miércoles, 30 de octubre de 2024

Lo que no se dice en los mayores medios de información españoles sobre las próximas elecciones de Presidente y Congreso en Estados Unidos

El problema político de EEUU es la ausencia de un partido de izquierdas que defienda los intereses de la mayoría de “las clases populares”

Fuente:    diario.red

Por   Vicenç Navarro

23/10/2024


Foto: CNN

Las próximas elecciones a la presidencia del Gobierno Federal de EEUU, así como de su Senado y Cámara de Representantes, están centrando una gran atención internacional, pues se señala frecuentemente que pueden tener amplias consecuencias en la vida económica y política de otros continentes y países incluyendo Europa, y por lo tanto España. Para entender tales elecciones hay que conocer la gran crisis de legitimidad de la democracia en EEUU, así como la continua expansión de movimientos contestatarios de ultraderecha, situación que tiene semejanzas a lo que está ocurriendo en otros continentes como Europa, temas sobre los cuales he escrito reciente y ampliamente, señalando los puntos de semejanza así como de diferencia de lo que está pasando a los dos lados del Atlántico Norte (continentes que conozco mejor por haber vivido en ambos en mi larga vida académica). Ver El Fin de la Democracia Liberal  y Lo que los Mayores Medios de Información en España no Dicen Sobre el Crecimiento de las Ultraderechas. En estos artículos hago una crítica de la cobertura mediática de estos temas importantes por parte de  los mayores medios de información en España (escritos, orales o televisivos) que considero sesgada y errónea, consecuencia de la escasa diversidad ideológica en tales medios, que están constantemente discriminando y cancelando a voces críticas de la sabiduría convencional del país, reproducida en sus establishments políticos y mediáticos dominantes. Un tanto igual aparece ahora en su  cobertura de las elecciones presidenciales y del Congreso de los EEUU. Espero mostrar con datos el sesgo y escasa veracidad de lo que están diciendo y escribiendo tales medios sobre ello. Creo conocer bien Estados Unidos desde 1965 cuando tras vivir en Suecia y Gran Bretaña, me invitó la Johns Hopkins University a integrarme en aquella universidad. Antes, tuve que exilarme de España debido a mi participación en la resistencia antifascista.

 

Lo que no se dice en los medios: los enormes déficits de la democracia estadounidense

Existe una percepción generalizada de los mayores medios de información en España de que la democracia en Estados Unidos es ejemplar y punto de referencia para el resto de las democracias en el mundo. Un ejemplo, entre muchos otros, es la definición de “la democracia estadounidense como uno de los sistemas democráticos más desarrollados que existe hoy en el mundo”, definición hecha por una de las periodistas más conocidas en España, la señora Ana Pastor, de la cadena de televisión La Sexta, que se presenta como la más progresista del país. Tal observación es común entre miembros del establishment político y mediático en España,  como ocurre también entre los países de la Alianza Atlántica, promovida por los dirigentes de Estados Unidos, incluyendo el Presidente Biden, quien definió recientemente a Estados Unidos como el país más democrático del mundo. Los datos, sin embargo, no confirman tal percepción. EEUU es en realidad uno de los países menos democráticos entre los países democráticos hoy a los dos lados del Atlántico Norte.

En este artículo mostraré, en la Primera Parte,  las grandes limitaciones de la democracia en EEUU y como ello aparece con toda evidencia en las elecciones a la presidencia y del Congreso de dicho país. Y en la Parte 2 mostraré las características de los dos mayores partidos en la contienda electoral -el Partido Demócrata y el Partido Republicano- y presentaré datos sobre los dos candidatos a la presidencia - Harris y Trump, datos poco conocidos en España y de gran importancia.

 

Parte 1:

Las grandes limitaciones del sistema electoral estadounidense que aparecen con toda claridad en estas elecciones y que no se citan por los grandes medios en España

Varias son las grandes limitaciones del sistema electoral de EEUU que afectarán de gran manera el resultado de las elecciones presidenciales, así como del Senado y de la Cámara de Representantes, que tendrán lugar este noviembre. Una es la escasa representatividad del Senado, del Colegio Electoral que elige al presidente de los Estados Unidos, y de la Cámara de los Representantes. El Senado es la Cámara legislativa más poderosa que existe en el Gobierno Federal de Estados Unidos pues tiene que aprobar (entre muchos otros temas) el presupuesto federal, el nombramiento de los ministros del gobierno propuestos por el presidente, y también los miembros de La Corte Suprema. Un dato poco conocido en España, que casi nunca es citado en los medios, es que cada Estado de los 50 existentes en EEUU tiene derecho a elegir solo dos senadores independientemente del tamaño de su población. California que tiene más de 40 millones de ciudadanos tiene el mismo número de senadores (2) que el Estado de Wyoming que solo tiene medio millón. Un californiano tiene, por lo tanto, 80 veces menos poder para incidir en las elecciones del Senado que un ciudadano de Wyoming. Los Estados pequeños tienen, pues, mucho más poder que los Estados grandes, y suelen ser más rurales, más conservadores y más votantes del Partido Republicano (que hoy sostiene posturas de ultraderecha). Esta es una de las razones por las cuales el Senado tiende a ser muy conservador.

Una situación semejante ocurre en la elección del presidente de Estados Unidos, la cual se realiza no por elección directa por parte del electorado, sino por miembros del Colegio Electoral, elegidos por asambleas estatales dentro de unas reglas que, de nuevo, favorecen a los Estados pequeños y desfavorecen a los Estados grandes donde los centros urbanos e industriales existen. Ello explica la orientación conservadora del Colegio Electoral que elige al presidente de Estados Unidos. Como consecuencia de ello, en muchas ocasiones, el presidente elegido no ha sido el más votado. Durante todo el siglo XXI, el candidato demócrata a la presidencia de EEUU obtuvo más votos que el candidato republicano (excepto en las elecciones del año 2004),  y, sin embargo, durante este período, EEUU ha tenido más presidentes republicanos que demócratas. Un caso típico fue la elección del candidato republicano Trump en el 2016, quien obtuvo tres millones menos de votos que la candidata demócrata Hillary Clinton.

