Ciccorossi es agente de atención espiritual del Hospital Sant Joan de Déu, licenciado en pedagogía y en teología, profesor de filosofía y ponente en congresos nacionales e internacionales
“Aprender a transitar la muerte nos hace vivir de una forma más plena”, reflexiona este especialista, que recomienda algunas herramientas para trabajar la espiritualidad y asumir que la vida es finita
Fuente: La Vanguardia
18/10/2024
Mario Ciccorossi, agente de atención espiritual en Hospital Sant Joan de Déu. Mané Espinosa / Propias
Inevitablemente, a medida que cumplimos años, tenemos más consciencia de la muerte: perdemos a personas cada vez más cercanas, pensamos más en el final, tomamos conciencia de la finitud de la experiencia vital… Y muy a menudo, esa idea de morir nos tortura, nos angustia. “El miedo a la muerte es la madre de todos los miedos, es la gran incertidumbre. Solo sabemos que vamos a morir y que no sabemos cuándo”, dice Mario Ciccorossi, agente de atención espiritual del Hospital Sant Joan de Déu.
Ciccorossi, licenciado en pedagogía y en teología, máster en Educación en Valores por la Universidad de Barcelona y máster en Espiritualidad Transcultural por la Universidad Ramón Llull, es también profesor de filosofía y participa como ponente en congresos nacionales e internacionales. En su trabajo como acompañante espiritual ayuda a otras personas a afrontar la enfermedad y la muerte. La conversación con él pretende dar herramientas para asumir la verdad más certera: moriremos. Asumirlo, dice, nos puede ayudar a vivir con más plenitud.
Todo lo relativo a la muerte es el gran misterio de la humanidad…
La muerte produce tantas preguntas que es la gran incertidumbre, nos desconcierta y nos agobia, y algunas teorías dicen que la incertidumbre es lo más insoportable para el ser humano. La palabra y el pensamiento son las dos grandes herramientas para hacerle frente. Freud, padre del psicoanálisis, decía que la muerte no tiene representación psíquica porque nos desconcierta y produce una inquietud buena.
¿Tenemos que aprender a morir, pues?
Aprender a morir es aprender a vivir, la muerte es parte de la vida. Lo contrario a morir no es vivir, es nacer. Tenemos que ser conscientes de esta realidad.
Pero en nuestra sociedad, cuando aparece el tema de la muerte, se evita, se esquiva, se deja de lado. ¿Cada vez le tenemos más miedo?
En la sociedad actual y en las últimas generaciones, la muerte y el morir han pasado de un entorno familiar y comunitario a ser el dominio de los sistemas de salud. Hay un informe de una Comisión Lancet, Devolver la muerte a la vida, que dice que hemos medicalizado la muerte y el morir, la hemos llevado a los hospitales. La sociedad actual ha invisibilizado la muerte, a los moribundos se los lleva rápidamente a los hospitales, se les pone toda la estética posible para desfigurar lo que es realmente morir.
¿Cómo de negativo es eso para la asimilación de la muerte?
El tema es que se ha quitado la muerte del entorno social y cultural y nos hemos quedado muchas veces sin conocimiento y sin confianza para apoyar y manejar este hecho que es un fenómeno que sucede y que, a veces, por invisibilizarlo, nos creemos que no va a suceder. Es el “no vengas con esos temas, que nos bajonean”. Yo no digo de estar hablando en una fiesta sobre la muerte, pero tienen que estar presentes en la vida del ser humano.
¿Por qué es positivo asumir la idea de morir? ¿En qué nos ayuda?
La persona que asume que va a morir construye valores distintos. Si una persona tiene la muerte como un fenómeno, como un hecho real, la construcción de valores en su vida es distinta, porque le agrega un elemento fundamental y real, que es la finitud, que esto se acaba.
¿Cómo cambian esos valores vitales cuando asumimos la muerte? Entiendo que en positivo…
La idea de la vida que termina, la vida finita, te da un contexto en donde puedes construir valores mucho más profundos, mucho más reales, mucho más arraigados a la vida. Todas las grandes tradiciones de sabiduría ancestral, las religiones, nos hablan de lo mismo. La espiritualidad, que es lo que subyace a las estructuras religiosas, nos aporta sentido, explicación, conocimiento, una forma de construir una mirada sobre lo que es la vida y lo que es la muerte. ¿Por qué? Porque el ser humano no soporta no entender, no saber, la incertidumbre.
