Fuente: cittadellaeditrice.com
Por: Andrea Grillo
22/04/2025
No hay duda de que uno también puede desinteresarse de la teología expresada por un Papa. Y si uno quiere permanecer en su simpatía o en su apertura. Pero creo que es justo no perder de vista el valor teológico del papado que acaba de cumplirse.
En medio de tantos discursos, a menudo genéricos, aproximativos y vacíos, un análisis que se mueve claramente en esta dirección me parece el publicado hoy, 22 de abril, en el Messaggero, con el título (parcial) “La pirámide invertida de los laicos en la Iglesia”, firmado por Luca Diotallevi, desde el que quisiera comenzar mi breve reflexión.
La lectura parte de una observación inicial: el pontificado de Francisco tuvo dos características fundamentales: la referencia al Concilio Vaticano II y la necesidad de “inaugurar procesos”.
Podríamos decir: retomar el gran proceso conciliar, continuar en esa dirección.
Esta premisa permite identificar, según Diotallevi, cinco puntos clave del pontificado, donde emergen nuevos acentos:
La liturgia no está en venta y no es una elección
La caridad precede, la doctrina sigue. Hay caridad incluso cuando no todo está claro
El Sur del mundo debe contar más (y debe desarrollarse una teoría adecuada de estos derechos)
Las mujeres deben finalmente ser reconocidas con plena dignidad
La pirámide de la Iglesia debe ser derribada
Frente a estos objetivos, claramente identificados y abiertos “como procesos”, no siempre ha habido una elaboración adecuada. Dice con razón Diotallevi: «Por extraño que parezca, han predominado tanto la falta de toma de decisiones como el exceso de centralización».
Esto indica, de manera concluyente, que la tarea indicada con autoridad por Francisco sigue siendo nuestra tarea. Y que la recepción del Concilio Vaticano II impone a la Iglesia “procesos” que no se pueden dar por concluidos ni agotados, que no basta abrir, sino que hay que elaborar y estructurar.
Ante este texto, que considero de gran valor y del que agradezco su claridad, me pregunté: ¿hasta qué punto Francisco ha renovado la teología católica? ¿Cuál es el valor “teológico”, en sentido estricto y técnico, de su pontificado?
Intentaré decirlo añadiendo algunas palabras de método a los cinco puntos sacrosantos recordados por Diotallevi.
Francisco y la teología como estilo
Parece convincente deducir del hecho de que Francisco no era formalmente teólogo (como casi todos los papas antes que él) la consecuencia de que no hizo teología. De hecho, su profecía de pastor y de creyente, de jesuita y de americano, le dio un lenguaje teológico original, que estructuró lo mejor de sus documentos.
De lo cual, como es evidente, surge un estilo teológico –de esto es de lo que estamos hablando– que obliga a la teología a cambiar de estilo, a entrar en un nuevo paradigma. Si aplicamos el modelo del Papa no teólogo, corremos el riesgo de caer en la trampa de aislar la teología de los sentidos, los sentimientos, las emociones, las formas civiles, la estética y la política.
Éste es el juego en el que algunos modernistas y muchos antimodernistas siempre han sido aliados. No, Francisco no renunció a la teología, pero exigió que la teología se sumerja en los lenguajes de la vida, como es su vocación más original.
Su pasión por la vida y la literatura se reflejaba en los neologismos, las imágenes, los pasajes sorprendentes de sus grandes textos. También en este aspecto Francisco fue hijo del Concilio Vaticano II: de los grandes textos de ese Concilio sacó la "autoridad del estilo", algo que quizá los teólogos (y los pastores) estadounidenses comprendieron sobre todo. Es decir, que el Vaticano II fue ante todo un acontecimiento de “estilo”, de lenguaje, de imágenes y de imaginación.
Éste es el cambio que ya habíamos experimentado en un Concilio, pero todavía no en un papado. Con Francisco, un Papa ha comenzado a hablar, en muchos casos, con el lenguaje del Vaticano II. Éste fue y es un acontecimiento teológico, un acontecimiento estilístico, irreversible a su manera.