En cuanto a la otra cámara, la Cámara de Representantes, es elegida por los Distritos Electorales dentro de cada Estado. Y  los límites  de los Distritos Electorales los definen y aprueban los partidos que gobiernan el Estado donde están los Distritos. De ahí que no sea infrecuente, por ejemplo, que los barrios donde la mayoría son ciudadanos negros que suelen votar al Partido Demócrata sean diseñados y divididos en fracciones pequeñas que pasan a ser parte de los distritos electorales blancos. Es también conocido, que, para muchos sectores, como la población negra y sectores pobres de la clase trabajadora blanca, tienen dificultades en el proceso de votar, siendo el Partido Republicano el mayor promotor de tales dificultades.

Otro gran déficit  del sistema electoral de los EEUU es que el propio proceso electoral no permite la pluralidad y fuerza el bipartidismo. Ello es consecuencia de que el sistema electoral no es proporcional, es decir, el porcentaje de parlamentarios que tienen un partido en una cámara legislativa no es el mismo que el porcentaje de votos que recibió tal partido, lo cual permitiría establecer bloques parlamentarios según el tamaño de su electorado. El sistema electoral en EEUU, es sin embargo, bipartidista, permitiendo en la práctica solo dos partidos, uno el Partido Republicano, hoy de ultraderecha mayoritariamente trumpista, y el otro, el Partido Demócrata, hoy de derechas con sensibilidad liberal perteneciente a la misma familia política a la cual pertenecía por ejemplo el Partido Convergencia de Cataluña bajo la dirección del señor Pujol, o el Partido Ciudadanos,  que casi está desapareciendo en España. Estos dos últimos partidos son parte de La Internacional Liberal de la cual el Partido Demócrata ha sido parte como Observador. El grupo parlamentario del Partido Demócrata tiene miembros que son de sensibilidad socialista, como la Miembro de La Cámara de Representantes por el Estado de Nueva York  Alexandria Ocasio-Cortez, que por lo general se asocian al Grupo Progresista de tal partido, grupo que aun siendo minoritario dentro de la formación política tiene cierta influencia. Y también hay un senador independiente,  Bernie Sanders, que es socialista y muy popular a nivel nacional.  En EEUU, sin embargo,  no hay un partido de izquierdas con representación parlamentaria en el congreso, ni en el Senado ni en la Cámara de Representantes, lo cual es una de las mayores causas del escaso desarrollo de su Estado de Bienestar.

La privatización del sistema electoral que favorece el sesgo a favor de la clase empresarial en el sistema político y jurídico

Pero el tema que limita más la democracia estadounidense es la financiación del proceso electoral, que es predominantemente privada. Esta es una de las mayores causas de que la democracia estadounidense sea tan limitada. El sistema electoral está financiado primordialmente por fondos privados, de manera tal que la mayoría de los fondos son privados donados por individuos, asociaciones o por empresas con o sin afán de lucro que financian las campañas electorales de los políticos parlamentarios para defender sus intereses. De ahí que sea muy frecuente que miembros de las comisiones del Senado y de la Cámara de Representantes, encargadas de legislar actividades de empresas estén siendo financiados por estas mismas. Un claro ejemplo es el de quien fue durante todo su largo mandato senador del Partido Demócrata, Joe Manchin de West Virginia, que presidió la poderosa Comisión de Energía del Senado, y quien siempre fue financiado por las industrias del carbón y del petróleo. Lo mismo ocurre en la Comisión de Sanidad donde las grandes compañías de seguros sanitarios que dominan la gestión del sector han financiado a muchos miembros de tal comisión. Es bien conocido en EEUU que la gran mayoría de los miembros de estas comisiones son muy próximos a las empresas que las comisiones tienen que regular y supervisar. Estas donaciones, que en muchos países europeos serían consideradas como actos de corrupción, son legales en EEUU y no se definen como corrupción. Gran parte de este dinero va a la compra de espacios mediáticos, para lo cual no hay  ningún tipo de regulación. Como consecuencia, aquellos candidatos con mayores fondos tienen mayores posibilidades de exposición pública en los mayores medios de información, tanto escritos como televisivos y radiofónicos, los cuales están también controlados por grupos económicos o financieros, o por magnates billonarios cuyo primer objetivo es la promoción de sus intereses comerciales y políticos.

El tipo de donantes con mayores recursos son por lo general, miembros de la clase empresarial, propietarios y gestores de las grandes empresas que constituyen los mayores componentes de lo que se conoce como la “Donor Class” y que tienen una gran influencia, como he dicho, en configurar la legislación realizada por la clase política. La gran mayoría de dinero dado en las campañas de candidatos a puestos políticos procede de la clase empresarial (llamada en Estados Unidos “the Corporate Class”, un porcentaje  de la población muy bajo que posee y gestiona las grandes fortunas y empresas  del país, según C. Maisano, Whose interest of two parties represent? Dollar and Cents, Oct 2024). Un ejemplo de ello es del hombre más rico del mundo (260 billones de dólares), el señor Elon Musk, dueño de X (antes conocido como Twitter), y de otras empresas como Tesla, la mayor productora de automóviles eléctricos y empresas especializadas en la  exploración comercial del espacio. Es de pensamiento ultraliberal,  que apoya activamente al presidente de Argentina, Javier Milei (compartiendo sus ideales), siendo muy hostil a las fuerzas progresistas de cualquier país y muy en particular de los sindicatos. Es muy cercano al candidato Trump y que ha aportado 75 millones de dólares a su campaña. Trump en su momento de nombramiento como candidato republicano a la presidencia, le agradeció públicamente la financiación de su campaña, indicándole que lo tendría en cuenta en el futuro apoyándole en sus negocios.  El Partido Demócrata también tiene su Clase de Donantes. Uno de los que ha aportado más es George Soros quien a través de su organización ha donado  60 millones, o Michael Bloomberg, banquero famoso, quien ha donado 42 millones. Y hay donantes que han financiado a la candidata a la presidencia de EEUU  Kamala Harris desde los inicios de su vida política, como la billonaria Laurene Powell Jobs. De ahí deriva la enorme influencia de la clase empresarial (que es la que tiene más dinero) sobre el gobierno federal de Estados Unidos que prácticamente controlan los comités y comisiones del Senado y de la Cámara de Representantes y ejercen gran influencia sobre el presidente de los EEUU. La importancia de tal tema requiere una expansión en el análisis del gran dominio que las clases empresariales tienen en la vida política y mediática del país. Pude ver personalmente la enorme influencia ejercida por tales compañías de seguros sanitarios (uno de los sectores más lucrativos del capital financiero estadounidense) tenían sobre la política sanitaria federal cuando en el año 1992, el  Reverendo Jesse Jackson (discípulo predilecto de Martin Luther King),  presidente de la “Rainbow Coalition” (asociación que incluía movimientos de derechos civiles, sindicatos y asociaciones feministas y de la tercera edad, entre otros) me pidió que (como experto y asesor suyo cuando participó en las primarias presidenciales del Partido Demócrata en 1988), participara en la comisión especial  nombrada por el Presidente Clinton y presidida por la Señora Clinton para hacer propuestas para reformar la sanidad estadounidense. La izquierda del Partido Demócrata no había sido al principio invitada a tal comisión y fue la presión de sindicatos y movimientos sociales del “Rainbow Coalition” lo que forzó a La Casa Blanca a que hiciera tal invitación. Y fue entonces cuando Jesse Jackson me pidió que en representación del Rainbow Coalition formara parte de dicha comisión.Fue así como tuve la oportunidad, trabajando en La Casa Blanca, de ver cómo funciona el poder político en EEUU, lo que expongo en el artículo “Getting the Facts Right: Why Hillarycare Failed” Counter Punch, 11/12/07. Aconsejo su lectura.

