La experiencia ministerial y reorganizativa de la diócesis de Poitiers (Francia)
La remodelación territorial en curso -y que he recibido de mi predecesor, en aplicación de los acuerdos sinodales- es marcadamente clericalista ya que su referencia primera y última no está siendo la voluntad de pervivencia de los miembros que integran las comunidades cristianas o sus necesidades, sino las previsiones de sacerdotes. Al proceder de esta manera, se está abandonando a su suerte a muchas comunidades eclesiales.
Es necesario repensar y proponer una nueva reorganización pastoral de la diócesis en torno a cinco ejes: la misión, la sinodalidad, las comunidades locales, los equipos pastorales de base y un nuevo modo de ser presbítero.
Estamos tiempo para salir al paso de lo que está sucediendo a la Iglesia católica en los Países Bajos: imposibilidad de garantizar un relevo presbiteral mínimo (en conformidad con el actual modelo de sacerdocio ministerial), “unidades pastorales” cada vez más grandes e impersonales (por la creciente carencia de sacerdotes y por el aparcamiento de los equipos ministeriales de laicos) y, finalmente, la venta de los edificios parroquiales que ya no es posible atender ni mantener.
Jesús Martínez Gordo, teólogo
Monseñor Albert Rouet, obispo de Poitiers desde 1993 hasta 2011, aprueba, en aplicación del primer Sínodo Diocesano, el proyecto de “las comunidades locales” y de “los equipos pastorales de base”.
Con ello pretende afrontar la situación de creciente minoría de la Iglesia católica en una sociedad que se ha secularizado: hace tiempo, recordará, que ya no es posible asociar el número de ciudadanos con el de los católicos. Y menos aún, con el de los practicantes. Por eso, la diócesis de Poitiers es una iglesia en estado de misión.
Se trata de una primera constatación que viene acompañada de otra, igualmente importante: a lo largo del siglo XX ha ido decreciendo drásticamente el número de sacerdotes. Como consecuencia de ello, ya no es posible garantizar su presencia en todas y en cada una de las 604 parroquias. Como mucho, sólo será posible contar con uno o dos en las 77 unidades pastorales en que se está reconfigurando la diócesis.
Sin embargo, apunta monseñor A. Rouet, la remodelación territorial en curso -y que he recibido de mi predecesor, en aplicación de los acuerdos sinodales- es marcadamente clericalista ya que su referencia primera y última no está siendo la voluntad de pervivencia de los miembros que integran las comunidades cristianas o sus necesidades, sino las previsiones de sacerdotes. Al proceder de esta manera, se está abandonando a su suerte a muchas comunidades eclesiales.
Son estas constataciones las que llevan a repensar y proponer una nueva reorganización pastoral de la diócesis en torno a cinco ejes: la misión, la sinodalidad, las comunidades locales, los equipos pastorales de base y un nuevo modo de ser presbítero.
1.- Misión y sinodalidad
La misión, en primer lugar, como la razón de ser de la Iglesia y de toda posible reorganización. La sinodalidad o, lo que es lo mismo, el caminar juntos todos, obispo, presbíteros, laicos, laicas, religiosos y religiosas, como el modo de proceder cuando se trata de diseñar el futuro de las comunidades, sean pequeñas o grandes. Y, en tercer lugar, la creación de las “comunidades locales”.
2.- La comunidad local
Se entiende por tal, al grupo estable de cristianos que quieren seguir siéndolo, a pesar de no poder contar con la presencia permanente de un presbítero. El corazón de esta “comunidad local” no es su pertenencia administrativa a un territorio parroquial, sino la voluntad de permanencia como comunidad por parte de los miembros que la integran y la libre y responsable adhesión a la misma.
3.- Los equipos pastorales
Además, estas “comunidades locales”, para ser reconocidas como tales, han de contar con un “equipo pastoral” que se ha de renovar cada tres años, siendo posible una prórroga por otros tres. Cuando en la diócesis de Poitiers se habla de equipo pastoral se entiende por tal un grupo formado por tres “ministerios laicales” en correspondencia con cada uno de los tres pilares fundamentales de toda comunidad cristiana: el anuncio del Evangelio, la oración y la atención caritativa.
La comunidad local (naciente o veterana) ha de elegir, de entre sus miembros, tres personas para que el obispo les encomiende (tras los discernimientos que estime oportunos en los espacios de corresponsabilidad eclesial) los ministerios laicales correspondientes. Se trata de unos ministerios que, siguiendo la denominación propuesta en su día por Pablo VI, son tipificados como “reconocidos”. Lo normal es que estos tres ministerios laicales estén asistidos en su encomienda por otras personas. En muchas comunidades locales el número de los integrantes de estos equipos, que acompañan a tales ministerios laicales, suelen oscilar entre diez y veinte.
Los tres ministerios “reconocidos” se integran en un equipo pastoral del que también forman parte dos “delegados” encargados, el primero de ellos, de la vida material y de la economía y, el segundo, de la coordinación y representación de la “comunidad local”. Este último suele ser reconocido como “delegado de la comunidad”. También éstos dos son elegidos, pero, a diferencia de a los primeros, no se les confiere ministerio alguno.
