Fuente: Vida Nueva Digital
Por Mateo González Alonso
16/10/2023
El reportaje
El periodista francés Vincent Mongaillard, reportero de ‘Le Parisien’ y ‘Aujourd’hui’, publicó el pasado mes de septiembre una serie de cuatro reportajes dedicados, según el título de sus editores, a “las derivas sectarias del Instituto Cristo Rey Sumo Sacerdote”. El redactor especializado en información religiosa se metía de lleno en esta sociedad de vida apostólica para sacerdotes de corte tradicional que fue constituida en 1990 con el apoyo de un obispo en Gabón, pero impulsado por los presbíteros franceses Gilles Wach y Philippe Mora –tras escapar de otra comunidad tradicionalista–. En su parroquia de Florencia o en su casa general y seminario ubicados en una localidad cercana, Gricigliano, hemos visto frecuentemente al cardenal Raymond Leo Burke o diferentes prelados de medio mundo celebrando conforme al rito extraordinario de la misa.
Sin entrar en muchos pormenores, hay que destacar que este instituto es de derecho pontificio y no sigue diferentes postulados extremos como en el caso de los lefebvrianos a la hora de reconocer la autoridad del Vaticano II o del papa Francisco. Allí el periodista asiste a una misa tridentina en la que los seminaristas van con sotana y sobrepelliz, los laicos varones con traje y corbata –menos uno que lleva pajarita roja– y las mujeres con mantilla… y observando la escena se pregunta por qué en Francia se mira a esta comunidad con recelo por su “influencia sectaria” y algunas derivas tanto de la sociedad sacerdotal como de la comunidad de religiosas, las Adoratrices de Cristo Rey Sumo Sacerdote. Han sido varias las personas que han abandonado el instituto en los últimos años y de ellos vienen las denuncias de la deriva sectaria de esta comunidad. Los superiores quitan hierro a este dato, pero hay testimonios que han preocupado a la misma Conferencia Episcopal Francesa, después de que estén ya presentes con una cuarentena de sacerdotes repartidos en unas 25 diócesis.
Los abusos de poder
Mientras, uno de los miembros actuales reitera: “El instituto funciona bien, y eso despierta celos. Es una familia en sentido positivo, en absoluto una secta”. Los críticos que han abandonado la comunidad o sus familiares cuestionan sus gastos excesivos, los abusos de poder o incluso haber padecido un estrangulamiento espiritual.
Las críticas económicas se centran en la visa palaciega construida en torno a la casa general en la florentina Villa Martelli donde más allá de las impecables indumentarias litúrgicas las ordenaciones se celebran con cenas copiosas –con manteles de encaje, cubertería de plata, copas de cristal fino, vajilla de porcelana artesana… y otras costumbres culinarias del Antiguo Régimen junto a un menú con champán, foie gras, langosta, erizos de mar, pasta a la trufa…– y un espectáculo de fuegos artificiales presenciado por los notables de Florencia, ya que todo se hace con donaciones de fieles.
Una cita en la que también se tiró la casa por la ventana fue el cumpleaños del cardenal Burke que fue recibido por dos seminaristas vestidos de caballeros. Unos gastos que contrasta con la ausencia de cotización o los retrasos de los pagos a sus trabajadores o religiosas. “Su lema es: ‘Nada es demasiado bueno para Cristo’, ¡pero no te olvides también de nosotros!”, comenta el padre de un sacerdote al denunciar los imponentes regalos que reciben algunos de sus huéspedes VIP, especialmente si forman parte de la jerarquía de la Iglesia. El tema económico lleva en el reportaje a cuestionar algunos de los legados o destacar algunos vínculos con la extrema derecha católica tan presente en Francia a través de diferentes movimientos tradicionalistas.
Pero este estilo de vida, entre estudiosos del evangelio, solo se puede sostener desde un control de las voces disidentes. “Todo se hace para señalar, aislar, desplazar y silenciar a quienes se atreven a criticar”, señala un antiguo miembro a la hora de denunciar los mecanismos de abusos de poder ya que, añade, los sacerdotes que no están en el radar de los superiores son “tratados como idiotas delante de todo el mundo”. “En todos los retiros y conferencias nos repiten que debemos todo a nuestros superiores. Cuestionar una orden, aunque sea estúpida, se considera un delito de lesa majestad”, reclama el sacerdote Sébastien Goupil al definir el dogma de la obediencia ciega que impera en el ambiente. “Se hace todo lo posible para inmovilizar, aislar, reubicar y silenciar a quienes se atreven a criticar el modo de gobierno inadecuado del Prior General”, denuncia otro exmiembro. “Lo que más me chocaba de los curas era la falta de compasión y misericordia, los juicios sistemáticos y cotidianos despiadados sobre los que sufren, se divorcian, abortan, fracasan, los homosexuales, los no creyentes, los extranjeros, los parados, los pobres…”, relata un sacerdote expulsado de la comunidad
En este ambiente crece el secretismo y nadie puede hablar de los dos sacerdotes del instituto condenados por abusos a menores. Un silencio que no se aplica a la hora de mostrar, señalan, su “desconfianza hacia la Iglesia institucional” o “ridiculizar” al papa Francisco o a los partidarios del Vaticano II. Algo de lo que nadie denunció nada durante la visita canónica impulsada por el Vaticano II en 2014 y que incluso ahora algunos miembros dicen abiertamente que mintieron. Ante estas acusaciones, el superior general, Wach simplemente destaca que responden a peticiones de obispos de todo el mundo para abrir nuevas presencias y que cada año ordenan a un grupo de jóvenes.
