Fuente: Atrio
Por: José Ignacio González Faus
09/11/2021
UN LIBRO QUE RECOMIENDO MUCHO
J. Ziegler, El
capitalismo explicado a los jóvenes y a los no tan jóvenes
Ediciones Invisibles, Barcelona 2021. [Comprar en AGAPEA]
Jean Ziegler es un conocido economista suizo, que fue profesor en la Sorbona y ha tenido cargos en la ONU (Relator para el derecho a la alimentación y actualmente Subdirector del Consejo de derechos humanos). Ha luchado siempre contra la injusticia social en su país y en el mundo. Ahora publica una especie de pequeño “testamento” redactado en forma de diálogo con su nieta Zohra.
Como si quisiera sangrarse en salud, el libro puede enmarcarse con dos frases que no son del autor. En los comienzos una cita de Víctor Hugo: “el paraíso de los ricos está hecho del infierno de los pobres” (página 51)[1]. Y al final otra del multimillonario Warren Buffet (séptima fortuna del planeta): “Claro que existe la guerra de clase. Pero es mi clase, la clase de los ricos la que la hace. Y la estamos ganando” (pgs. 172-73).
La lucha de clases es pues, en realidad, una agresión de clases. Recordemos aquel miedo de una iglesia, “tonta útil” del capitalismo, que prohibía hablar de lucha de clases porque eso sonaba a una incitación a la violencia. Pero no era una incitación sino un reconocimiento de que esa violencia existe, y son otros los que la practican. Y el autor confirmará ese juicio afirmando poco antes de concluir el libro que la desigualdad de las fortunas es asesina y hay una guerra permanente de los ricos contra los pobres (p. 157).
El orden que seguiré en la exposición es mío, intentando sustituir el diálogo por una clasificación por materias.
1.- CAPITALISMO
Damos por conocidos los análisis de Marx sobre la plusvalía: el capital se queda una parte de la riqueza producida que, en realidad, pertenece a trabajo, y que permite al capitalista enriquecerse mientras el obrero se empobrece. Con lo que: “el desempleo crónico de millones de trabajadores sería la base sobre la que se ha construido el orden capitalista. Estos parados permanentes, que nunca más tendrán trabajo ni recibirán salario alguno, ya no podrán llevar una vida de familia, una existencia digna y actualmente ya son más de 36 millones en Europa. Más de la mitad, chicos y chicas menores de 25 años” (108)[2].
Pero, más allá de ese rasgo, Ziegler insiste en que el eje humano del sistema es la búsqueda del máximo beneficio posible (no de un beneficio moderado): la búsqueda del máximo beneficio se va llevando a cabo por las oligarquías económicas a base de eliminar la competencia (monopolizar para ser los únicos productores de algo, dictar precios etc.) y deslocalizar para poder pagar salarios mucho más baratos (cf. p. 64).
Y resulta lógico que, allí donde el dinero es dios, el primero de sus mandamientos sea: amarás el máximo beneficio sobre todas las cosas: “En esta locura del beneficio ilimitado, el valor de uso de los bienes no tiene ningún papel” (p. 136).
Algunas veces, por razones legales o por temor a disturbios sociales, ese máximo se limita a ser no el máximo absoluto, sino el mayor posible. Pero aun así: “esas empresas capitalistas son más poderosas que el estado más poderoso del mundo” (p. 80). Todo esto pide complicidad activa y corrupción de muchos gobiernos locales (83) y tiene algunas consecuencias nefastas. Por ejemplo: “siguiendo la lógica capitalista, los grandes bancos occidentales imponen a los deudores del Sur tipos incomparablemente más elevados que a los del Norte” (117).
En defensa de ese máximo beneficio, “el neoliberalismo es un arma de conquista: anuncia un fatalismo económico contra el que toda resistencia parece vana. Es comparable al SIDA: destruye el sistema inmunitario de sus víctimas” (cita de Pierre Bourdieu en p. 139)
Todo lo cual lleva a nuestro autor a una consecuencia bien seria: “el capitalismo no puede ser reformado. Hay que destruirlo. Total y radicalmente” (149). Si alguna vez aceptó una reforma fue al final de la segunda guerra mundial por miedo al comunismo que entones parecía muy fuerte. Pero se ha visto bien claro cómo, a partir de la caída del comunismo en 1989, el capitalismo va deshaciendo poco a poco aquellas concesiones (privatizaciones, la ley de reforma laboral española etc.). Y Ziegler exclama con cierta cólera:
Siento como un insulto a la razón la estupidez de la ideología liberal, la naturalización de las fuerzas del mercado, la manipulación de los consumidores (p. 157, corroborado con una cita de Francisco en 158).