4.- El presbítero
A los sacerdotes, hasta ahora responsables últimos y directos de todo, el obispo les encomienda acompañar y sostener -de manera itinerante- a los equipos pastorales, así como cuidar e incrementar la comunión con otros equipos pastorales y comunidades y velar para que la misión evangelizadora presida toda la vida cristiana. Evidentemente, también es tarea suya garantizar la participación, siempre que sea posible, en la liturgia sacramental.
5.- Cómo nacer de nuevo siendo viejo
De la experiencia de Poitiers parece oportuno extraer (más allá de otros problemas que han ido surgiendo estos últimos años) una primera conclusión: es posible afrontar la situación de envejecimiento y minorización de otra manera. Para que ello sea posible es preciso repensar a fondo el actual modelo presbiteral y la forma de organizarse la iglesia en parroquias, primando la promoción de comunidades.
El momento presente sigue siendo una magnífica ocasión para poner en funcionamiento un modelo de iglesia realmente sinodal y corresponsable, a la vez que una excelente ocasión para activar un modo de ser y de ejercer el ministerio ordenado que, itinerante, está centrado en el servicio a la comunión entre las comunidades y en la misión evangelizadora y, desde ellas, en la presidencia de la comunidad cristiana.
Evidentemente, se trata de una “presidencia” que, al primar la comunión y la misión evangelizadora, aparca todo atisbo de clericalismo y, por ello, cualquier absolutización de la autoridad presidencial y litúrgica (que emana del sacramento del Orden y que habilita para actuar “in persona Christi Capitis”). Se trata de un nuevo modelo de ministerio presbiteral en el que el servicio litúrgico (como muy probablemente así lo fuera entre los apóstoles) es entendido y vivido desde la centralidad de la misión evangelizadora y desde el cuidado de la comunión en cada comunidad y con las restantes; sin enrocarse, por tanto, en la reivindicación de un poder (clericalista, en la gran mayoría de las ocasiones), que poco o nada tiene que ver con el servicio a las comunidades.
Y, a la vez, no está de más recordar que es imposible afrontar el futuro sin contar con el concurso de las comunidades directamente concernidas. Ellas tienen una importante (y, en algunos asuntos, decisiva) palabra que decir. Pero para que eso sea factible, es necesario recuperar una sinodalidad y corresponsabilidad diluidas (cuando no perdidas) durante estos últimos años, en muchas iglesias locales.
Esta doble referencia a una nueva manera de remodelación pastoral en función de las necesidades (y posibilidades de las comunidades locales) y a un renovado (y necesario) modelo de presbiterado “itinerante”, justifican sobradamente la experiencia de Poitiers. Lo allí experimentado recuerda mucho el modo de proceder de las primeras comunidades cuando el apóstol tenía que marcharse, pero dejaba un mínimo de organización que garantizara su pervivencia e, incluso, su expansión.
Por eso, no ha de extrañar que mientras que una buena parte de las diócesis francesas lleva casi veinte años “volviendo” (creativa y esperanzadamente) de una reorganización pastoral en función únicamente de las posibilidades de efectivos presbiterales (presentes o futuros) y apostando por los “equipos pastorales de laicos” (al parecer, con notables resultados), otras diócesis están todavía “yendo”, empeñadas en una remodelación que no contempla, sinodal y corresponsablemente, el futuro de las parroquias concernidas ni la vía de los “equipos pastorales de laicos”, sino solo las posibilidades de efectivos presbiterales (cada día numéricamente más limitadas) con el auxilio de algunos laicos “colaboradores” (los “referentes”).
Puede que no esté de más recordar que semejantes remodelaciones “clericalistas” van a desembocar, muy probablemente, en situaciones parecidas -como he adelantado- a la que ya está padeciendo la Iglesia católica en los Países Bajos: imposibilidad de garantizar un relevo presbiteral mínimo (en conformidad con el actual modelo de sacerdocio ministerial), “unidades pastorales” cada vez más grandes e impersonales (por la creciente carencia de sacerdotes y por el aparcamiento de los equipos ministeriales de laicos) y, finalmente, la venta de los edificios parroquiales que ya no es posible atender ni mantener. La responsabilidad de que eso suceda entre nosotros será solo de quienes no están teniendo el coraje debido en estos tiempos.
No creo que esta manera de “nacer de nuevo siendo viejo” sea imposible o inviable, como ha pasado en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, al menos, mientras esté Francisco en la cátedra de Pedro. Ni mucho menos.
Solo se requieren laicos dispuestos a seguir a Jesucristo en comunidades con un proyecto de futuro, presbíteros o sacerdotes prontos a estrenar una nueva (y vieja) forma de serlo y, sobre todo, obispos que –“casados” con sus respectivas diócesis- dejen de añorar un pasado que, afortunadamente, ya no volverá y que, revestidos de un poco de coraje evangélico, renuncien al pluralismo indiscriminado, opten por una reorganización territorial presidida por la promoción de comunidades de libre adhesión, así como por un presbiterado que, diocesano y secular, sea, a la vez, apostólico e itinerante. Y que, finalmente, promuevan y reconozcan, al menos, tres ministerios laicales: el de la evangelización y el anuncio, el de la santificación y el culto y el de la caridad y la justicia.
Tampoco es gran cosa lo que se propone y pide… O, visto lo mucho que cuesta adentrarse por este camino, ¿quizá, sí?
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