Cada domingo, el párroco de Alegia coge el coche y sale a la carretera para oficiar la eucaristía en tres municipios. Hay pocos sacerdotes en Gipuzkoa y los que quedan en activo tienen que multiplicarse
Fuente: El Diario Vasco
Por Javier Guillenea
San Sebastián
20/10/2024
Suenan las campanas diez veces en la iglesia de Bedaio. Todavía vibra el aire con el último tañido y de la sacristía sale el padre Borja Prieto Esnaola («pon por favor el segundo apellido, es por mi madre», dirá más tarde). Se dirige al altar y mira a los feligreses. Son catorce, a los que dentro de unos minutos se les añadirán dos mujeres. Los primeros bancos están casi vacíos, como si los fieles prefirieran la discreción de las filas intermedias. Cada uno se sienta siempre en el mismo lugar, es su costumbre. Borja alza los brazos y la misa empieza. 'Zabal bihotzok errukirako, sendo bihotzok borrokarako...', cantan todos.
Es la primera vez que dice misa en Bedaio como sacerdote. Antes ya había oficiado alguna celebración, pero como diácono, y no es lo mismo. «Llevas toda la vida yendo a misa, pero cuando te toca celebrarla estás tan nervioso que se te olvida dónde tienes que leer, qué página tienes que pasar y qué te toca escoger ahora, pero una vez que pasan los primeros días ya te tranquilizas».
Todavía tiene vivo el recuerdo de su ordenación. Fue el 29 de septiembre y eso es algo que no se olvida. «Es un día impresionante, lleno de sentido, con una profundidad espiritual enorme», dice. Es domingo y le esperan otras dos primeras misas, una en Amezketa y la otra en Larraitz. Con un cierto reparo que luego se irá disipando, Borja ha accedido a que un redactor y una fotógrafa le acompañen en una mañana dominical. La cita es en la casa parroquial de Alegi, donde reside el sacerdote. Iremos en su coche.
El domingo pasado, en su primer fin de semana como sacerdote, celebró misa en Abaltzisketa, Ugarte y Baliarrain. El próximo irá a Altzo, Alegi y Aldaba. Sólo hay 80 curas en activo en la diócesis y todos deben multiplicarse para oficiar ceremonias. Borja es de Urretxu, tiene 34 años y doce parroquias a su cargo: Larraitz, Abaltzisketa, Orendain, Ikaztegieta, Aldaba, Alegi, Albistur, Altzo, Amezketa, Ugarte, Bedaio y Baliarrain. Es todo un cura de pueblo y a mucha honra.
El viaje ya ha comenzado. Nos dirigimos a Bedaio por una sinuosa carretera que poco a poco se irá estrechando y en algunos tramos en obras acabará por desaparecer hasta que del asfalto sólo quede un indefinido camino de gravilla. Al paso del coche por Ugarte, una mujer saluda desde una acera al cura, que le devuelve el saludo. «Es Clarita», dice el sacerdote. El sol aún está bajo y pega de frente, hay tramos en los que la luz cegadora apenas deja ver algo. Si aparece un ciclista lo mejor será rezar, porque poco más se puede hacer .
«Los domingos normalmente celebro la eucaristía. Entre semana, al ser tantos pueblos, hay que hacer mil cosas distintas. Por ejemplo, atiendo la catequesis, suelo llevar la comunión a los caseríos, una vez a la semana voy a la clínica Asunción de Tolosa, tengo que hacer tareas de oficina y administración y estoy en la oficina de Cáritas en Alegi, donde digo misa todos los días a las siete de la tarde», explica Borja mientras pone el aire frío del vehículo para que no se empañen los cristales. «Ahora voy a hacer casi un año con este coche y llevo ya 70.000 kilómetros; estoy todo el día de un lado para otro».
