martes, 9 de junio de 2020

El llamativo aflorar de ESPIRITUALIDADES. Un término en alza

NOTA:    En el equipo de mantenimiento del BLOG hemos llegado a entender que, en las circunstancias que nos envuelven (el CONFINAMIENTO POR «COVID-19») bien podríamos prestar el servicio de abrir el BLOG a iniciativas que puedan redundar en aliento para quienes se sientan en soledad, incomunicadas o necesitadas de expresarse.
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Felisa Elizondo
(en revista crítica)
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EN nuestra época, tantas veces tachada de materialista e irreligiosa, llama la atención el prestigio que ha adquirido el término espiritualidad, hasta hace poco nada común, que aparece con frecuencia en muy diferentes contextos. Tradicionalmente próxima a religión o creencia, el uso de la palabra desborda ahora esos ámbitos y apunta a la apertura a un todo mayor, a algo que trasciende lo inmediato, a una entrada en el misterio que rodea lo real o a una búsqueda del sentido de la vida.

En este uso ampliado, y en contexto postmoderno, lo espiritual se entiende como despliegue de una disposición y capacidad humana que apunta a niveles y valores que trascienden la realidad rasa, el mundo chato del que habla J. Wilber al proponer una espiritualidad integral. Dejando atrás un denostado dualismo, la búsqueda espiritual aspira a integrar las varias dimensiones humanas —algunas de ellas casi olvidadas— en un centro personal. Su cultivo es postulado para superar lo rutinario, banal o anodino del existir a que reduce la cultura de lo inmediato lo útil, hija de la razón sólo instrumental, que impera en el ambiente y condiciona hoy mismo las formas de vida.

No es fácil acotar su significado, pues tiene que ver también con las variaciones sociales, culturales y religiosas que se registran en nuestro mundo. Años atrás corrió por las redes un manifiesto firmado por Álvaro Mutis: Contra la muerte del espíritu, que denunciaba la estrechez de un mundo plagado de técnica y de bienestar, pero insensible a valores que no pueden ser ignorados sin correr el riesgo de deshumanización. Ya en 2007 un monográfico de Concilium planteaba la pregunta de si movimientos considerados como nuevas espiritualidades iban a dar como producto nuevas formas religiosas una vez dejadas atrás las tradicionales.

Si en más de un aspecto se percibe cierta semejanza con formas de terapia o autoayuda, la espiritualidad de que se trata en lugares varios se refiere a una exploración interior. O a una apertura que afecta a ideas y pensamientos que tienen que ver con el significado de nuestro existir y al eco afectivo que esas cuestiones suscitan. Así, el término aparece vinculado a un pensar que se quiere alternativo, más intuitivo que racional o intelectual, que se acompaña de sentimientos profundos y conduce a cierto ensanchamiento de la conciencia.


Lo imparable del buscar

En los dos últimos decenios del siglo pasado, la extensión de un fenómeno como la New Age, considerada un conglomerado y hasta una nebulosa esotérico-mística, mereció unas cuantas reflexiones que en buena parte siguen siendo aplicables al emerger de espiritualidades en estos años del XXI. Ya entonces se señalaba que una profunda mutación cultural venía afectando a las religiones hasta el punto de que se operaba una verdadera metamorfosis de sagrado1[1]. Y se detectaba a la vez que la retracción que las religiones tradicionales venían padeciendo en plena era tecnológica dejaba abierto un espacio a otras búsquedas imposibles de frenar y a preguntas que siguen abiertas.

Si decenios atrás se anotaba que la secularización acelerada de las sociedades avanzadas dejaba terreno libre a nuevas formas de religiosidad, los análisis recientes observan que ahora mismo el vacío es ocupado por las variadas ofertas de espiritualidad (y el cambio de lenguaje es expresivo del alza de prestigio del término). De hecho, las propuestas se hacen al margen de los ámbitos religiosos en que en un pasado la vida espiritual era objeto de atención. Y no es raro encontrar afirmada una espiritualidad que se adjetiva como laica y hasta explícitamente sin Dios o atea en autores que se distancian de una confesión religiosa al tiempo que no querrían renunciar a una ética humanista. O formas de espiritualidad que conducen a redescubrir nuestros vínculos con la naturaleza.


En bastantes casos se plantea claramente la simpatía por un pensar unitario, no dual, inspirado en tradiciones orientales, que corregiría el estrechamiento de la razón padecido en occidente y en la modernidad. Además, como sucedió años atrás ante las nuevas formas de religiosidad, hay análisis que advierten en este aflorar la reaparición de antiguas formas de la gnosis[2].

