Ante las acusaciones de 'tras fobia' contra Joseba
Fuente: Religión Digital
16/08/2024
He leído esta mañana -16 de agosto de 2024- que mons. Joseba Segura, obispo de Bilbao, sostuvo ayer, en la homilía del día de la Asunción, en la basílica de Begoña, que uno no puede “construir su identidad, ser hombre o ser mujer, o cualquier cosa intermedia o ninguna de ellas, a voluntad, sin referencia al cuerpo con el que hemos nacido”. Y también he podido leer algunas reacciones, casi todas indignadas.
Con la intención de propiciar un diálogo lo más objetivo y sereno que sea posible, me permito exponer los términos más importantes del debate -en este caso, escriturístico- que, en la actualidad, se está desarrollando en el seno de la comunidad católica sobre las personas trans y la llamada ideología o teoría de género. A él habría que sumar el debate sobre la homosexualidad, la cirugía de reasignación de sexo, la gestación subrogada, los abusos sexuales en la Iglesia y la indignidad que, todavía, sigue padeciendo la mujer en la estructura eclesial.
En concreto, centro la atención en la lectura que me atrevo a calificar literalista -y que algunos llegan a considerar “arqueológica”- de Gn 1, 26-27 (“Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios; varón y hembra los creó”); por otra parte, muy típica en bastantes ambientes cristianos, incluso progresistas. Este pasaje escriturístico es importante porque, a la vez que permite superar determinados planteamientos anclados en la llamada ley natural, se abre a reconocer -cuando se subraya la imagen y semejanza de todo ser humano con el Creador, incluidas las personas trans u homo- la indudable dignidad de todos ellos.
Pero también puede ser utilizado para detener cualquier desarrollo ulterior que vaya más allá del discurso binario de tres maneras: deduciendo, en primer lugar, del relato de la creación una naturaleza del “hombre” dada por el Creador. En segundo lugar, interpretando que sólo el varón y la mujer han sido creados a imagen de Dios. Y, en tercer lugar, colocando a ambos en una complementariedad puramente binaria.
Una interpretación que vaya más allá de estas últimas consideraciones puede ser percibida como desviada o contraria a la naturaleza concedida por Dios. Cuando ello sucede, no extraña que se rechace con el argumento de que el ser humano no se crea a sí mismo.
La consecuencia de todo ello es que los derechos de las personas trans ya no pueden ser de recibo porque tales derechos entran en flagrante contradicción con la naturaleza dada y contra el Creador. Y, por tanto, contra la misma naturaleza, el lugar en el que se realiza y desarrolla la dignidad de un varón y de una hembra creados a imagen de Dios. Así leído e interpretado, el relato del Génesis es el eje vertebrador de una antropología magisterial en la que no hay sitio para lo que vaya más allá de la sexualidad binaria.
Este es el hilo vertebrador de la antropología magisterial y de la “teología del cuerpo” de Juan Pablo II, toda ella fundada en una exaltación espiritual de la sexualidad humana y de la fertilidad, afincada en una estricta separación entre el varón y la mujer y que, por ello, ni se plantea la cuestión de la identidad de género. Pero, afortunadamente, no es el fundamento escriturístico y racional que Adriano Oliva detecta en la interpretación de Sto. Tomás de Aquino del citado pasaje del libro del Génesis; ni tampoco, el del Camino Sinodal Alemán. Pero sí lo es el de mons. Joseba Segura, al precio de descuidar que todos los seres humanos -incluidas las personas trans y homo- hemos sido “creados a imagen y semejanza” de Dios y, por ello, dotadas de una “dignidad infinita”.
Dejo, como he adelantado, para otro momento, el cruce epistolar -y magisterial- habido al respecto entre Jeaninne Gramick (una religiosa estadounidense, responsable de un grupo católico de apoyo a personas LGTBQ) y el papa Francisco con ocasión del debate provocado por la publicación de la Declaración “Dignitas Infinita” del pasado 8 de abril y el limitado desarme que, desde entonces, viene experimentando sobre este asunto el magisterio eclesial con respecto al de Juan Pablo II y Benedicto XVI, gracias al actual Papa.
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