martes, 19 de marzo de 2024

"Se corre el riesgo de formar sacerdotes para una sociedad que ya no existe"

Día del Seminario: ¿Qué sacerdocio ministerial? ¿Qué ministerio ordenado sacerdotal?

Fuente:   Religión Digital

Por   Joseba Kamiruaga Mieza CMF

19/03/2024


Uno de los sacerdotes asistentes a la audiencia del papa Francisco Vatican Media

‘Seminario’ es el nombre que se da al espacio y al tiempo para la formación de los sacerdotes. En el primer milenio de la historia de la Iglesia parece que la formación no estuvo institucionalizada. Cada Obispo era responsable de la formación de sus presbíteros, aunque parece que existieron algunas escuelas episcopales y parroquiales para la formación del clero.

El origen del ‘seminario’, con su configuración actual, se remonta al Concilio de Trento (1545-1563), que prescribió la necesidad de que los ministros ordenados católicos recibieran una sólida formación humana, espiritual, intelectual y pastoral.

El canon 18 de la XXIII sesión del mencionado Concilio de Trento proporciona indicaciones de diversas maneras sobre el perfil ideal y la formación de los futuros ministros ordenados: deben ser jóvenes preparados para "huir de los placeres del mundo" y llevar una vida marcada por la "piedad y religión".

Por esta razón, los seminarios se establecen con el doble propósito de separar un número adecuado de adolescentes desde una edad temprana -en los seminarios "menores"- entre los cuales identificar candidatos idóneos para una formación real para el ministerio -en los seminarios "mayores" o seminarios-.

El criterio fundamental para seleccionar a los futuros sacerdotes era su elección entre aquellos que, además de saber leer y escribir, demostraran por "naturaleza y voluntad" querer estar siempre "al servicio de Dios y de la Iglesia". Los pilares de su formación eran la Liturgia, las Escrituras y las homilías y la vida de los santos.

 

El vigente modelo litúrgico

En el primer milenio, el modelo agustiniano de presbítero se refería ante todo a un servicio más pastoral, mientras que en los siglos siguientes se vio un crecimiento en importancia de la función más cultual.

Hoy el modelo litúrgico no ha desaparecido en absoluto. Hay sacerdotes, incluso jóvenes, que absolutizan algunos lenguajes antiguos y descontextualizados de la Liturgia, olvidando que pertenecen al Pueblo de Dios, reduciendo la acción litúrgica a una sacralidad exteriorizada, exclusivamente relacionada con sus propias ideas, incluso con la tentación del cuidado estético de su propia imagen. En lugar de gastarse de una manera más profética…, parecen cultivar -¿de modo narcisista?- una afición más cultual.

¿No será necesario superar una lectura jerárquico-sacralizada del ministerio ordenado concebido y ejercitado como “promoción en el altar”? ¿Es necesario una cierta desacralización del poder eclesiástico en el que ciertas prácticas pastorales, liturgias, símbolos, títulos, ceremonias, estilos de comportamiento, expectativas parecen sobre exaltar al clero en detrimento de los no clérigos? ¿No debe refundarse más y mejor el ministerio ordenado sobre la raíz bautismal común, no sólo a nivel de principio, sino de manera eficaz y visible? ¿No fue el sacerdocio de Cristo, tal y como se nos relata, por ejemplo, en la Carta a los Hebreos, de un corte más propio y decisivamente ‘existencial’?

No soy de los que opinan que haya una crisis de ‘vocaciones al ministerio ordenado sacerdotal’, sino más bien la erosión de un paradigma de reclutamiento y formación del clero. Y creo que es necesario repensar el modelo tridentino de formación "separada" y que no ha sido modificado sustancialmente en ese sentido de ‘separado’ de entonces ahora, deseando un mayor compromiso con la vida comunitaria y con las situaciones normales de la vida.

Contrariamente a lo que muchos creen, los concilios posteriores -principalmente el más reciente Concilio Vaticano II- no sólo nunca cambiaron la visión fundamental del ministerio sacerdotal desarrollada en el Concilio de Trento, sino que, en cierto modo, la hicieron aún más definida, clara y omnicomprensiva (y por tanto, de una forma u otra, “clerical”). Insistieron en un papel extremadamente exigente para los presbíteros católicos, que son los plenamente responsables en la práctica más ordinaria de las tres munera, es decir, la función de enseñar, santificar y gobernar en la Iglesia.