Y este capitalismo tan fuerte, se sostiene hoy con un principio, éticamente falso, pero de una gran fuerza ideológica: me refiero a la ética la propiedad.
2.- PROPIEDAD PRIVADA
Esa deformación de la ética de la propiedad se consagró definitivamente en la que, más que revolución francesa, debería llamarse revolución burguesa: en la revolución francesa, la burguesía triunfante puso en el centro de su mensaje la propiedad privada (55). Tan en el centro que Ziegler habla de una “santificación de la propiedad privada” (p. 57).
Y aquella santificación (que los evangelios llamarían más bien idolatría) “fundamento de la explotación capitalista, sobre todo por los jacobinos, condujo a un desastre que hoy todavía sufrimos y de una forma terrible” (57). Vale la pena releer esas líneas porque ahí se estropeó la revolución francesa. Y la razón fue un ataque de realismo de Robespierre, el 24 abril 179: “la igualdad de bienes es una quimera” (58). Sin ninguna clase de matices entre desigualdades de 1 a 3, o desigualdades de uno a mil, como son las que tenemos que soportar. Así hemos llegado a una “desigualdad que es una realidad escandalosa y completamente humillante para la inmensa mayoría de los seres humanos del planeta” (101).
Y un sencillo ejemplo de esa desigualdad escandalosa es el siguiente: los ricos son los que pagan menos impuestos, porque pagan solo lo que ellos quieren (cf. 103). Habitualmente se evaden en el mundo unos 350.000 millones de impuestos. Solo en Francia 20.000 millones (cf. 105).
Vale la pena aclarar que esa deformación de la ética de la propiedad no viene ni de Aristóteles ni mucho menos del cristianismo. Comenzó con Locke y Hume, amparándose en el individualismo de Descartes, para quien el punto de partida del pensar es: “existo”, en vez de existimos.
La verdadera ética de la propiedad defendía este derecho en todo aquello que necesitas para subsistir de una manera digna y correcta. Pero lo que pasa de ahí, deja de ser tuyo. Los Padres de la Iglesia se cansaron de repetir: “cuando das una limosna a un pobre no haces un acto de caridad sino de justicia porque no le das de lo tuyo sino que le devuelves lo suyo”. Y yo no me he cansado de citar estas palabras de Pablo VI: “todo ser humano tiene el derecho de encontrar en la tierra lo que necesita…, de modo que los bienes creados deben llegar a todos en forma justa. Todos los demás derechos, sean los que sean, comprendidos en ellos los de propiedad y comercio libre, están subordinados a eso: no deben estorbar sino facilitar su realización. Y es un deber grave y urgente hacerlos volver a su finalidad primera” (Populorum Progressio 22). Es significativo cómo Pablo VI habla ahí de algo que se ha perdido y que hay que volver a recuperar: porque esa era también la enseñanza de Tomás de Aquino[3], de Francisco de Vitoria[4]… y de Juan Pablo II[5].
De estos dos principios falsos: licitud del máximo beneficio y santificación del derecho de propiedad, se siguen una serie de consecuencias universales, que el autor ha podido experimentar muy bien a lo largo de su vida y su trabajo. Las citaré con menos comentarios, lamentando solo no poder citar algunas por su extensión: por ejemplo el relato (estremecedor) sobre Guatemala (pgs. 73-76).
3.- DATOS
Por un lado:
· – “Los 85 multimillonarios más ricos del mundo tenían en 2017 el mismo valor patrimonial que los 3,500 millones de personas más pobres del mundo juntas” (102).
· – “Entre el 2010 y el 2015 el poder financiero de las 562 personas más ricas del mundo creció un 41% mientras que las posesiones de las 3000 millones de personas más pobres cayeron un 44%” (103).
· – “Según el Banco Mundial, el año pasado [¿2020?], las 500 empresas transnacionales privadas más potentes, controlaron el 52’8 del producto mundial bruto” (101).
· – “Diez de las empresas transnacionales privadas… controlan juntas el 85% de la producción, almacenamiento y distribución de alimentos… Los grandes Bancos especulan en bolsa con el arroz, el trigo o el maíz, lo que hace subir el precio de estos alimentos” (147).