 

Cómo la distribución  del poder de clase es reproducida en las instituciones políticas

En EEUU las dos categorías de poder que tienen más visibilidad política y mediática son raza y género. El poder de la ciudadanía es reconocido que depende primordialmente de la raza y del género del individuo. Véase, por ejemplo, la composición por raza y género de la clase política federal  para ver su importancia. El número de políticos negros y pertenecientes a otras minorías, así como el número de mujeres en el Senado y en la Cámara de Representantes, está muy por debajo de lo que les correspondería por el tamaño de cada grupo poblacional. Hay otra categoría  de poder, sin embargo, que realmente nunca se cita, y es “clase social”. Y este silencio oculta una realidad que es evidente. Los EEUU tienen clases sociales muy semejantes, por cierto, a las existentes en la mayoría de los países de la Europa Occidental. Según uno de los estudios más detallados realizado sobre la estructura social de los EEUU, el 1 % de la población pertenece a lo que se llama “la clase empresarial” (Corporate Class),  que, como acabo de indicar,  incluye a los propietarios y a los gestores de las grandes empresas del país. Le sigue “la clase media”, que se divide en alta y baja. La clase media alta (19 %) incluye a los grupos profesionales con educción superior y a los pequeños empresarios, entre otros, y la clase media baja (28%), que incluye a los autónomos y a los artesanos, entre otros. Y por último “la clase trabajadora” (52 %), que incluye  a los trabajadores manuales, de servicios, de comercio y del campo. Esta clase constituye la mayoría de las clases populares que son la mayoría de la población. Es interesante que un estudio de las percepciones de pertenencia e identidad de clase entre la ciudadanía, la mayoría de la población estadounidense, en respuesta  a la pregunta de si pertenecen a la “clase alta”, “media” o “trabajadora”, se identificaron como “clase trabajadora”. Los datos parecen confirmar que la mayoría de la población es y se autodefine como “clase trabajadora”.

Analizando a qué clase social han pertenecido durante los últimos 20 años los miembros de las tres instituciones más importantes del Gobierno Federal, a saber, el Consejo de Ministros, El Senado y  la Cámara de Representantes, se ve que, como promedio, los miembros de la “Corporate Class”,  que se calculaba que eran aproximadamente un 1% de la población, han constituido el  70% de los miembros del Consejo de Ministros, el 60% del Senado,  y un 44% de La Cámara de Representantes. La clase media alta, que era alrededor de un 18% de la población, constituía  el 30% del Consejo de Ministros, el 38% del Senado y el 48% de La Cámara de Representantes. Mientras que la clase media baja ,que era el 29 % de la población, no aparecía en el  Consejo de Ministros, aparecía un 2% en el Senado y un 5% en La Cámara de Representantes. Y el grupo de la clase trabajadora, que representaba casi el 52 % de la población, nunca ha estado en el Consejo de Ministros ni en el Senado, y en la Cámara de Representantes solo en un 1.5%. La gran mayoría de la clase política federal pertenecía a la clase empresarial y a la clase media profesional  Se critica en Estados Unidos, con razón, la falta de diversidad por raza y género en el Senado y en la Cámara de Representantes. La gran mayoría son hombres y blancos. Y en cambio, nunca se reconoce la enorme falta de diversidad por clase social (Ver V.Navarro, “What is happening in the United States? How social class influences political life”,  Monthly Review, June 2021).

 

Consecuencias del sesgo (por clase social) de la clase política federal

No es sorprendente, por lo tanto, que las preferencias en cuanto a tipo de propuestas legislativas varían mucho también según, no solo la raza y el género, sino también la clase social del político. Propuestas legislativas a favor de sistemas universales, como el de establecer el derecho a la sanidad a todo ciudadano y residente del país, son muy populares entre la mayoría de  las clases populares (“la clase trabajadora” más “la clase media baja” que so la gran mayoría de la población) no siendo así entre las clases empresariales y de clase media alta. En realidad, el sistema sanitario estadounidense es mayoritariamente privado, gestionado por las grandes compañías de seguros sanitarios, que tienen una enorme influencia, como ya he indicado antes, en el sistema sanitario en el que tales empresas son enormemente beneficiosas con costes elevadísimos que explica que el 18% de las familias estadounidenses tengan unas deudas retrasadas de facturas médicas de hasta 22 mil dólares; y que el 36 % de los enfermos terminales (que están en el proceso de morirse), expresen preocupación de cómo ellos o ellas pagarán las facturas médicas. Estos temas raramente aparecen en los mayores medios de información y en el discurso político de los partidos mayoritarios, incluyendo al Partido Demócrata. La distancia entre lo que las clases populares desean y lo que el Estado Federal aprueba es enorme. La mayoría de la población (la mayoría de “las clases populares” en general, y de “la clase trabajadora” en particular) están a favor de la universalización de los servicios sanitarios, así como también están a favor de una mayor contribución de impuestos sobre las rentas de capital, un mayor control de las armas (para alcanzar los niveles que existen en la mayoría de  países democráticos de la Europa Occidental), de establecer un derecho al trabajo, temas estos poco o nunca discutidos por el establishment político y mediático federal. Incluso ahora, en plena campaña electoral, no han sido temas debidamente tratados por parte del Partido Republicano ni tampoco por el Partido Demócrata o su candidata Harris.

