"Me alegro de que el Parlamento haya encargado al Defensor del Pueblo poner en marcha una comisión de la verdad y también de que ¡por fin! lo haya hecho la Conferencia Episcopal Española, comprometiéndose a colaborar con la primera"
Fuente: Religión
Digital
Jesús Martínez Gordo teólogo
24/04/2022
El maltrato y abuso sexual a menores es una tragedia para
quienes lo han padecido y un escándalo para la sociedad y, de manera
particular, para quienes somos seguidores de Jesús en la Iglesia católica.
Reconozco que es un drama que, muchas veces, me deja sin palabras.
Pero, intentando superar tal limitación personal, me alegro de que el Parlamento haya encargado al Defensor del Pueblo poner en marcha una comisión de la verdad y también de que ¡por fin! lo haya hecho la Conferencia Episcopal Española, comprometiéndose a colaborar con la primera.
Bienvenida sea, por ello, la luz de la verdad y de la
reparación, al menos, hasta donde sea posible. Y, con ella, bienvenidos los
taquígrafos, representados —en esta ocasión— por dichas comisiones o por otras
que puedan ser necesarias en el futuro.
Llegados a este punto, quizá sea procedente —me he dicho—
ofrecer algunos datos y consideraciones sobre los modelos de la investigación,
a la luz de lo ya transitado en Francia y Alemania sobre la pederastia en la
Iglesia. Y más, cuando nos encontramos, como se puede escuchar entre nosotros,
con quienes entienden que este delito, al ser “un problema de la sociedad” (de
los casos registrados, solo el 0,2 % es imputado a clérigos) (mons. Jose Angel
Saiz Meneses), debe ser investigada por una “comisión global”, por respeto a
“todas las víctimas” (Alberto Núñez Feijoo).
No es de recibo, apuntan, erigir a la Iglesia como un
chivo expiatorio con el que ocultar la perversión social de la pederastia. O
cuando también nos encontramos con quienes proclaman que ésta es una iniciativa
política solo comprensible en el marco de una ofensiva antieclesial —otra más—
por parte de comunistas, marxistas y masones (mons. Jesus Sanz Montes).
Atentos a tales críticas, creo que es capital que estas —y
otras venideras Comisiones de investigación— hagan bien su trabajo, no dejando
abiertas sospechas de veracidad y credibilidad de ningún tipo que carguen el
argumentario de quienes van a leer sus correspondientes Informes no solo con
lupa sino, sobre todo, con miradas en las antípodas a las de los menores
abusados en la Iglesia y fuera de ella. Entiendo que una investigación, buena
por su rigor veritativo, además de cuestionar tales miradas, tendría la virtud
de propiciar su consecuente reparación, acompañamiento e indemnización, así
como una petición de perdón que, además de solicitado a los abusados, tendría
que pasar, para ser creíble, por una reforma, a fondo en el caso de la Iglesia,
y entiendo que, de igual o parecido calado, en otros colectivos.
Me centro en el modelo de investigación primado en la
iglesia de Francia. Lo hago por su cercanía geográfica, cultural y eclesial. Y,
sobre todo, porque se ha procedido —como también las realizadas en Alemania,
Australia, Irlanda, Canadá o EE.UU— con una indudable empatía con todas las
víctimas y, a la vez, con una firme voluntad de alcanzar la verdad; una
pretensión que, además de imposible en su totalidad, viene envuelta en la
polémica, según el método que se aplique: preferentemente sociológico (Francia)
o histórico y legal (Alemania).
La Conferencia Episcopal francesa y la Conferencia de
religiosos y religiosas de Francia encargan a Jean – Marc Sauvé, vicepresidente
de Honor del Consejo de Estado, liderar una investigación que realizará con la
ayuda de 22 comisarios y que es conocida, por sus siglas en francés, como
CIASE: Comisión Independiente sobre los Abusos Sexuales en la Iglesia.
