Fuente: ATRIO
Por Redacción
12/01/2023
A partir de la muerte de Josep Ratzinguer, teólogo convertido en papa, se han desarrollado en ATRIO (además de un ataque inusual de trolls que han sido controlados) varios debates de altura y erudición teológica (desbordante en el caso de Valderas) que pueden confundir a visitantes y en los que se ha llegado a decir que el papa Francisco era un ignorante de la buena teología, por no decir que roza la herejía. A veces quisiera uno alzar más la voz como cuando Pablo empezó a declarar sus méritos como apostol ante la autoridad del grupo judaizante. Pero ayer encontré un fino artículo de un teólogo laico, Andrea Grillo, que partiendo de un texto de San Agustín sobre autoridad y razón en la búsqeda de la verdad, descubre el bloqueo al progreso de la teología que se produce desde los años setenta del pasado siglo, por quienes perdIeron el Vaticano II o creyeron después que se podría domesticar fácilmente el avance de la teología allí vencedora. Se trata de un instrumento de bloqueo que explica tanto:
· Que Pablo VI prefiriese el parecer de Octaviani y su referencia a la opinión del papa Pío XI sobre utilizació de preservativos a la opinión de una comisión de alto nivel encargada de estudiar el asunto de anticonceptivos
· Que el mismo papa desoyera el parecer muy estudiado de la Pontificia Comisión de Teología sobre ordenación sacerdotal de viri probati
· Que Juan Pablo II quisiera declarar como casi-infalible que la Iglesia no está autorizada a ordenar a mujeres
· Que el papa Francisco, aun deteneiendo el actuar inquisitorial de la CDF, no se atreva a dar pasos decisivos en reformas
· Que tantas prsonalidades eclesiásticas (incluyendo al eximio doctor J.M.Valderas) estén condenándonos a tantos de nosotros (incluyendo al prof. Torres Queiruga, que de teología y espíritu cristiano sí que sabe) como sospechosos de ignorancia supina o de ideas heréticas.
Por eso, he considerado útil traducir en ATRIO el razonamiento de Andrea Grillo para expresar de qué manera se bloquea la libertad de progresar en entendimiento de la fe personal en una persona del siglo XXI, obligándole a mantener el velo, digo, las fórmulas exactas de expresiones teológicas antiguas. AD
Autoridad y “dispositivo de bloqueo”: un cierto uso de la teología de J. Ratzinger
por Andrea Grillo
Publicado el 10 de enero de 2023 en el blog: Como si no
“Ad discendum item necessario dupliciter ducimur, auctoritate atque ratione.Tempore auctoritas, re autem ratio prior est” (Aug., De ord., II, IX, 26 [CCL, XXIX, 121, 2-122, 4].
Para aprender, somos necesariamente conducidos de dos maneras, por la autoridad y por la razón. En el tiempo la autoridad es anterior, pero en la realidad la razón precede a la autoridad.
Quisiera volver con alguna precisión sobre un “modelo de argumentación” que se ha extendido en el discurso magisterial católico desde los años setenta y que ha asegurado progresivamente una verdadera “parálisis” de aquella orientación hacia la reforma y los procesos de aggiornamento, que el Concilio Vaticano II había reintroducido providencialmente en la vida de la Iglesia. En otro lugar ya me he ocupado de este fenómeno, identificando una especie de “estilo magistral”, que se basaba en una estrategia paradójica: al negar su propia autoridad, conserva toda su autoridad. (Cf. http://www.cittadellaeditrice.com/munera/esistono-molti-ratzinger-una-teologia-selettiva-della-storia-di-r-saccenti/). Retomaré aquí brevemente el sentido de esa primera línea de razonamiento1 .
