Por Jesús Martínez Gordo
14/04/2023
Puede parecer una perogrullada, pero no está de más recordar que la fe es, a la vez, adhesión personal e incorporación a una comunidad, en nuestro caso, a la de los seguidores de Jesús de Nazaret.
La clave de esta doble y complementaria referencia es la relación, por supuesto, personal con el Crucificado Resucitado en sus mediaciones, transparencias, huellas o presencias de todo tipo (entre ellas, las cósmicas, las protobiológicas, las antropológicas, las litúrgicas, la escriturística y, por supuesto, la histórica). Y, a la vez, la interacción con otras personas que, participando de una relación semejante, conformamos el grupo de sus seguidores, la “ecclesía”.
Siempre que he considerado el desafío que viene planteando la revolución digital a la doble vertiente, personal y comunitaria, de la fe y, sobre todo, a su eclesialidad, me he encontrado con varios hechos reseñables. Pero, en concreto, retengo uno que me ha parecido particularmente importante y significativo de la época en la que nos hemos adentrado: la creación de la diócesis virtual “in partibus” de Partenia por el obispo J. Gaillot .
1.- La constitución de la diócesis “in partibus” de Partenia
En la última década del pasado siglo, concretamente, el año 1996, el obispo francés Jacques Gaillot (1935-2023) comunica, a partir de su sustitución como prelado de Evreux, la creación de lo que, si no me equivoco, puede ser considerada como la primera diócesis virtual con el nombre de Partenia. Pero antes de asomarme a este importante capítulo de su intensa vida, me parece oportuno aportar algunos datos previos que ayuden a comprender, además de contextualizar, esta singular decisión.
J. Gaillot es nombrado responsable último de la iglesia local de Evreux (Francia) en 1982. Su presidencia viene marcada por la celebración -durante tres años- de un Sínodo Diocesano y por un magisterio en el que la centralidad la tienen los pobres y marginados, así como por la convicción de que Jesús pertenece a la humanidad y no solo a los cristianos y por el rechazo de cualquier complacencia cuando estén en juego la dignidad de la persona y, de manera particular, la vida y los derechos de los más pobres.
El año 1995 es particularmente importante en su vida como obispo de Evreux: después de criticar en un libro las leyes de inmigración del ministro del Interior de aquel tiempo, es convocado a Roma donde se le informa de que al día siguiente, viernes, 13 de enero, al mediodía, ya no será obispo de Evreux. “Si firma su dimisión, se le dice, será tratado como obispo emérito de Evreux. Si no la firma, será obispo transferido”. Ante su negativa, es nombrado obispo “in partibus” de Partenia, una diócesis situada en la meseta de Sétif (Argelia), desaparecida en el siglo V.
Una vez cesado, reside durante un año en el barrio Du Dragon, en París, con familias sin papeles. Se extiende su reconocimiento social como el obispo de los pobres.
El año siguiente pone en marcha, con sede en Zúrich, la página web llamada Partenia, símbolo, como todavía se puede leer, “de todos los que en la Iglesia y fuera de ella tienen el sentimiento de no existir”. En esta nueva diócesis, tipificable como “virtual”, se publican, en siete lenguas, sus escritos sobre temas de actualidad durante 14 años, alcanzando una media de 800.000 entradas o visitas mensuales desde todas las partes del mundo.
A lo largo de este tiempo, J. Gaillot, además de escribir en Partenia, continúa con sus compromisos en favor de los últimos del mundo hasta el 2010, fecha en la que, cumplidos 80 años, comunica su retirada, dejando de publicar.
El 1 de septiembre de 2015, a los 84 años, es recibido por el Papa Francisco en la residencia Santa Marta; un gesto interpretado como de rehabilitación.
Es cierto que no se puede ignorar, desde hace unos años, la presencia de algunos obispos en las redes sociales (Twitter y Facebook, entre otras), reuniendo, en torno a sus escritos y posicionamientos, a un considerable número de personas, a lo largo y ancho de todo el mundo. Ni tampoco se puede desconocer la de no pocos presbíteros y asociaciones religiosas y laicales.
Pero, sobre todo, lo que no se puede olvidar -una vez fallecido- es la iniciativa de J. Gaillot de poner en marcha la primera diócesis virtual del mundo ni, por tanto, su presencia pionera en estos medios. Ni tampoco, el debate teológico -y, en mi opinión, previsiblemente de más recorrido que el tenido hasta el presente- abierto por este carismático y felizmente atípico obispo.
