"La libertad eclesial en temas de nombramientos episcopales se reduce al acatamiento"
Fuente: Religión Digital
20.12.2021
Se termina el año y, según lo han anunciado, se van nuestros obispos. Quizá casi a la par los dos, si bien en distintas direcciones. Aunque estamos en campaña Sinodal que —nos insisten— significa caminar juntos, en este tema episcopal no invitan a hacerlo. Sin embargo, nos ha parecido bien lanzar al ruedo de la opinión esta consulta —el cómo se eligen y se cambian los obispos o, también, qué tal han desempeñado su función— por su actualidad e importancia.
Nuestros obispos han pertenecido a esa generación de guías sobre los cuales el pueblo cristiano solo pudo opinar con su silencio. Lo acaba de pedir el obispo de San Sebastián, otro que ahora se va: recibid con confianza a vuestro nuevo pastor. La libertad eclesial en estos temas se reduce al acatamiento. No obstante, dicen que el Papa Francisco insiste en saber lo que nos gusta, o no seduce tanto, de nuestra Iglesia, qué nos anima en ella y qué no. Pues bien, la presencia de los guías que nos tocaron no ha sido insignificante. Sin duda ha tenido consecuencias y merece una reflexión.
Es cierto que muchos fieles tradicionales se han sentido abrazados y cómodos entre nosotros por unos pastores tan cautelosos. Si estuviéramos de acuerdo en que la mejor tradición cristiana está en el lindero de la inmovilidad, su ejercicio ha sido notable. Un ejemplo: en una decisión más que destacada, decidieron, desde hace mucho, prescindir en la Diócesis del instrumento imprescindible para el diálogo y la decisión colegiados: el Consejo de Pastoral. La desmovilización diocesana que han conseguido con ello, en opinión de muchos, es evidente. Se ha tratado de preparar, y sobre todo importar, sacerdotes que manden con firmeza en su grey particular y, por supuesto, obedezcan a sus pastores episcopales. La probabilidad de lograr un entendimiento cordial entre sacerdotes tan diferenciados es mínima.
En cualquiera de estas decisiones, como puede observarse, los fieles han brillado solo por su ausencia. Ejemplo magistral de todo esto fue lo ocurrido con la crisis del movimiento Scout. Cuando los jóvenes insistieron en su condición asamblearia, en que se abriera y respetase el abanico de sus opiniones, se los sometió. En el asunto de las inmatriculaciones pasó algo semejante; se hizo bien o mal, pero siempre sin consulta. El que nuestros pastores no hayan sido de dar golpes sobre la mesa ni sobre nadie, el que más bien hayan ido esquivando en todo lo posible algunos temas candentes, no significa que su tendencia no ha sido evidente.
Como es natural, a resultas de ese proceder, mucho menos acogidos se han sentido quienes dentro de la Diócesis pretendían que la condición de pueblo, de asamblea cristiana, se fuera poniendo de manifiesto, siquiera en algunos aspectos. Pese a la disminución de sacerdotes, ya se dijo cómo se intenta paliarla. El consiguiente desaliento y la atomización actual del clero diocesano salta a la vista. A la par de eso, el acceso de los laicos cristianos al ejercicio sacramental, litúrgico y formativo no está siendo precisamente audaz. En definitiva, se han dictado medidas, en general no drásticas pero tenaces, para desalentar la participación eclesial de laicos o sacerdotes que busquen asambleas creyentes más abiertas, participativas y permeables a los nuevos retos de nuestra sociedad.
No podemos extendernos mucho más, aunque haya tema para rato. Entendemos que cada quien puede dar solo lo que tiene. Por tanto, la responsabilidad de colocar obispos inconsultos corresponde en exclusiva a su elector. En nuestro caso, hubiéramos agradecido unos guías diocesanos que creyeran de verdad en su gente, sacerdotes o laicos, no solo como pacientes fieles sino como agentes de una vida creyente actual. Pensamos que les ha faltado esa confianza en nosotros, al menos en una parte de la pluriforme Iglesia navarra. Entendemos la dificultad de ser pastor de todos. Sin embargo, hubiera sido bueno intentarlo con más sinceridad y convicción.
En todo caso, por los buenos afanes y actuaciones que también han tenido, gracias a nuestros obispos. Y el deseo de que el próximo sea el último que venga sin una consulta elemental. La Iglesia la formamos todos nosotros. Los obispos reciben el ministerio del servicio, animación y dirección de una comunidad que necesita ser tenida en cuenta si no se quiere que el desaliento y la deserción se extiendan todavía más. Quisiéramos celebrar la esperanza de este Adviento en una nueva fase más sinodal (participativa) de nuestra Iglesia.
En representación de OCHO GRUPOS SINODALES DE PAMPLONA
José Juan Martiñena
María Paz Zazo Ayensa
José Ignacio Pedrosa Gárate
Laura Aldave Lapiedra
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