Fuente: Religión Digital
Por
29/07/2023
Amigas y amigos
El número de comentarios críticos a mi pasada carta a Yolanda Díaz ha sido tal que, si no respondo nada, podría parecer aquello de que “el mayor desprecio es no hacer aprecio”. Voy pues a hacer aprecio y tratar de explicarme. Aclarando que, de los comentarios que he podido leer, en lo que toca a los vestidos de Yolanda había un empate; mientras que en lo de las uñas pintadas eran prácticamente todos contrarios a lo que dije. Veamos pues.
1.- Intento tener como norma fundamental para mi modo de pensar, aquella tesis de Ignacio Ellacuría: “tanto la humanidad como el planeta tierra solo tienen solución en una civilización de la pobreza”. Ya sabréis que luego se sustituyó lo de la pobreza por una civilización “de la sobriedad compartida”, para evitar malentendidos y reacciones en contra.
Desde aquí, creo sinceramente que aquella profusión y elegancia de vestidos de Yolanda, no son compatibles con esa sobriedad compartida. Recuerdo la que armó en su época Domingo de Guzmán cuando acuñó el principio de “evangelizar en pobreza”: como si con eso quisiera impedir la evangelización y cosas parecidas. Pero no fue así y hoy creo que sería posible parodiar a santo Domingo hablando de “hacer la revolución desde la sobriedad”.
En este sentido creo que lo que debe preocupar a Sumar no es mi voto (que en principio lo tiene) sino la práctica ausencia de votos en lugares como La Cañada Real de Madrid, o La Mina de Barcelona. (Por cierto, un detalle significativo que no sé si conocéis: ayer leí que los lugares de Barcelona donde más votos ha sacado Vox son San Gervasio y La Mina: el barrio de los más ricos y el de los más míseros. Ahí tenéis el voto del egoísmo -que no vota pensando en el bien común sino en el bien propio- y el voto de la rabia -que no vota ni siquiera en provecho propio sino contra algo-).
Y sobre esto incide otro detalle que comenta mucho T. Piketty en su obra indispensable: Capitalismo e ideología. Cuando las opciones de progreso social crecen solo en las clases con estudios y no en las más pobres, hay un peligro repetido de que la izquierda se deforme: “así llegamos a un cierto aburguesamiento de las izquierdas y que las clases populares se sientan menos representadas por ellas” (p. 886); lo cual parece demostrado por mis referencias anteriores a La Cañada Real y a La Mina. Piketty habla entonces de “izquierda brahamánica”. Yo hablé en otros momentos de “izquierdas de plástico” (como las flores de plástico). Y Francisco papa escribe también que “a veces izquierdas o pensamientos sociales conviven con hábitos individualistas y procedimientos ineficaces que solo llegan a unos pocos”. Ese es mi temor.
2.- Lo de pintarse las uñas no merecería ni comentario. Recuerdo que introduje el tema (tras dudar un rato) para alabar algo de Yolanda, ya que la había criticado en la parte anterior de mi escrito. A parte de eso (y como “sobre gustos no hay nada escrito”), sucede que a mí me gustan más las uñas de color natural que pintadas: unos dirán que porque tengo mal gusto y yo diré que porque me desagradan los colores chillones. Pero eso importa muy poco ahora: si retomo el tema es porque tiene relación con otra de las grandes estupideces derechosas de nuestro momento: me estoy refiriendo a la plaga de los tatuajes que (como las minas) cuestan luego mucho más de quitar que de poner, afean el cuerpo y no sirven más que para llamar la atención. Pero son un negocio impresionante.
Una vez me contaron algo que no sé si es cierto y lo repito aquí por si alguien de vosotros lo puede confirmar o desmentir. Critiqué al futbolista Messi porque, tras larga temporada normal, apareció un día con todo el brazo izquierdo “embadurnado”. Me dijo un amigo que pretendía saberlo, que aquello no había sido decisión del jugador sino que el equipo gestor que lo acompaña, le había obligado a hacerlo para que propagara ese vicio del tatuaje. Me cuesta creerlo pero así me lo contaron. Si alguien me lo puede confirmar o desmentir, gracias.
En cualquier caso, sí podemos decir que una cosa es la limpieza del cuerpo y otra su adorno (sea con buen o con mal gusto). Y que en una civilización de la sobriedad compartida, esas manías del adorno corporal son algo a considerar muy seriamente: porque constituyen una fuente importante de dinero que podría estar invertido, de manera más justa, en favor de quienes casi ni siquiera pueden lavarse.
3.- Una vez presencié esta conversación entre dos dignatarios eclesiásticos (y puedo asegurar que no hablaban de mí porque entonces no lo contaría): “quien así habla es porque no ama a la Iglesia”. Y el otro respondió: “a lo mejor es que la ama más que nosotros”... Pues bien: a lo mejor es que yo soy un puritano de izquierdas, al que los muchos años han vuelto intolerante. Pido no obstante permiso para poder ser así los pocos días que me quedan. Porque así como Francisco dice que “la eliminación de las armas nucleares se convierte en un imperativo moral y humanitario (y que) con lo gastado en armas y otros gastos militares, construyamos un Foro Mundial para acabar con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres”, también cabe pensar que, eliminando tantos adornos inútiles, igual se podría hacer algo social, mucho más humano y más hermoso.
Y para terminar: con lo dicho no pretendo convencer ni cambiar de opinión a nadie. Nuestras convicciones no se forman por meras ideas teóricas (aunque algo puedan ayudar), sino por una serie de experiencias hondas y por la manera de digerirlas. Solo pretendo que podamos convivir apreciándonos y disintiendo: que es lo que más cuesta hoy tanto a derechas como a izquierdas.
Terminaré por eso evocando una breve homilía de días pasados, cuando en mi eucaristía pública de las 13:30, me venía llamando la atención una presencia inusitada de gente joven. Un día, el evangelio leído me facilitó dirigirme a ellos y decirles: Mirad, la vida os dará caricias y bofetadas. Las bofetadas son útiles para que no creáis que las caricias que recibís se deben a lo guapos (o guapas) que sois. Las caricias son útiles para que nunca las bofetadas os creen rabia o un complejo de inferioridad. Pero lo principal es que sepáis que hay mucha gente entre nosotros, a los que la vida, prácticamente, no les da más que bofetadas. Y que no son excepciones, sino millones de seres humanos. ¡Ojalá este dato se convierta, para vosotros, en el prisma o la lente o el lugar, desde el que procuráis mirar todas las cosas!
Y ojalá esto valga también para nosotros.
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