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______________________________Fuente: arratiaeliza
De: Redacción de Atrio,
18/01/2021
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Nos envía José Centeno, del grupo Curas Obreros y participante en las asambleas de ATRIO este retazo de historia con esta nota:
Estoy leyendo un libro publicado el año pasado La condamnation des Prètres-Ouvriers (1953-1954) en que vienen los documentos de distintos obispos, de las reuniones de los Curas Obreros entre ellos y con los obispos, las diversas decisiones que se tomaron, etc. también algunos doc son de Roma, todo el debate que hubo de reuniones, encuentros, etc.
He encontrado el caso de uno de los insumisos, Joseph Lafontaine, en que se detenta el dolor y sufrimiento hasta la muerte por intentar mantenerse fiel a la Iglesia y al mundo obrero. Es iluminador de la tragedia que fue este hecho de la prohibición del 1 mayo de 1954. Me ha parecido interesante compartirlo con vosotros
Como en otros muchos de adelantados (fue todo antes del Vaticano II), cuánto sufrimiento ocasionado por representantes de Jesús Obrero. ¡Cuánto debemos a estos pioneros! AD.
Joseph Jo Lafontaine nació el 18 de noviembre de 1923 en Lamarque-Pontacq (País vasco), murió el 8 de noviembre de 1960 en Le Havre (Sena Marítima); sacerdote en 1951 de la diócesis de Bayona, cura obrero de la Misión de Francia en Le Havre en 1952, insumiso en1954; secretario de la sección sindical de la CGT de las Tréfileries et Laminoirs du Havre (Fábricas de trefilado y laminado de alambre de Le Havre), delegado de personal y del comité de empresa, vicesecretario del sindicato de metalúrgicos de Le Havre; simpatizante comunista, militante del Movimiento por la Paz.
Hijo de un zapatero que se hizo policía en San Juan de Luz, Joseph Lafontaine que pertenecía a una familia arraigada en esta tierra cristiana del País Vasco. Asistió a la escuela pública, a la Cruzada Eucarística infantil y luego, de 1941 a 1943, al seminario mayor de Bayona. Queriendo ser misionero y obrero, hizo prácticas en fábricas de la región parisina durante el verano de 1947 mientras estaba destinado en la parroquia de Notre-Dame Auxiliatrice en Clichy. Trabajó en un taller en Aubervilliers, en la Câblerie Alsacienne de Clichy y finalmente en un centro de reeducación profesional del sindicato CGT, donde se graduó con un Certificado en adaptación. “En todos estos puestos”, decía entonces un vicario de Clichy, “mantuvo su unión con Dios, la observancia de las reglas del seminario, una generosidad muy grande, adaptándose con asombrosa facilidad a la vida laboral de la fábrica y del vecindario, como pueden atestiguar los padres Riche y Olhagaray, ambos sacerdotes-obreros”. En octubre de 1947, Jo Lafontaine entró en el tercer año del seminario de la Misión de Francia en Lisieux.
Enviado en 1950 como seminarista obrero a las Aygalades de Marsella, se unió a Georges Mérighi y François Vidal. Ordenado sacerdote el 11 de noviembre por Delay, arzobispo de Marsella, debería ejercer su sacerdocio en la ciudad de Marsella, pero su concepción del apostolado de los trabajadores, que estaba en la línea de André Piet, Albert Gauche y Charles Monier, resultó ser incompatible con la del dominico Jacques Loew con quien debía hacer equipo. Fue puesto a disposición de la Misión de Francia que lo envió provisionalmente a Angoulême.
El 15 de septiembre de 1952, Jo Lafontaine fue asignado al equipo de sacerdotes trabajadores de la Misión de Francia que acababa de fundarse en Le Havre (Seine-Maritime) de acuerdo con Mons. Joseph Martin, arzobispo de Rouen . Sus compañeros de equipo eran Jean Cottin, el de más edad, encargado del pequeño grupo, y Joseph Aulnette, un subdiácono que decidió rápidamente ser seglar cuando se dio cuenta de que no le dejaban ser sacerdote-obrero. Jean-Marie Huret lo reemplazaría en el otoño de 1954. Jo Lafontaine encontró trabajo rápidamente. Jean Cottin lo retrató de la siguiente manera: “Un hombre del pueblo que entró al trabajo manual sin esfuerzo, y se sentía a gusto en el mundo obrero… Es la fe la que le llevó a compartir totalmente la condición obrera a través del esfuerzo, el sufrimiento y el entusiasmo, como otro cualquiera. Pero también fue un punto de llegada, la culminación de un proyecto que persiguió tenazmente y que se hizo realidad con la aprobación explícita de sus superiores. Desde el primer día en que Jo entró en una fábrica, se convirtió en un obrero militante, en una de las figuras más populares del sindicato metalúrgico de Le Havre”.