 

El olvido de la clase trabajadora: cuándo y cómo ocurrió y las consecuencias de ello

Es obvio, por lo tanto, que la categoría de “clase social” ha sido y continúa siendo de una enorme importancia para conocer y definir la política federal en EEUU. Y es llamativo que dentro del olvido de clases sociales, la más grande, la “clase trabajadora”, casi nunca aparece en el discurso de los establishments políticos y mediáticos del país. Este olvido de “la clase trabajadora” ha sido muy marcado desde los años 80 del siglo pasado cuando hubo una rebelión de “la clase empresarial” en contra de los grandes avances que “la clase trabajadora” consiguió durante el periodo conocido como “la época dorada del capitalismo”, que duró desde el final de la Segunda Guerra Mundial (cuando el nazismo y el fascismo fueron derrotados) hasta los años 70. Fue en este periodo, cuando las fuerzas progresistas anti-fascistas, tuvieron más poder para establecer el Estado de Bienestar en la Europa Occidental y también en EEUU, aunque en este último el desarrollo del Estado de Bienestar fue mucho más limitado y tardío. En realidad, la mayor expansión del limitado Estado de Bienestar en EEUU ocurrió en los años 60 y 70, con el establecimiento de Medicare (la atención sanitaria para los ancianos), en respuesta a la gran agitación social de los años 60, la década de mayor agitación social en el siglo XX,  con movilizaciones contra de la guerra de Vietnam  y la huelga de los mineros, que paralizó el este de los EEUU. Las conquistas sociales de los años 60 y 70 fueron las que originaron la respuesta de la clase empresarial de los años 80 -la revolución neoliberal globalizadora- para parar y revertir los avances de la clase trabajadora.

Tal revolución fue iniciada por el Gobierno Reagan en EEUU  y el Gobierno Conservador de Margaret Thatcher en la Gran Bretaña, y luego fue expandida en la Europa Occidental, incluso entre grandes sectores de la socialdemocracia (lo que se llamó La Tercera Vía).  Tal nuevo movimiento político estableció el modelo neoliberal globalizador, que interrumpió gran parte de las políticas redistributivas keynesianas del periodo anterior, dando gran énfasis a las medidas de austeridad del gasto público social y de desregulación de los mercados laborales (las medidas neoliberales), así como a la movilización internacional de capital y también del mundo trabajo (las medidas globalizadoras). Fue a partir de aquel momento que la influencia de la clase empresarial ha crecido de una manera muy notable y con ello los beneficios empresariales a costa de la disminución de los ingresos de “la clase trabajadora”. Las rentas del trabajo como porcentaje de la totalidad de las rentas descendieron en EEUU desde los años 80 hasta el periodo pre-pandémico, bajando de un 70% a un 65%. Y lo mismo ocurrió con la capacidad adquisitiva de las familias de “la clase trabajadora”, que han estado descendiendo desde el inicio de la revolución neoliberal globalizadora.

Este descenso de poder de “la clase trabajadora” y el aumento de poder “de la clase empresarial” tuvo un enorme impacto. Incluso el término “clase trabajadora”, que había sido ampliamente utilizado en el lenguaje político incluso entre las derechas en Europa (Democracia Cristiana y Partidos Liberales) dejó de utilizarse y más tarde incluso las izquierdas y fuerzas autodefinidas como progresistas, como el Partido Demócrata, también dejaron de utilizarlo. Estos cambios  ocurrieron de una manera progresiva y tuvieron un impacto político muy marcado, con cambios en la orientación tanto de los partidos políticos como del comportamiento electoral de sus bases. El crecimiento del neoliberalismo iniciado por el Partido Republicano, y que fue más tarde adoptado por el Partido Demócrata, durante el Gobierno  Clinton, creó un crecimiento de la abstención política en la “clase trabajadora” y también un cambio muy notable en su actitud  hacia el gobierno federal, con un crecimiento de un movimiento de anti-gobierno federal, como consecuencia de ver al Estado Federal controlado por los defensores del modelo neoliberal globalizador, y promovido por ambos partidos. El primer afectado por este movimiento fue el Partido Republicano (que tradicionalmente había sido favorable a disminuir el poder del Estado Federal y donde sus bases se revelaron y echaron a los globalizadores, manteniendo sin embargo el componente neoliberal). Por otra parte, grandes sectores de la clase trabajadora desengañados y hostiles al Partido Demócrata que votaban al Partido Demócrata dejaron de hacerlo. Se había creado así un movimiento anti-Estado Federal que canalizó astútamente Trump, presentándose como el defensor de las clases populares frente al Estado Federal globalizador.  Este es el nuevo Partido Republicano al que se refiere Trump en sus discursos a los explotados miembros de la clase trabajadora. Es sintomático que el candidato a la vicepresidencia por parte del Partido Republicano, el Senador J.D. Vance, nacido de una familia obrera y de una región (Apalachia) conocida por su obrerismo y conservadurismo, definió recientemente al Partido Republicano como el partido de “la clase trabajadora”. Vance habló también, como hijo de la “clase trabajadora”, subrayando la existencia de “la lucha de clases” en EEUU,  definiendo a Trump como la persona que en contra de lo que se dice “no está en el bolsillo de la clase empresarial, sino que quiere estar en el gobierno para responder a las necesidades del hombre trabajador, tanto de aquel que está sindicalizado como el que no”. Y más adelante, en el mismo congreso del Partido Republicano, Vance indicó que el objetivo de Trump en su postura antiglobalizadora era el de proteger los salarios de los trabajadores en EEUU y así evitar que tales puestos fueran a China. La cantidad de empresas estadounidenses que están trabajando en China es enorme.  Y el pegadillo de “made in China” aparece en todas partes de Estados Unidos. Ni que decir tiene, que a través de este discurso que es enormemente atractivo a la clase trabajadora estadounidense, discurso que se presenta con gran agresividad en contra del establishment neoliberal globalizador, es muy efectivo. Aparece así Trump, como el anti-establishment que atrae a la clase trabajadora. El enorme desencanto de “la clase trabajadora” con el Partido Demócrata, principal instigador del modelo neoliberal globalizador ha hecho descender el apoyo de tal “clase trabajadora” a aquel partido, para en su lugar apoyar al trumpismo,  que controla al Partido Republicano. Este desplazo del voto de “la clase trabajadora” ha implicado una división dentro de esta “clase trabajadora”, pues la dirección de los sindicatos ha continuado  apoyando al Partido Demócrata y muy especialmente al Presidente Biden (quien en muchas ocasiones apoyó explícitamente a los sindicatos en sus conflictos laborales). Pero grandes sectores de “la clase trabajadora”, incluso de la sindicalizada, se han opuesto al Partido Demócrata, pues no han visto un cambio significativo de medidas más radicales del gobierno para mejorar su capacidad adquisitiva, controlando, por ejemplo, la elevada inflación. Como consecuencia unos de los sindicatos más importantes de EEUU, The International Brotherhood of Teamsters (La Hermandad Internacional de Camioneros), no ha podido, como su dirección quería, apoyar a Harris, porque sus bases se opusieron.