Aunque es indiscutible que las religiones no tienen el monopolio de la espiritualidad, hay planteamientos que contraponen abruptamente espiritualidad y religión que merecerían ser matizados. Porque también es cierto que las religiones tradicionales contienen un potencial espiritual que sólo las deformaciones que han padecido en la historia y una comprensión pobre de lo religioso han podido dejar sin cultivo. El rebrote de búsquedas espirituales interpela por ello a esas mismas tradiciones.


Un término estallado

Que el término alcanza espacios cada vez más amplios se puede constatar observando la variedad de vías que se ofrecen y la abundancia de publicaciones sobre el tema. Una revista de información católica que circula entre nosotros reconocía no hace mucho que el interés por ensayar esas vías responde al vacío que experimentamos, y que esos intentos podrían conducir a otra profundidad, hacia otra calidad en el vivir. Según el autor, las propuestas apuntan a convicciones positivas en unos casos, a valores en otros, aunque se hable expresamente de espiritualidades sin religión y apenas se haga mención de ética ni de moral (algo que sí es tenido en cuenta, a nuestro juicio, por quienes sostienen la posibilidad de una espiritualidad humanista).

Ahora bien, en las mismas páginas se advertía que la inanidad acecha a las que no atienden suficientemente a transformar a quien las vive y a transformar la realidad presente conduciendo hacia el respeto, a la apertura y a la promoción de los otros. La advertencia —que encontramos en más voces— parte de que la piedra de toque de una espiritualidad es la transformación interior de los sujetos, que se opera siempre en un contexto concreto y en el dinamismo de la historia. En medio de una sociedad y una cultura que han de ser a su vez transformadas[3].

Ciertamente, en algunas de estas vías de apertura o de entrada en la profundidad se echa de menos una más explícita referencia a los otros, y al mundo concreto y cercano con sus convulsiones históricas. Una insuficiente referencia a la alteridad que encontraremos anotada en otras observaciones críticas[4].

Para cerciorarse del interés que suscitan estos rebrotes de espiritualidad bastaría el recuento de artículos dedicados al tema por una publicación online como Tendencias21 de las Religiones. Pronto se advierte, también aquí, que la contraposición entre espiritualidad y religión resulta problemática cuando la espiritualidad se presenta rica de promesas mientras se cargan tintas oscuras sobre las religiones.

Se ha dado un corrimiento del término y, en contraste con situaciones todavía recientes, la palabra sugiere ahora posibilidades de acceder a aquello que, siendo real, escapa a las explicaciones de la ciencia y a una razón estrecha. Aunque a distancia de espiritualismos y “sin creencias, sin religiones, sin dioses” (como reza el subtítulo de un libro reciente sobre el tema), las propuestas varias de espiritualidad laica apelan a lo que excede lo inmediato y constatable. Atienden a la interioridad del sujeto haciendo saltar cierres y bloqueos en pro de una conciencia ensanchada. Y en este resurgir del término cobra otro lugar la naturaleza, con la que los sujetos ensayan vivir en armonía y unidad.


El lenguaje de lo inexpresable

No resulta fácil de delimitar el significado del término espiritualidad, que ha visto ensanchado su campo semántico y que está presente hoy en áreas que le eran ajenas. Los mismos diccionarios, que glosaban la palabra cuando estaba adscrita al terreno de la historia de la fe o de la religión vivida, señalan que ha ampliado su alcance y levantan acta de que ha saltado los confines del pasado para referirse a la simple posibilidad humana de trascender.


Lo inmediato y usual

Al pretender dar cuenta de experiencias vividas en la profundidad y al tratar de expresar algo de carácter intuitivo y vivencial, el lenguaje al uso en las propuestas actuales abunda en metáforas e imágenes poéticas. Se reconoce un fondo de indecible, que queda inexpresado, en experiencias que, por otra parte, son vividas por los sujetos como momentos de paz, armonía o silencio y quietud. No lejos de lo que en un pasado la psicología profunda entendía por experiencias oceánicas o de trascendencia. Cuando se pretende describir lo que ocurre en ese trance, las frases quedan en suspenso, incompletas y, como ha dicho un filósofo muy oído, “aunque el pensamiento y la palabra continúan siendo posibles, dejan de ser imprescindibles” (A. Comte- Sponville).

Hallamos así reconocida una insuficiencia o incapacidad del decir que estábamos habituados a encontrar en los tratados de mística, y que se ha hecho extensiva a las vivencias que ofrecen espiritualidades seculares, aunque en algunos casos encontremos referencias puntuales a algunos antiguos espirituales.


Espiritualidades laicas, humanistas, ecológicas...

El término aparece ahora mismo adjetivado de manera que se pueden establecer varias categorías dentro del conjunto de posiciones y ofertas. Hay espiritualidades que se presentan como laicas y que pueden considerarse determinadas por una ética humanista y/o ecológica que mantiene el empeño de defender la dignidad, la compasión o el respeto de lo que existe. Son voces que salen por los fueros de un humanismo y aun de cierto trascender dejando atrás la condición de creyentes o la adscripción a una iglesia determinada.