Atento a las amenazas que pesaban sobre este apostolado, Jo Lafontaine acudía a los encuentros nacionales de los sacerdotes-obreros. En una reunión en París el 12 de abril de 1953, fue nombrado miembro de la comisión ejecutiva de este colectivo, y aunque se esforzó por demostrar la validez de su misión, pronto se encontró con esta alternativa: obedecer al Papa y dejar el trabajo o bien optar por la insumisión y permanecer en la fábrica. “Muy rápidamente, me parece, y sin aparente angustia, escribe Jean Cottin, eligió la resolución de permanecer en el trabajo a la vez que intentábamos justificarlo. Tratamos de profundizar en las razones religiosas que nos parecieron para legitimar la permanencia en el trabajo y exponérselas claramente al Arzobispo”. En una carta fechada el 24 de abril de 1954, ellos le informaron de su decisión de no abandonar el trabajo. El 2 de mayo, una carta del obispo Martin le retiró la autorización para residir y trabajar en su diócesis. Si no se retractaba antes del 10 de julio, estaba sujeto a la “suspensión a divinis” (prohibición de celebrar y recibir los sacramentos) que sería efectivo dos días después.
Había mucha presión sobre Jo Lafontaine, presión de su familia, de los amigos y especialmente del clero. Por su parte, escribió cartas “prudentes” a los suyos, manteniendo la ambigüedad sobre su situación exacta, especialmente a su madre. En octubre, se enteró de que su madre sufría de cáncer. El obispo de Bayona, Terrier, le ordenó volver a la diócesis y le hizo ver la situación en que se encontraba su madre. Para ella, su hijo había sido un traidor y renegado de Dios. “A partir de entonces vivió en la incomprensión, las relaciones familiares eran ambiguas y un lenguaje rayano en la hipocresía, que le resultaba insoportable a su temperamento honesto. La obediencia que se nos impuso”, dice Jean Cottin, “se convirtió no sólo en una prueba de nuestra fidelidad a la Iglesia, sino que también puso en tela de juicio, y si no la validez, al menos la calidad y la eficacia de nuestro sacerdocio que nuestra tenacidad le vació de contenido; nos convertimos en desertores, y luego en traidores, esclavos de la desobediencia en este mundo y del castigo en el otro”.
Jo Lafontaine fue uno de los sacerdotes-obreros a quien más le afectó. En El Havre, Jean-Marie Huret se había unido a los dos compañeros en la insubordinación, no le aplicaron ninguna sanción, y Jean Cottin, que fue a pasar la Navidad con su familia, recibió una carta de su obispo autorizándole a “celebrar la Misa en todas las parroquias de nuestra diócesis” de Saint-Brieuc (Côtes-du-Nord). Jo Lafontaine quedó así en entredicho hasta su muerte.
Al empeorar el estado de su madre, se quedó una larga estancia en San Juan de Luz en febrero de 1955 y se encontró con su obispo: “Al final, me acerqué a él como un mendigo para que me permitiese la celebración de la misa. Fue doloroso; dudó durante un cierto tiempo y finalmente me permitió que la celebrara sólo en ‘estricta privacidad’. Así lo hice durante sólo durante tres días porque los sacerdotes, párrocos y vicarios que me vieron no aceptaron esto y me dijeron que se estaban escandalizados”.
El 1 de marzo comunicó a su obispo Terrier que vivía en casa de sus padres y que se cuestionaba su actual modo de vida: “Creo, en efecto, que esta situación me parecía correcta en sus intenciones y la única posible, y que es un error decir que puede derivar en graves desviaciones de la Iglesia y de su sacerdocio. Sin embargo, confieso que soy bastante incapaz de hacer frente al futuro y no veo claramente cómo puedo situarme en la misión del episcopado para la evangelización de la clase obrera. No puedo, en las circunstancias actuales, tomar una decisión mejor».