¿Por qué nos da tanto miedo morir? ¿Es por esa incertidumbre?
Exactamente. Cuando hablamos de cuáles son los principales miedos del ser humano, siempre en esa lista está el miedo a la muerte, como la madre de todos los miedos. Básicamente por la incertidumbre y por la incapacidad de controlarla. La manera de afrontar este miedo no es negándolo, sino aceptándolo, hay que asimilar que eso va a pasar y vivirlo con tranquilidad.
¿Cómo se hace eso?
No es fácil, pero se empieza por aceptarlo como un hecho, como un fenómeno, como algo real, por no invisibilizar la muerte. El informe de The Lancet que comentábamos dice que hace dos generaciones, la mayoría de los niños habían visto un cadáver. Ahora las personas pueden tener entre 40 y 50 años sin haber visto nunca a una persona muerta. Se está perdiendo eso, poner la muerte en un lugar social. Hay una disciplina científica emergente, que es la pedagogía de la muerte, que quiere llevarla también a las escuelas.
¿Qué más podemos hacer?
Aceptar el miedo, no evitarlo, porque es normal. Tengo que sentir todas las emociones, también este miedo a morir, porque es parte de mi ser humano. Ahora incluso los velatorios se han hecho más cortos, se han encapsulado, se hacen de acuerdo a los horarios, se encapsula al difunto por una cuestión cada vez más, por un tema de salud, a los niños no se los lleva… Hemos sacado la muerte del diálogo cotidiano y es necesario que la volvamos a incorporar como un hecho vital. Es difícil cambiar esta opinión pública, esta forma de conducirlo, pero hay vías. Hay grupos de duelo, acompañamiento en el duelo en las escuelas…
En tercer lugar, usted también habla de trabajar y construir nuestra espiritualidad… ¿Qué significa?
Hay gran cantidad de puntos de vista y de miradas del fenómeno de lo que es la muerte. Cada una de ellas puede aportarme datos para que yo construya mi sentido sobre la muerte. Puedo leer, escuchar muchas versiones y doctrinas, pero la más importante es la que yo me construyo. La espiritualidad se puede vehiculizar con o sin una religión, hay muchas personas ateas que pueden tener su propia espiritualidad. Es una dimensión propia del ser humano y tiene que ver con la construcción de sentido. Cuando me pasa un evento negativo, entro en crisis “¿por qué me sucede esto?, ¿por qué a mí?”. Si yo le encuentro sentido o construyo sentido, esa situación la atravieso de manera distinta, puedo trascenderla. La mirada trascendente es propia del ámbito espiritual.
Quiere decir que no es necesario ser creyente para tener una espiritualidad…
Absolutamente. Venimos de una sociedad monoconfesional en donde había un discurso único y monolítico, sobre qué era la muerte y qué pasaba después: en la cultura cristiana europea hablábamos de muerte-juicio-cielo-infierno. Hoy día vivimos en una sociedad en donde la diversidad cultural, religiosa y espiritual es una evidencia. La espiritualidad es esa dimensión universal, común a todos los seres humanos, es un dinamismo en tres direcciones: hacia uno mismo, intrapersonal, que permite construir el sentido o propósito de vida; hacia el entorno, interpersonal, que permite el vínculo con los demás, y con todo lo que te rodea; y por último hacia lo trascendente. transpersonal: lo sagrado, lo divino, que tiene distintas formas de nombrarlo y comprenderlo.
¿Para los creyentes es más fácil morir que para los ateos?
Depende de cómo vives tu espiritualidad. Uno puede ser muy religioso, pero tener una espiritualidad heterónoma, o sea, cuando la espiritualidad me la hace la religión, no la hago yo. La espiritualidad tiene que ser autónoma, yo construyo la mía, aun dentro de una religión, aun siendo cristiano, o budista, o hinduista, o musulmán; mi espiritualidad tiene que ver con la forma original como yo miro la vida, miro los sucesos de la vida, y miro la muerte.
¿Hay herramientas para trabajar la espiritualidad?