Tan irreversible como fue el Vaticano II, tan irreversible es que el papado haya comenzado a hablar en este estilo. La premonición que el Concilio nos había dado, desde la tarde del 13 de marzo de 2013, se hizo capaz de reconocer, también en Francisco, a un verdadero Papa, ¡aunque su lenguaje fuera tan diverso al de muchos otros Papas! Su audacia era un reflejo de la audacia conciliar, que casi habíamos olvidado.
Procesos y formas institucionales
Un Papa que se deja enseñar no sólo por las palabras del Vaticano II, sino por su estilo, entiende como tarea la necesidad de “inaugurar procesos”, de “salir”, de superar la “autorreferencialidad”.
Esto significa, teológicamente, reconocer que la Iglesia tiene autoridad sobre su propia tradición y que todavía puede –como escribió Juan XXIII en la apertura del Concilio– distinguir entre la «sustancia de la doctrina antigua» y la «formulación de su cobertura».
Significa admitir que el pasado no es principalmente un escudo o una espada con la que derrotar al presente. La palabra nueva, que Francisco tomó del Vaticano II, es que sobre la liturgia, la doctrina, el Sur del mundo, la mujer y la estructura de la Iglesia, la tradición, para ser fiel, hay que saber cambiar.
En este punto es cierto que una cosa es “iniciar procesos” y otra muy distinta es llevarlos adelante. En muchos de los puntos bien resaltados por el análisis de Diotallevi existía precisamente ese péndulo entre indecisión y centralización que constituye una cuestión no subjetiva, sino objetiva.
O, mejor, que la tradición la ha vuelto subjetiva (haciéndola depender sólo del Papa) al no reconocer su identidad institucional. Los procesos requieren cambios institucionales. Si no lo haces el proceso es en vano. Se trata de un punto muy delicado, en el que el proceso a iniciar debe corresponder a la forma institucional adecuada para continuarlo.
Este aspecto ha marcado, transversalmente, todo el pontificado de Francisco, desde la liturgia, a la familia, desde la mujer al Sur del mundo, desde la forma sinodal a la promoción de la paz.
Una cierta desconfianza hacia las formas institucionales ha marcado todo el pontificado, para bien o para mal. Su audacia tenía más que ver con el corazón que con las estructuras. Pero los procesos requieren esto último no menos que lo primero.
Teología del “rápido” en el mejor sentido
Por último, está el aspecto del diálogo con la cultura contemporánea, marcado a veces por una lectura fundamentalista de las sociedades abiertas. En estos casos fue como si en la teología de Francisco aparecieran puntos ciegos, donde simplemente había un choque con las formas civiles: en pocos casos, pero significativos.
Pero la base de la lectura quedó marcada por una simpatía hacia las nuevas formas de vida común, que no estaban prejuiciadas por un modelo de pensamiento doblemente ligado a una sociedad cerrada.
La cualidad “rápida” de su teología va en esta dirección. No tanto por la capacidad de encontrar inmediatamente una respuesta a cada pregunta. De esta velocidad, un poco burocrática y poco sociable, Francisco ha sabido distanciarse heroicamente, en muchos niveles: en el plano ecuménico, en el plano sexual, en el plano doctrinal ha sabido ser "rápido" de un modo nuevo, es decir, en saber asumir, rápidamente, el punto de vista del interlocutor, tratando de evaluarlo no in absentia.
Esta característica de la teología de Francisco, que honra el estilo del Concilio Vaticano II pero llevándolo más allá, es prometedora. Aunque su teología era “rápida” en captar la amplitud de las cuestiones, pero a menudo resultaba demasiado “rápida” en proponer soluciones, el legado que extraemos de ella es teológicamente calificador.
Nos indica, como cristianos y como teólogos, esa tarea elemental pero ardua que Francisco expresó a los laicos de la Acción Católica con una fórmula, acertadamente recordada por Diotallevi: «Sed audaces. Ya no sois fieles a la Iglesia si esperáis a cada paso que os digan lo que tenéis que hacer.
Esta audacia, junto con la inquietud, lo incompleto y la imaginación, son las características fundamentales de lo que reconocemos como la teología que Francisco nos ha dejado como legado.
No sólo una pasión o una emoción por Dios, sino un modo de hablar y pensar sobre Dios, reconocemos con gratitud en las palabras más altas de la enseñanza de Francisco.
Publicado en el blog del autor Come se non .
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.