Denuncian una "subcultura perrofláutica"
Algunos obispos están abrazando abiertamente un discurso que ataca al Papa y al cardenal Omella, que polariza a la sociedad e interpreta el presente como un derribo de los valores de Occidente
Fuente: El Confidencial
Por José Lorenzo
08/12/2022
A punto de cumplir este 17 de diciembre 86 años, y en silla de ruedas, no pocos dentro de la Iglesia católica consideran que el pontificado del papa Francisco comienza a declinar y parecen haberle perdido el respeto institucional. Los obispos de Estados Unidos, por ejemplo, acaban de elegir a su nueva cúpula y el resultado ha supuesto una sonora bofetada a las reformas emprendidas por Jorge Mario Bergoglio hace ya una década: el nuevo presidente de los obispos norteamericanos fue mano derecha de uno de los cardenales que más encubrieron los abusos sexuales durante la etapa de Juan Pablo II, es un confeso antivacunas y ha culpado a los homosexuales de estar detrás de la lacra de la pederastia.
También en España comienzan a despuntar algunos obispos que, agazapados en los últimos tiempos ante una política eclesial de diálogo y colaboración marcada por el hombre de Francisco en la Iglesia española, el cardenal de Barcelona, Juan José Omella, se están posicionando no solo ante las elecciones generales de 2023, sino también para suceder a este al frente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) en marzo o abril de 2024.
Ha abierto la campaña el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, quien, ya siendo obispo de Huesca, en 2007 se había sumado a la teoría de la conspiración sobre el atentado del 11-M en Madrid, en vísperas de unas elecciones generales que acabaría ganando José Luis Rodríguez Zapatero. Ahora, este obispo franciscano, haciendo suya la tesis de una "agenda internacional" para subvertir los valores de la sociedad occidental, que apoyan la necesidad de hacerle frente mediante una "guerra cultural", afirma en una carta pastoral que "hay una serie de medidas vinculantes, de leyes coercitivas, de mentalizaciones mediáticas, de mantras dominantes, a través de las cuales se intenta imponer una nueva comprensión de la sociedad, una relación distinta entre personas, y una progresiva exigencia que trastoca el modo de ver las cosas hasta su más profundo disloque".
No cita el arzobispo asturiano a los destinatarios de sus afirmaciones, pero cabe pensar que tiene en la cabeza al Gobierno de coalición, sobre todo si, acto seguido, asegura que en España "hay una subcultura perrofláutica que va poco a poco minando las cosmovisiones que teníamos" para "dar lugar a un proyecto cultural, político y antropológico que pretende transformar (si pudiera) la verdad humana, la verdad social, la verdad histórica". Y todo, apostilla, realizado "sin pudor desde sus títulos académicos trucados o inexistentes".
Munilla: "Gobierno inmoral"
No ha sido Jesús Sanz el único que estos días ha apuntado el báculo contra la Moncloa. Lo ha hecho también el controvertido obispo Juan Ignacio Munilla, a quien el Papa trasladó hace un año desde la diócesis de San Sebastián a la de Orihuela-Alicante ante el ambiente enrarecido que había creado en la sede vasca durante su mandato. En esta ocasión, Munilla tachó de "inmoral" a Pedro Sánchez tras el pacto con EH Bildu para traspasar las competencias de Tráfico de la Guardia Civil a la Policía Foral a cambio del voto de la formación abertzale a los presupuestos generales de 2023.
"El hecho de que un Gobierno otorgue a los herederos políticos de una banda terrorista la capacidad de humillar a las que fueron sus víctimas, a cambio de su apoyo para mantenerse 12 meses más en el poder, es simplemente inmoral…", escribió el obispo en su cuenta de Twitter, acompañando el texto de una foto del salvaje atentado de ETA contra el cuartel de la Guardia Civil en Vic, en 1991, en el que murieron 10 personas, cinco de ellas niños.