Llegamos a Bedaio con tiempo de sobra. Borja entra en la iglesia y se dirige a la sacristía para prepararse. Para la lectura del Evangelio hoy toca Marcos 10, cuando Dios le dice a un hombre joven y rico que para alcanzar la vida eterna debe dar todo lo que tiene a los pobres y seguirle, algo a lo que el joven no parece muy dispuesto. De eso tratará el sermón que ha preparado el sacerdote y que ha intentado resumir sin demasiado éxito en el trayecto a la parroquia. «No se nos está diciendo que vendas todo lo que tienes, sino dónde tienes puesto tu corazón, si lo tienes en las personas, en sus necesidades, en escuchar, en estar comprometido o simplemente en tener una vida de éxito, ir de viaje, comprar ropa o el último móvil, que es lo que esta sociedad nos exige...»
– ¿Te das cuenta de que ya me has echado el sermón?
– ¿Eh? Ah, pues sí.
Se viste el alba y una casulla verde. La sacristía es austera. Hay una enorme cajonera con aspecto de haber sido colocada allí antes de que levantaran la iglesia, un pequeño lavabo y varias figuras religiosas. Entra Martín, uno de los parroquianos, y felicita a Borja por su primera misa. «Hoy te vamos a ver de forma diferente, de cura», sonríe. Ya casi son las diez y poco a poco van apareciendo feligreses. «De veinte pasamos pocas veces. Hace 30 años había mucha más gente, pero después empezó a caer mucho. En los funerales sí se llena la iglesia, pero también eso va a menos», lamenta Martin. Suenan las campanas. Es la hora.
Treinta minutos más tarde, la misa está a punto de terminar. Todo ha ido como la seda. A la hora de dar la paz, Borja desciende del altar y tiende la mano a los asistentes. 'Eskerrik asko, jauna, orain eta beti...', comienzan a cantar todos para dar por finalizada la ceremonia, y poco después ya están fuera. Todo son risas y felicitaciones para el cura, que ha aprobado con nota alta su debut en el pueblo. Son las 10.32 y a las 11.15 aguarda la misa de Amezketa, pero aún hay tiempo para descansar.
Todos se dirigen hacia el Abaetxe, el ostatu, donde espera el desayuno. Borja toma del brazo a una anciana y la ayuda a caminar. Cuando llegan al bar, se sientan alrededor de una mesa con un par de platos con pan y galletas; parece la continuación de la liturgia. El cura pide un Colacao y se lo toma mientras conversa con los demás. La celebración religiosa se ha transformado en una celebración social en la que todos están alegres y no dejan de hablar. «Si de misa no salimos contentos, tenemos un problema», dice el cura ya de camino al coche.
La importancia de escuchar
A las 11.08 minutos llegamos a Amezketa. Queda poco para la misa, pero Borja se detiene unos segundos para hablar con varias familias que se disponen a pasar la mañana en el monte. Cuando llega a la iglesia ya hay gente rezando. El templo es mucho más grande que el de Bedaio. En las primeras filas hay bancos corridos. En las de atrás, reclinatorios con nombres o iniciales grabados. Junto a ellos, en un suelo de tumbas cubiertas por losas de madera, arde el fuego del hogar en las argizaiolas.
Cuando visita los caseríos, a menudo vuelve a casa provisto de un cargamento de huevos y hortalizas. «También me regalan croquetas, es una pasada, y te lo dan con el mayor orgullo. La calidez y el cariño con el que te reciben es una gozada», afirma Borja. Una de las cosas que más le gustan es «poder charlar con la gente con esa confianza de que sabes que todo queda entre la persona y tú mismo. Que alguien se abra con sus preocupaciones, que abra su corazón, es algo que a mí me parece sagrado».
Lo importante, sostiene, es «escuchar», porque «lo que necesita la gente es ser escuchada». «No es que tengas que estar dando consejos, sino simplemente mirarles a los ojos y escucharles, hacerles sentir que es importante para ti lo que te están contando», explica Borja.