1. El problema de la autoridad
En el texto citado observé cómo, en el debate eclesial surgido a raíz de las proféticas palabras del papa Francisco sobre la “Iglesia saliente” y la “superación de la autorreferencialidad”, no se había entendido aún con claridad hasta qué punto esta prioridad, que el papa ha enunciado con acierto desde los primeros días de su ministerio -y que ya estaba claramente presente en su texto presentado a la Congregación de Cardenales en el cónclave-, exigía una profunda revisión del estilo con el que la Iglesia piensa y actúa respecto al tema del “poder” y la “autoridad”. Para poder “salir de la autorreferencialidad” y llegar a ser verdaderamente “heterorreferencial” -es decir, para poner en el centro no al yo, sino al Otro y al otro-, la Iglesia debe, en primer lugar, reconocerse investida de una autoridad real y efectiva. En otras palabras, debe poder confiar en la posibilidad de intervenir autoritariamente sobre su propia doctrina y disciplina -sobre lo que piensa de sí misma y lo que hace consigo misma- sin ceder a la tentación de “impedir que se repiense a sí misma”, tal vez en nombre de la fidelidad a la tradición.
Si la Iglesia piensa que la única manera de ser fiel al Evangelio es continuar en todos los aspectos como antes -tanto doctrinal como disciplinariamente-, se convencerá rápidamente de que debe permanecer absolutamente inmóvil para ser plenamente ella misma. Hará de la inmovilidad su obsesión. A esta tentación Francisco ha querido responder con tres años de palabra profética, que pretende ante todo persuadir a la Iglesia y al mundo de dos cosas:
· – que la fidelidad está mediada por el movimiento, por la conversión, por salir al camino, no por el inmovilismo, el miedo y el encierro;
· – que para moverse hay que reconocer la propia autoridad para estar en la historia de la Iglesia y de la salvación de forma participativa y activa, no como espectadores mudos y pasivos o meros “notarios”.
Pero esta consideración encuentra más de una resistencia no sólo en la inevitable inercia del modelo a superar, sino también en ciertos “lugares comunes”, de los que me gustaría considerar lo que podemos expresar como la reducción de la autoridad a la “renuncia a la autoridad”. Se trata de un lugar común muy fascinante, que a veces adquiere una relevancia considerable en la experiencia de la Iglesia y que el Magisterio puede y debe utilizar en pasajes complejos. Se traduce, formalmente, en una declaración de “non possumus”. Este es uno de los puntos clave del “magisterio negativo”, que la tradición antigua, medieval y moderna ha cultivado cuidadosamente. Se trata, en definitiva, de una “autolimitación del magisterio”. Pero esta autolimitación, que en sí misma es garantía de “alteridad” y que, por tanto, debería frenar y obstaculizar las formas de autorreferencialidad eclesial, ha entrado con fuerza en la experiencia eclesial de las últimas décadas, sobre todo desde finales de los años setenta.
2. El “dispositivo de bloqueo
Ahora me gustaría identificar más claramente el núcleo de este argumento en un razonamiento artificial -que en cierto modo parece una especie de “sofisma”- y que no es difícil atribuir a J. Ratzinger, a lo largo de un lapso de tiempo de al menos 35 años, de 1977 a 2012. Se trata de un “dispositivo teórico” que consigue, mediante una indiscutible finura retórica, un resultado preestablecido: bloquear cualquier cambio y hacer prevalecer, afectiva antes que conceptualmente, una primacía de lo antiguo sobre lo moderno. Es un “dispositivo de bloqueo”, que paraliza afectivamente, “por apego”, identificando tradición con afecto, todo proyecto de reforma.
Antes de analizar las principales etapas de este interesante fenómeno, que en aras de la brevedad denominaré “dispositivo de bloqueo”, me gustaría aclarar mejor la peculiaridad de mi planteamiento:
1. a) La aportación de este “modelo de pensamiento” es muy significativa porque concierne primero al arzobispo Ratzinger, luego al prefecto Ratzinger y finalmente al Papa Ratzinger: es decir, es fruto no del “primer Ratzinger”, libre de compromisos pastorales, sino del “segundo y último Ratzinger”, comprometido con responsabilidades crecientes a nivel diocesano y luego, muy pronto, de la Iglesia universal.
2. b) El núcleo del argumento es fruto no sólo de una incuestionable competencia teológica, sino también de la abdicación de la razón, de forma bastante marcada, para dar cabida a un “afecto”, o, mejor aún, a un “apego”, un “apego” innegable asumido como una auctoritas incuestionable: la ratio cede ante una auctoritas afectivamente sobredeterminada y, por tanto, incontrolable.
