sábado, 31 de mayo de 2025

Llamada la conversión

Este libro —valiente, provocador y lleno de sugerencias— ayuda a meterse en la piel de los jóvenes y abre interesantes debates

Fuente:   Vida Nueva - Libros

Por   Jesús Martínez Gordo

Vida Nueva, 24-30/5/2025, Nº 3.412 p. 46


Estrella Moreno Laiz, Sal Terrae, 2025
La propuesta del Evangelio a la generación millennial
Identidades líquidas y conversión cristiana.

Desde que en el Concilio de Trento (1551-1552) se diferenció el Evangelio -es decir, Jesucristo- de la Escritura, hemos asistido a diferentes aportaciones sobre las mediaciones para la relación con Dios. Una de ellas, probablemente, la más importante, fue la de Melchor Cano sobre los llamados “lugares teológicos”. El teólogo dominico (1509-1560) indicó -además de la Escritura- la Tradición; la Iglesia Católica, los Concilios; el papado, los Santos Padres, los teólogos y canonistas, la razón natural, los filósofos y juristas y la historia humana.

El libro de Estrella Moreno se inscribe en esta tradición, a pesar de que ella no se cansa de recordar que el suyo es un aporte de teología pastoral presidido por favorecer la “conversión” en la generación millennial (de 25 a 44 años). En coherencia con tal objetivo, ofrece una “síntesis de las actitudes existenciales” que pueden posibilitar dicha “conversión” o, lo que es lo mismo, que pueden ayudar en el acceso al “encuentro con Dios” (119). Es una tarea en la que se adentra indicando, a la vez, las dos dificultades mayores que tiene esta generación para ser cristiana: creer en Dios y sumarse a la Iglesia. Estos jóvenes –lo recuerda con frecuencia- no se apuntan al imaginario de un Dios que, marcadamente racional o moralista, no conecte con sus experiencias. Y tampoco quieren saber nada de la Iglesia, “al menos en su dimensión institucional” (158).

Fijados el objetivo y el contexto, la autora se adentra en cuatro apartados dedicados, el primero de ellos, a exponer la novedad de las “identidades del tiempo líquido” y “la generación “millennial”. En el segundo, a sintetizar qué es la conversión cristiana. En el tercero, a exponer y analizar lo que denomina las “cuatro categorías iluminadoras” que permiten la relación entre el Evangelio y la generación millennial, capaces de “desencadenar” la fe (120): la experiencia, la resonancia, la transparencia y la vulnerabilidad. Y cierra el libro proponiendo diferentes pistas de actuación a partir de dicho terreno de aproximación entre el Evangelio y la generación millennial. Las páginas dedicadas a tales “categorías iluminadoras” son, sin duda, las más originales e interesantes de este texto.

El lector tiene en sus manos un libro valiente y, por ello, provocador, además de cargado de sugerencias y muy bien escrito. Leyéndolo, no perderá el tiempo, en particular, quien intente adentrarse en la piel de estos jóvenes. Pero como toda propuesta valiente y, por ello, provocadora, abre debates en los que -según el asunto- pueden aparecer discrepancias, más o menos notables. Señalo, entre otras posibles, tres. Tiene razón la autora cuando critica la teología racionalista y el reduccionismo moral, pero creo que la tiene menos cuando ancla su aportación en una aceptación -en mi opinión, no suficientemente crítica- de la subjetividad, de la intimidad y de la experiencia de los millennials y, por tanto, del fundamentalismo intimista y subjetivista que rondan al precio de la profecía y la denuncia, alma también de la experiencia cristiana. Ninguno de tales fundamentalismos es de recibo. La clave de una buena teología, también pastoral, se encuentra en la articulación entre la razón, la justicia y la experiencia sin, por ello, dejar de primar una de ellas y, a la vez, sin obviarlas.

Tiene también razón Estrella Moreno cuando enfatiza la enorme dificultad que es la Iglesia institucional para que esta generación se asome a la fe, pero creo que en su parte analítica y propositiva se queda corta cuando hay que ofrecer sugerencias sobre cómo acompañar a los actuales restos parroquiales o rescoldos comunitarios para que puedan contactar con la generación millennial acogiendo lo evangélicamente más noble de su singular sensibilidad.

Y, finalmente, tiene razón cuando habla de la necesidad de repensar el imaginario de Dios. Pero, al ser una aportación pretendidamente más pastoral que teológica, creo que el imaginario de Dios que propone puede parecerles anquilosado a los millennials al no contemplar -como sería deseable- el alcance y profundidad del diagnóstico que, recientemente, ha ofrecido Jan Loffeld sobre la indiferencia centroeuropea: qué imaginario de Dios proponer “cuando nada falta donde falta Dios”; y el debate socio-teológico que, desde entonces, permanece abierto con, entre otros, T. Halík  (“he comprendido que no hay respuestas fáciles a la crisis sobre el imaginario de Dios y de la Iglesia”) y P. M. Zulehener (“no deberíamos aceptar los hallazgos de la sociología de la religión sin antes haberlos examinado teológicamente”).

 

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