Desplazadas, hambrientas y atemorizadas, las familias de la Franja, diezmadas por cinco meses de bombardeos israelíes, viven este mes sagrado musulmán como un periodo de luto y angustia ante un futuro muy incierto
Fuente: El País
Madrid
17/03/2024
Una familia palestina rompe el ayuno de Ramadán en las ruinas de su casa en Beit Lahia, en el norte de la franja de Gaza, el 13 de marzo.Mahmoud Issa (REUTERS)
El sol se pone en Gaza. Hayar Taleb (nombre ficticio) se guía por su reloj para saber cuándo termina exactamente el día de ayuno y se da cuenta de cuánto echa de menos tener a mano un dátil, lo primero que comen los palestinos durante el mes de Ramadán tras una jornada sin ingerir líquidos ni alimentos. Una gran tristeza la invade. Actualmente, en Gaza estos frutos se encuentran a duras penas y a precios fuera del alcance de la mayoría de la población. “Este Ramadán no se parece a nada que hayamos vivido antes. La guerra ya lleva meses obligándonos a ayunar y a hacer solo una comida al día”, explica esta mujer de 40 años a este diario por mensajes de WhatsApp.
Cuando cae la tarde durante el Ramadán, el mes sagrado para los musulmanes de todo el mundo, en las ciudades y pueblos palestinos suena el inconfundible cañonazo que anuncia que las familias ya pueden reunirse para compartir el iftar, una copiosa cena que pone fin al ayuno y está cargada de tradición y simbolismo. Pero este año en Gaza, el único ruido sigue siendo el de los drones israelíes, solo interrumpido por el de las bombas y proyectiles. “¿Lo oyes? Día y noche así”, dice Taleb en sus mensajes de audio que tienen como fondo este runrún.
También otros años a esta hora, de la cocina de esta familia salía el aroma de las especias del maqluba, del musakhan y de otros guisos palestinos. En la mesa había además sopas, ensaladas, frutas, zumos y dulces. “Esta noche comeremos alubias en lata. Y nada más”, zanja. Las 40 personas, todos parientes más o menos cercanos, que viven desde hace meses hacinadas en un minúsculo apartamento en la ciudad de Rafah, en el sur de la Franja, llevan ya semanas alimentándose a base de alubias, guisantes y atún enlatado. Pero es Ramadán. “Caes más que nunca en la cuenta de nuestra situación miserable y de que no sabemos qué va a pasar con nosotros”, explica, angustiada, Taleb.
Según cifras de la ONU, 1,7 millones de gazatíes, es decir el 75% de la población de la Franja, se han tenido que desplazar desde el 7 de octubre, cuando el movimiento islamista palestino Hamás llevó a cabo unos sangrientos ataques en Israel, que, según fuentes oficiales, se saldaron con la muerte de unas 1.200 personas y el secuestro de más de 200. La respuesta militar israelí, que sigue hasta hoy, ha provocado la muerte de al menos 31.000 palestinos y ha causado heridas a unas 73.000 personas, según cifras del Ministerio de Salud de Gaza, controlado por Hamás.
“No hay dinero, no hay ánimo, no hay comida y no hay espacio material para celebrar un iftar”, agrega Taleb. Cada Ramadán, la familia se preparaba para estas semanas de ayuno y oración, pero también de alegría: se compraban ropa nueva, engalanaban la casa, ponían luces en las fachadas y se reunían en torno a la mesa, invitando a menudo a parientes y amigos a compartir esta comida del atardecer. Pero en este diminuto apartamento de Rafah, las paredes están desnudas y las 40 personas malcomen en el suelo, sobre colchones o de pie.
Un Ramadán de luto
Antes del 7 de octubre, Taleb y su esposo vivían en un apartamento en el centro de Ciudad de Gaza, justo encima del de los padres de esta mujer. Hoy, el edificio está en ruinas. Ambos trabajaban y tenían una vida de clase media, sin lujos, pero sin dificultades excesivas. “Llevamos más de cuatro meses sin comer pollo, carne roja o pescado. Esto no es normal”, lamenta esta mujer. “No hemos podido cocinar ningún plato típico de Ramadán porque no tenemos cómo comprar la mayoría de los alimentos tradicionales. Bien no hay, bien no podemos pagarlos. El otro día me pidieron cinco dólares (4,5 euros) por tres huevos y 50 (45 euros) por un kilo de carne. Nos queda algo de dinero, pero tenemos que racionarlo”, explica.
En la mesa de Taleb tampoco habrá qatayef, el postre oficial del Ramadán, unas empanaditas dulces, normalmente rellenas de crema o nueces con miel. Se venden en puestos por la calle y se compran por docenas. Un iftar sin qatayef es como una Navidad sin turrón. “No hemos podido hacerlos en casa ni comprarlos. Tampoco he visto que nadie estuviera vendiendo por aquí cerca. No habrá nada dulce en la mesa… en el sentido literal y figurado de la palabra”, resopla esta mujer, refiriéndose a la grave situación humanitaria de la Franja.