La verdadera novedad de los documentos eclesiales conciliares y posconciliares es, sin embargo, la introducción cada vez más fuerte de la idea de "vocación", entendida no tanto y ya no como una llamada de personas individuales reconocidas como dignas de confianza por el cuerpo eclesial para asumir una función pastoral y de servicio al culto, sino más bien como el reconocimiento por parte de la jerarquía eclesial de una vocación individual percibida por cada candidato en su conciencia.

Los cambios del Concilio de Trento hasta ahora han sido mínimos y se han referido sólo a la adición de algunos elementos "humanos" a la formación tradicional, junto con una estructuración mucho más sustancial y ambiciosa de los estudios teológicos necesarios para que un candidato sea admitido a la ordenación presbiteral.

En cierta medida, y separado del resto del cuerpo eclesial, en una relación particular con lo sagrado, al presbítero así ordenado se le confieren de manera única ("plena", a diferencia de lo que ocurre con el sacerdocio de todos los fieles) las tres funciones de enseñanza, santificación y gobierno de la Iglesia, teniendo obligación del celibato. Para cumplir una misión tan ambiciosa, se cree que un largo período de "segregación" del mundo en ‘seminarios’ sigue siendo la solución óptima.

 

Un lugar donde estar protegido

El seminario atrae a estos niños/adolescentes/jóvenes porque es un lugar protegido, donde no tienen que preocuparse por nada. La institución les proporciona todo lo que necesitan y organiza su existencia en cada detalle, llenándola en cada rincón. En esta lógica, los seminaristas son sujetos a resetear y reprogramar, personas a las que lanzarles todo tipo de cosas, todo tipo de iniciativas, en el ejercicio del ministerio ordenado conferido.

Está claro que el primer y radical replanteamiento de la formación de los presbíteros debe referirse al lugar donde se forman los futuros presbíteros, es decir, el ‘seminario’. Habría que ver si el ‘refugio’ que representa la actual forma segregada y protegida de los ‘seminarios’, lejos de atraer a las personalidades más sólidas y adecuadas para el ejercicio del ministerio sacerdotal, constituye en realidad un imán más óptimo para personas inmaduras que buscan seguridades y compensaciones posibles mucho más por un estatus y protecciones propias de una "clase" que por un camino real de crecimiento humano. Habría que ver. 

La Iglesia, se suele decir, debería liberarse del clericalismo, de la concepción de que existe una élite, una aristocracia que, por su formación y estudios, tiene legitimidad por su primacía sobre el resto. Habría que ver si es o no perjudicial seguir formando jóvenes que creen firmemente en la idea de que, una vez ordenados sacerdotes, serán seres sagrados y radicalmente diferentes.

Quizá fuera incluso necesario cultivar el pensamiento crítico respecto de un tipo de enseñanza que se remonta al siglo XVI y que "mitifica" la suposición de que los sacerdotes ordenados cambiarían ‘ontológicamente’ con la ordenación presbiteral. Esta "mitificación" se puede utilizar para reforzar una determinada actitud de superioridad. Si así fuera, esto podría llevar a no pocos en la Iglesia a considerar al clero como "por encima del resto de los bautizados".

Es necesario, por tanto, archivar definitivamente la concepción de que la Iglesia está formada por el clero y que los fieles son sólo sus beneficiarios o clientes o los súbditos, y adquirir la conciencia de que, en la Iglesia, existe «una verdadera igualdad sobre la dignidad y la acción común de todos los fieles en la edificación del cuerpo de Cristo" (LG 32).

 

Nuevas formas de organizar la vida eclesial

La hora de los cambios y de las rápidas transformaciones en la sociedad y en la Iglesia exige claramente nuevas formas de organizar la vida eclesial y nuevos estilos diversificados de ejercicio del ministerio sacerdotal. Los caminos a seguir y las decisiones a tomar deben buscarse, en comunidad, en la escucha atenta de la Palabra de Dios que nos salva y su susurro en las palabras humanas tan plurales. 

No se puede continuar la formación en un modelo ministerial "agotado" en el sentido de que fue creado en el siglo XVI. Se corre el riesgo de formar sacerdotes para una sociedad que ya no existe, definida por una realidad social, cultural y socioeconómica completamente nueva.

Estamos inmersos en un proceso no sólo de imaginación, sino también de transformación que exige, en cierto sentido, que seamos capaces de aprovechar la oportunidad que se nos presenta. Es urgente una reconfiguración del ministerio ordenado del sacerdote, descentralizándolo de su exclusividad como ministro, poniendo fin a la "cultura de la separación" entre los futuros sacerdotes, las comunidades cristianas y la sociedad.