En contraste, el  Partido Demócrata define a la “clase  media” como la base esencial de su partido. En su congreso, todos los delegados hablaron de “las clases medias” como la clase a la cual se tenía que dedicar el partido. Únicamente los sindicalistas invitados y el socialista senador independiente Bernie Sanders hablaron en tal congreso de “la clase trabajadora” como la esencial para el partido. No así todos los demás ponentes del Partido Demócrata que continuaron siempre hablando de “las clases medias”.

 

Parte 2:

Características de las candidaturas actuales (Trump vs Harris): sus campañas y estrategias electorales

Los mayores medios de información españoles se han centrado en analizar las declaraciones de los dos candidatos a la presidencia del país, así como las encuestas publicadas sobre los apoyos que cada candidato ha recibido en el momento de la encuesta entre la población en general o entre el sector de la población que dice que va a votar. Tal información es insuficiente. Hay que conocer mejor a los candidatos y al electorado.

 

1. El republicano Trump

De los dos candidatos, uno, el republicano Trump,  que ya fue presidente de los EEUU durante el período 2016 -2020 (anterior a la actual presidido por Biden), es muy conocido en EEUU no solo por haber sido presidente, sino también por su enorme visibilidad mediática desde el mismo día en que dejó de serlo, al explicitar su deseo de continuar siéndolo, negando su derrota electoral, atribuyéndola a una manipulación del proceso electoral por parte del Partido Demócrata dirigido por el presidente Biden. Tal manipulación contra él,  según Trump, continuó después con una larga lista de juicios (más de 40) en su contra, como parte de un proceso supuestamente programado para eliminarlo del panorama político e impedir su intento de presentarse a las elecciones próximas. Tal mensaje de “victimismo”  ha sido muy movilizador para sus bases electorales, primordialmente  en la ultraderecha del país -el trumpismo-. La gran visibilidad dada por la mayoría de los medios televisivos y escritos en los EEUU de tales juicios ha sido una de las mayores causas de visibilidad mediática del candidato Trump  durante el largo periodo entre las elecciones del 2020 y las actuales. De tales acusaciones hay algunas que son únicas y nunca ocurridas con anterioridad a ningún presidente de los EEUU, como el de haber apoyado un golpe contra el Congreso en el momento decisivo de las elecciones del 2020. Pero muchas de las otras acusaciones son de causas que se presentan con cierta frecuencia en la clase política de aquel país, tales como abuso sexual y evasión de impuestos. Esto último lo presentó  Trump como una prueba de la selectividad de casos que seguían una supuesta motivación política, argumento que ha tenido cierta receptividad y apoyo en sectores más amplios que el de su base electoral principal. Esta visibilidad de Trump en los procesos penales ha sido utilizada por sus seguidores como prueba de la supuesta movilización del aparato estatal y judicial para destruirlo políticamente, acusando a tal aparato de ser un mero instrumento del Presidente Biden.

 

Temas centrales de la campaña de Trump

Uno de los temas más utilizados en su campaña electoral ha sido el supuesto éxito económico de su gobierno, contrastando, por ejemplo, la baja inflación durante el  periodo de su gobierno, con la muy alta durante el actual período del Presidente Biden, lo cual ha tenido un impacto muy notable en reducir la capacidad adquisitiva de las clases populares. El gran crecimiento de la inflación, sin embargo, se debió primordialmente a la expansión y duración de la pandemia, así como a la gran escasez de recursos, primordialmente de los alimentos y de la energía, que se atribuyen en parte a las dos guerras, la de Ucrania (que se asume contribuyó a la escasez de productos agrícolas), y la de Israel-Gaza (que también se asume contribuye a la escasez de productos energéticos -el petróleo-). Tal explicación, sin embargo, es insuficiente, pues una de las causas de la elevada inflación fue la subida de precios por parte de los empresarios de la producción y distribución de tales recursos a fin de aumentar sus beneficios, y que ha sido una causa mayor en el incremento de tal inflación como lo ha reconocido incluso el Banco de Europa, dato al que ni Trump ni Harris han hecho referencia.  Una consecuencia del gran incremento de la inflación durante la pandemia y el intento de reducirla  fue el incremento de los intereses bancarios por parte The Federal Reserve Board (La Reserva Federal, organismo federal independiente), lo cual dificultó el acceso a las hipotecas, contribuyendo a agudizar el problema de la vivienda, un problema gravísimo sobre todo para la juventud del país. Ignorando todos estos hechos, Trump responsabiliza directamente al gobierno Biden-Harris del crecimiento de la inflación, ocultando que su récord económico fue muy deficiente. Otro tema ha sido la inmigración, atribuyéndole el deterioro de los puestos de trabajo para la población nativa y contribuyendo a aumentar el problema de vivienda, utilizando en su discurso anti-inmigrante un tono racista, xenofóbico de gran hostilidad. Esta hostilidad que ha ido creciendo en intensidad, tono y extensión, y en la medida que se acerca el día de elecciones, el 5 de noviembre, va expandiendo en sus discursos a sectores de la población que no están de acuerdo con sus políticas, refiriéndose no solo a dirigentes de Partido Demócrata, sino a amplios sectores de la sociedad que considera enemigos, sujetos incluso, a ataque militar. El Jefe del Estado Mayor del Ejército de EEUU, el general Marc Milley, la máxima autoridad del ejército durante el mandato de Trump, lo calificó en un libro posterior, como “un fascista hasta la médula”.