A las 11.16 se encienden varias luces y el retablo barroco queda iluminado. Empieza la misa, que dura 31 minutos y, tras las felicitaciones de los fieles, Borja emprende viaje hacia la ermita de Larraitz, donde a las 12.30 debe oficiar otra ceremonia.
Su camino hacia el sacerdocio comenzó cuando murió su abuela. «Sentí que uno de los pilares de mi vida había desaparecido. Ese domingo decidí ir a misa. La tristeza seguía ahí pero sentía una paz inmensa como no había sentido en ningún otro lugar». Fue un primer paso que le llevó a implicarse cada vez más en la vida de la parroquia de Urretxu, hasta que un día el sacerdote le preguntó si no había pensado que podía tener vocación. «La verdad es que me pilló por sorpresa porque hasta ese momento no había caído. Ahí te das cuenta de cómo el Señor te lleva, de que sus tiempos y los nuestros no son los mismos.Te das cuenta de cómo te va llevando y te pone en tu camino. Esa es la asignatura de cada uno, buscar el camino que Dios quiere para ti». Aquella pregunta le removió por dentro y le cambió la vida. «Ya no dormí tranquilo hasta que entré en el seminario». Todo ocurrió hace siete años.
El recogimiento de la ermita contrasta con el bullicio del exterior, donde grupos variopintos toman posiciones en el bar
Llegamos a Larraitz. Quedan doce minutos para que empiece la misa de las 12.30. Borja aparca junto a la ermita, a la que empiezan a entrar los feligreses. No son muchos, unas quince personas. No es que el templo sea un dechado de belleza, pero eso es lo de menos. Como está explicando este domingo el sacerdote en su homilía, lo que importa es dónde tienes puesto el corazón.
El recogimiento de la ermita contrasta con el bullicio del exterior, donde grupos variopintos de montañeros, domingueros y lugareños van tomando posiciones en la terraza del bar Larraitz-Gain, a la sombra del Txindoki. Es la hora del almuerzo y por las mesas comienzan a transitar vasos de sidra y vino, y platos de morcilla, croquetas, calamares o txorizo. Es un día espléndido en el que se zambullen los asistentes a la misa cuando acaba la celebración.
También ha terminado la semana laboral para Borja, que se dispone a pasar la tarde con su familia. Es el único momento libre que puede permitirse. Pero antes hay que tomar unas croquetas en el Larraitz-Gain. El cura está contento, es algo que se ha ido notando a lo largo de la mañana, desde la primera misa en Bedaio. «Me carga las pilas, es una alegría, te da fuerza», dice.
– Borja, ¿eres feliz?
– Me siento feliz, realizado y pleno porque siento que he encontrado el camino que Dios me ha puesto.
– ¿Qué es la felicidad para ti?
– Madre mía, qué pregunta.
– ¿Cómo la reconoces?
– Pues mira, la felicidad es tener la satisfacción y la tranquilidad de saber que estás donde tienes que estar. Eso es en el fondo lo que intento transmitir a la gente, esa alegría, esas ganas de vivir, de amar inmensamente. Eso es lo que me encanta.
Mayoría social católica y religiones minoritarias emergentes
489.609 guipuzcoanos se identifican en la actualidad con la religión católica, una cifra inferior a los 508.315 católicos que había en el territorio en 2019, según el último trabajo que aborda la diversidad religiosa y que ha realizado Ikuspegi-Observatorio Vasco de Inmigración de la UPV/EHU, en colaboración con el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Deusto. El informe, presentado esta semana, concluye que más de un tercio de la población vasca, un 35,5%, no se identifica con ninguna religión. En Gipuzkoa, la cantidad de no creyentes ha descendido ligeramente en los últimos años y se estima que son unos 165.000.La estimación realizada sobre el peso de las diferentes religiones en Euskadi sitúa en un 57,2% la población creyente de la religión católica, casi seis de cada diez, mientras que el 7,3% lo es de religiones minoritarias.
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