Lo primero es trabajar la apertura de la conciencia. En esta sociedad que le rinde culto a la prisa, vamos a mil, no tenemos tiempo para pensar en nada, y menos para leer sobre estos temas. Debemos comenzar por aprender a hacer silencio, a parar, a auto observarnos y a buscar respuestas en nuestro interior. Cuando descubrimos nuestras necesidades espirituales sabremos buscar ayuda y regalarnos tiempo para dedicarnos al cultivo de nuestro mundo interior.
Ante una enfermedad o una fatalidad, siempre nos preguntamos “¿por qué a mí?”. No hay respuesta…
¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Qué sentido tiene todo esto? Hacemos apelaciones a la justicia universal: “si yo soy tan bueno, y hay gente tan mala”… No sé quién nos hizo creer que va por ahí la respuesta.
Cada uno debe buscar, pues, sus propias respuestas a estas preguntas universales sobre la existencia humana… ¿Qué nos puede guiar?
Debemos hacer silencio, el silencio habla. En el silencio sale todo lo que hay adentro, los demonios y los ángeles que tenemos adentro, algo necesario para conocernos. En las escuelas hay educación para el conocimiento del medio, de geografía, de historia, de matemáticas… pero no hay asignaturas para el conocimiento de sí mismo. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Están queriendo quitar la asignatura de filosofía cuando es lo fundamental para que el ser humano aprenda a pensar. Y estos son los puntales en donde se construye la pedagogía de la vida y la pedagogía de la muerte.
Si aprendemos a transitar la muerte, y la asimilamos, ¿vivimos mejor?
Exactamente. Nos hace vivir de forma más plena, fundamentalmente porque enfrentamos el miedo a morir, y por lo tanto también el miedo a vivir. Hay gente que tiene miedo a vivir porque le tiene miedo a la muerte. Ubicar la muerte articula la manera en que yo construyo mi vida, para aprender a morir hay que aprender a vivir. Aquí en el hospital decimos que no le podemos dar más días a tu vida, pero le podemos dar más vida a tus días. Queremos extender la vida y hacernos inmortales, pero nos olvidamos de para qué. ¿Para qué quieres vivir tantos años? Si no tienes un para qué, vivirás en cantidad, pero no en calidad.
¿Qué sabemos sobre lo que siente una persona que está en el umbral de la muerte?
Hay muchísima literatura y hay muchísimas miradas, muchas de ellas contrapuestas. Estamos hablando de las ECM, las experiencias cercanas a la muerte, que son los relatos de estas personas que hacen este traspaso y vuelven a la vida. Recomiendo mucho un libro de Anita Moorjani, Morir para ser yo. Para ella la experiencia fue como iluminar la vida con una linterna, dice que la experiencia de morir fue como que encendieron la luz y vio todo. A partir de eso, aconseja que no tengamos miedo. Hay unas reflexiones de las personas que han atravesado por esta situación que realmente les ha cambiado la vida. Haber visto por el agujero de la cerradura, qué hay del otro lado de la muerte lleva en algunos casos a relatos muy esperanzadores.
¿Por ejemplo?
Yo solamente tuve una experiencia de una mamá cuando estaba en Argentina en un centro de neonatología. La madre me llamó y fui a hacer un acompañamiento espiritual, pero al llegar vi que el bebé había nacido bien, la mamá estaba bien… “Ayer en el momento del parto se complicó todo”, me dijo de repente. Y me narró que vio que iba hacia un lugar de mucha belleza, con mucha luz, no quería volver, pero algo le tiraba a volver: por sus dos hijas, tenía la responsabilidad de volver. “Cuando desperté me estaban poniendo sangre”, me contó. Este es un relato. Pero hay versiones, incluso desde el ámbito científico, que están contrapuestas.
¿Quiénes mueren más tranquilos? ¿Hay algo que ayude?
Se va en paz quien tiene la posibilidad de prepararse y dando respuesta a la trascendencia vertical (a lo sagrado, al más allá), y también la trascendencia horizontal: despedirse, dejar el legado, resolver los asuntos pendientes… Irse como quien se prepara para el mejor de los viajes. ¿Qué hay detrás de la muerte? Hay creencias de todos los colores. Cada uno tiene que construir lo que le parezca más razonable para su propia espiritualidad.
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