 

2. Los candidatos  demócratas. El que se suponía que iba a ser: Biden

No se ha reconocido suficientemente, que el gobierno Biden hizo cambios sustanciales en la política económica del Partido Demócrata, en respuesta al crecimiento de las protestas frente al modelo neoliberal globalizador. La propuesta de Biden, era un intento de recuperar y reactivar El New Deal, con cambios en su política federal, principalmente en tres direcciones. Una fue la expansión de las inversiones federales en su limitado Estado del Bienestar, y en el sector industrial, además de intentar disminuir el componente globalizador del modelo, así como la postura anti-clase trabajadora que el modelo implica. Intentó favorecer a los sindicatos nombrando a gente favorable en las comisiones federales que afectan el mercado laboral, pasando de una  orientación empresarial a una orientación laboral. Estos cambios se presentaron en respuesta a varias razones que incluían, desde la necesidad de responder al cambio climático y reducir la globalización de la economía (y también la reducción de desigualdades sociales que el modelo anterior había creado), hasta disminuir el desencanto de la población con el sistema democrático.

Varios obstáculos aparecieron en el desarrollo de este programa de Biden: uno, fue la enorme hostilidad de la mayoría de la clase empresarial, muy importante e influyente en el Senado, que intentó todo lo posible para cambiar la situación. Y ello a pesar de que la mayoría del Senado era del Partido Demócrata, pero Biden no pudo conseguir la  aprobación de su propuesta tan y como la había presentado, teniendo que cambiar significativamente importantes elementos de ella. Y una de las personas opuestas fue precisamente el senador Manchin, citado anteriormente, quien estaba claramente al servicio de las compañías energéticas no renovables del país. Otro obstáculo, incluso mayor, fue la pandemia. Esta tuvo un impacto muy negativo en la calidad de vida de “las clases populares”, muy especialmente de “las clases trabajadoras”, pues eran estas las que tenían que trabajar en su mayoría fuera de casa, y fueron las que perdieron  más puestos de trabajo y sufrieron mayores recortes en su capacidad adquisitiva, pues la inflación les impactó más que a las clases de renta superior. Pero el obstáculo mayor para para llevar a cabo sus medidas del nuevo New Deal, era que muchas de las medidas tomadas eran claramente insuficientes para resolver los enormes problemas de la clase trabajadora, y esta insuficiencia y también imposibilidad de llevar a cabo sus propuestas iniciales creó un incremento del enfado popular, que generó el deseo del Partido Demócrata de renovar a Biden.

El gran problema de Biden (que puede continuarse con Harris, en caso de ser elegida), es que no resolvió el problema mayor que las clases populares tenían y continúan teniendo (incluyendo el incremento del precio de la cesta de compra en el mercado). Y lo que ha ocurrido con la inflación es un ejemplo de ello. Se tenían que haber hecho correctivos mucho antes y con medidas mucho más intervencionistas, como el control federal de los precios alimentarios y energéticos, como se había propuesto por la izquierda del Partido Demócrata, y que Harris había apoyado en su juventud, pero que abandonó después, como señalé antes. Mientras, la pandemia desapareció, pero la inflación continúa, hecho que Trump continúa explotando en su campaña electoral, ignorando que la mayor parte de la pandemia (causa mayor del descenso de bienestar de la población) ocurrió durante el gobierno Biden y no durante su gobierno. En realidad, el gobierno Trump tuvo unos indicadores económicos muy deficientes, con la tasa de desempleo más alta de los últimos 50 años, en su último año de gobierno y con la menor tasa de producción de empleo durante el mismo periodo. Y sus políticas sociales fueron enormemente reaccionarias mostrando una muy marcada postura antisindical y muy favorable a la mayoría de la clase empresarial, que sorprendentemente no han sido muy criticadas por el Partido Demócrata.

Otro punto vulnerable del gobierno Biden ha sido su política exterior, que le está significando un gran coste electoral a su sucesora Harris, de sectores que normalmente votan al Partido Demócrata. Ejemplos de ello son las guerras, una de ellas la guerra entre Rusia y Ucrania, que hubiera sido prevenible en caso de que EEUU y la Alianza Atlántica no hubieran intentado expandirse para incluir a Ucrania en la OTAN. Este punto lo utiliza Trump a su favor, puesto que, aunque hay una simpatía por parte de la mayoría de la población de EEUU hacia la población ucraniana por la brutal invasión de su país por parte de la dictadura de Putin, también es cierto que hay cierto cansancio por grandes sectores de las clases populares por  el enorme gasto militar estadounidense que sustrae de otras inversiones percibidas como más necesarias, así como el temor de que el conflicto pueda escalar a un conflicto nuclear. Trump vende la narrativa de que esta guerra nunca hubiera ocurrido durante su gobierno debido a su buena relación con Putin con quien ha estado en contacto varías veces desde que dejó la presidencia. El otro conflicto militar, es el ataque brutal de las tropas de Israel en Gaza, que el Tribunal Internacional de la Haya ha definido como de naturaleza genocida, ataques que se están extendiendo ahora al Líbano, con apoyo del gobierno Biden, proveyendo la mayoría del armamento. Trump habla menos de ello porque él sería incluso más activo en el apoyo al  gobierno de ultraderecha de Israel, que tiene conexiones con la ultraderecha europea y muy en particular con Orbán de Hungría a quien señala también de ser su amigo. Hay amplios sectores de la población estadounidense, predominantemente entre la juventud, que son muy críticos del apoyo militar que Biden está ofreciendo al gobierno de ultraderechas de Netanyahu y que le significan un coste electoral a la candidatura de Harris que mantiene la misma política que Biden en este tema.

 

La candidata demócrata  actual: Kamala Harris

Al retirarse Biden, la alternativa fue Kamala Harris, quien ha tenido en contraste con Trump, muy poca visibilidad mediática durante su vida política, incluyendo siendo Vicepresidenta del Gobierno Federal de los EEUU.  Y aunque su visibilidad ha sido intensa a partir de su candidatura a la presidencia, su periodo de exposición ha sido muy limitado (solo 2 meses). Harris había tenido una orientación progresista durante su previa vida política (Fiscal General del Estado de California y miembro del Senado Federal) apoyando, por ejemplo, varias propuestas del candidato independiente (el socialista Senador Bernie Sanders), cómo el establecimiento de un programa universal de atención sanitaria que garantizara un derecho (no existente en Estados Unidos) al acceso de todo ciudadano y residente a los servicios médicos del país. Otra propuesta que había también favorecido era el establecimiento de un programa de control de los precios de los productos alimenticios y energéticos a fin de disminuir la inflación. Estas son propuestas que, durante su carrera política, Harris ha ido diluyendo primero, y abandonando después, a fin de eliminar su imagen de “política radical”, que creía podría erróneamente perjudicarla. En realidad, los datos muestran que la mayoría de “las clases populares” favorecían la regulación de tales productos.