El fundador
Hablando del propio Wach se dedica una entrega de los reportajes a su tren de vida. Este sacerdote de 66 años es, para los críticos, “un eclesiástico maquiavélico”, “irascible”, “omnipotente”. Hijo de un contable ahora, denuncia un cura, “vive como un príncipe de la Iglesia” aunque predique sobre la pobreza del Cura de Ars. Sacerdote del seminario de Génova fue ordenado por el papa Juan Pablo II tejió una red de contactos desde joven en la Congregación para los Obispos. Fue vicario general en una diminuta diócesis –contaba con una decena de curas– de Gabón donde con su amigo Philippe Mora, que ahora dirige el seminario, fundaría el Instituto Cristo Rey Sumo Sacerdote.
“Monseñor Wach está obsesionado con las fotos”, cuenta un antiguo seminarista; el sacerdote Goupil, sentencia que tiene “obsesión por la apariencia” a juzgar por el excesivo número de fotos propias que manda difundir. Una grandiosidad que traslada a expresiones como cuando llegó a afirmar: “¡La Providencia soy yo!” Admirador del reinado de Luis XIV, su desdén de los pobres parece una consecuencia de su estilo versallesco de vida.
“Viajé en el coche con él y no hablaba de política ni de teología. Me dio la impresión de que estaba vacío por dentro”, señala un antiguo diácono del instituto de este fundador que nunca ha escrito un libro o dado una limosna. En sus viajes a veces acude a restaurantes de moda o con estrellas Michelin y que en su casa emplea a los seminaristas como sus mayordomos –incluso para abrir la cama–, según denuncian varios miembros. Por no decir que hay un perfume específico para la habitación que ocupe en sus visitas a las casas del instituto por el mundo. En su ropero –y consiguiente zapatero– hay un buen número de sobrepellices azules, le ha valido que los críticos le apoden como ‘Papá Pitufo’. “Es capaz de gritar porque un seminarista sujeta mal la antorcha cuando un cardenal sale de la finca. Tiene una obsesión enfermiza por la perfección”, narra un seminarista. “Sigo teniendo pesadillas con Wach, tengo ansiedad, me ha visto un psicólogo…”, apunta un sacerdote que ha vivido una depresión. Sin embargo, cada seis años hasta ahora ha sido reelegido como superior general. “Si esto ha continuado hasta hoy, es porque tiene apoyo en los lugares adecuados, es un hombre inteligente. Para mí, en cualquier caso, no es de fiar, no me fío de él”, confiesa un arzobispo francés al periodista. La respuesta del prior al periodista se reduce a esta reflexión: “Sufro cuando soy testigo de la infidelidad en los compromisos contraídos con el Señor o con el instituto. La falta de honradez con la Iglesia para servir a fines personales o políticos me duele profundamente”.
El seminario
El autoritarismo y la humillación se presentan en otra entrega del reportaje centrada en el seminario central del instituto dirigido por el otro fundador, Philippe Mora. Algunos de los antiguos miembros denuncian una educación infantilizada centrada en el terror con lecturas prohibidas, correspondencia privada filtrada o recelos ante los estudiantes que hacen preguntas. Con costumbres del siglo XIX el Kindle es supervisado y el Facebook está prohibido, aunque el seminario cuenta con una web llena de fotos y con vídeos promocionales o de grandes celebraciones. Los móviles se dejan solo en las vacaciones con la familia y a la vuelta se entregan a la secretaria del superior o “los correos electrónicos se leen antes de ser reenviados a sus destinatarios” desde los ordenadores comunitarios y a través de una dirección única –las respuestas a los correos electrónicos se imprimen y se guardan en los casilleros–, denuncian.
“Entre nosotros, llamábamos al seminario la escuela de hostelería”, cuenta otro seminarista por los servicios hechos a los grandes invitados o por castigos como “arrodillarse junto a la bandeja de servir en la mesa de los superiores”. También se retratan prácticas como hacer las expulsiones a horas intempestivas para que no se puedan despedir de los compañeros, la ausencia de calefacción la mayor parte del día o el impulso de terapias de conversión a un seminarista homosexual.
Por todo esto el obispo de El Havre, Jean-Luc Brunin, advierte que “hay signos de derivas sectarias” en el instituto y quiere que el Vaticano intervenga mientras otras diócesis siguen impulsando estas comunidades. En junio la Conferencia Episcopal pidió formalmente otra visita canónica con más garantía que la anterior. También se ha hecho público un informe de 2014 encargado por el Gobierno francés sobre la lucha contra las derivas sectarias. A esto se ha sumido una recopilación más organizada de las denuncias de las víctimas gracias también a distintos organismos y asociaciones en los que han encontrado eco. Frente a esto la aportación de sacerdotes que ofrece el instituto pesa en aquellos obispos sin vocaciones a la vista para los que estos son un alivio en el desarrollo de sus apostolados (las misas tradicionales o algunos colegios privados). Esta necesidad de curas hace explicable la ambigüedad en la que se mueven algunos obispos que se contentan con el hecho de que en el instituto también hay buenas personas y pastores que viven su sacerdocio con verdadera entrega. Otros obispos que han señalado públicamente sus reservas son el de Autun o el de Dijon, preocupados por el excesivo celo que se le concede a la indumentaria litúrgica o la moral frente a la teología. Como ocurre con otras comunidades religiosas o nuevas fundaciones a veces es difícil valorar hasta dónde llega el éxito vocacional o el fracaso del rigorismo sostenido en una nostalgia que se queda en determinadas formas de la tradición.
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