· – “El activo del balance de la sociedad petrolera ExxonMobil es superior al PIB de Austria. Y el de General Motors al de Dinamarca” (67). Debe ser porque son países pequeños y poco desarrollados…
· – “En los últimos veinte años, los precios de los bienes industriales se han sextuplicado, como mínimo, en tanto que los precios de las materias primas no han dejado de caer” (115).
No hay duda de que el sistema es “eficaz”. Lo malo es que, por el otro lado, en contraste con ese lujo y ese poder y como precio de esa eficacia, tenemos cosas como estas:
· – “La Unicef indica que, en 2017, el 11% de los niños españoles de menos de 10 años estaban subalimentados. En las escuelas de los barrios pobres de Berlín…, los maestros llevan pan y leche por las mañanas porque muchos niños llegan con el estómago vacío” (107). ¿Quién lo diría, en una Alemania tan desarrollada?
· – Por unos vaqueros de 54 €, la costurera de Bangladesh recibe una media de 25 céntimos. Salario mínimo legal en Bangladesh 51 euros al mes (103): un 20 % del mínimo vital.
· – Cada 5 segundos un niño de menos de 10 años muere de hambre o de enfermedad asociada al hambre, cuando la tierra podría alimentar sin problema el doble de la población actual del planeta (157). Recuerdo haber leído hace tiempo esta frase del mismo Ziegler: “hoy un niño que muere de hambre no es una desgracia sino un asesinato”.
Son pequeños desperfectos que ya se irán arreglando, nos dicen los defensores del sistema. Pero no puede ser así porque hay un mecanismo fundamental que garantiza el funcionamiento (o, mejor, las disfunciones) del sistema:
4.- LA DEUDA
“La deuda garantiza el orden caníbal de este mundo y la casi omnipotencia de las oligarquías del capital financiero globalizado” (113). El FMI presta a los países del tercer mundo, con la condición de que tomen medidas draconianas e injustas: fuera gastos sociales, privatizaciones, venta al extranjero (a los acreedores) de las pocas empresas rentables, de minas etc. Cuando la deuda es impagable se concede una moratoria con la condición de más medidas inhumanas e injustas (cf. 113-114).
Propuse una vez que las letras FMI signifiquen propiamente: Fundamentalismo Monetario Internacional. Y quiero añadir que, en este contexto, dedica el autor dos páginas (120-21) a evocar el drama de Haití (que hoy parece el espejo de todos los males). Pero en el origen de esos males está que, como la independencia de Haití la consiguieron los negros esclavos, Francia impuso a aquel país un deuda de 150 millones de francos oro, para resarcir a los amos que perdían esas “propiedades” humanas. Esa deuda impidió todo el desarrollo de aquel país. Y si Francia tuviera un poco de respeto a aquello de la libertad y la igualdad, debería poner en marcha hoy un plan de devolución de aquel robo. En vez de eso, Aristide, el único presidente que intentó recobrar aquel atraco, fue quitado de en medio por un procedimiento internacional, similar al que metió en la cárcel del Brasil a Lula da Silva. Y Aristide tuvo sus defectos, sin duda, pero estos no lo despojaban de su enorme razón.
Pero la deuda, además, garantiza un astuto sistema legal de enriquecimiento, negociando con ella. Es lo que se ha llamado “fondos buitre” del que el ejemplo más sonado fue éste:
En 1979 Zambia tenía con Rumania una deuda de 39 millones que no podía pagar. Una compañía compra la deuda por 3 millones, luego se presenta ante la justicia de Londres reclamando los 30 de la deuda: logró cobrar 15. Todo legal (123)[6].
Y aún más criminal: A Malawi, cuando una espantosa sequía en 2002, se le obliga a vender sus reservas de maíz (40.000 toneladas) para pagar una deuda, dejando morir de hambre a decenas de miles (124).
Eso es tan “normal” que, en España, como recordaremos, al presidente Zapatero, se le impuso desde fuera un cambio en nuestra Constitución para que en caso de una deuda provocada por una crisis y difícil de pagar, los primeros reembolsos sean para los bancos y no para los que quizá morirán también de hambre. Zapatero (que se había llenado la boca hablando de gobierno de izquierdas) fue débil y se plegó a esa exigencia. Y esta es quizá la mancha más grande de su mandato.