3. c) Por eso me atrevo a atribuir al razonamiento el calificativo de “artificio”: no explica racionalmente, sino que corrobora retóricamente e impone legalmente una solución que no tiene más base sólida que en el afecto. Esto tiene el efecto de “evaporar” todo caso legítimo de cambio, que transforma inmediatamente, y yo diría casi violentamente, en una contradicción con el afecto y, por tanto, en una negación y una amenaza para la tradición.
4. d) Funciona, por último o quizá ante todo, como un perfecto soporte teórico, casi como un axioma indiscutible, afirmar una estructura resistente e inamovible de la Iglesia, frente a un mundo amenazador y traicionero, ante el que la Iglesia no debe doblegarse. Recuperando temas y motivos del antimodernismo de un siglo antes, el “dispositivo” funciona perfectamente como “bloqueo” contra un Concilio Vaticano percibido cada vez menos como recurso y cada vez más como “deriva”.
En este post me gustaría mostrar este “dispositivo de bloqueo” en 4 versiones históricamente progresivas, casi como una “puesta a punto” cada vez más refinada y aguda del mismo. La presentación abarcará, por orden, 4 documentos eclesiales totalmente característicos de este enfoque:
· la “Carta sobre la primera confesión” del arzobispo de Múnich, de 1977,
· la Carta apostólica Ordinatio sacerdotalis de 1994,
· la Instrucción Liturgiam authenticam de 2001,
· el Motu Proprio Summorum Pontificum, de 2007, a los que hay que añadir
· la “Carta a los obispos alemanes” sobre la cuestión del “pro multis”, de 2012.
En el corazón de cada uno de estos documentos, a lo largo de no menos de 35 años, se encuentra el mismo mecanismo argumentativo, claramente reconocible, fascinante y distractor, límpido y a la vez oscuro, en el que se funden y mezclan el apego y la razón. Una breve investigación podrá sacar a la luz su punto ciego, pero también la deuda que todos tenemos con este modo de razonar y reflexionar sobre la tradición eclesial y del que, si queremos releer con sentido el Concilio Vaticano II, tarde o temprano deberíamos liberarnos.
3. Cuatro ejemplos del “dispositivo
3.1. La conclusión se insinúa en la introducción: Carta sobre la primera confesión
El primer “lugar doctrinal” en el que se pone en funcionamiento el “dispositivo de bloqueo” es la relación entre la Primera Confesión y la Primera Comunión, que el entonces arzobispo de Colonia volvió a imponer “contra” el giro dado por su predecesor, el card. J. Doepfner, que había trasladado la Primera Confesión después de la Primera Comunión. Se pretende oponer un “uso pedagógico” de la tradición, pero la teología que debe guiar la nueva advertencia se identifica simplemente con la “evidencia afectiva” del principio de autoridad. En el texto de la carta pastoral “Primera confesión y primera comunión de los niños” (1977) Ratzinger llega a trastocar el sentido de la tradición, para garantizar la supervivencia de la praxis (para él) más tradicional, afirmando una primacía de un sacramento de curación sobre un sacramento de iniciación, en grave tensión incluso con el Concilio de Trento y con la diferencia “de dignidad” que éste exige que se reconozca entre los sacramentos. Afirma, en efecto: “sólo con la confesión personal se hacen verdaderas las invocaciones al perdón de la liturgia eucarística, y esta liturgia eucarística de la Iglesia conserva su gran profundidad personal, que es además el presupuesto de la verdadera comunión” (9). Llega así a subordinar la comunión eucarística a la confesión personal, como norma del planteamiento original del sentido de la comunión misma, con una evidente y grave distorsión de la tradición. Todo ello, además, argumentado con una motivación realmente sorprendente: el nuevo arzobispo pide a los agentes de pastoral que “dejen sus ideas más queridas por el bien de la comunidad”, pero en realidad, con esta carta, impone sus propias ideas más queridas -las que más le urgen- en detrimento del camino de maduración de la comunidad. Utilizar la Didajé como texto clave para afirmar la primacía de la confesión individual sobre la comunión eucarística es un argumento muy arriesgado, con un uso de la “auctoritas” completamente anacrónico y carente de corroboración histórica. Pero aquí, por primera vez, salvo error, aparece el “dispositivo de bloqueo”: al argumentar sin verdadero rigor, y de manera puramente afectiva, sólo consigue una “conformación autoritaria” del comportamiento, sin motivación teológica coherente.
