Fuente: Vida Nueva Digital
por Fernando Vidal
11/11/2021
El terrible incidente que costó la vida de María, una niña de cinco años, en un accidente de tráfico en un colegio del Opus Dei en Madrid, es un drama cuya contemplación conmueve y revela algo muy profundo. El abrazo de la madre de la víctima a la madre causante del accidente –al confundir la marcha en el momento de arrancar– cuando cesaron de intentar la reanimación, muestra una grandeza humana casi en el límite de lo posible. Es en momentos como esos donde se muestra la singularidad y misterio de la humanidad. Todo el individualismo, el utilitarismo egoísta, la frivolidad, el escepticismo, los nihilismos y otras plagas morales se rompen contra la roca de ese abrazo.
Escrivá de Balaguer decía que la ‘resistencia de una cadena se mide por su eslabón más débil’ y ninguno más roto y crítico que ese instante en que unos padres ven irse entre sus manos la vida del cuerpo de su niña pequeña, extendido en la calle, ante la responsable del atropello. El abrazo de las Marías –ambas madres y la niña comparten el nombre–, en plena calle, cuando ya los médicos se han rendido tras luchar cuarenta minutos por salvar a la hija, es el eslabón más débil. Donde ha sucedido lo peor y cabe abrir la caja del odio y la maldición, la madre de la víctima elige el abrazo del perdón. Solamente el abrazo fortalece el eslabón más débil y en ese abrazo se trenzan íntimamente la fe, la esperanza y la misericordia.
Dicen los profesionales de emergencias que quienes protagonizan accidentes graves o mortales, incluso aunque no sean culpables de ninguna negligencia, sufren una profunda destrucción interna por los remordimientos, es un trauma que les dejará una huella indeleble. Que maría, la madre de la víctima, haya comprendido el abismo de sufrimiento que se abrió en ese momento en la otra madre, va más allá no solamente de lo deseable, sino parece que de lo pensable. ¿Qué grado de bondad es posible en el ser humano para que en caliente ante tal destrucción se elija el abrazo, la comprensión, el perdón? ¿Es imaginable que la madre, invadida por el horrible dolor de una muerte tan absurda, empatice en esos momentos con la otra madre, se abra a imaginar el dolor que la está destrozando por dentro?
Mirar de cara el daño
Es conmovedor pensar también en la madre que conducía y tiene el coraje de permanecer en el lugar presenciando la consecuencia del infortunio, mirar de cara el daño que ha causado, asumir toda su responsabilidad ante todas las víctimas y el entorno de padres del colegio.
Sin duda hay que criticar el desastre de organización urbana en la carga y descarga de los niños en los colegios y en esos momentos habría muchas más cosas que maldecir. Sin embargo, el entorno de padres que fueron testigos no se convirtió en una turba, sino que, por el contrario, hizo silencio alrededor de la catástrofe, acompañó misericordiosamente a las víctimas y conductora, ayudó a que el eslabón más débil no se rompiera del todo.
Los padres que se habían ido segundos antes nos confiesan el escalofrío que les recorre pues ese error podría haber sido de cualquiera de ellos y sus hijos podían haber sido los atropellados. Todos comprendieron la intensa interdependencia que hay entre todas las familias que educan juntas a sus hijos. Les cupo pensar incluso que hay lugares del mundo donde accidentes peores siegan la vida de miles de niños cada día.
El terrible y absurdo accidente del colegio Montealto nos conmueve por su tristeza, pero María y Álex, padres de la niña María, y María, la madre conductora, se abandonaron a la confianza en el amor infinito y donde solamente había muerte han mostrado lo mayor de la vida.
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