Los seminarios siguen siendo "burbujas", a pesar de los esfuerzos por introducir otras dimensiones en la formación de los futuros sacerdotes en su camino formativo. Los seminarios reflejan a la Iglesia en su búsqueda de entenderse a sí misma. Una Iglesia, a veces, con notable cansancio institucional y con falta de claridad sobre el qué hacer y cómo hacerlo en un cambio de época.

 

Una reflexión honesta, libre de clichés

Se requiere una reflexión honesta, libre de clichés y profunda para poder alinearse con los grandes desafíos que enfrenta el mundo hoy en el servicio a las comunidades eclesiales y en el diálogo con un mundo diferente.

El seminario no puede ser la formación de las elites, sino que debe estar abierto a otros ministerios y otras formas de gestión de la misma Iglesia, y también al diálogo con todo tipo de conocimientos y desafíos comunes a todos los seres humanos. Hasta sería de desear tratar de evitar la formación de una burbuja en torno a los seminarios.

Seguramente hasta la fecha no existen soluciones fáciles ni proyectos ejemplares. Nadie puede esperar simplificar la situación. Se han iniciado trabajos de investigación por parte de distintos actores sobre las "buenas prácticas" que se están desarrollando en los seminarios en Europa. Desconozco si se ha encontrado algún proyecto formativo digno de ser considerado "ejemplar". El reto está en cómo hacer la transición al nuevo modelo que todavía nadie se atreve a decir cómo debería ser.

Sí creo, con todo, que habría de tratar de ponerse fin a la separación de los sacerdotes del pueblo. De lo contrario, el ministerio ordenado se convierte en poder y fuerza y pierde su razón de ser.

Es importante evitar que el debate sobre la vocación presbiteral se limite a la "experiencia subjetiva" de quien se siente llamado a la vida presbiteral. Hay otras vías por explorar. Por ejemplo, una comunidad puede -como lo hace hoy, en relación con los diáconos permanentes-, en su propia dinámica, sugerir que uno de sus miembros se prepare para prestar un servicio a esa misma comunidad. 

Los lugares de formación podrían ser, quizá hasta lo sean en no pocos casos, espacios capaces de generar lectura y crecimiento espiritual, capaces de generar encuentros múltiples, y por eso no debieran ser lugares cerrados, sino lugares donde se cultivara la experimentación.

¿Cómo se forma hoy un sacerdote, cómo se organiza la jornada del candidato al ministerio sacerdotal? Laudes, desayuno, lecciones, comida, siesta y luego tiempo de estudio, pastoral, vísperas, misa, cena...

Pero no se ocupan de cocinar, comprar, lavar y planchar la ropa. Además de lavar los platos y recoger la mesa, el tiempo se dedica mayormente a la oración y al estudio. Asuntos más prácticos, quehaceres de gestión y domésticos… iguales a cero. Tal vez incluso ni siquiera el esfuerzo de coger el transporte público y mezclarse con la gente. 

Existe una desconexión entre teoría y práctica, entre una educación filosófica y teológicamente impecable y su transferencia a la vida cotidiana de los seminaristas demasiado "protegidos" de la realidad cotidiana, del cansancio, de la concreción de llevar delantal y pelar patatas o planchar una camisa.

 

En medio de una 'sociedad líquida'

Imbuir del Evangelio los gestos cotidianos, no sólo las liturgias solemnes, es quizás también una clave para una formación verdaderamente integral. El sacerdote cristiano, llamado como todo creyente a ser otro Cristo, no puede ser "separado" de los demás, a modo de privilegiado o de protegido. Desde el seminario tal vez se fomente una formación básica más adecuada para los monjes que para los futuros sacerdotes, llamados a afrontar una realidad compleja y en constante cambio de nuestra moderna "sociedad líquida".

Un reto de fondo reside precisamente en la estructura formativa del seminario. El contexto cultural posmoderno y poscristiano en continua evolución está exponiendo todos los límites de aquellas estructuras educativas religiosas que surgieron en la era moderna, basadas en la primacía de la doctrina dogmática, canónica,…, sobre la conciencia, de la firmeza… sobre la sensibilidad humana.

En la fase antropológica que estamos atravesando, por ejemplo, somos capaces y, por tanto, estamos llamados a reconocer formas muy sutiles y a menudo ocultas de defensa del yo, estamos llamados a comprender que incluso muchas actitudes, quizás consideradas "santas", pueden ocultar deseos inconscientes de escapar de uno mismo. Estamos llamados a desenmascarar nuestras distorsiones "espirituales", nuestro deseo inconsciente de ser especiales precisamente porque nos sentimos deficientes y humanamente inconsistentes. 

