De la teología a la ideología: ¿Quién cuida?
Fuente: Noticias Obreras
Por Emilce Cuda
16/07/2024
¿Falta teología o sobra ideología? Más allá de acusaciones y respuestas, la pregunta pertinente es quién se ocupará del cuidado de los bienes y los cuerpos, tarea asumida por los Estados, pero en ausencia de estos siempre fue asumida por la Iglesia. Ante la debilidad de los Estados: ¿Estamos a la deriva? ¿Qué puede hacer un teólogo católico ante el resurgimiento de los nuevos teólogos de la política que profesan su destrucción aprovechándose de la condición de un mundo desencantado vulnerable a la idolatría de dioses mortales que pretenden ocupar el trono de la política? ¿Cómo abordar, desde la ética teológica, la situación actual de la humanidad, atravesada por una crisis ecológica socioambiental que se manifiesta como caótica, mientras dioses mortales están en campaña para ordenarlo? ¿La nueva tecnología es la estocada final de una cultura de la muerte o puede ser la alternativa a un sistema que mata?
El teólogo, en el campo de lo político, puede dar fundamentos: a favor del trono vacío, predicando a Dios en la trascendencia; o a favor de dioses mortales. En el primer caso hace teología; en el segundo, ideología. Por eso es necesario diferenciar entre: falsos “profetas de la ideología” que crean necesidades, aíslan, venden seguridad y toman el alma (Cf. Fratelli tutti, FT, Cap. 1); y “apóstoles de la teología”, que promueven sueños comunitarios (Cf. FT, Cap. 5). La regla es simple: el teólogo cuida, el ideólogo descuida. Dicho en términos de Francisco, el ideólogo descarta, el teólogo samaritanea (Cf. FT, Cap. 2). Vale decir que, cuando la prédica es el discurso sobre una idea disociada de la realidad se trata de ideología y termina en una idolatría funcional a la construcción de “un mundo de sombras” (Cf. FT, Cap. I). Por el contrario, cuando la prédica es el discurso sobre Dios Padre –creador, misericordioso y providente que nos hermana a todos en la carne (Cf. FT, Cap. 8)–, con la intención de cuidar la casa común (Cf. Laudato si’, LS), se trata de teología y termina en sinodalidad.
Llegados a este punto, es necesario recordar que, mientras la ideología es el logos sobre un eidos; la teología es el logos sobre Dios Padre y su creación. Por eso mismo, el teólogo moralista social, en su calidad de cuidador, puede colaborar en la construcción de la “mejor política” (Cf. FT Cap. 5); siempre y cuando no quede atrapado en el canto de las sirenas que entonan los ideólogos como nuevos teólogos. Estos últimos pretenden ordenar el caos a imagen y semejanza de una idea, no de Jesucristo. Aun así, se observa que, en el momento del caos, personas creyentes dejan de confiar en la comunidad –condición de posibilidad para la mejor política–, y pasan a creer en un humano que se presenta como capaz de ordenar el caos creando un mundo nuevo de la nada, ocupando el lugar de Dios, incluso pidiendo sacrificios por parte de los ciudadanos, quienes aceptan voluntariamente.
Curiosamente, en el momento del caos, el “uno” (incluido) está organizado y listo para gobernar, mientras que los muchos (excluidos) están desorganizados. Que los incluidos están unidos significa que están simbólicamente organizados, es decir, en torno a intereses individuales simbolizados ideológicamente como lo bueno, bello, verdadero y, en consecuencia, social y eclesialmente justo. Sus demandas se llaman “democráticas” porque se pueden satisfacer fácilmente ya que solo claman al Estado por leyes que legalicen sus prácticas. Por el contrario, que los excluidos están divididos significa que están diabólicamente desorganizados, es decir, que no pueden articular sus infinitas necesidades a modo de demandas políticas comunitarias por derecho al acceso universal de los bienes creados.
¿Cómo puede ocurrir eso entre católicos luego de ciento cincuenta años de Enseñanza Social de la Iglesia? Porque el mundo cambió y dicha enseñanza debe aggiornarse o será presa fácil de apropiación y manipulación ideológica del sentido –algo que advierte frecuentemente Francisco–. Lo que está ocurriendo es lo siguiente: mientras la teología les dice a los excluidos que todos son dignos; la ideología, disfrazada de teología, les dice que la justicia social es ideología y la pobreza consecuencia de la maldición divina en respuesta a sus faltas y/o pecados individuales. Las demandas de los excluidos no se llaman democráticas sino “populares“, ya que no se pueden satisfacer fácilmente porque el Estado necesita dinero para satisfacerlas, por eso hay que criminalizarlas o herejizarlas. Las demandas populares hoy se resumen en tierra-techo-trabajo-tecnología-sustentabilidad. Satisfacerla implica tocar la lógica de la acumulación, es decir, los modos de producción, distribución y reinversión de la renta. Eso cuesta caro. Por eso, la demanda popular pasa por el tamiz de la ideología y se simboliza como lo contrario de lo políticamente correcto, esto es: gasto público, vagancia, corrupción, progreso.