Unos días antes, el obispo de Ciudad Real, Gerardo Melgar, al hablar de la cruenta persecución que sufren en algunos países los cristianos, puso también el foco en el Gobierno de coalición al señalar que, en España, "la persecución de los que creemos es más sofisticada pero, en definitiva, nos van estrechando cada día más el cerco, con leyes y con un ambiente laicista, para que vivamos, no desde Dios, sino desde el ambiente social de descristianización y secularismo en donde Dios pierde toda la importancia".
Tampoco esta acusación de "persecución" a los cristianos es nueva, sucedió de manera más profusa durante el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, a pesar de que fue bajo su mandato cuando se le subió a la Iglesia el porcentaje de lo que se le asigna a través de la declaración del IRPF, del 0,5% al 0,7%. Eran los tiempos del cardenal Rouco promoviendo manifestaciones en la calle contra el matrimonio homosexual, o del cardenal Cañizares y el obispo Reig Pla, que denunciaban también entonces esa "agenda oculta internacional" destructora de la familia cristiana y detrás de la cual estarían la propia ONU, las ONG, los sindicatos y hasta el Banco Mundial.
Y de nuevo vuelven a aparecer las acusación de persecución, ahora soft, cuando, sin embargo, el nuevo secretario general de los obispos españoles, César García Magán, amigo del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, acaba de asegurar que las relaciones entre la Conferencia Episcopal Española y el Ejecutivo de Pedro Sánchez son "óptimas". Opinión que comparte el cardenal Omella, lo que no quita para que no oculten su radical desacuerdo con la ley del aborto, la ley trans y la de la eutanasia, o que incluso vean "justa" la indignación cosechada por la rebaja de penas a condenados por delitos sexuales que ha traído consigo la llamada ley del solo sí es sí. Omella reconoce las discrepancias y reivindica la libertad a expresarlas en público, pero mantiene plenamente operativos los cauces para la colaboración y el diálogo con el Gobierno, por cierto, uno de los que más se han prodigado en visitas y halagos al papa Francisco.
Poco hinchas de Francisco
Un elemento este que no es del todo ajeno a este despuntar de duras críticas al Ejecutivo, que coincide con este ambiente emergente de fin de reinado de Jorge Mario Bergoglio, un Papa que no ha acabado de cuajar entre los obispos españoles, cuyos postulados en materia social, política y económica encuentran demasiado escorados a la izquierda para el gusto de buena parte de la generación episcopal en activo, ahormada bajo el pontificado de Juan Pablo II, el Papa polaco "que venció al comunismo", según algunos biógrafos, y que hace ahora 40 años visitó España por primera vez para clausurar la Iglesia de la Transición, que había encabezado el cardenal Tarancón. Y sin llegar a cifras de desapego con Francisco tan altas como las que se registran en la Curia (según el veterano vaticanista Marco Politi, solo el 20% de los que trabajan en el Vaticano apoyaría sus reformas), no es descabellado pensar que aproximadamente la mitad de los 80 obispos españoles no son grandes hinchas del Papa argentino.
"Las guerras civiles duran 100 años", solía comentar el recientemente fallecido obispo Antonio Montero, citando a un historiador de la guerra civil de los Estados Unidos, y él mismo estudioso del número de víctimas religiosas a manos del bando republicano entre 1936 y 1939. Y ahora, cuando se baraja la posibilidad de un nuevo enfrentamiento fratricida en la declinante principal potencia mundial, debido a una polarización azuzada por el populismo trumpista que bebe del nacionalismo cristiano supremacista, también en guardia contra una "agenda oculta" para subvertir los valores fundacionales, esa polarización, evidente en la política y sociedad españolas, se infiltra también en la Iglesia, donde el nacionalcatolicismo ha tenido siempre sus nostálgicos.
