Fuente: Cristianisme i Justícia
Por: Manfred Nolte
14/07/2021
La época estival puede ser ocasión propicia para poner las luces largas y salirse del análisis de lo cotidiano, generalmente dotado más de urgencias y cotilleos superficiales que de enjundias sustantivas y enriquecedoras. Se observa, por ejemplo, con creciente profusión una crítica de las monedas ‘fiat’ (dinero fiduciario) impuestas en la total generalidad de los estados del planeta y también un cierto retorno nostálgico hacia el metalismo, fundamentalmente al patrón oro, desaparecido igualmente en la totalidad de países del mundo. Verter algo de luz en el tema justificaría el cometido de esta columna veraniega.
¿Qué es el dinero fiat? Desde luego no tiene nada que ver con la popular marca de coches italiana. Paradójicamente se refiere a los euros, dólares, yuanes, rublos, coronas o pesos vigentes en los sistemas monetarios de los distintos países que los emiten, o sea, al dinero que todos tocamos y conocemos. En la actualidad los bancos centrales de los países concernidos emiten dinero en cantidades controladas bajo el criterio de estabilizar los precios del país, evitar la inflación, pero sin ahogar, en su caso, el progreso de la economía. Recuérdese que el dinero de un área monetaria es la suma de los billetes de circulación y de los depósitos a la vista del sistema bancario. Sobre ambos pilares la autoridad monetaria ejerce una vigilancia estricta y sistemática. ‘Fiat’ significa ‘hágase’ lo que retrata el carácter unilateral y autoritario de la creación de este dinero por parte del Estado. ‘Fiduciario’ se refiere a que la colectividad, el país, le otorga su fe (fides, fiducia) con carácter abrumadoramente mayoritario.
La respuesta a la pregunta de si esto siempre fue así, es negativa. Durante centurias el dinero en circulación tenía valor intrínseco y su precio no era sino el del peso del metal de ley en el que estaba denominado, generalmente oro o plata. La acuñación de este tipo de monedas era generalmente un monopolio del Estado. Con el paso del tiempo los tiques o recibos que las casas de cambios o los banqueros entregaban como título de propiedad a sus depositantes, fueron aceptados como medio de cambio y de pago, aunque siempre podían ser cambiados por monedas o lingotes de valor intrínseco.
El progreso y la multiplicación del comercio mundial incrementó el dinero en su acepción contable (los depósitos a la vista) agilizando las transacciones y constituyéndose en una fuente de progreso para los países. La convertibilidad en oro por parte del Banco central se mantuvo vigente para corporaciones y particulares, con notables altibajos, hasta el final de la segunda guerra mundial. Fue la era del llamado ‘patrón oro’ que tocó a su fin con la creación de las Instituciones Internacionales posbélicas de Bretton Woods y la instalación del llamado sistema de ‘patrón cambios oro’ que se extendería hasta noviembre de 1971.
Bajo el sistema del ‘patrón cambios oro’ la redención de las monedas nacionales en oro solamente atañía a los estados soberanos que tuvieran saldos acreedores frente a otro país. Si Francia tenía superávit comercial con Estados Unidos y acumulaba un exceso de dólares, podía exigir del tesoro americano el canje de tales dólares por oro de ley a un tipo internacionalmente convenido, 35 dólares la onza troy.
El progreso imparable de los intercambios internacionales hizo insuficiente el stock de oro existente. Ello, unido a la picaresca gala de exigir la conversión sistemática en oro de sus haberes en dólares, llevó a la ruina las existencias de Fort Knox y a la decisión de Nixon en 1971 de poner término a la convertibilidad en oro de las monedas. Había nacido la era de los cambios flotantes y de la exclusividad de las monedas fiduciarias.
Algunas respetables escuelas económicas, como la austriaca, y otras muchas voces menos autorizadas piden la vuelta al respaldo oro de las monedas en curso en un sueño inviable que sus detractores tachan de especulación sin sentido. El gran economista John Maynard Keynes se refirió al patrón oro como una ‘reliquia bárbara’ en alusión a su inviabilidad monetaria.
Una moneda solo es un medio para la prosperidad de la sociedad. Lo relevante es si la renta per cápita real de una sociedad es más alta en la actualidad que bajo el antiguo régimen de convertibilidad, si crece a mayor ritmo, si la tasa de desempleo es más baja y así con otros aspectos fundamentales similares. Y la respuesta es positiva. Sin olvidar que el comercio internacional crece y la oferta de oro es estable, por lo que el oro no puede ser un referente para el crecimiento de la economía real.
Mayor atención merece la crítica hacia la desmedida actuación de los Bancos Centrales en los escenarios de las dos últimas crisis globales. Pero de ello ya hemos hablado, y volveremos a hacerlo, largo y tendido.
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