Prólogo del libro de Jorge Costadoat sobre "un cristiano formidable que nos abrió el camino"
Fuente: Religión Digital
Por Jorge Costadoat
09/10/2024
El Concilio Vaticano II ha llegado a adquirir una importancia enorme, y decisiva, para la Iglesia latinoamericana. Uno de los frutos latinoamericanos del Concilio fue la adultez con que la Iglesia de esos años llevó a efecto, en su propio contexto histórico, el aggiornamento impulsado por Juan XXIII. Gustavo Gutiérrez Merino OP. es ícono en este proceso. Nadie se equivocará si le llama “Padre de la Teología de la liberación”, aunque hoy sabemos que esta teología tiene varios padres y madres, y teólogos y teólogas pobres que han sido los intelectuales primeros de su cristianismo.
La recepción de Vaticano II en América Latina fue adulta en varios aspectos. La jerarquía eclesiástica tuvo el coraje –gracias el método que tomó de Gaudium et spes- de abrirse a los signos de su tiempo, de dejarse cuestionar por la palabra de Dios expresada en las voces de multitudes de obreros, de campesinos y de hacinados en las grandes ciudades, y de adaptar su modo de ser a la praxis que asumió para responder a lo que se demandaba de ella.
Este formidable empeño de recepción local del Concilio fue concomitante al nacimiento de una nueva versión de la Teología latinoamericana. La Teología latinoamericana ha podido significar dos cosas antes y después del Concilio. En palabras de Juan Noemi, “con anterioridad al Vaticano II predomina un ejercicio teológico para el cual el contexto espacial y temporal constituye una exterioridad, un accidente que no es considerado en sí mismo como determinante del teologizar”[1]. La teología de la Iglesia del continente antes del Vaticano II fue, en realidad, meramente europea, destinada a la formación de los seminaristas.
En cambio, desde el momento que se dio entre nosotros una teología destinada a pensar los acontecimientos históricos en los cuales arraigaba la Iglesia, la Teología latinoamericana ha podido identificarse con la Teología de la liberación sin más.
Este acceso al “uso de razón” de la Iglesia en América latina –valga aquí la analogía de los niños cuando comienzan a pensar por sí mismos- se abrió espacio en tensión, y veces en conflicto, con una dependencia intelectual inveterada del continente y de la Iglesia latinoamericanos. En palabras de Gustavo Gutiérrez: “La teología de la liberación es una de las expresiones de la adultez que comienza a alcanzar la sociedad latinoamericana y la Iglesia presente en ella en las últimas décadas. Medellín tomó acta de esta edad mayor y ello contribuyó poderosamente a su significación y alcance históricos”[2]. Es así que la convergencia en Medellín de la jerarquía eclesiástica y los teólogos de la naciente Teología de la liberación debe considerarse un hito de una Iglesia en camino de su autoconciencia y de la autonomía que distingue a los mayores de edad obligados a responder ante nuevas circunstancias por sí mismos y ante sí mismos con creatividad. La recepción del Concilio en América Latina fue sin duda original.
Nos consta que la Teología de la liberación no fue del todo creativa en cuanto a su método. Pero al aplicar la Iglesia un método inductivo para auscultar sus propios signos de los tiempos resultó una novedad mayor en la historia del cristianismo, a saber, haber concluido y haber proclamado que Dios opta por los pobres.
Esta convicción y formulación teológicas propias de la Iglesia en América Latina y el Caribe sobrepasa con creces el cuidado que la Iglesia siempre ha tenido de los pobres. Esta opción, en una Iglesia que ha practicado una reflexión sobre su propia experiencia histórica, confrontada con una miseria injusta y antigua entre los oprimidos, equivale a incorporar a los pobres en el Credo.
