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Fuente: Bizkeliza
06/03/2023
El viernes falleció en Bilbao, a los 84 años de edad, el presbítero diocesano José Mari Larruskain. Su funeral tendrá lugar mañana martes, día 7 de marzo, a las 18:00 h., en la parroquia de Andra Mari, de Markina.
Larruskain nació el 5 de enero de 1939, en Beasain (Gipuzkoa). Fue ordenado presbítero, el 30 de junio de 1964, en la parroquia de San Fernando de Bilbao.
Tras su ordenación fue destinado a Murueta como ecónomo y posteriormente a Sondika, primero como coadjutor y, posteriormente, moderador del equipo presbiteral. Más tarde fue delegado del sector Mungia y, desde 1987 ejerció su labor pastoral en Ermua y Mallabia. De 1996 a 2000 formó parte del Consejo de Presbiterio y en 2011, pasó a formar parte del equipo presbiteral de la Unidad Pastoral Galdakao, hasta su jubilación. Actualmente vivía en la residencia de La Misericordia, donde falleció el pasado viernes.
Cercano y resolutivo
El recuerdo que tiene Miren Leanizbarrutia, laica de Mallabia, de Jose Mari Larruskain en su etapa como párroco de Ermua es el de “un hombre serio, pero a su vez, muy cercano y diría también que muy resolutivo”. Aunque en aquella época en Mallabia tenían su propio párroco y funcionaban como parroquia, ambas parroquias –Ermua y Mallabia– estaban unidas y era un único equipo de sacerdotes quienes las atendían. “Jose Mari también venía de vez en cuando a Mallabia. Me acuerdo que le tocó tomar decisiones pastorales en temas como primeras comuniones, etc., quizá impopulares, pero necesarias para una mejor vivencia de la fe, y que lo hizo con firmeza, con argumentos, con respeto y en conciencia, aunque le costara algún disgusto”.
Leanizbarrutia recuerda especialmente los tristes y dramáticos días del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco “en los que Jose Mari nos ayudó a canalizar toda aquella rabia y dolor por medio de la oración. Estuvo cerca de la familia y, además, supo gestionar muy bien todo el tema institucional y formal en torno al funeral de Blanco que congregó a los máximos representantes institucionales, políticos y sociales. Desde que marchó de Ermua, he coincidido con él alguna que otra vez y siempre he recibido de su parte palabras de cariño y amistad hacia mí y toda mi familia. Goian bego!”
Una buena persona
Su compañero presbítero Antón Linaza, al que le unía una gran amistad, le visitaba asiduamente. Linaza ha sentido mucho su pérdida de su amigo. Dice que Jose Mari, sobre todo, “fue un buen hombre, una persona buena, eso es por lo que lo más destacaba: por su bondad, algo que la gente apreciaba mucho”. Estuvieron en el mismo curso y recuerda que Larruskain “casi era el secretario o portavoz del curso”, porque él era quien les convocaba a las comidas o encuentros y quien comunicaba a los compañeros, temas de interés del grupo. Dice que era “activo, sin pretensiones, una persona muy estimada, nadie habla mal de él”. También destaca que fue un hombre que generaba comunión, unión, “eso es lo que yo califico como buena persona. Y en esa bondad –concluye Linaza– estaban concentradas todas las virtudes que ha tenido Jose Mari”.
Amigo de sus amigos
«Se nos ha ido un hombre bueno y un cura bueno”, dice otro de sus compañeros, José Luis Iza. Desde que se trasladó a vivir en casa de su hermana en Markina, se reunían semanalmente a tomar un café “y nos traía muchas noticias de la diócesis y de compañeros curas con quienes no perdió contacto. Siempre ha sido un hombre bien informado de la marcha de la Iglesia en general y de nuestra diócesis en particular”.
Una de las primeras experiencias de Iza como cura fue en Sondika. “Jose Mari era párroco y me acogió como colaborador con gran cariño. Dejaba hacer y no era de los que te daban un campo de trabajo y que tú te las arreglaras solo. Se preocupaba de cómo me iban las cosas”. También recuerda Iza que en la zona de Lea-Artibai, desde el primer día de la jubilación de Larruskain y su estancia en la casa de su hermana Inmaculada en Markina, se prestó a colaborar en todo lo que hiciera falta. “Yo –explica- hacía un ‘mapa’ de celebraciones para todas las comunidades en las que era responsable y no tuvo ningún inconveniente en atender a cualquiera de las 9 parroquias de los 8 pueblos que debíamos atender. Iba pasando por todas ellas y lo hizo hasta que cayó enfermo. Todos los que colaboran en la liturgia dominical de nuestras parroquias guardan muy buen recuerdo de Jose Mari y destacan su bondad y amabilidad. Su enfermedad y retirada nos ha obligado a poner en marcha las ADAP en todas las parroquias, pues no podíamos atender todas ellas durante todos los domingos de cada mes. Conocedor de esta ‘remodelación’ obligada me preguntaba con inquietud cómo nos las arreglábamos”.
Jose Mari –dice Iza- era un cura al que le costaban mucho los cambios de destino, «porque se ponía muy nervioso, pero se hacía enseguida a su nueva parroquia. Era un hombre nervioso, lo tenía que tener todo bien atado, pero nunca lo vi enfadado. Tenía su punto de ironía, que la gastaba con quienes tenía mucha confianza, porque temía ofender o molestar a los menos conocidos. Era muy amigo de sus amigos. Procuró y logró mantener hasta el final la relación con muchas de sus antiguas amistades y con gente de sus antiguas parroquias”.
En primera persona
En 2014, con motivo de sus bodas de oro sacerdotales, José Mari Larruskain concedía una entrevista a la revista diocesana «Alkarren Barri/Comunicación» en la que rememoraba sus 50 años como cura, desde su primer destino en San Pedro de Murueta, en Orozko, hasta Galdakao, donde ejercía su tarea pastoral en ese momento «mi labor -explicaba- ha sido siempre pastoral y social, tratando de responder a las necesidades con las que me encontraba en las diversas parroquias». Recordaba sus primeros años, recién salido del Seminario como un tiempo «lleno de ilusión y con mucha fuerza. Había terminado el Concilio y se había generado mucha esperanza».
En esa entrevista, también evocaba los momentos en los que siendo párroco de Ermua, fue asesinado Miguel Ángel Blanco «fueron unos días aciagos. No podía dormir, imposible. Cuando se iba enfriando el tema y se iba olvidando me di cuenta que los padres estaban muy solos. La gente incluso apenas se acercaba a ellos. Yo les llamaba a menudo y les visité durante mucho tiempo. Necesitaban recordar a su hijo. Estuve muy cerca de la familia”.
A Jose Mari le gustaba agradecer y en su 50 aniversario como cura expresaba su agradecimiento por los compañeros que había tenido en todos los destinos y también por el laicado y sacerdotes «que me han ayudado y animado en los momentos difíciles y especialmente doy gracias a los que me han ofrecido su amistad”.
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