En el mismo espíritu de moderación, Kamala Harris ha presentado la aprobación y apoyo a su programa económico por parte de la entidad bancaria de mayor importancia en EEUU (Goldman Sacks), intentando tranquilizar así a la “Donnor Class” del Partido Demócrata y de toda clase empresarial del país. Y en el sector sanitario,  apoyó primordialmente a las medidas del Presidente Biden,  tales como  el de controlar el precio de algunos productos farmacéuticos, como la insulina, dato importante, pero de limitada incidencia, puesto que los cambios necesarios del sector sanitario deben ser mucho más profundos que los propuestos por el Gobierno Federal. EEUU es el país que se gasta más dinero en sanidad (17% del PIB) y en el que hay mayor descontento por parte de la mayoría de la población a los dos lados del Atlántico Norte, por el coste de tal acceso y accesibilidad. La moderación de Harris tiene como objetivo, no solo tranquilizar a La Clase Donante, sino también de atraer al votante republicano tradicional que se siente amenazado y muy incómodo con el trumpismo. Esta estrategia de tranquilizar a la derecha causa sin embrago, una pérdida de apoyo por parte de sectores de “la clase trabajadora” y de otros sectores de las clases populares, como jóvenes, negros y latinos, que hubieran apoyado a Harris si hubiera mantenido la postura más progresista de su juventud. En realidad, está perdiendo apoyo entre grupos que votaban demócrata. Uno de cada cinco varones jóvenes negros y latinos va a votar a Trump.

 

Las bases electorales de los candidatos

En cualquier análisis del electorado, lo que hay que informar es no solo sobre lo que los candidatos dicen o dejan de decir, sino sobre el grado de confianza, fe, apoyo y entusiamo de sus votantes. Y una nota de gran importancia es, por ejemplo, que el apoyo electoral por el candidato Trump ha sido casi constante en la mayoría de las encuestas realizadas desde ya hace tiempo. Aproximadamente un 46-47% le apoya. Es un electorado fiel, leal, claramente movilizado con una ideología definida (un nacionalismo cristiano y  profundamente anti-inmigrante, que se siente amenazado por el mensaje internacional globalizador. La gran mayoría de iglesias cristianas lo apoya, con una añoranza a un pasado que se define como mejor que el presente.  Y hay que subrayar que este movimiento precede a Trump y continuará después de él. Es profundamente anti-establishment Estado Federal, al cual se le percibe como cautivado y mero instrumento del establishment político y mediático globalizador. Su apoyo deriva de la animosidad de “las clases populares” en contra del Estado Federal y la percepción de que durante el gobierno Biden se vivió peor.

La base electoral de Harris es mucho más variada e incluye desde grandes sectores del neoliberalismo globalizador hasta las viejas y nuevas izquierdas, movimientos minoritarios, todos con un denominador común: están temerosos del trumpismo. Hay poca ideología común o un proyecto alternativo. Las únicas excepciones son, la movilización en defensa del aborto, que explica entre otros hechos la diferencia muy notable entre el voto masculino y el femenino (el primero apoya a Trump y el segundo apoya a Harris). Y otro mayor proyecto alternativo al trumpismo, es el intento de movilización en defensa de la democracia, que Trump destruiría. Este segundo argumento tiene escaso apoyo entre “la clase trabajadora” pues la mayoría no considera que la democracia actual esté resolviendo sus enormes problemas. Hay hoy en EEUU una crisis muy acentuada de legitimidad del Estado Federal.

La gran mayoría de la población indica que la economía no va bien y ello a pesar de que el gobierno Biden acentúa que las cifras económicas han mejorado desde la pandemia y que se ha recuperado la economía con la mayoría de los indicadores económicos a su favor. Pero el hecho es que este argumento tiene el punto flaco, y  es que la calidad de vida de las  clases populares a continuado descendiendo incluso después de la pandemia, y que el precio de la cesta de compra continúa creciendo, y la capacidad adquisitiva de la gente, bajando. Y esta es una realidad que se refleja, por ejemplo, en que la esperanza de vida continúa descendiendo.  Y de ahí  que el malestar  continúa. Y aunque el intento inicial del gobierno Biden, reflejado en sus primeras propuestas, era recuperar el New Deal, las reformas propuestas han sido  insuficientes para solucionar la gravedad del problema. Y Harris que entusiasmó al principio, en lugar de incrementar las demandas, las diluyó con un  mensaje de  moderación que desalentó a algunas bases electorales.

El Partido Demócrata no ha presentado las propuestas preferidas por las clases populares y muy en particular de “la clase trabajadora” (señaladas en este artículo). Las políticas son limitadas e insuficientes para solucionar los grandes problemas que “la  clase  trabajadora” tiene. Y para mayor desánimo, ni siquiera se reconoció el nombre de “clase  trabajadora” en el Congreso del Partido Demócrata, donde como como indiqué antes, ni siquiera se mencionó a “la clase trabajadora”, siendo “la clase media” (definida como la gran mayoría de la población, que está entre los super ricos y los super pobres), la que El Partido definió como su punto de referencia.  Las encuestas muestran que los votantes de “la clase trabajadora”, incluyendo a la mayoría de  los sindicalistas, no votarán a Harris. Y este es su gran problema.