Durante el Ramadán, es normal que los musulmanes den alimentos a quien no tiene y hagan obras de caridad. Pese las dificultades, Taleb lleva semanas organizando colectas entre amigos y conocidos en el extranjero para construir tiendas de campaña en Rafah, donde hay mucha gente viviendo en la calle. “Pero los toldos y la madera para la estructura cada vez están más caros. En noviembre, fabricar una carpa austera costaba 100 dólares, ahora pasa de los 350”, explica.
A 25 kilómetros de distancia de Rafah en dirección norte, en el campo de refugiados de Nuseirat, Najwa Abu Ahmed (nombre ficticio) ha preparado una cena para romper el ayuno que tampoco se parece en nada a un iftar y que no cambia gran cosa con respecto a los días precedentes. “Hemos perdido el espíritu de Ramadán. No hay encuentros familiares, no hay plegarias, solo hay miedo, bombas y muerte. Son días de luto. ¿Cómo puedo celebrar Ramadán si tengo parientes que han fallecido y mis hermanas y hermanos están viviendo en tiendas de campaña porque sus hogares han sido bombardeados?”, se pregunta esta profesora, de 42 años, en mensajes de voz de WhatsApp.
Abu Ahmed, su esposo y sus tres hijos volvieron hace poco a su vivienda parcialmente destrozada en Nuseirat, tras haber pasado semanas en Rafah, hacinados en el apartamento de unos amigos. “Israel anunció una operación terrestre en el sur y decidimos marcharnos a casa. Aprovechamos un corredor anunciado por el ejército israelí y no nos ocurrió nada”, explica Abu Ahmed. Ahora son 10 personas bajo el mismo techo, porque han recibido a una hermana de Abu Ahmed y a sus hijos, cuya vivienda en la localidad de Jan Yunis fue bombardeada. En la zona hay dos familias más. El resto son casas vacías o convertidas en ruinas.
Té sin azúcar y pan seco
La familia lleva semanas comiendo una vez al día y en su menú hay lentejas, conservas y en el mejor de los casos alguna verdura que encuentran en los puestos callejeros de algunos comerciantes. “Mi marido salió esta mañana a ver qué conseguía. Siempre uno de los dos se queda con nuestros hijos. Y finalmente he hecho berenjenas con patatas. El kilo de berenjenas nos costó cinco dólares (4,5 euros) y el de patatas cuatro (3,6 euros)”, explica, calculando que es el triple de lo que pagaban antes de octubre. “Y después de tantas semanas de guerra se nos ha acabado el efectivo. Cuando algún familiar o conocido nos envía dinero del extranjero, podemos ir a una oficina de cambio o al mercado negro, pero se llevan una comisión importante. Todo son dificultades”, suspira.
Para el suhur, el desayuno que se toma antes del amanecer durante Ramadán, esta madre palestina preparó té y un poco de pan seco con zaatar, una mezcla de especias y hierbas aromáticas como tomillo y orégano. “Té sin azúcar”, interviene Mustafá, su esposo. Él no está ayunando este año. “Alá no lo tendrá en cuenta, después de todo lo que estamos viviendo”, dice. Todos los musulmanes que han alcanzado la pubertad, salvo las mujeres embarazadas, enfermos y alguna otra excepción, respetan el ayuno y la oración del mes de Ramadán, uno de los cinco pilares del islam.
“Los niños son quienes más me preocupan. Están comiendo mal y no tienen cómo entretenerse. No hay colegio, no hay apenas conexión a internet, no tienen amigos cerca…”, lamenta Abu Ahmed. En Nuseirat hay menos comida, en cantidad y en variedad, según esta familia, porque la escasa ayuda humanitaria que entra en Gaza desde el paso de Rafah, limítrofe con Egipto, se queda sobre todo en el sur. “Las noticias dicen que hay gente muriendo de hambre en el norte, pero en el centro y en el sur también ocurre. ¿Qué están comiendo nuestros niños y nuestros abuelos? Solo cosas enlatadas, nada fresco. Esto es impensable, es un desastre”, solloza esta mujer.
Tras el frugal iftar, la familia realiza la oración del tarawih, la plegaria de la noche. En Gaza muy pocas mezquitas siguen llamando a los fieles. La mayoría están en ruinas o se han convertido en refugios para desplazados. “Y las que siguen abiertas, cierran cuando cae la noche porque temen los bombardeos israelíes. Durante el día, algunos hombres se aventuran a rezar en las mezquitas o en lo que queda de ellas, pero es peligroso. Nosotros rezamos en casa”, explica Abu Ahmed. “Aunque finalmente, todos los lugares en Gaza son peligrosos. Y no sabemos qué va a ocurrir en los días venideros, ahora que parece que no hay esperanzas de una tregua inminente”.
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