1. La
Comisión y el Informe
Concretamente, los obispos y superiores religiosos
asignan a J. - M. Sauvé clarificar, de la manera que entienda mejor y más
procedente, los casos de violencia sexual en el seno de la Iglesia desde 1950;
examinar cómo han sido abordados, o no; evaluar las medidas adoptadas para
hacerlo frente y ofrecer las recomendaciones que estime necesarias.
La Comisión CIASE, apunta
J. - M. Sauvé en el prólogo del Informe final, ante todo y sobre todo,
ha puesto en el centro de su trabajo a las víctimas. Y lo ha hecho, escuchando a
muchas de ellas, pero no como expertos, sino como seres humanos dispuestos a
confrontarse personal y colectivamente con una oscura realidad, marcada por el
sufrimiento, el aislamiento y, frecuentemente, la vergüenza y la culpabilidad.
En el transcurso de esta escucha ha surgido la convicción de que ellas, las
víctimas, son poseedoras de un saber único. Por eso, su palabra es el hilo
conductor de toda la investigación y del Informe final. Adoptando esta
perspectiva —sostiene— las hemos reconocido como tales, es decir, como
víctimas; y, a la vez, como testigos y actores de la verdad.
1.1.-
Clarificar los casos de abuso sexual a menores en la Iglesia
En cumplimiento del primero de los objetivos fijados —clarificar
los casos de abuso sexual a menores en la Iglesia— se abrieron tres equipos de
información y escucha de las víctimas; así como diferentes investigaciones: una
sociológica; otra sociohistórica y archivística y una tercera,
socio-antropológica. También se mantuvieron diferentes entrevistas con miembros
del clero, condenados por pederastas.
Uno de los primeros pasos fue enviar una encuesta en la
que se pedía información detallada, desde 1950 a 2020, sobre el número de
sacerdotes y religiosos encausados, de víctimas conocidas e, igualmente, sobre
el procedimiento seguido en el tratamiento de cada caso. A esta primera
petición respondieron 89 diócesis —de las 115 existentes— y el 90 % de los 350
institutos de vida religiosa.
La
sombra de los abusos
En un momento posterior, se solicitó a 32 diócesis
investigar tanto sus “archivos corrientes como los llamados secretos”, siendo
rechazada tal petición por la diócesis de Bayona.
El obispo de esta última, Marc Aillet, informará —unas
pocas semanas después de publicarse dicho Informe final— que decidió sumarse a
la gran mayoría de las diócesis francesas cuyos archivos no habían sido
explorados por los expertos enviados por la CIASE. Y que lo hizo para proteger
los datos personales de todos los sacerdotes (210), tal y como le obliga el
Reglamento vigente, y a pesar de que J. - M. Sauvé le garantizara que la
indagación, realizada por un bufete de abogados especializados, no se daría
conocer. Por ello, prosiguió el obispo de Bayona, comuniqué al Presidente de la
CIASE que no estaba autorizado, en cumplimiento de la legislación vigente, a
facilitar tales datos e informaciones sin el permiso de los interesados. Y que,
en cambio, sí estaba obligado a protegerlos.
Ello no quiere decir, prosiguió, que haya habido una
falta de transparencia en la comunicación del número de sacerdotes denunciados
por agresiones sexuales a menores o sobre su posterior sanción: en los archivos
diocesanos hay dossiers sobre 7, acusados desde 1950, así como sobre otros 5,
ya fallecidos y denunciados, a partir de la puesta en funcionamiento de la
“Unidad de escucha a las víctimas” por la diócesis de Bayona en 2016. De todo
ello, concluye, se informó
detalladamente a la Comisión en la primera de las encuestas.
