Después de dos semanas de su participación en la Asamblea General del Sínodo de los Obispos sobre la Sinodalidad en la Iglesia, Mons. Enrique Figaredo, jesuita y pastor de la Prefectura Apostólica de Battambang (Camboya), comparte con nosotros su experiencia. Nacido en España, ha vivido su vida misionera en Tailandia y sobre todo en Camboya. Allí se le conoce simplemente como “Mons. Kike”. Es apreciado por su compromiso en favor de los discapacitados heridos por las minas antipersona.
Fuente: Jesuits
Por Kike Figaredo SJ
16/10/2023
En la oración ecuménica de apertura del Sínodo, el Papa Francisco nos situaba “como la comunidad cristiana en sus orígenes el día de Pentecostés. Como un único rebaño, amado y reunido por un solo Pastor, Jesús. Como la gran muchedumbre del Apocalipsis estamos aquí, hermanos y hermanas «de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas» (Ap 7,9), provenientes de diferentes comunidades y países, hijas e hijos del mismo Padre, animados por el Espíritu recibido en el Bautismo, llamados a la misma esperanza (cf. Ef 4,4-5).”
Y es que el proceso sinodal no es una idea nueva, sino que ha estado siempre en la Iglesia desde sus primeras comunidades. Lo que ahora estamos tratando es que esto vuelva a ser el modo de proceder en la Iglesia, como ya trató de revitalizar el Concilio Vaticano II, convirtiéndonos de nuevo a lo que desde sus inicios la Iglesia ha estado llamada a ser, más fraterna, con más participación, más comunión y siendo más misioneros.
El Papa también nos invita a una actitud de oración y silencio: “El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que, tras el discurso de Pedro en el Concilio de Jerusalén, «toda la asamblea hizo silencio» (Hch 15,12), preparándose para recibir el testimonio de Pablo y Bernabé acerca de los signos y prodigios que Dios había realizado entre las naciones. Y esto nos recuerda que el silencio, en la comunidad eclesial, hace posible una comunicación fraterna, en la que el Espíritu Santo armoniza los puntos de vista porque Él es la armonía.”
Primera semana del Sínodo
Hemos estado en camino desde 2021 y, ahora, estamos viviendo una parte más del proceso: la XVI asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Hay una alegría del encuentro, de participar, de verse las caras, y de crecer en amistad, en interés unos con otros. En este sínodo estamos en un proceso de responder a la llamada de Dios, como hermanos de un mismo Padre, y un Padre misericordioso. Con su cariño y misericordia nos llama a construir fraternidad, inclusividad, justicia y paz en el mundo. Es la dinámica del amor de Dios la que nos hace profundizar en nuestra vocación. Y es también desde la mirada fija en Jesús y en su misericordia de la que nace una mayor apertura y participación de personas que antes no estaban incluidas en las conversaciones: mujeres, laicos, líderes de iglesia, líderes con discapacidad. Juntos rezamos y discernimos, juntos seguimos profundizando en el amor de Dios.
Hemos salido de estar presos de la doctrina a crecer en escucha desde el corazón, que ilumina la inteligencia, y siento que estamos todos iluminados por esta asamblea. En este proceso sinodal, el amor de Dios nos llena el corazón y nos da la gracia para tener una nueva sabiduría, una nueva visión y doctrina de la Iglesia que nace de la caridad y del amor, con la prioridad pastoral de que la Iglesia es para todos.
Mi experiencia de estos días es que los signos de los tiempos nos hacen tener a los pobres, que son el cuerpo sufriente de Cristo, en el centro. Son los pobres, espirituales y físicos, como los migrantes forzosos, las víctimas de la guerra, de los abusos, los que están en el centro. Gracias a esta dinámica, las llagas del Señor se ponen en el centro. La Iglesia acompaña, cura y rehabilita, y está invitada al abajamiento, a la humildad. El camino nos lo ha enseñado el Señor en su encarnación, sufriendo con los pobres. Es una invitación para que sepamos sufrir con los pobres, tener esperanza con los pobres y experimentar la resurrección con ellos, aceptando con alegría la bendición de Dios.
Esta primera semana de la Asamblea General ha sido un momento de escucha y de esperanza, de crecimiento en la fe y construcción de la Iglesia, haciendo de ella un lugar de fraternidad universal.
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