DAÑO A LA TIERRA.-
Lo malo de esos “desperfectos” (dicho con la lógica del sistema) es que no dañan solo a seres humanos, dañan también a la tierra y nos han llevado a la amenaza ecológica que hoy probablemente ya no tiene remedio. Veamos también algún ejemplo:
· – Usar y tirar: solo en Francia cada año se averían 40 millones de productos que no se reparan: ¡miles de toneladas de residuos! que estropean la tierra (88).
· – Y sus consecuencias: según la OMS “casi un 60% de los casos de cáncer en todo el mundo son debidos a los efectos nefastos de un ecosistema desregulado y de una alimentación inadecuada” (96).
· – “Entre 1995 y 2015 se extinguieron más de 50.000 especies” (97).
Ziegler no insiste más en esto. Pero el lector se pregunta qué destino le espera a un planeta, fruto de mil equilibrios inestables, cuando esos equilibrios se rompen tan tranquilamente. Esto nos lleva a una última reflexión:
4.- ¿DEMOCRACIA?
Imaginemos ahora un individuo racional de otro planeta, o un Sócrates que despierta y vuelve a nuestra época, y al que explicamos que los occidentales vivimos en regímenes democráticos mientras él se entera de que: “el capital financiero ha erigido una auténtica dictadura sobre toda la economía mundial” (69). Los oligarcas, los propietarios del capital financiero (anónimos e invisibles muchas veces) gobiernan la economía mundial (70). Y como ejemplo de esas afirmaciones: en Suiza, “el 2% de la población posee el 96% de los valores patrimoniales” (141). Esa oligarquía manipula todas las votaciones: “Los suizos han votado… contra un salario mínimo, contra la limitación de los más elevados, contra una caja pública de seguro de enfermedad, contra una semana adicional de vacaciones para todos, contra el aumento de las pensiones” (141)[7].
¿Admitiría ese Sócrates redivivo que estamos en una democracia real? Le podríamos decir que los medios de comunicación están precisamente para renunciar esas irregularidades. Pero podría respondernos que: “un puñado de multimillonarios controlan actualmente casi todos los medios” (129).
Y como ejemplo: el mismo 11S del 2001 murieron de hambre más de 35.000 niños menores de diez años; en las torres gemelas 2973 (128-29). Las primeras muertes importaron mucho menos que las de aquellos bárbaros atentados. Pero, cuando ni siquiera los muertos son iguales ¿podemos creer realmente que los vivos son todos iguales, como pide el más elemental sentido democrático? Por si fuera poco ahí está el dato de China: es uno de los países más represores del mundo, record mundial de ejecuciones por pena capital; pero el país más partidario de la libertad de comercio (134). Desde que es capitalista se le trata mejor que antes, pero la dictadura es la misma…
Y en un apéndice dedicado a la pandemia leemos: El público no sabrá nunca cuántos enfermos han muerto por asfixia en un infierno, por falta de medicamentos necesarios para las anestesias y reanimaciones prolongadas, debido a que las multinacionales líderes del sector farmacéutico deslocalizaron hace tiempo gran parte de su producción, y se la llevaron a Asia para maximizar los beneficios de sus accionistas. O sea: los ha matado la ley capitalista de los costes comparativos de los gastos de producción (164). O también: antes de la pandemia, un respirador que el gobierno de Bahía encargó a China costaba 700 dólares. En abril del 2020 un pedido de esos se facturaba a 25000 dólares la pieza (169). He aquí, otra vez, la ley del máximo beneficio.
Parece pues que nuestro visitante podría concluir como Ziegler: “El poder elegido por los oligarcas del capital financiero es ahora el auténtico gobierno del mundo y es lo que impide la felicidad de la mayoría” (152). Y se comprende que nuestro autor pueda exclamar con cierta irritación: “marketing y publicidad: dos de las actividades más nefastas y estúpidas que ha inventado el hombre” (89).
Quiero añadir también, de modo personal, que hoy el lenguaje clásico ricos-pobres resulta insuficiente, debido a la aparición de las llamadas clases medias. Cuando hablamos de ricos hoy, hemos de pensar sobre todo en los multimillonarios: en ese 1% de la población del globo que posee más de la mitad de la riqueza global. Lo cual no obsta para que también las clases medias tengan su grado de responsabilidad con niveles diversos.
* * *
5.-EPÍLOGO PERSONAL
Dirigido a la nieta del autor que hace de interlocutora en este libro.