La actual crisis ecológica socioambiental, causada por un sistema económico productivo y financiero que mata, no solo reduce a más de la mitad de la población mundial a la condición de desempleados estructurales, es decir descartados y migrantes, sino que también impide la organización comunitaria necesaria para articular las demandas populares por justicia social como la mejor política (Cf. FT Cap. 5). El trabajo es el primer organizador social, por eso Francisco dice “el gran tema es el trabajo” (FT 132). Sin trabajo la sociedad se desorganiza, se desestabiliza y se vuelve caótica. Sin embargo, en el caos lo último que se pierde es la esperanza, por eso, dioses mortales acusan al teólogo de infiel y hereje para apropiarse de la organización de la esperanza y ordenar el caos. Lo harían, no precisamente cuidando los bienes y los cuerpos sino, apropiándose de los primeros, y traficando los segundos.
En el momento del caos los dioses mortales entran en campaña y se postulan para ordenarlo. Predican: la ideología como superior a la teología; el sacrificio como superior a la justicia social; la idolatría como superior a la eucaristía; y la economía como superior a la política. Por el contrario, la comunidad eclesial organizada sale a dar testimonio y muestra con palabras y gestos que: la realidad es superior a la idea; la unidad es superior al conflicto; el todo es superior a la parte; y el tiempo es superior al espacio. Los cuatro principios enunciados en Evangelii gaudium son elaborados por Bergoglio a partir de la realidad latinoamericana, y no al revés. No son “su” idea de mundo, son fruto del discernimiento social comunitario que habitó el cardenal. No solo Bergoglio, sino también muchos pastores y teólogos latinoamericanos en el siglo XX salieron a enfrentar distintos tipos de ideologías y fetiches, y siempre lo han hecho desde la teología, aunque se los acusó de hacer ideología.
Para cruzar la tormenta del cambio de época Francisco propone lo siguiente: en Evangelii gaudium, salir a las periferias a curar el mundo; en Laudato si’, cuidar la casa común, atendiendo el grito de los pobres y de la tierra; en Querida Amazonia, indignarse y denunciar el crimen contra los pueblos y la naturaleza; en Fratelli tutti, dialogar socialmente organizando la comunidad desde abajo; en Praedicate Evangelium, con palabras y gestos, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo y dando testimonio de misericordia.
Veamos en detalle algunos puntos destacables en sus documentos. En Laudato si’, la ideología tecnocrática queda desenmascarada. Se muestra con evidencia que el extractivismo, la explotación laboral, la trata de personas, el trabajo infantil, el endeudamiento externo de los Estados periféricos, el extermino de especies y pueblos, el tráfico de órganos, las cárceles privadas, y la venta de armas son la consecuencia de un uso tecnológico son límites morales.
En Querida Amazonia se diferencia entre necesidades y sueños, algo que, si no se tiene claro, colabora con la “toma del alma”, e impide formar comunidad “para que nuestros pueblos tengan vida en abundancia” (Cf. Documento de Aparecida). La necesidad, tristemente es caldo de cultivo para las ideologías ya que puede generar: desconfianza, desesperación, aislamiento y credulidad. (Cf. FT Cap 1). Por el contrario, los sueños son capaces de generar la confianza que activa el dinamo social de la esperanza, necesario para movilizar a la unidad. La comunidad organizada es la que se une para que sus sueños se tornen derechos sociales; es la que “convierte la pasión en acción comunitaria” (Cf. II Discurso a los movimientos populares), para garantizar la dignidad humana, el acceso universal a los bienes creados y tecnológicos, la solidaridad institucionalizada y la subsidiariedad.
Por último, invito a prestar especial atención a los dispositivos tecnológicos tanto como a los dispositivos eclesiológicos. La tecnología puede ser un fuerte dispositivo de dominación y explotación. Un salto cualitativo en su desarrollo produce reterritorialización del poder y, en consecuencia, todo cambia inexorablemente: los modos de producción económica, las formas políticas que los regulan, el modo de hacer la guerra por recursos naturales, la gestión del conocimiento de los bienes y los cuerpos, y el formato de las comunicaciones que configuran el paradigma simbólico de la nueva cultura.
Al mismo tiempo, la configuración eclesial católica puede ser un fuerte dispositivo para encarar nuevas reconfiguraciones de organización territorial en torno a las nuevas tecnologías, interviniendo el nuevo mundo simbólico en defensa de la dignidad de la persona y la creación. Como dice Francisco, el indietrismo no ayuda. La catolicidad es un gran dispositivo que permitió, a la caída del Imperio romano, reconstruir lazos de pertenencia, reconfigurando los territorios imperiales en eclesiales, no solo como mecanismo económico de subsistencia física, sino como dadora de identidad y registro de los cuerpos mediante el bautismo. En América Latina la Iglesia tiende a reestructurarse en torno a un bioma para cuidar la vida, y hasta ha iniciado el registro de cuerpos en respuesta a la movilización forzada.
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