De hecho, es precisamente del trabajo pobre o mal hecho en esos niveles de donde surgen personalidades autoritarias, rígidas y frías, personalidades frágiles y neuróticas, incapaces de relaciones auténticas, personalidades sedientas de poder y dominio sobre las personas, en definitiva, personalidades que compensan sus heridas no sanadas con la violencia contra niños y mujeres. 

Otro elemento que favorece esta deriva tiene que ver con los procesos institucionales de nombramiento y asunción de roles. En no pocos casos, no siempre está prevista para el presbítero una inserción paulatina en nuevos ambientes y roles, pero siempre tiene un nivel de entrada demasiado alto: llega a la parroquia y, incluso antes de conocer a nadie, ya tiene un rol superior de presbítero, es decir, "superior" a la mayoría de fieles. El principio evangélico según el cual los de arriba deben servir, de hecho no es del todo contemplado en la práctica organizacional, y luego nos quejamos de la enfermedad del arribismo.

Necesitamos recuperar una centralidad contemplativa más auténtica, necesitamos decirnos claramente que no puede haber ninguna experiencia espiritual de calidad que no surja de prácticas diarias serias que nos ayuden primero a silenciar nuestro parloteo mental y luego a prepararnos en el silencio, a escuchar, a recibir la gracia de la Palabra de Dios.

Y el nivel cultural también necesita repensarse en un sentido específico. Debemos desarrollar una nueva cultura, una síntesis cultural sin precedentes que sea capaz de darnos claves interpretativas bien fundadas de lo que está sucediendo en la tierra, en el mundo, en la historia,…, es decir, que sea capaz de interpretar este extraordinario punto de inflexión antropológico de una manera mesiánica, es decir, evolutiva, y esencialmente salvífica.

 

Trabajo y experimentación 

Esta integración, sin embargo, requiere también trabajo y experimentación. ¿El proceso de formación se corresponde adecuadamente con el ejercicio de las tareas del ministerio ordenado en las actuales circunstancias de nuestras sociedades? La extrema fluidez de la situación actual -la liquidez a la que alude Zygmunt Bauman también se da a este nivel- hace imposible prefigurar cuál será la fisonomía del sacerdote en los próximos años. 

Por lo tanto, las verdaderas preguntas que debemos plantearnos son: ¿Qué ministerios son necesarios en la Iglesia hoy? ¿Qué papel realista y no global se puede atribuir a los sacerdotes (y a cualquier otra forma de ministerio laical y ordenado)? 

"Hoy todo estado clerical podrá recuperar cierta credibilidad" sólo si consigue reposicionarse tras las huellas de Jesús, "que no era ni monje ni sacerdote; más bien fue profeta, poeta, viajero, visionario, médico y persona digna de confianza, predicador viajero y trovador, arlequín y encantador de la eterna e inagotable misericordia de Dios" (Eugen Drewermann).

Una sobreestimación excesiva de la vocación sacerdotal en detrimento de la bautismal corre el riesgo de embalsamar al sacerdote en el sarcófago de su cargo. El Papa Francisco decía que la vocación presbiteral abre en el sacerdote "esa potencialidad de Amor que recibimos el día del bautismo".

Cuando falta una personalidad auténtica formada en la escuela del Evangelio -no en las diversas escuelas psicológicas (¡no se trata de llenar los seminarios de psicólogos!)-, es completamente natural que el papel se convierta en la máscara de la propia fragilidad no aceptada y la propia incapacidad para hacer frente a los desafíos más ordinarios y normales de la vida.

El estilo evangélico se aprende en la vida diaria, manteniendo el contacto con la realidad. Nos convertimos en hombres y mujeres sensibles a la humanidad al vivir situaciones humanas, y la escuela de este estilo humano sólo puede ser la vida. De hecho, es en esa escuela de la vida donde descubrimos sorpresas, situaciones que salen de lo común, que exigen rapidez, capacidad de nuevas respuestas, etc.

 

Cómo discernir...

Quienes vienen de años de adoctrinamiento, de educación en la obediencia a la doctrina, en un ambiente artificial, exclusivamente masculino, alejado de los problemas cotidianos de la vida, cada vez que se encuentren ante la novedad que manifiesta la realidad, tal vez hasta queden desplazados, avergonzados,…, en una palabra, desprevenidos y desubicados.

