miércoles, 31 de marzo de 2021

La curia romana y la misa privada: un problema secular

 

Fuente: cittadellaeditrice

por Andrea Grillo

 

 


Las declaraciones contenidas en la carta del cardenal R. Sarah sobre la “Misa individual”, deben leerse a la luz de una cuestión secular. Dado que la Iglesia romana se ha dotado de una burocracia centralizada, los súbditos de esta organización burocrática central, al menos a partir de la Edad Media y de forma aún más acentuada después del Concilio de Trento, asumieron un papel de "corporación" dentro de la Iglesia romana, configurando la tradición a partir de su percepción particular y muy unilateral de la vida eclesial. Por esta razón, no es posible comprender la carta de Sara si no es en continuidad con las "formas de vida" que, de hecho, la Curia romana ha impuesto a sus miembros durante muchos siglos.

Permítanme ser claro: existe una presión que el entorno ejerce para el propósito institucional que persigue, y que incide directamente en las vivencias de los sujetos que lo integran. Es una "forma de vida" que estructura su comprensión y su práctica. Así, por ejemplo, desde la Edad Media se dice que la oración "secundum usum Romanae Curiae" se impuso a todos los clérigos, creando de esa forma una especie de "breviario" que se ha convertido, durante siglos, en la forma ordinaria de oración para todos los clérigos. Cabe señalar que esta forma se "aligeraba" con salmos y oraciones, debido al trabajo burocrático de los funcionarios de la Curia. Del mismo modo, la Curia romana, con sus formas de vida inevitablemente burocráticas, ha marcado profundamente la celebración eucarística, reduciéndola a menudo a una "misa privada" antes del trabajo.

 Todavía hoy, muchos "oficiales" -antes de comenzar la jornada laboral- acceden a la oración y a la misa de forma estrictamente privada, sin comunidad, sin gente, solos. Me dicen que incluso entre los miembros más jóvenes de la Curia romana, por ejemplo, los numerosos sacerdotes jóvenes que sirven en la Congregación de los Obispos, a menudo participan de esta forma de oración y Eucaristía. Y que lo hacen de una manera estricta, individual, sin comunidad y sin gente. Son personas que intervienen en la elección de los pastores, pero que no viven una vida pastoral en absoluto. Es una limitación antropológica, pastoral, espiritual y teológica que marca profundamente a la Curia romana y que incide, al menos potencialmente, en todas las demás Curias diseminadas por la Iglesia Universal.

No es casualidad que una de las consecuencias más preocupantes de esta corriente sea la idea -que la Curia romana concibió y propuso audazmente- de que podemos hablar de un "derecho de todo presbítero a decidir libremente con qué rito celebrar Misa sin pueblo". Este artículo, que se encuentra al comienzo de Summorum Pontificum, es una especie de premisa necesaria para entender las reacciones a las prohibiciones de "misa individual" impuestas por la Secretaría de Estado.

Sobre este punto tan delicado, todo presbítero -léase cualquier funcionario de la Curia romana- está convencido de que no tiene que responder ante nadie. Y nos adentramos en la comprensión en la que, desde hace 1300 años, se habla de la Misa como un "ecclesiasticum officium": esta es la distorsión -de mirada y perspectiva- que en los últimos 100 años viene envuelta en una apologética que, primero, es anti-moderna y, luego, anti-conciliar.

Y así, una norma que obedece a una particular situación de la Curia romana -y que lleva consigo todas las características antropológicas y eclesiológicas que ese mundo conoce y determina inevitablemente- corre el riesgo de interferir con la norma pastoral, espiritual y teológica según la cual la "Misa individual" es un caso extremo, raro y excepcional y lo normal es la celebrada y concelebrada con el pueblo, un "acto comunitario" y no "individual". Y que esta última es la normal, saludable y beneficiosa como alimento espiritual y personal.

Por eso, no extraña que R. Sarah, cardenal de la Curia, sostenga, siguiendo a otros tres cardenales de la curia (Burke, Mueller, Brandmueller): la fuerza de la "usum Romanae Curiae" supera cualquier teología, espiritualidad o antropología. Y se pueden inventar los argumentos más extraños y disparatados sólo para tener razón, para guardar celosamente esos privilegios que la práctica burocrática ha impuesto a los “homines curiae”.

Gracias a Dios, no toda la Curia romana participa de estas ideas extremas. Hay ejemplos notables que se mueven en direcciones diferentes e, incluso, opuestas.

Pero las misas en los altares laterales de San Pedro se han convertido, a lo largo de décadas, en casi "símbolos" de fiabilidad y lealtad de los curiales obedientes. Y esto ha sucedido en el marco de un silencio generalizado, alimentando una especie de "vida paralela" a nivel litúrgico, que ha dejado su huella. Es inevitable que la Reforma Litúrgica, tal y como la comprende la Curia Romana, sea percibida como un "aparato simbólico-ritual" sobreabundante, innecesario, eventual y accesorio en comparación con la práctica normal que, para un funcionario, se compone de actos individuales, en una lengua en desuso, y en la que está arriesgando no tanto su "profesión curial", sino su "identidad cristiana y ministerial".

Por eso, no importa con qué fragilidad e ingenuidad teológica se intenta defender el antiguo privilegio, sino el hecho de utilizar todos los argumentos disponibles, incluso los menos razonables, para no salir de “su mundo”. Hasta argumentar que sería mucho mejor que cada funcionario celebrara una misa privada diferente -en vez de que dos o diez curiales se reúnan y concelebren juntos-, para no "disminuir el don de la gracia" y así producir "daños inconmensurables". Y, sin embargo, la gracia no tiene nada que ver con esto. Aquí lo único que está en juego es la libertad de permanecer como somos: pequeños o grandes príncipes, que "dicen misa" solos, en latín, sin responder a nadie más que a Dios. En el corazón de la Curia romana, durante siglos, la más alta obediencia se combina con la anarquía más radical e indiferente.

 Llevar el espíritu de la Reforma Litúrgica a la Curia Romana es la primera gran reforma de la Curia. Dicha reforma toca la raíz más delicada, es decir, la simbólica y ritual, de una autocomprensión eclesial y pastoral diferente y que pasa por la inversión de la pirámide. Hasta que no se invierta esa pirámide, la misa más pura, más intensa y piadosa seguirá siendo sólo la privada.

Y siempre habrá un teólogo con poco fuste, dispuesto a demostrar que una misa privada puede ser más pública y participativa que una misa con una multitud de personas. Y, de esta manera, será posible seguir pensando que es posible dormir en paz y en gracia de Dios, en la más grande de las 7 habitaciones de tu piso de 300 metros cuadrados: porque el estilo curial, al menos en sus niveles más importantes, no solo lo conforma la misa individual.

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