Fuente: Noticias Obreras
21/12/2023
El papa Francisco ha autorizado la bendición de “parejas en situaciones irregulares” y “parejas del mismo sexo” con el fin de dar gracias a Dios por “todo lo que hay de verdadero, bueno y humanamente válido en sus vidas y relaciones”. Como era de prever, esta decisión –que algunos han tipificado como “histórica” y otros como “extremadamente corta”– ha hecho correr ríos de tintas e infinidad de comentarios de todo tipo. Quizá, por eso, es posible que no esté de más exponer el contexto eclesial en el que se ha venido gestando.
En su origen se encuentra una histórica rueda de prensa concedida por el papa Bergoglio en el avión que le trasladaba de Río de Janeiro al Vaticano (julio de 2013): “Si una persona es homosexual y busca al Señor y tiene buena voluntad”, les dijo a los periodistas, “¿quién soy yo para juzgarla?”. La sorpresa fue mayúscula. Francisco era muy consciente de que la desafección eclesial de muchos católicos no solo obedecía al secularismo, sino también a la obsesiva e inmisericorde exigencia de una moral familiar y sexual, sin los pies en la tierra. Esa consciencia explica que dedicara dos sínodos mundiales de obispos (2014 y 2015) a reconsiderar la moral sexual, prestando una particular atención a la necesidad de acelerar y abaratar las nulidades matrimoniales, así como a no expulsar de la comunión eclesial a los divorciados casados civilmente y a cambiar el magisterio y la relación con los homosexuales.
En el primero de los sínodos (2014) fue posible agilizar e, incluso, hacer gratuitas, las nulidades matrimoniales. Pero hubo una cerrada oposición a los otros dos asuntos. Pronto se pudo ver que, en lo referente a la homosexualidad, había dos enfrentadas sensibilidades en la Iglesia católica: la primera, manifestaba un rechazo total a cambiar el magisterio ya que la relación homosexual –sostenían– iba contra “la naturaleza”. Este grupo lo formaban la mayoría de los obispos africanos, con una buena parte de los de la Europa del este y de los estadounidenses. El segundo grupo –que no llegaba a los dos tercios requeridos para que saliera adelante una propuesta de cambio–, estaba liderado por los obispos alemanes. Para estos, había que cambiar el magisterio y la ley porque la inclinación homosexual era “connatural” o “según la naturaleza” de las personas homosexuales en concreto, tal y como se encargará de recordar el teólogo dominico Adriano Oliva, siguiendo a Sto. Tomás de Aquino.
Visto que no era posible alcanzar la mayoría requerida de dos tercios, en el segundo de los sínodos (en el del año 2015) se optó por dejar abierto este asunto y sacar adelante, al menos, la acogida eclesial de los divorciados vueltos a casar; cosa que, finalmente, se logró.
De entonces a hoy, hemos asistido a un intenso –y, a veces, muy crispado– debate sobre la homosexualidad en la Iglesia católica que ha tenido la virtud de que haya decrecido –pero no desaparecido– el peso de los católicos contrarios a cambiar la doctrina y la ley. Los que durante este tiempo han ido más lejos han sido los obispos y bautizados belgas –publicando un modelo de bendición de uniones homosexuales–, así como los alemanes. Estos últimos han argumentado que la posición de la Iglesia católica sobre la homosexualidad no se ha de asentar tanto en la llamada “moral natural” –invocada por la minoría eclesial–, cuanto en las aportaciones más relevantes de la tradición judeocristiana y de los datos científicos que se vienen alcanzando sobre la sexualidad humana. A la luz de estas dos referencias, han defendido que se ha de “respetar la forma en que cada uno concibe su identidad de género como parte inviolable de su ser imagen de Dios de una manera individualmente única”. Y habida cuenta de que “la doctrina de la Iglesia y su ley, dada la definición de binariedad bajo la ley natural, no atienden a estas identidades en absoluto”, deben ser cambiadas porque “no corresponden ni a la autocomprensión reseñada de tales personas ni al estado de las ciencias humanas”.
Estas y otras aportaciones, han ido preparando el terreno para que en el pasado sínodo mundial de octubre se haya aprobado –con la mayoría de dos tercios– estos tres textos que muestran un cambio de orientación al respecto: según el primero de ellos, “a veces, las categorías antropológicas que hemos desarrollado no bastan para captar la complejidad de los elementos que surgen de la experiencia o de los conocimientos de las ciencias, y requieren un perfeccionamiento y un estudio más profundo”. Según el segundo, “de distintas maneras, las personas que se sienten marginadas o excluidas de la Iglesia por su situación matrimonial, su identidad y su sexualidad también piden ser escuchadas y acompañadas, y que se defienda su dignidad”. Y, según el tercero, urge traducir “en iniciativas pastorales adecuadas” éstas y otras indicaciones aprobadas en el aula sinodal.
La bendición de parejas del mismo sexo o en situaciones irregulares es la primera de estas “iniciativas pastorales”. Sin duda, quedan otras por venir.
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