Después de 30 meses de trabajo voluntario y 26.000 horas,
J. - M. Sauvé presenta el 5 de octubre de 2021 el Informe de la investigación,
tanto al presidente de la Conferencia Episcopal Francesa como a la presidenta
de la Conferencia de Religiosos y Religiosas de Francia: 485 páginas y más de
2.500 en anexos. En ellas se notifica que la cifra de niños abusados
sexualmente en la Iglesia francesa por clérigos y religiosos, desde 1950 hasta
2020, asciende —a partir de una encuesta sociológica— a 216.000 y que el de los
sacerdotes y religiosos abusadores oscila entre 2.900 – 3.200, es decir, entre
el 2,5 % y el 2,8 % del total de los 115.000 sacerdotes y religiosos con los
que ha contado la Iglesia francesa desde la segunda mitad del siglo XX.
En el resumen de cincuenta páginas, facilitado por la
Comisión, se lee que, si a esta cifra se suman las victimas provocadas por
laicos al servicio de la Iglesia, su número asciende a 330.000, es decir, en
torno al 6 % de los 5.500.000 de niños franceses que habrían sido víctimas,
durante los últimos 70 años, de violencia sexual, principalmente en el entorno
familiar, pero también en el círculo de amigos, en la escuela pública, en las
colonias y campamentos de vacaciones, en los clubs deportivos y en asociaciones
para actividades culturales.
1.2.-
Evaluar la gestión de la Iglesia
Atendiendo al segundo y tercero de los objetivos, en el
Informe se reconoce que la actitud de la Iglesia católica ante los abusos
sexuales a menores ha evolucionado en los últimos años. Sin embargo, prosigue,
durante mucho tiempo “ha procurado, sobre todo, defenderse como institución,
mostrando, por ello, una indiferencia completa —e incluso cruel— ante las
personas que habían sufrido estas agresiones”.
1.3.-
Recomendaciones
Finalmente, la Comisión formula 45 recomendaciones sobre
la acogida y escucha de las víctimas; la reforma del código de derecho
canónico; el reconocimiento de las infracciones cometidas, estén legalmente
prescritas o no; la reparación del mal causado; la ayuda necesaria para la
rehabilitación; la formación de los clérigos y, sobre todo, la prevención de
los abusos.
A estas suceden otras referidas a tesis teológicas,
eclesiológicas y de moral sexual por entender que algunas interpretaciones de
las mismas han favorecido los abusos y comportamientos análogos.
Desde el primer momento, llamaron la atención las
referidas al secreto de confesión y a la obligatoriedad del celibato y, de
manera particular, la número 24, en la que se sostiene que el mal de los abusos
sexuales a menores es “sistémico”, sobre todo, antes del año 2000: a la luz de
los hechos aportados, se argumenta, no se puede decir que esta violencia haya
sido organizada o admitida por la institución, sino, más bien, que la Iglesia
no ha sabido cómo prevenirla, detectarla y, menos todavía, tratarla con la
determinación requerida.
2.-
Reacciones
Retengo tres, de entre las muchas reacciones provocadas
por la publicación de este Informe: la de la Conferencia Episcopal Francesa; la
de ocho miembros de la Academia Católica de Francia y la del Papa Francisco con
la Curia vaticana y, a título personal, la del padre Federico Lombardi, SJ,
portavoz de la Santa Sede durante 10 años.
2.1.-
La Conferencia Episcopal Francesa
El 6 de noviembre de 2021, los obispos franceses,
acompañados por un centenar de laicos —y también por las víctimas invitadas al
encuentro de la Conferencia Episcopal que se está celebrando en Lourdes— piden
perdón, arrodillados ante la cruz que se encuentra frente a la basílica de
Nuestra Señora del Rosario.
La petición de perdón viene acompañada por la creación y
puesta en marcha de dos nuevas entidades. La primera de ellas, denominada
Instancia Nacional Independiente de Reconocimiento y Reparación (INIRR), tiene
la misión de escuchar y acompañar a las víctimas, determinar las
indemnizaciones a las que tengan derecho y remitirlas al Fondo de Ayuda y de
Lucha contra los Abusos de Menores, el segundo de los organismos, igualmente creado por la Conferencia
Episcopal Francesa, y dotado, a finales de enero de 2022, con 20 millones de
euros para afrontar las oportunas compensaciones.