Algunas declaraciones del autor antes citado son bien explícitas a este propósito. Así en una entrevista reciente: ”He decidido luchar contra los dos adversarios: contra el fanatismo, obviamente, pero también contra el nihilismo. El nihilismo renuncia a los valores, pero el fanatismo intenta apropiárselos”. Una espiritualidad laica –sigue diciendo– “consiste en la defensa de los grandes principios que la historia ha seleccionado como valores de progreso, desde el no matarás del cristianismo hasta los valores de igualdad
y libertad de la Ilustración. (...)

Lo que sería una pena es que, por el hecho de no creer en Dios, como es mi caso, prescindamos de esa herencia, porque eso conduce al nihilismo y echa leña al fuego de los fanáticos, que dirán que la única manera de escapar del nihilismo es la religión. No es necesario creer en Dios para estar ligados a unos valores morales”.

Hay otras propuestas que subrayan la inserción en la naturaleza y su misteriosidad. Y desde ambientes científicos se plantea la posibilidad de una naturalización que supere positivismos racionalistas en favor de una racionalidad más amplia[5] .

En bastantes casos, de modo parecido a como lo venía haciendo la psicología transpersonal, se describen experiencias o vivencias en las que se difuminan las fronteras y el sujeto prueba un sentimiento de pertenencia o de fusión con el entorno. En ese trance el yo parece superar los límites hasta abrazar aspectos de la humanidad, de la vida, de la naturaleza o del cosmos que anteriormente se experimentaban como ajenos. La vía espiritual se presenta -con un lenguaje afín- como un viaje hacia el interior que, paradójicamente, expande nuestra interioridad hasta abrazar la realidad más amplia. Como entrada en otra dimensión de la existencia o una ampliación de nuestro ser. Como descenso al yo profundo y como acceso a otra conciencia. O bien como inmersión en la realidad que nos desborda y entrada en comunión con el todo envolvente. Un proceso que tiene algo de terapia en el que la psicología encuentra aplicaciones varias. Otras veces, el ensayo de ciertas vías se presenta también como un posible acceso al fondo último de nuestra vida que, según una metáfora muchas veces repetida, emerge y se rehúnde en el océano de la totalidad como las diversas olas surgen y retornan a un único mar.


Aceptación y reservas

Las ofertas encuentran en la red unas posibilidades inusitadas para dar a conocer sus objetivos y prácticas. Y hay coincidencia entre los observadores en que la búsqueda de lo “espiritual” por la vía de la interioridad es índice de la necesidad sentida por muchos de hallar alguna orientación cuando parecen haberse difuminado las referencias y borrado las diferencias. Se entiende también que esas búsquedas canalizan el deseo de liberar nuestro verdadero ser, cautivo o reducido por comprensiones estrechas que han recortado el ámbito de lo humano a las dimensiones económicas o a las capacidades productivas.

Todo lo anterior arrojaría un saldo positivo de la llamativa multiplicación de las ofertas. Ante lo imposible de un análisis detallado, recogeremos sólo algunas llamadas de atención. En primer lugar las que empiezan por señalar que cabe hacer una distinción entre el trascender de que hablan las de tipo ético-humanista, como la que hemos citado, y la trascendencia a que se refiere el lenguaje creyente que reconoce una Presencia de la más absoluta trascendencia en el fondo de lo real.

Las búsquedas, decíamos, expresan lo inagotable del aspirar y lo no reductible de lo humano a lo sólo funcional y objetivable. Y las propuestas se decantan por la profundidad y el centramiento en el sujeto. Lo hacen con ayuda de técnicas que prometen el logro de la unidad y la pacificación interior y en las que el influjo de la psicología es fácil de advertir.

Sin restar validez a los intentos, es legítimo preguntarse –lo hemos oído ya– por algo que no se puede dejare al margen de la mirada al fondo personal: la apertura a la alteridad. Cabe dudar de si el hallazgo de cierto sosiego en el interior de nosotros mismos, que puede ayudarnos en la desorientación, es suficiente para reavivar la tensión del ánimo que nos impulsa siempre más adelante y que solemos reconocer como capacidad de transformar y de esperar.

Porque es de sobra aceptado que, para ser nosotros mismos y ser más plenamente, necesitamos de la confianza en que el bien no estará ausente del futuro que aguardamos para nosotros y para los otros. De ahí que también por esta razón parezca arriesgado oponer sin matices espiritualidad y religión, pues las tradiciones religiosas, en lo que tienen de genuino, han ayudado a reconocer y amar al prójimo, a actuar en la dirección del bien, a vivir –y morir– en esperanza.

