratamiento médico largo. Pero otros estaban muy bien para pasar la frontera. Estaban uno o dos días y marchaban. Todo dependía del motivo por el que estaban aquí. Desconozco los canales por los que llegaban y los motivos de cada uno, salvo un par de casos que supe que habían necesitado atención médica, uno por traumatismo y otro por una enfermedad grave. En Montserrat había mucho movimiento de huéspedes y la gran mayoría de la comunidad no sabía quiénes eran. El abad Cassià conocía mi intervención, pero el contacto explícito para hablar de todo esto lo tuvimos al final, cuando vimos que la cosa no funcionaba bien y decidimos cortarlo.
¿Cómo acabó todo?
—Se detectó que algunos que llegaron a Montserrat para pasar la frontera ya no se sabía las razones por las que venían y no habían pasado por los canales normales de control dentro de la clandestinidad. Se presentaron algunos que no estaban controlados y que escondían otros motivos. Y algunas cosas nos empezaron a preocupar. Un día fuimos a Perpiñán con uno de estos chicos y los dos que hacían de enlace. Antes de ir a dormir fui a buscar algo al coche y dentro del maletero vi una metralleta. Finalmente, en agosto de 1973, Redorta y yo almorzamos con Txomin, dirigente de ETA, en Perpiñán, y nos propuso formalizar la relación entre Montserrat y ETA. Dijimos que no rotundamente: Montserrat hacía un servicio humanitario, pero de ninguna manera ligándose con la estructura de ETA. Cuando fuimos a pagar nos dijo "¡paga el banco de Biscaia!". ETA se alimentaba de atracos a bancos y del impuesto revolucionario... En ese momento nos reímos, pero luego ya no nos habría hecho gracia. En diciembre volaba el coche de Carrero Blanco.
¿Lo supo el abad?
—Sí, el padre Cassià estuvo de acuerdo con nosotros que había que acabar y pusimos punto final. La escalada de violencia contribuyó a pararlo y ya no vamos a hablar más. A partir de entonces fuimos viendo la avalancha de violencia, que la violencia llevaba a más violencia... Yo no sabía nada de estos chicos, que tenían nombres falsos, pero sí intuías que la vida en la clandestinidad era un callejón sin salida. Volver quería decir ser encarcelado, era un mundo oscuro sin salida.
¿No tuvo nunca miedo de las represalias?
—Nos la jugábamos mucho. Intuía más o menos el peligro, pero confiaba en que si pasaba algo, tendría el paraguas de Montserrat, que el padre Cassià nunca me dejaría en la estacada y se implicaría como responsable. Nosotros vivimos con el lirio en la mano, la tranquilidad de la ignorancia nos llevó a hacer, sin mucho miedo, estas buenas acciones, porque sabía que Montserrat lo hacía por motivos humanitarios. La regla de San Benito dice que deben acogerse todos los huéspedes como si fueran Cristo. ¡Pero es un principio que no vale para acoger al rey! [Risas.] Todo esto fue algo muy discreto, pero entonces había la voluntad de unir la fe con la historia y el país. Esta historia se enmarca en un mundo y en una mentalidad, pero al fin y al cabo es un tema menor en la vida de Montserrat, que acogió la Asamblea, la encerrona de intelectuales...
¿Crees que aquella filosofía contrasta con el presente de Montserrat?
—Se dice: "La Iglesia, Montserrat, no debe implicarse en política." La Iglesia, Montserrat y todo el mundo, haga lo que haga, hace política. La cuestión es: ¿qué política hacemos? Cuando se trata de la conculcación de los derechos de una nación, que están a la altura de los derechos humanos, no puedes quedar al margen. Ser neutral es ponerse al lado del opresor. Montserrat debe quedar al margen de las luchas de partido, pero nunca podrá quedar al margen de los derechos e intereses de Cataluña. Si los derechos de Cataluña están conculcados, Montserrat debe desempeñar este papel que ha hecho durante la historia.
—El padre abad Manel Gasch dijo que a Montserrat le tocaba retirarse del papel de protección que tuvo en los años sesenta y setenta.
¿Lo dice porque estamos en democracia? Estamos bajo una constitución y un estado por los que (obispos incluidos, porque callan) todo vale para defender la "unidad de España" y para negar nuestra nación. En contra de la doctrina de la Iglesia, todo sea dicho. ¿Hay que retirarse del papel de protección de una gente que fuimos a votar y nos apalearon? ¡El ellos del a por ellos somos nosotros! Es el padre abad, es el monasterio de Montserrat y es toda Cataluña. Si nos atacan, ¿no debemos defendernos?
En general, ¿cómo ve la Iglesia catalana durante los años del procés?
—El episcopado catalán depende totalmente del español. Institucionalmente, la postura de la Iglesia catalana difícilmente entrará en confrontación con la de la española, que tiene muy claro que la unidad de España es sagrada. Cuando dicen que España sólo hay una, lo que dicen es que Cataluña no existe, pero eso entra en contradicción con la doctrina de la Iglesia, que dice que cualquier nación tiene el derecho de existir y de autodeterminarse. Juan Pablo II dijo exactamente eso en un discurso en la ONU. El derecho de autodeterminación es sagrado. El episcopado catalán no es necesario que se pronuncie como independentista, pero debería decir que Cataluña tiene el derecho de autodeterminarse.
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