Este sábado la Santa Sede y China renovarán el acuerdo firmado en 2018 para nombrar obispos consensuados con el Partido Comunista para perpetuar a Xi Jinping en el poder como telón de fondo
Fuente: Alfa & Omega
Por: Victoria Isabel Cardiel C.
21/10/2022
El ADN jesuita del Papa nutre el complejo laberinto de las relaciones con China. Es la asignatura misionera pendiente, que, tras años de delicadas negociaciones, fue reanimada con el acuerdo provisional firmado en 2018 para consensuar obispos y tratar de unificar las dos Iglesias que todavía hoy conviven: la oficial y la clandestina.
Desde el Vaticano insisten en que no existen dos Iglesias, sino dos comunidades de fieles que están llamadas a emprender un camino de reconciliación. Pero la realidad es que se cuentan por decenas los obispos obedientes a Roma —en frontal oposición a la Asociación Patriótica Católica China, dependiente del Estado—, que durante años han vivido en la clandestinidad y que incluso han sufrido la ira de la persecución. Uno de los casos más dolorosos es el del obispo de Shanghái, Tadeo Ma Daqing, recluido desde 2012 en un seminario tras criticar en su propia ordenación el control religioso de las autoridades chinas.
El contenido exacto del pacto sigue siendo secreto, pero los resultados visibles son bastante exiguos. En cuatro años solo se han producido seis ordenaciones episcopales de mutuo acuerdo. Y las dos primeras no siguieron el procedimiento acordado.
Con todo, Francesco Sisci, analista de la Universidad Renmin de China, en Pekín, responde con contundencia a las críticas de los que afirman que el Vaticano ha hecho un pacto con el diablo. «La Iglesia durante toda su historia ha hecho acuerdos con el poder político y muchos de ellos han sido muy controvertidos. Este es un acuerdo de supervivencia. Mejor esto que la muerte de la Iglesia», incide. También explica que la reactivación de las relaciones entre la Iglesia católica y el Gobierno del Partido Comunista, rotas formalmente en 1951, siempre ha preocupado al Vaticano: «Juan XXIII y Pablo VI comenzaron tímidamente a buscar acuerdos. Juan Pablo II dio importantes pasos, aunque la beatificación en el 2000 de 120 mártires de China en la plaza de San Pedro fue vista como una afrenta. Benedicto XVI también quiso formalizar un pacto por el bien del pueblo chino. Aunque Francisco, sin duda, tiene una sensibilidad especial. No es casual que eligiera al cardenal Pietro Parolin —que se ha ocupado este tema desde finales de los años 90— como secretario de Estado».
El 26 de octubre, solo cuatro días después de la renovación del acuerdo, se reanudará el juicio contra el cardenal Joseph Zen, obispo emérito de Hong Kong, de 90 años, acusado de administrar una fundación de ayuda humanitaria para ayudar a activistas detenidos por el régimen de Pekín. Para el padre Bernardo Cervellera el proceso es un «aviso» de lo que le puede pasar a una «Iglesia independiente que trabaje por la democracia» en Hong Kong. Cervellera asegura que con el acuerdo la vida de los católicos en China ha empeorado: «La Iglesia subterránea ha desaparecido y la oficial está mucho más al servicio del Partido Comunista. China lo ha instrumentalizado para decir: “El Vaticano apoya nuestra política religiosa”, y exige a los sacerdotes y los obispos de la Iglesia clandestina su adhesión al régimen». El corresponsal en el gigante asiático de ABC, Pablo M. Díez, incide en que «sigue habiendo persecución religiosa. El yugo del Partido Comunista controla todos los credos».
En febrero de 2018 entró en vigor la nueva reglamentación de las actividades religiosas, que solo permite aquellos actos y ceremonias que se celebren en lugares registrados oficialmente y, por lo tanto, controlados: «He visto en iglesias de Shanghái una decena de cámaras de seguridad apuntando directamente a la puerta. Hay una vigilancia absoluta. Graban y registran a todo el que entra, con el objetivo también de disuadir a quien quiera hacerlo». El objetivo es que la Iglesia no se convierta en «un contrapoder del régimen». Díez sostiene que para China el acuerdo es «un anzuelo» para forzar la confianza del Vaticano «en que va a mejorar la situación, y mientras tanto sacarse de encima las críticas internacionales sobre el atropello contra los derechos humanos». «El régimen chino tiene grabada la caída de la Unión Soviética y son muy conscientes del papel que jugó el catolicismo y el Papa Juan Pablo II», asegura.
La última ordenación episcopal, enmarcada en el acuerdo, fue la de Francis Cui Qingqi en la diócesis de Wuhan el 23 de junio de 2021. Ha pasado más de un año y sigue habiendo 36 sedes episcopales a la espera de un obispo. Sin embargo, para la diplomacia de la Santa Sede es un logro. «Es la primera vez en siete décadas que hay un mínimo de relación. Antes el Partido Comunista prohibía la religión y acusaba al Vaticano de ser el perro de guardia del capitalismo americano. Si se rompe esto no hay nada», concluye Cervellera.
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