Querida Zohra: no te conozco, pero soy un lector y admirador de tu abuelo y no sé si esto me da la libertad para enviarte esta cita, que confirma ella sola las tesis de tu abuelo. Es de un economista famoso y muy acreditado (J. M. Keynes), capitalista aunque un poco más honrado o más libre que sus colegas, a la hora de decir las cosas. Pues bien: en 1930, Keynes publicó una reflexión, dirigida también a sus nietos, que se titulaba: Economic possibilities for our grand children. Allí decía literalmente que llegará un día en que la riqueza y el desarrollo mundial serán tan grandes que:
“podremos desembarazarnos de muchos de los falsos principios morales que nos han guiado en los últimos doscientos años y que nos han hecho ensalzar algunas de las más detestables cualidades del ser humano, como si fueran las más grandes virtudes… Seremos libres para regresar a los mejores principios de la religión: que la avaricia es un vicio, la usura un pecado y el amor al dinero detestable… Pero ¡ojo!: esa hora todavía no ha llegado y durante unos cien años habremos de pretender que lo sucio es noble y que lo noble es sucio: porque ahora lo sucio es rentable y lo noble no lo es; la avaricia, la usura y la desconfianza han de ser nuestros dioses durante un tiempo porque solo así saldremos del túnel de las necesidades económicas a la luz del día. Luego, cuando uno ya tenga asegurada su existencia, se volverá razonable preocuparse por la existencia de los otros”.
Como verás, querida Zohra, Keynes reconoce que la razón de la gran eficacia del sistema es su total inmoralidad, que él esperaba corregir cuando ya todos fuéramos ricos. Están a punto de cumplirse ya los cien años que anunciaba Keynes y, en vez de estar a salvo todos, estamos igual o peor que entonces.
Para que veas cuánta razón tiene tu querido abuelo.
NOTAS:
[1] Todas las frases en letra cursiva son citas literales de Ziegler. Cuando no van entre comillas es solo porque he suprimido alguna palabra de esa cita para abreviar, o para empalmarla con mi propia redacción, o he añadido algunas palabras de otro lugar.
[2] Estos análisis no son exclusivos de Marx. Otro economista de derechas, J. M. Keynes, en su Teoría general sobre la ocupación, el interés y el dinero, afirma claramente que los dos defectos de nuestro sistema son: que no consigue eliminar el paro y que reparte arbitraria e injustamente la riqueza.
[3] “Lo que es de derecho positivo no puede anular lo que es de derecho natural. Pero, según el derecho natural, las cosas inferiores al hombre están destinadas a satisfacer las necesidades de los hombres. Por tanto, lo que procede del derecho humano –como es la distribución y apropiación de las cosas- no puede impedir que esas cosas remedien las necesidades de los hombres. Por tanto, por derecho natural, todo lo que uno tiene de más lo debe a los pobres para su sustento” (2ª 2ae, q 66, art 7, c).
[4] Tan jaleado como “prez y gloria” de la hispanidad por unas derechas que, si lo leyeran, le tacharían en seguida de comunista…
[5] Este papa jaleado por las derechas como bastión del anticomunismo, declaró en la Asamblea episcopal de Puebla que estamos ante un sistema que produce “ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres”. Y luego escribe una encíclica en conmemoración y recuerdo de la citada de Pablo VI. Y en ella leemos: “el verdadero desarrollo no puede consistir en una mera acumulación de riquezas o en la mayor disponibilidad de los bienes y de los servicios, si eso se obtiene a costa del subdesarrollo de muchos… ¿Cómo justificar el hecho de que grandes cantidades de dinero que podrían y deberían destinarse a incrementar el desarrollo de los pueblos, son, por el contrario utilizadas para el enriquecimiento de individuos o grupos?… Los bienes de este mundo están destinados a todos. El derecho a la propiedad privada es válido y necesario pero no anula el valor de tal principio, sino que grava sobre ella una hipoteca social… fundada y justificada precisamente sobre el principio del destino universal de los bienes” (Sollicitudo Rei Socialis, 9,10,42).
[6] Ese mismo dato lo contaba el hoy arzobispo de München (y economista) Reinhart Marx en su libro: El Capital. Un alegato a favor de la humanidad, (Barcelona 2011, pgs. 138-39), destacando que el autor de ese negocio, en una entrevista con la BBC había declarado que no sentía por ello ningún escrúpulo moral: “yo solo he hecho una inversión”. Se le podría comentar que era una inversión de los más elementales valores morales.
[7] Nuestro amigo podrá conocer también las dudas que existen sobre el referéndum del Brexit inglés, que superó los gastos legales, haciendo campaña en internet…
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