BONN – El Papa y los obispos dirigen la Iglesia con una amplia autoridad que recuerda tiempos pasados. Roland Müller cree que la iglesia debe llegar al presente democrático, y trae a colación el ejemplo de la corona inglesa.
Fuente: katholisch
Por Roland Müller
05/12/2022
En la producción de Netflix "The Crown", se representa la vida de la familia real inglesa durante la era de Isabel II. Un motivo narrativo importante de la serie es, especialmente en la quinta temporada actual, el deseo de una renovación de la monarquía por parte del Príncipe de Gales: el actual rey Carlos III está en constante conflicto con su madre, que es retratada como una defensora de la tradición. Las controversias en "The Crown" me recuerdan, cada vez más, la lucha por las reformas dentro de la Iglesia Católica. Ambas formas de gobierno se ven a sí mismas como fundadas divinamente, moldeadas por tradiciones medievales y al frente de sus respectivas organizaciones. Es tarea de Carlos III unir y dirigir a su país. Pero a diferencia del papado, la realeza, aunque bajo la presión del movimiento democrático, ha aprendido algo en los siglos pasados: el poder de un gobernante en los tiempos modernos ya no es ejercer un gobierno político. Más bien, el rey debe ser una figura de identificación para todas las clases sociales.
Tampoco hay ya forma de evitar que el Papa y los obispos tengan que acabar renunciando a su amplio poder político eclesiástico (pleno). Porque la Iglesia ya no puede ignorar las circunstancias sociales que, gracias a Dios, están conformadas por principios democráticos en muchos países del mundo. Así pues, ¿cuándo veremos finalmente mujeres cardenales o nuncios? Hoy ya no es de recibo que todavía no haya mujeres en el personal asesor más cercano del Papa. Por no hablar de la falta de estructuras democráticas a nivel de la Iglesia universal.
Después de todo, Francisco está en el proceso de hacer que la Iglesia sea un poco más sinodal. Por razones estratégicas, los fieles que están dispuestos a reformarse harían bien en buscar una solidaridad más estrecha con el Papa, la Curia y los pastores de todo el mundo en el tema de la sinodalidad. Una apertura del sacramento del Orden Sagrado a las mujeres es algo que no sucederá ni siquiera bajo Francisco, por eso, hay que ser realista. Pero una Iglesia sinodal, en la que participen todos los fieles en las decisiones de la jerarquía, es algo que tiene futuro, incluso si no hay mujeres sacerdotes, obispos o papas, de manera semejante a como en algunas monarquías no se permite que la mujer sea heredera al trono.
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