Fuente: catalunyareligio.cat
Por Jordi Llisterri y Boix
En Laeto animo
14/04/2025
Ya me perdonarán que me centre sólo en un detalle sobre la disolución del Sodalicio de Vida Cristiana que se ha conocido en este Lunes Santo. Un hombre poco amigo de dar entrevistas lo ha contado con una claridad meridiana en una entrevista en RAC1 que debe escucharse y enmarcarse como ejemplo de transparencia. El cura tortosino Jordi Bertomeu ha explicado las cosas tal y como son. Sin esconder nada de lo ocurrido en una institución que en 1997 fue reconocida oficialmente por el Vaticano, antes por otras iglesias locales, y con denuncias conocidas desde hace más de veinte años. La verdad os hará libres no es un lema para poner en un envoltorio de bombones.
Estamos hablando de abusos de conciencia y poder que llegan a la categoría de tortura; de corrupción y enriquecimiento personal; de connivencia e intervencionismo político con movimientos de extrema derecha y autoritarios; y, por si fuera poco, de abusos sexuales a menores perpetrados por su fundador, el peruano Luis Fernando Figari. Además de delincuentes, han agotado todas las formas de pecar. Un escándalo de alcance internacional.
La pregunta inevitable es: ¿cómo ha pasado durante tantos años y nadie lo ha detenido hasta ahora?
En la entrevista, Bertomeu, como de paso, facilita un contexto muy relevante. Explica que en los años 90 se había instalado en la Iglesia "una cierta sospecha" sobre las organizaciones parroquiales y las congregaciones religiosas de toda la vida. En este contexto se explica que a estos grupos "se les dé carta blanca y hace que los obispos sean algo negligentes". El resultado es que "van creciendo como un tumor".
Damos algo más de contexto. Estamos en el pontificado de Juan Pablo II en el que muchos entendieron que la secularización, sobre todo en Europa, era consecuencia de la excesiva permeabilidad y transversalidad de estos grupos “de toda la vida”. Que eran demasiado blandos y que se habían ido disolviendo demasiado. Por tanto, lo necesario para resolverlo era acentuar la identidad tradicional católica, entendida también como una misión política contra el progresismo. Al mismo tiempo, varios agentes internacionales vieron a la Iglesia como un aliado necesario en la lucha anticomunista, y apoyaron -dinero- a los grupos más ultramundanos. Gracias a ello, contaron con medios y soportes para extenderse por todo el mundo, normalmente desde el continente americano.
Movimientos como el Sodalicio supieron encandilar, tanto por sus números y resultados como, incluso, por el dinero
Fue una tormenta perfecta, porque se retroalimentó con una dinámica eclesial perversa. Como tenían gente y copaban espacios que otros grupos eclesiales abandonaban por falta de ganas o efectivos disponibles, muchos obispos los vieron como una tabla de salvación. Si se cerraba un convento, te lo llenaban de nuevo unas monjas obedientes. Si tenías una parroquia envejecida, te la rejuvenecían con técnicas modernas de marketing y captación de socios. Y eran obedientes y no discutían nada a los obispos y menos al Papa. La obediencia ciega que tanto daño nos ha hecho y que nada tiene que ver con los votos de obediencia, pobreza y castidad.
En definitiva, movimientos como el Sodalicio supieron encandilar. Esto es a lo que creo que apunta Bertomeu. Deslumbrarse por los números, los resultados e incluso por el dinero. Preguntar cuántos son, por delante de qué bien hacen. Sin un discernimiento claro de cuál era la base de su apostolado y la singularidad de su misión. Ni reparar demasiado al valorar el provecho espiritual de sus miembros. Un deslumbramiento de los que también ciega sus ojos.
Ahora el papa Francisco nos pone frente a este espejo. El Sodalicio es el caso más crudo pero sobre todo es el retrato de una tendencia eclesial muy peligrosa. Deslumbrarse con cuatro fuegos artificiales, mirar sólo a los números y actuar con connivencia de los actores políticos que quieren salvar a la Iglesia. Es el santo subito de estos movimientos, que contradice la tradición de la Iglesia que en su sabiduría secular siempre le había llevado a dejar pasar mucho tiempo y a poner muchas pruebas antes de discernir si una obra es de Dios o de los hombres. El ejemplo más claro es cómo hemos llenado seminarios en los que se ha ordenado gente de la que después no sabemos qué hacer con ellos.
No podemos obviar que si se ha extendido un “tumor” maligno como el Sodalicio se debe a que ha habido responsables eclesiales que deslumbrados no han querido ver la verdad. Muchos de estos grupos se han iniciado en América Latina, pero también han encontrado complacencias en nuestra iglesia. Pecadores, delincuentes y corruptos existen en todas las instituciones. Pero que responsables eclesiales sean deslumbrados por falsos ídolos es lo que no puede volver a ocurrir. Y no se puede llegar de nuevo tarde, como admitía el propio Bertomeu.
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