El documental ‘In viaggio’, del premiado cineasta Gianfranco Rosi, monta el archivo visual de las visitas internacionales del Pontífice para construir un retrato de su humanidad y su faceta más política
Fuente: El País
Por: Tommaso Koch
Venecia
El papa Francisco, rodeado de los escombros de las iglesias destruidas, dirige una oración por las víctimas de la guerra en la plaza Hosh al Bieaa (de las cuatro iglesias), el 7 de marzo de 2021 en Mosul.Foto: ANDREW MEDICHINI (AP) | Vídeo: 01DISTRIBUTION
Sabe mucho de lo sublime. Pero también conoce lo terrenal. Su vida está entregada a Dios. A explicarlo, a difundirlo. Sus palabras, sin embargo, hablan de los horrores cotidianos, de las guerras a los refugiados. Nadie dijo que ser Pontífice es un oficio fácil. Al revés, se trata de afrontar cada día decenas de dilemas, problemas y contradicciones, tanto espirituales como empíricos. Aunque hay una frase, hacia el principio de la película, que tal vez resume la visión del mundo que propugna desde su nombramiento, hace nueve años, el papa Francisco: “Buscá horizontes, abríte. Soñá cosas grandes. Como decimos en Argentina, no te arrugués”. Vale para todos. Así que el director Gianfranco Rosi ha traducido ese impulso en lo que mejor se le da: un documental. In viaggio, que se proyecta estos días fuera de concurso en el festival de Venecia, asume un desafío titánico: encerrar en una hora y media los 37 viajes a 59 países que el santo padre ha realizado en su mandato. Y contar, de paso, algo más de uno de los hombres más observados del planeta.
“Es una película libre, no está ni producida ni encargada por el Vaticano”, aclara inmediatamente Rosi. Extrañaba, de hecho, que un cineasta dotado de un sello tan personal hubiera aceptado un proyecto con limitaciones. El director que ganó el festival de Venecia con Sacro GRA, el de Berlín con Fuocoammare y ha llevado el documental a un nivel de competición y ambición casi inéditos, no entiende de restricciones. Él va siempre por su camino. Y, tras contar la extraña fauna humana de la periferia romana, las pateras que llegan a Lampedusa o las huellas de la guerra en Siria o Líbano, ahora ha vuelto su peculiar mirada hacia los periplos del Papa.
Aunque la chispa inicial surgió del propio Pontífice. Tras ver Fuocoammare, quiso conocer a Rosi y su equipo. Y cuando el director descubrió que Francisco preparaba un viaje a Irak, empezó a concebir una película. “Tuve una imagen repentina del Papa dando vueltas por el mundo, saliendo de los 2.000 años de estructura política y religiosa que le rodean habitualmente. Pero al principio nunca sé si puedo hacer un filme. Necesitaba también la libertad de decir ‘no”, agrega el cineasta. Solo cuando tuvo una idea elaborada en su cabeza, contactó con el Vaticano, con un mensaje claro: “Podría ser una obra muy fuerte”. Dice que le respondieron con confianza ciega, tanto que le entregaron acceso completo a las 800 horas de material de archivo que tenían grabado sobre los viajes. La penitencia mayor le tocó al montador Fabrizio Federico: meses de visionado, hasta cortar a 200 horas. Y, dentro de esa masa fílmica, ambos se pusieron a buscar su película. “Queríamos trazar también el retrato de un hombre. Y un mapa de la condición humana”, aporta Rosi.
In viaggio muestra algunas de las visitas más importantes del Pontífice en los últimos años, de México a Filipinas, de Chile a Turquía, pasando por EE UU. Más allá de los tradicionales paseos en el papamóvil, Rosi apuesta sobre todo por los discursos de Francisco. Bien se conoce su argumentario tradicional: la defensa del prójimo, de los más humillados, la acogida de los refugiados y la oposición a cualquier conflicto. El documental, sin embargo, sorprende con una serie de frases políticas, casi antisistema. “La globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar”, afirma el papa. “Comprar armas diciendo que es para defenderse representa un esquema de guerra”, añade. Habla de una sociedad “que usa y tira a la gente”, de quien mide la crisis de los migrantes “en números” cuando habría que medirla por “nombres, historias, familias”. Con los ojos cerrados, sería difícil adivinar si habla el pontífice, Che Guevara, Yolanda Díaz o Ignacio Lula da Silva.
Aunque el cineasta también subraya los enormes contrastes que arrastra Francisco. Odia balas y misiles, pero dos cazas militares acompañan su vuelo por EE UU y se ve obligado a saludar al ejército en Turquía. Besa el santo sepulcro en Israel antes de cruzar a Palestina. Dice que le abruma “la vergüenza” por el escándalo de la pederastia dentro de la Iglesia, promete tolerancia cero contra los culpables. Sin embargo, ante víctimas de abuso en Chile defiende con firmeza que no hay “una sola prueba” contra el obispo Juan Barros, ya entonces acorralado por la acusación de encubrir los crímenes de otros curas. Tanto que terminó renunciando a su cargo y el propio Papa, como se muestra en el filme, pidió perdón: “La palabra ‘prueba’ hirió a los afectados, fue un bofetón”. Y también se disculpó recientemente en Canadá, por la contribución de la iglesia a la “nefasta política de asimilación” de los niños indígenas.
No se habla en el documental, en cambio, de rechazo del aborto o las uniones homosexuales. Es cierto que no todo cabe en hora y media. Y precisamente esa aspiración, junto con la barrera que supone el material de archivo, lastra al filme: debe partir de lo que ya está grabado. Y quiere abarcar tanto que al final no cuenta mucho. Se ve a un papa valiente, proletario, contradictorio, a veces errático. Un pontífice humano, con sentido del humor, del lado de la gente. Pero eso, en el fondo, ya se sabía. Al final del metraje queda la sensación de haber rascado solo la superficie, de querer descubrir más. Será para el próximo viaje.
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