 

Hay que ser muy críticos con el trumpismo pero no demonizar a los trabajadores que lo apoyan. Hay que entender por qué lo hacen

Una situación común pero preocupante entre amplios sectores del Partido Demócrata es atribuir el voto obrero al trumpismo, al crecimiento del racismo, del sexismo y de homofobia entre “la clase trabajadora blanca”,  presentando este crecimiento como la causa de su creciente  apoyo a la ultraderecha. Tal aumento, en caso de que fuera real, es insuficiente y en muchas ocasiones erróneo pues  se olvida que “la clase  trabajadora” tiene  un problema muy grande y grave: el descenso de su capacidad adquisitiva y de su calidad de vida. Hay que ser muy críticos con el trumpismo pero no demonizar a los trabajadores que lo apoyan. Un tercio de “la clase trabajadora” tiene problemas para llegar a fin de mes. Y la esperanza de vida (años de vida) para este grupo continúa descendiendo. Y su voto al  trumpismo se debe a que le perciben como la voz más visible contra el establishment neoliberal globalizador, hoy representado por el Gobierno Federal y el Partido Demócrata. Hay una lógica para que estos sectores de la clase trabajadora voten al trumpismo. Un caso claro fue lo que ocurrió en el barrio obrero más grande de la ciudad de Baltimore -Dundalk, que es el barrio que rodeaba a los altos hornos de acero en la ciudad, que era de los más grandes en EEUU. Hace años en época de Clinton, los altos hornos dejaron Baltimore y EEUU y fueron a China y otros países con coste laboral y condiciones laborales muy bajas. Hoy este barrio está muy decimado y pobre. Y la gran mayoría de sus vecinos vota a el trumpismo. Y de ahí que el candidato a vicepresidente republicano haya indicado que el Partido Republicano es el partido de “la clase trabajadora”, lo cual hay que denunciar, pero entender para poder resolverlo creando movimientos políticos alternativos que sean anti-neoliberales globalizadores y que sean percibidos como tal por los trabajadores, incluyendo a los que votan a Trump.

Algo semejante está ocurriendo en cuanto a la inmigración. El discurso más común en los medios oficiales es que la inmigración enriquece al país en muchos sentidos y ello es cierto, no hay duda de ello. Ahora bien, también puede tener costes dependiendo de cómo se realice, y este coste lo sufre “la clase trabajadora”. El aumento de la población significa que los inmigrantes utilicen también escuelas, centros sanitarios y otros centros y servicios públicos, que en caso de que no aumentaran los recursos ya existentes,  podría suceder que esto sucediera a  costa de los servicios que ya está recibiendo la población ya establecida. Y también en una economía con un mercado de trabajo muy desregulado, la entrada de inmigrantes puede implicar que los empresarios escojan al inmigrante pagándole menos que a las poblaciones establecidas, y esto ha ocurrido y puede continuar ocurriendo a menos que se hagan cambios en la regulación del mercado de trabajo que lo impidan. Viví una experiencia personal que muestra los problemas  y también las posibles soluciones a este tema. Y me refiero a Suecia, país que conozco bien por haber vivido en él y tener familia. Suecia es un país con un Estado de Bienestar muy desarrollado y ha sido ejemplar en muchos aspectos. Y uno de ellos fue como llevaba las políticas de inmigración. Es un país donde “la clase trabajadora” tenía un gran poder como resultado de haber estado gobernado por la gran mayoría de tiempo desde la Segunda Guerra Mundial, por una coalición de partidos de izquierda. Como consecuencia de ello, las desigualdades sociales eran mucho menores que el promedio de Europa, y su Estado de Bienestar estaba muy avanzado, y la inmigración estaba muy regulada. El mundo empresarial tenía limitaciones y no podía pagar salarios diferenciados según el origen del trabajador. Todos los trabajadores cobraban lo mismo por el mismo tipo de trabajo. Recientemente las derechas (conocidas como los “partidos burgueses”) gobernaron por varios años  y lo primero que hicieron fue desregular el mercado de trabajo permitiendo que los empresarios paguen según su propio criterio, pagando mucho menos al inmigrante que a los residentes del país. Y aumentaron  muy  marcadamente la inmigración.  Además, comenzaron una cierta austeridad en el gasto social. Y algunas de estas reformas no fueron cambiadas por las nuevas izquierdas gobernantes. Yo vi lo que estaba ocurriendo y predije que un nuevo partido de ultraderecha, que era minúsculo en aquel país, crecería inmediatamente, como fue el caso, llegando a ser ahora la segunda fuerza en el Parlamento Sueco. Y también, como era de esperar, han crecido los conflictos relacionados al racismo, diluyéndose la solidaridad de clase extendida a toda la población que había existido durante la era dorada de la socialdemocracia.

Esta experiencia y otras muchas semejantes son especialmente relevantes para EEUU que se presenta como un país de inmigrantes, y de cierta forma lo es. Pero si los nacidos allí están inseguros, es lógico y predecible que surjan tales sentimientos. Es importante que la solidaridad y la universalización de derechos se recuperen como principios básicos de las izquierdas. Y el racismo y el sexismo juegan un papel clave en la división de las clases populares. De ahí que el país de los inmigrantes tiene que ver con el país de los movimientos sociales que se centran en la liberación de los grupos discriminados (negros, latinos, y otros discriminados, incluyendo a las mujeres y a los ancianos). Pero esta diversidad tiene un aspecto que los limita, que es la división de los movimientos de liberación, compitiendo entre ellos por recursos y atención político-mediática, cuando deberían estar aliados en una acción política conjunta. Y este es el gran reto de las izquierdas en EEUU. Es el país de los movimientos sociales que coincide con la ausencia de un partido de izquierdas. Hay muchos movimientos de liberación, pero, en cambio, las personas de dichos movimientos tienen muy pocos poderes. Hay un movimiento feminista grande, pero las mujeres tienen muy poco poder en EEUU. Hay un movimiento en defensa de los derechos civiles, en cambio, las personas más carentes de estos derechos existen en este país. Hay movimientos a favor de la tercera edad, pero los ancianos tienen poca protección social en este país. Y la mayoría de todos estos distintos movimientos son gente de “clase trabajadora”, clase que no tiene su propio partido. Suecia había tenido siempre unas izquierdas fuertes, con alianzas de partidos de izquierda en el gobierno. No había un movimiento feminista fuerte, pero en ningún país las mujeres han tenido tanto poder como en Suecia. Y ello ha sido debido a que ha habido partidos políticos con sensibilidad de clase que se sentían responsables de todos los distintos tipos de opresión que existen dentro de la sociedad. El problema político de EEUU es la ausencia de un partido de izquierdas que defienda los intereses de la mayoría de “las clases populares”. Su ausencia, es de nuevo, resultado del enorme poder de la clase empresarial que limita enormemente la democracia en el país, como queda demostrado en este artículo.

 

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