Fuente: Il Sismografo
14/05/2022
(Braulio García Jaén - elpais.es)
El filósofo latino del derecho más influyente del último medio siglo propone una Carta Magna mundial. Luigi Ferrajoli quiere prohibir la guerra.
Personalmente, el filósofo del derecho más citado en el mundo progresista latino del último medio siglo, no tiene ninguna esperanza: desconfía del gobierno de los hombres tanto como de su optimismo antropológico, ya sea el buen salvaje —Rousseau— o las varias versiones del hombre nuevo —Marx—. Metodológicamente, sin embargo, es optimista. A sus 81 años, sigue confiando en el gobierno de las leyes y su nuevo libro, Por una Constitución de la Tierra (Trotta, 2022), es el último ejemplo de esa confianza ejemplar. No es una obra utópica, al contrario: el futuro de la humanidad, nos dice este realista ilustrado, depende de su capacidad para defenderse de sí misma. Y una Constitución global es la mejor defensa.
Hace dos años, al presentarse en Roma, el proyecto de una Constitución global que vincule a los 196 Estados soberanos pudo sonar irrealizable, justo cuando los países empezaban a confinarse frente a un virus rampante; ahora, más de dos meses después de que la guerra de Rusia contra Ucrania haya devuelto la amenaza nuclear al corazón de Europa, suena directamente inverosímil. ¿No es cualquier Constitución una de esas “barreras de pergamino”, en palabras de James Madison, padre de la Ley Fundamental de EE UU, inútiles para detener la destrucción y la muerte que la guerra soberana impone? El pragmático de guardia debe recordar en todo caso que incluso Putin tuvo que cambiar la Constitución en Rusia para mantenerse al mando…
Las crisis globales exigen soluciones globales: ¿es hora de crear una Constitución mundial?
Más allá de la ruleta rusa, la experiencia de Ferrajoli encarna las posibilidades de las Constituciones de cambiar la realidad. Nacido en Florencia en 1940, hijo de un microbiólogo que dirigió un hospital militar durante la II Guerra Mundial y un ama de casa —”era otra intelectual, pero sin trabajo”—, se licenció en Derecho en 1962 y se hizo juez en 1965. “Los jueces de mi generación no se tomaban en serio las Constituciones, que hasta los años cincuenta eran consideradas una especie de norma política, programática y no inmediatamente vinculante”, dice por videollamada el también autor de Constitucionalismo más allá del Estado (Trotta).
Hasta la segunda posguerra, “la vieja magistratura ignoraba la Constitución”, coincide su traductor al español, Perfecto Andrés Ibáñez, exmagistrado del Tribunal Supremo. Los tiempos han cambiado. “Las Constituciones han funcionado en nuestros Estados: un ciudadano puede acudir al juez cuando ha sido detenido ilegalmente”, señala Ramón Sáez, magistrado del Tribunal Constitucional, quien atribuye a Ferrajoli el mérito de haber defendido, de forma incansable y brillante, una concepción “rígida” de las Constituciones que hoy permea el trabajo de jueces, fiscales y abogados.
Ferrajoli abandonó la judicatura en 1975. Y se dedicó a la docencia y la investigación desde su cátedra en Italia. En 1981, decidió entregarse dos años a sistematizar su teoría del garantismo penal; la acabó ocho años después, y su proyección internacional empezó a calar en España y Latinoamérica. Las paradigmáticas y deslumbrantes 1.000 páginas de Derecho y razón (Trotta) suman 13 ediciones en español, pero quizá la mejor medida de su influencia radique en las ediciones pirata que han circulado en América Latina, incluido Brasil. Su otra gran obra, inabordable para el lector profano, Principia iuris (2007), axiomatiza su Teoría del derecho y de la democracia en tres volúmenes.
El propio Ferrajoli se ha “divertido” firmando, según Andrés Ibáñez, algunas de esas ediciones fotocopiadas, en Colombia y Costa Rica, sobre todo. Su actual editor de Trotta, Ignacio Sierra, recuerda haberse cruzado con “copias piratas” en “puestos callejeros” de Ciudad de México. Sin embargo, su influencia en Europa del norte es mucho menor. “Sí, paradójicamente ha sucedido esto”, dice Ferrajoli desde Roma. “Yo diría que a lo mejor en Europa se está imponiendo una cultura jurídica de tipo realista, en el sentido vulgar del término”, explica.
Y precisa la vulgaridad. “Todo esto está un poco ligado a la creciente hegemonía cultural estadounidense”, aclara, donde el sistema de Common Law transmite “una concepción del derecho mucho más descriptiva, que tiene que ver con el derecho como sucede y no con como deber ser”. El “deber ser” es lo que distingue a las constituciones rígidas. “En América Latina, después de la caída de las dictaduras, las constituciones rígidas han dibujado un horizonte crítico, de transformaciones, que debería estar presente también entre nosotros”, dice.
La propuesta constitucional de Ferrajoli –deudora de Kant y Hans Kelsen—es prescriptiva. La forma política debería ser una “federación mundial”, manteniendo los Estados, pero obligados por una convivencia pacífica como la de las regiones en el interior de los Estados. Para ello, se trata de completar “el diseño de la Carta de la ONU”, un legado “precioso” de la posguerra, según Ferrajoli, pero que necesita desarrollarse por el lado de las garantías. “No basta con proclamar la paz si no se garantiza a través de la supresión de los ejércitos y de las armas”, dice.
El vínculo entre derechos y garantías, que vincula derecho y democracia, es quizá la gran idea fuerza de Ferrajoli. El derecho a la vida carece de contenido si no lo garantiza la prohibición del asesinato en el Código Penal. Y lo mismo el derecho a la educación, sin una escuela pública que garantice el acceso a todos. La propuesta de Constitución de la Tierra quiere elevar esa exigencia de garantías a escala mundial.
Las guerras se hacen con las armas y con las ideas. “La de Putin se explica por la existencia aún de las armas nucleares y por la lógica schmittiana de la política entre el amigo y el enemigo”, dice Ferrajoli desde Roma, refiriéndose a Carl Schmitt, teórico alemán, entre otras cosas, de la justificación jurídica del nazismo. Schmitt concibe la Ley Fundamental como expresión de la identidad y la voluntad de un pueblo. Diametralmente opuesta es la concepción de Ferrajoli: la Constitución “como un pacto de convivencia pacífica entre diferentes”, “como sistema de límites y vínculos rígidamente impuestos a todos los poderes”, incluida la soberanía de Putin. Frente a la guerra, ambas concepciones suponen horizontes radicalmente opuestos: una inevitable “guerra civil mundial” (Schmitt) o una “política interior mundial” (Habermas a través de Ferrajoli) que trate de evitarla.
Las tres “almas” que su traductor Andrés Ibañez distingue en Ferrajoli —la de juez, la de estudioso y la de militante cosmopolita— están en su último libro. En él, después de argumentar por qué la humanidad necesita dotar de garantías a los derechos fundamentales y de límites a todos los poderes y peligros que la globalización ha catapultado —las epidemias, el cambio climático, las migraciones, la guerra nuclear, los mercados salvajes—, incluye un borrador de 100 artículos de la Constitución de la Tierra. Es urgente, es necesario y es posible: “Sólo un constitucionalismo global puede asegurar la supervivencia de la humanidad”, escribe."
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