Fernández-Martos, autor de una decena de libros, da para más de una entrevista cuando se le pregunta por sus 54 años visitando a las personas que están presas
Fuente: Noticias de Alava
31/01/2022
Este jesuita cordobés, psicólogo clínico y autor de una decena de libros fronterizos entre fe y madurez humana, imparte este jueves una conferencia en Vitoria bajo el título ¿Mi patria? Mirar, estremecerme, asombrarme.
¿Cuáles van a ser las conclusiones principales de su conferencia?
–La principal es la palabra asombro porque solo se asombra el que mira, el que ve, en cambio, no lo hace. Una cultura que está sumergida en la vista, porque somos depredadores audiovisuales, paradójicamente se atrofia a la hora de captar el asombro de lo que ve. Una cultura que no se detiene a mirar, no escucha.
¿Como cuando salen las imágenes de guerra en los informativos que, al final, por muy duras que sean nos acabamos acostumbrando?
–Claro. Es buen ejemplo porque ya no te producen ese asombro que te llevaría a una acción comprometedora, sino que lo metes en la galería de lo que ves en el día a día y eso no conmueve. Respecto al título de patria que lleva la conferencia, es porque acabamos por pensar que es el lugar por el que pisan mis pies, corren y disfrutan, pero esa no es mi patria. La auténtica la dicta allá donde yo elabore una visión del mundo desde el corazón a la cabeza y que entonces pueda ver. Lo importante es la construcción del imaginario y ese se construye con la persona que mira con miramiento.
También ha sido provincial de la Compañía de Jesús. ¿Qué recuerdos guarda de aquella época? ¿En qué cree que ha cambiado?
–Era de la de Toledo, que en realidad tenía sede en Madrid. Guardo un recuerdo estupendo por el aprecio que me aumentó tanto a la Compañía como institución como a mis compañeros jesuitas. El mayor contraste es que cuando yo fui provincial, entre 1993 y 1999, había en España unos 3.000 jesuitas y hoy hay entre 750 y 800. Ese decrecer del número de vocaciones lleva a decisiones de cierre de colegios o de instituciones muy dolorosas. Yo la cogí en los albores de ese decrecimiento. Cuando entré de provincial había 29 novicios y cuando acabé había 15. Y esto seguirá bajando.
Una de las cárceles que ha visitado es la de Brieva (Ávila), ¿no habrá sido por casualidad confesor de uno de sus presos más famosos: Iñaki Urdangarin?
–Con él no he tenido ni un solo contacto, salvo cuando le di mis dos últimos libros como regalo de Navidad y él me respondió brevemente agradeciéndolo. Yo siempre había atendido a ese módulo, en el cual estuvo Luis Roldán, pero no tuve ni un solo encuentro personal con Urdangarin.
La de Brieva tiene un módulo con ocho habitaciones en el que han estado narcos muy importantes a los cuales yo visitaba y confesaba. Muy famosos en la prensa, y aunque no puedo dar sus nombres, puedo decir que me sigo escribiendo con ellos. Ahora tengo, por ejemplo, a la que mató al niño Gabriel.
¿A Ana Julia Quezada?
–Sí, a esa, pero San Ignacio nos ha enseñado a los jesuitas a nunca quedarte en el pecado, sino a preguntarte por el proceso por el cual se ha llegado. Ella es de una familia superpobre, vino a España sin nada... También me chocó mucho una mujer que entregó su hija cuando tenía 12 años para que la abusara sexualmente su marido. Es una barbaridad, pero más me chocó cuando se encontraron en los Juzgados de Plaza Castilla y la madre, por haberles denunciado, le echó ácido a la cara y le desfiguró el rostro. Ese pozo de degradación siempre me sobrecoge.
¿Qué ha aprendido de esos 54 años de visitas a presos?
–Es muy difícil, pero he aprendido que ni son todos los que están ni están todos los que son porque como ves por la prensa, el ser "chorizo" no implica estar en la cárcel. Y la segunda es que no soy superior a nadie, aunque con el que esté tenga los expedientes más horribles de toda la cárcel. A todas he ido como voluntario y fundé una ONG que se llama Acope (Asociación de Colaboración con las mujeres Presas). Toda mi Biblia está llena de firmas de presas, algunas de ETA. Trato igual a los narcos, que a los presos políticos...
Es autor de una decena de libros. Uno de ellos, el de Caminar Años Arriba incide en que la vejez no es un destino fatal, lleno de achaques.
–Creo que la edad de la sabiduría es profunda. No significa aparcar, sino caminar. Ocho de los diez libros que he escrito ha sido después de los 65 años y ahora tengo 86.
¿Planea un nuevo libro o se ha verdaderamente jubilado ya?
–El próximo va a ser sobre el barrizal del lenguaje. Insultamos más y empobrecemos el lenguaje. Cuando yo enseñaba Psicología evolutiva el español medio utilizaba entre 5000 y 5.500 palabras y ahora emplea entre 2.500 y 3.000. Hemos arrasado con todos los matices.
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