2.- La cuestión teológico-pastoral
A partir de la creación y puesta en marcha de la diócesis de Partenia brota una reflexión teológico-pastoral referida a la necesidad de que se reconozca jurídicamente la existencia de diócesis y comunidades virtuales.
Como es sabido, el Código de Derecho Canónico de 1983, después de transcribir en el canon 369 casi literalmente el número 11 del Decreto sobre los obispos del Vaticano II (CD), indica, en el 372 & 1, que “como regla general, la porción del pueblo de Dios que constituye una diócesis u otra Iglesia particular debe quedar circunscrita dentro de un territorio determinado, de manera que comprenda a todos los fieles que habitan en él”.
Por otra parte, en el Decreto sobre los presbíteros se lee que “se pueden establecer… algunas diócesis peculiares o prelaturas personales y otras providencias por el estilo, en las que puedan entrar o incardinarse los presbíteros para el bien común de toda la Iglesia, según módulos que hay que determinar para cada caso, quedando siempre a salvo los derechos de los ordinarios del lugar” (PO 10). El Papa Pablo VI implementó este acuerdo conciliar en el número 4 del “Motu proprio” “Ecclesiae Sanctae” de 1996: “la Sede Apostólica podrá útilmente erigir Prelaturas, de las que formen parte sacerdotes del clero secular que hayan recibido una formación especial, sometidas a la jurisdicción de un Prelado propio y dotadas de estatutos propios”.
Por tanto, existen dos tipos de diócesis: las territoriales (que son la inmensa mayoría) y las personales, es decir, las que no están implantadas en un territorio al servicio -perfectamente delimitado- de los católicos allí ubicados, sino de un colectivo humano concreto: por ejemplo, el grupo de las fuerzas armadas o los sacerdotes que integran la prelatura del Opus Dei. Es, igualmente, el caso de algunas iglesias o comunidades católicas orientales denominadas “uniatas” y clandestinas en Estonia, Letonia y Lituania durante la represión soviética. Y el del “Ordinariato para los fieles católicos orientales residentes en España”, por decisión del Papa Francisco (2017).
Pero también conviene tener presente que, desde hace unos años, se ha generalizado la existencia de páginas webs de una buena parte de las 5.000 diócesis que conforman la Iglesia católica. Y, sobre todo, aunque mucho menos, de obispos -como he adelantado- en las redes sociales (Twitter y Facebook, Instagram, entre otras).
Entiendo que con la puesta en funcionamiento de la diócesis de Partenia no solo se ensayó una renovada forma de presencia pública de la fe, sino también otra manera de reorganizarse como seguidores de Jesús de Nazaret, bajo la autoridad -cierto que canónicamente fallida- de un obispo singular que, sin embargo, tuvo la audacia de convocar a los que, como él, tenían, “en la Iglesia y fuera de ella, el sentimiento de no existir”. Procediendo de esta manera, J. Gaillot puso en funcionamiento lo que se podría denominar algo así como una nueva modalidad de diócesis, junto a la territorial y a la personal: la virtual o en red.
Y la verdad es que no deja de sorprenderme que sea seguido en el empleo de tal recurso por obispos que pueden acabar procediendo, de hecho, como prelados de diócesis virtuales, más allá de que tengan -o no- problemas de aceptación en las diócesis territoriales que se les han encomendado.
Esta última consideración sobre la presencia virtual de obispos en las redes sociales también vale para muchos presbíteros, religiosos, religiosas y laicos y laicas. Estamos asistiendo a una redimensión del criterio territorial que nos lleva, por lo menos, a plantearnos una mejor articulación con lo funcional y carismático o, si se prefiere, hacia modelos de pertenencia eclesial en los que se conjugue la preferencia por la adscripción virtual con una limitada o muy reducida apuesta por lo territorial o por la prelatura personal.
Se trata de un modo de ser iglesia que no hay que echar en saco roto, ya que puede ser el primero de una larga serie. Creo que las singularidades de determinados colectivos ya están requiriendo algo parecido. Me refiero, en concreto, al numeroso grupo de las personas mayores, no todas ellas analfabetas digitales. Y, por supuesto, a otros, más jóvenes; e, igualmente, a quienes se hacen presentes, de manera preferente, en ambientes especializados o a las que la pertenencia territorial no les satisface, por las razones que sean.
Esta balbuceante, pero, a la vez, necesaria reflexión jurídica y teológica se la debemos a monseñor J. Gaillot estos días en los que abundan los recordatorios, tanto de “su despido papal” como de “su retorno” a la casa eclesial, por obra de Francisco y, sobre todo, de su enorme presencia entre los últimos del mundo, gracias, tambien a su original diócesis virtual.
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