3.2. Documentos no infalibles y prácticas infalibles: la explicación de la Ordinatio Sacerdotalis
Muchos años después, en 1994, con la Ordinatio sacerdotalis, de la que Ratzinger, entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe fue el gran inspirador, sobre el tema de la “ordenación de mujeres al sacerdocio”, Juan Pablo II retomó con fuerza este estilo, declarando que “la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres”. Con una declaración de “no autoridad”, y cuyo carácter “no infalible” aclara más tarde el propio Prefecto, quiere cerrar el asunto, sin excluir que sean posibles “otras ordenaciones”. La negación de la autoridad determina la confirmación de la forma clásica del poder eclesial e incluso pretende reconocer una tradición no infalible. Desplaza la infalibilidad del documento a la tradición, en un salto mortal argumentativo muy arriesgado. Sin asumir ninguna autoridad nueva, sólo reconoce autoridad al pasado, sin tematizar las novedades culturales, antropológicas y eclesiales que ha traído el último siglo, como si la historia no lo fuera. En el centro del documento, y de su posterior explicación, aparece claramente, una vez más, el “dispositivo de bloqueo”: el afecto, el apego y la autoridad sustituyen a la razón teológica. El sentimiento y el poder sustituyen a la razón. En efecto, la razón debería, a posteriori, limitarse a justificar el sentimiento de apego y el principio de autoridad. Ratzinger sabe bien, con Agustín (cf. el exergo inicial de este post), que el principio de autoridad por sí solo no basta, que hay que encontrar también una “ratio”, pero aboga por un trabajo racional sólo “aguas abajo”, no “aguas arriba”.
3.3 Contradecir la experiencia: traducción literal, incluso sin destinatario en “Liturgiam authenticam” y en la carta sobre “pro multis”
Unos años más tarde, en 2001, fue Ratzinger quien inspiró la Quinta Instrucción sobre la reforma litúrgica Liturgiam authenticam, de la que surgió una nueva versión del “dispositivo en bloque”, con la afirmación absoluta de la “primacía del latín” sobre las “lenguas vernáculas”. El efecto de esta teoría históricamente infundada sobre la traducción -que llegó a establecer la irrelevancia de la lengua de los destinatarios y la pretensión de “transliterar figuras retóricas latinas”- fue doble: la paralización de la relación entre periferia y centro en la gestión de las traducciones litúrgicas, y el olvido de que la “vida eclesial” ya no latía en las venas del latín, sino en las de las lenguas nacionales, que desde hacía 50 años no eran lenguas de traducción, sino lenguas de experiencia y de creación. Una reanudación posterior, en la Pascua de 2012, por el Papa Benedicto, de una carta a los obispos alemanes, sobre la cuestión del “pro multis” puso de relieve, una vez más, la fuerza del “dispositivo de bloqueo”: la traducción literal “fuer viele” (para muchos) debía imponerse “afectiva” y “autoritariamente”, mientras que en el plano conceptual debía ser refutada por una cuidadosa catequesis, explicando cómo “para muchos” significa “para todos”. Una imagen singularmente impactante de la contradicción interna del “dispositivo de bloqueo”.
3.4. Paralelismo ritual con efecto anárquico: Summorum Pontificum, monstrum romanae curiae
La última etapa de este eficaz camino del “dispositivo” se encontró en 2007, con el Motu Proprio “Summorum Pontificum”, a través del cual, al tiempo que se creaba un paralelismo de formas rituales del mismo “Rito Romano”, se despojaba a la autoridad de orientar la liturgia de la Iglesia en la línea de la Reforma Litúrgica y se restauraban con toda su fuerza los ritos que la propia Reforma había querido superar, denunciando sus limitaciones y distorsiones. También en este caso, el Magisterio se “autolimita”, pierde poder, ya que no tendría autoridad para orientar la tradición y las opciones de cada uno de los ministros ordenados, pero de este modo devuelve la autoridad a las formas de experiencia preconciliares. El “dispositivo de bloqueo” vuelve a argumentar aquí de forma ahistórica: “lo que una vez fue santo, debe serlo siempre”. Así, la Iglesia no se reconoce a sí misma ningún poder de Reforma. Lo que ha sido en sí mismo se perpetúa sin posibilidad de orientación o conversión. Y un principio argumentativo, en sí mismo negativo y puramente ahistórico, da lugar a efectos históricos muy graves: pérdida de control de los obispos diocesanos sobre la práctica litúrgica, centralización del control en un órgano “afectivamente condicionado” -la Comisión Ecclesia Dei-, difusión de una relevancia “política” -en sentido eclesial y mundano- de la “forma extraordinaria” como “forma reaccionaria”. El “dispositivo de bloqueo” no detuvo las cosas: ciertamente bloqueó el desarrollo de la Reforma y generó un verdadero “monstrum romanae curiae”, con consecuencias lacerantes que eran fácilmente previsibles y hoy finalmente han sido superadas.
