Preguntado por su forma de entender la religión y el sacerdocio, Javier Baeza, párroco del centro pastoral San Carlos Borromeo, nos habla de una fe despojada de sotanas y liturgias: "Tenemos que cambiar las estructuras de la Iglesia"
Fuente: Cadena Ser
Por Elena Sánchez
Madrid
05/03/2024
Javier Baeza no sintió la llamada de Dios, pero sí la de implicarse socialmente fuera de los postulados conservadores de la Iglesia. Se ordenó como cura a los 23 años y desde 2003 es el cura en Entrevías (Puente de Vallecas). Le llaman el párroco 'obrero' o 'rojo' y su forma de entender la fe dista mucho de las doctrinas a las que estamos acostumbrados: "Un cura tiene que preocuparse por los problemas de la gente. Hemos ido a apoyar las protestas para que no cierren el campo del Rayo y he suspendido nuestra celebración dominical para, por ejemplo, acompañar al grupo de la Revuelta de Mujeres Cristianas. Eso no tiene que generar ninguna contradicción, estamos celebrando la vida en otro espacio", asegura Javier cuando habla de su papel como religioso.
Sin duda es un discípulo de Enrique de Castro, otro de los curas que entendió el sacerdocio como militancia. A él también le sobraban protocolos y echaba en falta manos que estuviesen al lado de los yonquis, los pobres y los migrantes: "Me enseñó que no podemos actuar al margen de la realidad que vive la gente, sobre todo de los más vulnerables". "¿A quién tiene que pedir perdón primero la Iglesia? A los pobres, a los niños víctimas de abuso o a las mujeres", le ha preguntado Mara Torres: "Creo que a los pobres porque son mayoría, pero las tres realidades son desastrosas. Y creo que si fuésemos más coherentes con el Evangelio de Jesús, las cosas serían de otra manera". A lo que ha añadido: "Hay que romper estructuras y tabús. Fíjate qué cosa más preciosa y qué revolucionario sería que la persona que se asomase al balcón de la plaza de San Pedro fuese una mujer, un hombre con sus hijos o un gay".
"¿Qué tendría que pasar para que tú murieses en paz?", terminaba diciendo Mara Torres: "Quería que el Papa se fuese a vivir a otro sitio y que deje esos palacios porque eso es, indiscutiblemente, el símbolo del poder. Que las iglesias sean sencillas y que se construyan desde abajo, sin que nadie nos diga quién tiene que presidir. Y quiero morir gritando. Conseguiremos más o menos cosas, pero por lo menos que no callemos ante tanto desastre, tanto odio y tanta ideologización. Por eso yo creo que el grito es muy importante", ha sentenciado.
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