El 24 de febrero de 2022, Marie Derain de Vaucresson,
presidenta del INIRR, informaba que, hasta el momento, ascendía a 180 el número
de víctimas que habían contactado con dicha Comisión y solicitado la
correspondiente reparación. Y, seguidamente, indicaba que, para la mitad de
quienes se habían acercado, el dinero no estaba siendo la prioridad. Incluso,
señaló, se da el caso de personas abusadas que han solicitado, de manera
simbólica, 1 €. Lo que mayoritariamente se busca, apuntó, es hablar sobre lo
sufrido y escuchar, a la vez, el arrepentimiento de los victimarios o
confrontarse con los responsables religiosos que, en su momento, no quisieron o
no supieron escucharlos.
Finalmente, conviene indicar que se han constituido 9
grupos de trabajo temáticos que, coordinados por Hervé Balladur, tendrán que presentar, para
la primavera de 2023, su informe y valoración sobre las recomendaciones de la
CIASE, así como sobre lo que estimen oportuno, en colaboración con los
religiosos y religiosas y el conjunto de las fuerzas vivas de la Iglesia en
Francia.
Es evidente que el objetivo primero de los obispos
franceses ha sido el de la escucha, acompañamiento y reparación de las
víctimas. Supongo que, una vez culminada esta primera etapa, llegará el tiempo
en el que se pida perdón; algo que, para ser creíble, tendría que llevar a una
reforma a fondo —cuando no, a una auténtica revolución— de la Iglesia. Pero
insisto, es lo que supongo; sin más consistencia que la que pueda presentar
algo que aprecio como razonable, en particular, después de haberse constituido
estos nueve últimos equipos de trabajo a los que me acabo de referir.
2.2.-
Ocho miembros de la Academia Católica de Francia
La segunda de las reacciones es la de ocho miembros de la
Academia Católica de Francia denunciando, el 25 de noviembre de 2021, las
“debilidades metodológicas” del Informe CIASE.
En concreto, critican que la estimación de 330.000
víctimas de abusos sexuales en el seno de la Iglesia francesa resulta de proyectar
o “extrapolar”, en los últimos setenta años, los 171 casos de personas abusadas
que arroja una encuesta de opinión a 27.808 personas mediante un cuestionario
de Internet y cuya veracidad no ha sido comprobada o auditada por otros medios.
Procediendo de esta manera y resaltando tal cifra, apuntan, el Informe ha
focalizado el interés de los medios de comunicación en dichas 330.000 supuestas
víctimas y ha descuidado los 2.738 testimonios recibidos y, al parecer,
validados.
Igualmente denuncian que el énfasis puesto en tales
cifras, fruto de una “evaluación desproporcionada de esta lacra, alimenta el
discurso” de un cambio “sistémico”, tanto pastoral como doctrinal, en la
Iglesia católica. Y esto es algo, concluyen, que no es de recibo.
El 9 de febrero de 2022, en la web de CIASE se replica a
estos ocho miembros de la Academia Católica de Francia acusándolos de “no
escuchar los gritos de las víctimas”, de sucumbir “a la trampa del
clericalismo”, así como de renunciar a que “algo cambie en la Iglesia”. Y adentrándose
en la cuestión más técnica del Informe, J. – M. Sauvé sostiene que las críticas
al mismo son infundadas, aportando dos estudios de especialistas en encuestas;
uno de ellos, firmado por François Héran, ex director del INED (Instituto
Nacional de Estudios Demográficos).