4. Francisco y la superación del “dispositivo de bloqueo
Como es evidente, todos estos usos del “dispositivo”, aunque en su diversidad de contextos e intenciones, recurren a un “lugar común” del magisterio. Todos tienen en común una sutil dialéctica entre “pérdida de poder” y “asunción de poder”: en el momento en que el magisterio dice que “no tiene autoridad”, sólo deja al “statu quo” en autoridad absoluta e indiscutible. Tiende a identificar lo que es con lo que debe ser. Y, por tanto, bloquea el debate sobre la relación entre iniciación y curación, el papel ministerial de la mujer, las formas de inculturación litúrgica y la vía orgánica de la reforma litúrgica. No es difícil ver cómo este “no reconocimiento de la autoridad” se identifica con una preservación del poder adquirido, convirtiéndose a menudo en principio y alimento de una arriesgada inclinación a la autorreferencialidad. Y, como hemos visto, en el “dispositivo de bloqueo” este resultado se consigue mediante una síntesis original entre el “apego afectivo” y la “razón teológica reducida al principio de autoridad”.
En comparación, el “retorno al Concilio” del Papa Francisco parece marcado por la necesidad de “restaurar la autoridad” de la acción eclesial. Así que de hecho ha sucedido en los 4 frentes que he intentado presentar: desde 2017, una serie de documentos, que tienen forma de Cartas “motu proprio”, han modificado profundamente tanto la relación entre el latín y las lenguas habladas (Magnum principium), la “reserva masculina de los ministerios instituidos” (Spiritus Domini y Antiquum ministerium) y el paralelismo ritual entre diferentes “ordines” del rito romano (Traditionis custodes), Sólo así se puede salir de la “tentación de la autorreferencialidad”. Pero para ello es necesario un enfoque diferente de la tradición. La Iglesia no se reconoce a sí misma como una “historia cerrada”, como un “museo de verdades que hay que custodiar”, sino como un “jardín que hay que cultivar”. Por eso sería muy útil releer el pontificado de Francisco, casi 10 años después de su inicio, no como una forma incierta y “blanda” de pastoral, sino como un replanteamiento de la forma de tradición con la que la Iglesia no renuncia a ejercer la autoridad y, por tanto, supera el “dispositivo de bloqueo” que tan finamente había afinado J. Ratzinger durante 35 años. Es una visión de la tradición que crea una discontinuidad entre Francisco y sus predecesores. Francisco asume la necesidad de ejercer una autoridad que sus predecesores habían dejado en suspenso, lo que a menudo conducía a resultados caracterizados por la “parálisis”. No es atrevido decir que Francisco ha empezado a desactivar el dispositivo de bloqueo, cambiando tanto el papel de la vinculación afectiva, como el de la razón teológica y el destino eclesial del magisterio. Aquí, me parece, reside un elemento de profunda continuidad con el Concilio Vaticano II y de inevitable discontinuidad respecto al régimen controlado por el “dispositivo de bloqueo”. Cuyo impacto, sin embargo, aún no ha menguado, ni siquiera en ciertos aspectos del propio magisterio de Francisco.
NOTA:
1He desarrollado mi argumento más ampliamente en el folleto A. Grillo, Del museo al jardín. La tradizione della Chiesa oltre il “dispositivo di blocco”, Asís, Cittadella, 2019.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.