Para los católicos latinoamericanos –oficialmente representados- el valor teológico de los pobres ha llegado a constituir la prueba de fuego de la fidelidad al Evangelio. No se diga que la opción de Dios por los pobres constituya un nuevo dato de la fe. Lo novedoso es que la opción por los pobres explicita el misterio de la cruz de Cristo. Los pobres, para la Teología de la liberación, representan al crucificado en la historia y a través de ellos Cristo crucificado salva a los seres humanos sin exclusión. En este sentido, el aporte teológico de la Iglesia latinoamericana ha llegado a ser duradero e imprescindible también para otras iglesias.
Los años sucesivos a Medellín, no sin el apoyo de los pontífices, pero también con la oposición de obispos, de conferencias episcopales y de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la Teología latinoamericana de la liberación se desarrolló de un modo inédito. En ella es posible distinguir diversas corrientes: unas admitieron un influjo mayor del marxismo y otras, como la Teología argentina del pueblo, ninguno; se desarrolló una Teología feminista y una Teología indígena. Todas estas tienen en común la opción por los pobres y una praxis de liberación. Si en sus comienzos la Teología latinoamericana fue identificada por su pretensión liberadora, progresivamente ha sido reconocida, además, por hacer suya la cultura, la religiosidad y la condición de pueblos y sujetos emergentes.
Los teólogos de la liberación creyeron hacer teología de otro modo. Gutiérrez lo entiende de esta manera:
“Por todo esto la teología de la liberación nos propone, tal vez, no tanto un nuevo tema para la reflexión, cuanto una nueva manera de hacer teología. La teología como reflexión crítica de la praxis histórica es así una teología liberadora, una teología de la transformación liberadora de la historia de la humanidad y, por ende, también, de la porción de ella —reunida en Ecclesia— que confiesa abiertamente a Cristo. Una teología que no se limita a pensar el mundo, sino que busca situarse como un momento del proceso a través del cual el mundo es transformado: abriéndose —en la protesta ante la dignidad humana pisoteada, en la lucha contra el despojo de la inmensa mayoría de los hombres, en el amor que libera, en la construcción de una nueva sociedad, justa y fraternal— al don del reino de Dios”[3].
Esta teología, este movimiento teológico de la Iglesia del post Concilio latinoamericana, produjo mártires. Sería largo mencionarlos a todos y todas. Monseñor Romero los representa.
Este libro consta de la primera parte de mi tesis doctoral terminada en la P. Universidad Gregoriana en 1993. Al publicarla no le he hecho ninguna corrección salvo ralear algunas referencias dispensables. Por entonces quise hacer una tesis solo en Gustavo Gutiérrez. Las oficinas vaticanas no me lo permitieron. A través de las autoridades de la Facultad de teología me dijeron que se trataba de un autor vivo. Ergo, no hice la tesis por autor, sino por tema[4].
Esos mismos años tuve la oportunidad de conversar tres horas con Gustavo en Villa Cavaletti. Me hizo el contacto Rossano Zas Fritz, jesuita peruano, muy amigo, que lo conocía. No sé de dónde sacó fuerzas para una conversación tan larga, siendo que había estado dando conferencias todo el día y con fiebre.
Este libro es homenaje aun cristiano formidable que nos abrió el camino a muchos y muchas que nos hemos esforzado en reconocer que el Reino de Dios pertenece a los pobres y, en consecuencia, son ellos quienes más saben del cristianismo.
[1] Juan Noemi, «Rasgos, imperativos y desafío», en Teología latinoamericana (Santiago: Centro Teológico Diego de Medellín, 1998) 1.
[2] Gustavo Gutiérrez, Teología de la liberación: perspectivas, Sígueme, Salamanca, 1972. 31.
[3] Gutiérrez, Teología de la liberación, 72. 6
[4] Jorge Costadoat, El Dios de la vida. El “discurso sobre Dios” en América latina. Investigación sobre algunas obras principales de Gustavo Gutiérrez, Ronaldo Muñoz, Jon Sobrino y Juan Luis Segundo, PUG, Roma, 1993.
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