El regreso de los 'propagandistas'
Poco importa que el Papa acabe de declarar en América Magazine que "la polarización no es católica". La Guerra Civil española sigue presente cuando aún no se ha cumplido el siglo de su inicio y las leyes de memoria histórica, primero con Zapatero, y de memoria democrática, ahora con un Sánchez que se reivindica como "el que sacó a Franco del Valle de los Caídos", enervan a obispos y fieles. Por ejemplo, a los de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), institución vinculada a la Iglesia y que, en los últimos años, ha entrado desacomplejadamente de lleno en la guerra cultural para hacer frente, desde la cosmovisión cristiana, a la cosmovisión de izquierdas, a la cultura woke.
Fundada a principios del siglo XX en Madrid por un religioso jesuita para formar a las élites y que estas pudiesen participar, desde los valores cristianos, en todos los ámbitos de la vida pública, sus miembros fueron protagonistas destacados en la convulsa vida política de la Segunda República, formando parte primero de los partidos derechistas y luego con destacadas responsabilidades en el régimen de Franco, al que acabaron convirtiendo en nacionalcatólico.
Hoy como ayer, con un resucitado medio de comunicación como El Debate, que les sirve para vehicular su mensaje más allá del ámbito académico en el que fundamentalmente se mueven gracias a sus instituciones universitarias (entre ellas, la Universidad CEU San Pablo), los propagandistas han hecho también sus intentos de incidir en la vida política cuando entendieron que no podían llegar muy lejos con el Partido Popular de Mariano Rajoy, al que acabaron considerando demasiado contemporizador.
Fue entonces cuando, con algunos desencantados de aquel PP, como Jaime Mayor Oreja o María San Gil, la ACdP impulsa Neos, un proyecto para "hacer frente a un proyecto social y político cuyo objetivo es el de sustituir, reemplazar y destruir un orden social basado en los fundamentos cristianos, cuna de la civilización occidental". Curiosamente, el mismo discurso al que se han aferrado Vox o la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, decidida esta a recuperar a los votantes del PP exiliados en la formación de Santiago Abascal cuando llama a ese "no pasarán" para que España se convierta "en una república laica", a ese blindaje legal del Valle de los Caídos (ahora de Cuelgamuros) frente a la Ley de Memoria Democrática o cuando reivindica durante la inauguración del belén en la Puerta del Sol que "España no se entiende sin sus raíces cristianas".
Obispos 'lost in traslation'
Desubicados por la pérdida de influencia de la Iglesia en la sociedad española (el último barómetro del CIS recoge datos demoledores, como ese menos del 9% de los jóvenes que se declara católico); sintiéndose los únicos señalados por la lacra de los abusos sexuales que ha hundido la credibilidad de la institución; percibiendo que hay un anticlericalismo que les recuerda a tiempos pasados, algunos obispos, claramente lost in traslation, están cayendo en la tentación de abrazar de nuevo un discurso que no es solo mera crítica legítima, sino que abunda en la polarización social, cuando, como recordaba Bergoglio en la entrevista en la revista de los jesuitas de Estados Unidos, lo católico "hace armonía de las diferencias de los opuestos".
Los obispos 'rebeldes' se alejan del Papa, pero también del cardenal OmellaY si no hacen mucho caso a Francisco, esos mismos obispos tampoco parecen estar dispuestos a hacérselo al cardenal Omella, quien, en la asamblea plenaria del episcopado español, celebrada en Madrid durante la última semana de noviembre, advirtió a sus hermanos en su discurso inaugural del peligro de "afrontar el futuro mirando al pasado". "No nos dejemos abatir, porque los nuevos desafíos pueden ser oportunidades de crecimiento", les pidió también el arzobispo de Barcelona. Porque, añadió, "existe un riesgo todavía más peligroso: que, condicionados por la realidad negativa, por este clima adverso, reaccionemos espontáneamente con una actitud de autodefensa, sin detenernos con fe, con calma, con sensatez evangélica, a discernir qué es lo que en estos momentos los seguidores de Jesús deberíamos hacer".
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