El vuelco hacia lo interior o la glorificación de la individualidad y hasta cierto monoteísmo yoísta, como lo han considerado algunos, plantea cuestiones que merecen ser tratadas con calma. Ya la nota que citábamos al principio avisaba de que un compromiso de transformación no debe faltar en ningún itinerario espiritual que se precie. Y R. M. Nogués, autor de Cerebro y trascendencia, advierte que entre un yo tendiendo a disolverse o a desaparecer -en una lectura inadecuada de Oriente- y un yo egocéntrico es preciso acertar con un yo abierto y realizado en relación con el otro, en una relación que finalmente sea amorosa. Y, para no confundir el intento o crear nuevas creencias, para no caer en una espiritualidad individual sin efectos en la sociedad, propone una carta de navegación que tiene en cuenta este tripe eje: inmanencia y trascendencia, razón y emoción y mundo interno y externo.

También desde la antropología y la psicología profunda se advierte de cierto egotismo en que pueden derivar algunas propuestas. Un buen conocedor del psicoanálisis, refiriéndose a algunas vías que se ofrecen como deseables, avisa de que la liberación de lo condicional y el vacío de la realidad, junto con el exclusivo centrarse en el yo, corren el riesgo de difuminar la alteridad: “la glorificación de la individualidad ha dado paso a una revolución interior, a un inmenso movimiento de conciencia, un culto a la intimidad, un entusiasmo sin precedentes por el conocimiento y la realización personal con toda una importante y significativa proliferación de técnicas psi y prácticas orientales (...) El yo se ha convertido en la nueva tierra de promisión. Se trata de acometer una búsqueda interior, de consagrarse al descubrimiento que dé lugar a un sistema de valores convencional y vacío de la realidad social...”. (C. Domínguez Morano).

Ciertamente, la atención a lo que se considera lo más humano de lo humano, el descenso a una interioridad más honda, o la ampliación de una conciencia que se libera de estrecheces heredadas o impuestas, no dejan de ser subrayados importantes hechos en el mapamundi de las espiritualidades. Ahora bien, como hemos oído decir, la atención a los otros y la tarea en la historia no son asunto menor para comprenderse y realizarse como persona. Como no lo es la apertura a una Trascendencia que merece la mayúscula. Porque es de sobra aceptado que, para ser nosotros mismos y ser más plenamente, necesitamos de la confianza en que el bien no estará ausente del futuro que aguardamos para nosotros y para los otros. También por esta razón parece arriesgado oponer sin matices espiritualidad y religión, pues las tradiciones religiosas, en lo que tienen de genuino, han ayudado a reconocer y amar al prójimo, a actuar en la dirección del bien, a vivir –y morir– en esperanza.

De ahí lo pertinente de ciertas alertas sobre algunas maneras de plantear la espiritualidad que se ciñen al ahondamiento en el propio pozo, porque difícilmente nos conducirá a ser y saber de verdad sobre nosotros y vivir humanamente si olvidan la relación con los otros y con lo que nos trasciende. La atención y la apertura tienen que ver con la construcción y la verdad de un yo personal, que es a la vez íntimo y abierto, sujeto de responsabilidad y llamado a ser con otros. Atravesado por la tensión hacia el futuro y el deseo sin fondo que nos constituye como humanos.


BIBLIOGRAFÍA

[1] Sobre la variación – verdadera metamorfosis -que se viene dando en nuestra época, entre otros, J. Martin Velasco, Metamorfosis de lo sagrado y futuro del cristianismo, Madrid 1998; Ser cristiano en una cultura posmoderna, Madrid 2009, 3º ed. y “Espiritualidad cristiana en el mundo actual”: Pensamiento, v. 69, n. 261( 2013) 601-62. Sobre la considerada ‘nueva religiosidad’, que en las formas de la New Âge tuvo una notable extensión en occidente en torno a los años 80, J. Sudbrack, La nueva religiosidad. Un desafío para los cristianos, Madrid 1990 y los trabajos reunidos en A. Blanch (ed), El pensamiento alternativo. Nueva visión sobre el hombre y la naturaleza, Madrid 2002.
[2] A esos influjos se refería J, Sudbrack en La nueva religiosidad, Madrid 1990 y más recientemente Ll. Duch en Un extraño en nuestro mundo, Barcelona 2007.
[3] H. E. Lugo García en Vida Nueva n. 2.903.2014.
[4] Sobre el emerger de espiritualidades y místicas existe una bibliografía que crece a diario. Puede verse el resumen de L. Sequeiros-J. Martínez de la fe en C. Alonso Bedate (ed) Nuevas tecnologías y nueva antropología, Madrid 2015, 169-173.
[5] Cf C. Cañón, “Espiritualidad naturalizada en la tradición naturalista”: Diálogo filosófico 90 (2014) 403-418 y “El territorio de la espiritualidad naturalizada”, Scientia et Fides 3 (1) 2015, pp. 13-36.

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