Surge entonces la pregunta de cómo discernir el llamado de Dios en cuestión. ¿Es sólo un impulso interno y personal, o también un llamado que proviene de la comunidad eclesial? La comunidad eclesial es central en los procesos de evangelización y, cuando es posible, puede identificar necesidades, evaluar, entre sus miembros, quién se siente "capaz de satisfacerlas" y asumir la llamada a través de la comunidad eclesial como "llamada de Dios".

Insistir demasiado en la inmensa dignidad del sacerdocio, en la grandeza del ministerio ordenado en la celebración eucarística, en la exclusividad que crea la obligación del celibato, en el carácter eminentemente personal y exclusivamente divino de la "vocación", en la solemnización del sacramento del orden sagrado,…, ¿no corre el riesgo de configurar una imagen del sacerdote que, en el mejor de los casos, ya no sostenible a largo plazo en nuestra sociedad en general y en nuestros pueblos?

El Papa Francisco ha destacado tres prioridades en relación con el identikit del sacerdote. La primera es la capacidad de identificarse con las situaciones existenciales de las personas, compartiendo sus alegrías y sus dificultades cotidianas. El Papa Francisco subraya la importancia de "oler el olor de las ovejas" y convertirse así en partícipes del misterio de la encarnación.

La segunda prioridad la constituye la elección de la pobreza como austeridad y sobriedad de vida y como renuncia a toda tentación de poder, para conquistar esa libertad interior que nos permite solidarizarnos plenamente con el mundo de los pobres y comprometernos nosotros mismos a su liberación.

La tercera prioridad es, finalmente, la recuperación de una espiritualidad auténtica, no formal ni devocional, sino caracterizada por una fuerte tensión mística, capaz de interpretar la necesidad de trascendencia que aún hoy habita en el corazón de muchos y de convertirse así en testigos creíbles del misterio de Dios. 

Necesitamos urgentemente amigos y compañeros, maestros y guías que sepan caminar, acompañar, ser amigos,…, iniciarnos en una experiencia más auténtica y directa de las dimensiones espirituales y divinas de nuestro ser. Pero ¿hasta qué punto nuestros sacerdotes están educados para este fin?

 

Creatividad, imaginación y experimentación 

¿En qué medida son ellos mismos personas más libres y felices, más íntegras, iniciadas, es decir, capaces de emprender? ¿En qué medida la formación de los sacerdotes apunta al libre florecimiento de sus potencialidades y en qué medida se pone al servicio de una función más o menos burocrática que deben desempeñar? La realidad nos ayuda también a darnos cuenta de la no pequeña complejidad y dificultad, y de cuánta creatividad, imaginación y experimentación requiere.

Más allá de las frases altisonantes que se pueden leer en los documentos eclesiales sobre la formación de los futuros sacerdotes, la preparación para ser líderes comunitarios es casi exclusivamente intelectualista; en un ambiente artificial separado de la vida, que no permite captarla; a distancia, cuando no alejado, de una comunidad eclesial que inspire Evangelio; más centrado en aprender y asimilar la rectitud de la dogmática y canónica ortodoxia de una doctrina; no cercano ni prójimo a compartir las alegrías y los sufrimientos con quienes desean caminar con ellos por el camino trazado por el Señor. Lo que se pide al sacerdote es que sea una obra maestra de la vida humana y esto es una gracia y una tarea, no solamente en contacto con la vida concreta y real a la que se pretende servir, sino en medio del pueblo al que se quiere servir.

 

     Posdata: Una imagen, decimos, vale más que mil palabras. Una imagen dice mucho por lo que evoca en la mente del interlocutor al que te acercas. Hay significados que se evocan y sugieren en apenas unos milisegundos y ni siquiera nos damos cuenta de ello. La imagen puede ir y suele ir más allá de la palabra. ¿Qué significado del ministerio ordenado se quiere sugerir con la imagen propuesta para el Día o la Jornada del Seminario de este año 2024? Se suele definir como sagrado "aquello que pertenece al ámbito separado, intangible e inviolable de lo religioso y que debe inspirar temor y respeto (por oposición a lo profano)". Para Jesús y para los profetas lo verdaderamente sagrado está en el corazón de nuestra historia humana. No está en lo que está separado, codificado, en manos de unos pocos. También seguramente por ello la primera experiencia y teología cristianas del Nuevo Testamento tuvieron no pocas reticencias en aplicar a Cristo las categorías "sacerdotales".

 

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