Este texto tuvo el efecto de una bomba, como si fuese un “abandono”. Para Jean Olhagaray, tan rebelde como era, esto era una “carta de rendición“. Jo le respondió: “Nunca antes había sentido tanto lo mucho que uno puede ser marginado, agobiado y hacerme el vacío”. Regresó a Le Havre antes de que su madre muriera a finales de junio. Habiendo perdido su empleo, empezó a buscar de nuevo. Muy pronto entró en las Tréfileries et Laminoirs du Havre – la “Tréfil” – una “gran fábrica” donde su llegada marcó un nuevo comienzo para el equipo. Rápidamente se convirtió en uno de los secretarios de la sección sindical, secretario adjunto del sindicato metalúrgico de la CGT de Le Havre, representante del personal y del comité de empresa, miembro del Comité Administrativo del sindicato departamental del Sena Marítimo. “Jo, estás haciendo demasiado”, le decían a menudo. A veces trabajaba en la máquina más dura, “por la voluntad deliberada de algunos de sus jefes”. A esto se añadía “la suciedad, el ruido infernal, el ritmo de producción, ocho horas seguidas seis días a la semana”. Había rechazado una oferta más ventajosa que la gerencia le había ofrecido en un intento de “comprarlo”.
También dirigió el Comité del Movimiento por la Paz de su barrio y estuvo presente en todas las reuniones y manifestaciones, especialmente contra la guerra de Argelia. Se ocupaba de las actividades de tiempo libre de los jóvenes. Vendía el Humanité-Dimanche y asistía a las reuniones del partido comunista. Había participado en la redacción de un alegato: “Por qué voto comunista”. En un principio fue simpatizante activo, luego solicitó la afiliación al partido, en la sección de El Havre, “sobre unas bases muy precisas”, después de muchas dudas. “En aras de la lealtad, dijo, creo que debo dejar claro que no comparto la concepción comunista sobre la religión, pero sí me beneficio del partido para comprender la situación económica y política”. La negativa a admitirle en el partido lo vivió como “una herida personal” que “le hundió más en su soledad”. A decir verdad, no sabía vivir sin estar en un grupo. Sufrió ataques de tristeza, incluso de depresión El exceso de trabajo, la desmoralización y el agotamiento despertaron y acentuaron su angustia.
En 1957, con Jean Cottin y Jean-Marie Huret, Jo Lafontaine fue uno de los artífices de la reanudación de los encuentros nacionales de sacerdotes-obreros insumisos en torno a Bernard Chauveau, con vistas a un intento colectivo de reflexión sobre el “componente sacerdotal” de sus vidas. También inició relaciones con la parroquia de Le Havre-Graville (1959-1960). Siempre en busca de un cierto equilibrio, intentó una breve experiencia de vida en pareja, teniendo dudas ante un proyecto de matrimonio con una joven trabajadora de su fábrica. ¿Qué pasó el 8 de noviembre de 1960? Fue a su trabajo como de costumbre a las dos de la tarde, pero tuvo que dejarlo a las cinco y se fue a casa. A las seis fue encontrado en coma. Murió alrededor de las diez de la noche sin recobrar la conciencia. El sábado y domingo anteriores había asistido al V Congreso del Sindicato de Trabajadores Metalúrgicos.
Su compatriota y amigo Jean Olhagaray sintió que Jo Lafontaine estaba “llegando a la desesperación, en un callejón sin salida”. … El dictado de Roma, que le obligó a renunciar prácticamente a sus ideales, le causó tal drama interior que su propio ser fue desmoronándose. Era imposible para él tomar una decisión sintiendo que se estaba anulando a sí mismo. Murió de eso”.
Poco después de su entierro en San Juan de Luz, siete sacerdotes-obreros de la región parisina escribieron a su arzobispo, el cardenal Feltin, una carta el 20 de enero de 1961 con motivo de su trágica desaparición: “Jo Lafontaine, bajo una apariencia extrovertida y alegre, con esa cordialidad sureña reforzada por su acento vasco, fue con toda probabilidad el que más dolorosamente se vio afectado, hasta el final, por las contradicciones de nuestra situación, él que tenía una particular necesidad de claridad y unidad en su vida. Las incomprensiones encontradas en algunos círculos familiares cristianos, las dificultades de diálogo con ciertos sacerdotes, especialmente de su país, los recelos que experimentó y la falta de contacto directo, leal, confiado y realista con los que representan a la Iglesia, a lo cual nunca se acostumbró, nunca se resignó. Y todo esto le iba minando porque no aceptaba que la clase obrera nunca pudiera encontrarse con una Iglesia como tendría ser »
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