De su lectura, llaman la atención las cautelas sobre las
cifras estimadas por la Comisión Independiente de las que se dice que, “aunque
frágiles”, “parecen plausibles”. Y, en lo referente a la proyección empleada se
sostiene que “para hacer que las estimaciones sean más confiables, sería
deseable que, en el futuro, estos resultados sean confirmados por otras
encuestas realizando muestras aleatorias” en las que, además, habría que cubrir
“toda la población sobre la que se supone que se refieren las estimaciones”.
Mientras no se proceda de esa manera, se puede leer igualmente, “no podemos
asegurar que no haya un sesgo significativo que afecte a estas estimaciones”,
resultando imposible “garantizar” que el método y la selección de los
encuestados no presenten “una estructura desequilibrada”.
Persiste, si no me equivoco, una objeción que,
metodológica (por el método online empleado), afecta a la credibilidad de la
investigación sociológica y a los porcentajes y resultados: el 0,42 de
sacerdotes y religiosos abusadores, según los resultados de la encuesta,
apuntan los críticos, lleva a reconocer que serían 7 las personas abusadas por
cada depredador y a 24.000 las víctimas totales en los últimos 70 años, no a 63
los niños abusados por cada victimario ni, mucho menos, a las 216.000 víctimas
menores de edad, la cifra hipotetizada en el Informe de la CIASE.
2.3.-El
Papa Francisco y la Curia vaticana
La tercera de las reacciones son las procedentes, por un
lado, del Papa y de la curia vaticana y, por otra, del padre F. Lombardi, SJ.
La respuesta del Papa Francisco, al día siguiente de la
publicación del llamado Informe Sauvé, fue expresar su “vergüenza”. Y, con
ella, manifestar su disponibilidad para recibir a los miembros de la Comisión
investigadora, acompañados por los responsables de la Conferencia Episcopal
Francesa y de la Conferencia de Religiosos y Religiosas de Francia. La fecha de
tal audiencia quedaba fijada para la mañana del 9 diciembre. Sin embargo, una
vez conocida la crítica de los ocho miembros de la Academia Católica de
Francia, la Curia vaticana pospuso tal encuentro, aduciendo para ello que la
agenda del Papa debía ser reorganizada tras la finalización, el 6 de diciembre,
de su viaje a Chipre y Grecia y no anunciando una nueva fecha.
Papa
y obispos franceses
Diferente ha sido la reacción del jesuita F. Lombardi,
portavoz de la Santa Sede de 2006 a 2016, publicada el 19 de febrero de 2022 en
“La Civiltà Cattolica”. No se muestra, en primer lugar, partidario del método
de encuesta utilizado por el equipo de investigadores que —dirigido por
Nathalie Bajos— admite un margen de error del 5%. Ello quiere decir, observa,
que las 216.000 víctimas “oficiales” atribuidas a sacerdotes y religiosos
podrían oscilar entre 165.000 y 270.000. A esta preocupante oscilación hay que
añadir otras limitaciones e incertidumbres asociadas a cifras, obtenidas a
través de encuestas por Internet, múltiples muestras y extrapolaciones
significativas a las que me he referido más arriba.
Pero, seguidamente, señala que estas limitaciones no
anulan la existencia de una realidad de abuso, tanto en la Iglesia como en la
sociedad, que ha sido subestimada hasta ahora y que es mucho más numerosa y
grave de lo que normalmente se puede saber por las denuncias. No queda más
remedio que sacarla a la luz. Por ello, alaba el “gran coraje” de los obispos
franceses “al crear esta comisión, al abrir sus archivos y tomar nota de su
trabajo”.
Y refiriéndose a las recomendaciones, señala que hay que
tomarlas todas en serio, pero también que se han de evaluar, no aplicándolas de
manera indiscriminada. En concreto, manifiesta su conformidad con las que
invitan a establecer un mecanismo que brinde justicia restaurativa a las
víctimas, independientemente del plazo de prescripción del delito o de la muerte
del presunto autor, pero se muestra más crítico con las referidas al secreto de
confesión.
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