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Por José
Ángel Arzuaga, médico internista en Bilbao
Desendiosarnos … desde la UCI
Me preguntan cómo estamos. Les digo desbordados
completamente y muy cansados, pero con mucha colaboración y máxima disposición
por parte de todos los miembros del equipo. Esto es lo mejor del momento, sin
duda. También con algo miedo. Ya son varios los conocidos afectados, algunos
que van a ir mal sin mucho remedio. ¡Hay que pedir fuerza y darlo todo! Y extremar
la protección, porque la ubicuidad del virus le hace especialmente peligroso.
Como creyente esta experiencia de vulnerabilidad me lleva
a reflexionar sobre el endiosamiento en que nos hemos acostumbrado a vivir. Las
personas que formamos parte de la llamada “clase media del mundo occidental”
tenemos una profunda sensación de seguridad y de férreo control de nuestras
vidas en lo referente a nosotros mismos, pero también en lo concerniente a
terceros e, incluso, a condiciones externas. Somos capaces de planificar
nuestra vida a largo plazo y reservar, por ejemplo, los vuelos o los
alojamientos de nuestras vacaciones con muchos meses de antelación, porque
vivimos con la certeza de que será como nosotros los hagamos y queramos, sin
interferencias mayores. Concedemos muy pocas opciones a la incertidumbre. Sin
duda, nos hemos dejado invadir por un “antropocracia omnipotente y
omnipresente” que, apoyada por los, cada vez más sofisticados, artilugios de
los que nos dotamos, nos hace endiosarnos hasta el punto de pretender que lo
gobernamos todo; incluida la naturaleza, el tiempo, el espacio finito e
infinito, la vida o la muerte.
Sin embargo, el impacto de una infección vírica nos está
cambiando la vida, al menos en el corto plazo e incluso en los aspectos más cotidianos.
Lo han llamado infección por Coronavirus SARS-CoV-2 o COVID-19. Comenzó en el
Lejano Oriente y lo sentimos muy distante. Después empezó a acercarse y creímos
que, con nuestra fortaleza y robustez de miembros del solido primer mundo, no
llegaría a hacernos mella y terminaría siendo, como otras veces, una curiosidad
de la biología cambiante. Cuando ya llegó, y parecía algo más grave y cercano,
nos auto-convencimos de que solo afectaría a los débiles, entre los cuales
nunca nos incluimos porque estamos imbuidos de nuestra fortaleza y seguridad. A
día de hoy, ya no hay seguridades, todos somos objetivo posible del virus y a
todos nos puede atacar en serio. Hoy ya lo vivimos como una amenaza real.
No poder salir a la calle y movernos con libertad nos
incomoda a todos. En el caso de los contagiados la situación de aislamiento en
los domicilios es una vivencia difícil, pesada e incómoda. En las personas
ingresadas en las unidades de aislamiento de los hospitales, soy testigo de una
experiencia que es tremendamente deshumanizadora. En momentos muy difíciles de
su vida, de gravedad, deben permanecer durante toda su estancia solas. Su único
contacto son otras personas ajenas, los profesionales, que con nuestra mejor
voluntad y saber hacer les tratamos y ayudamos en las necesidades más básicas
tanto médicas como humanas. Nos vemos muchas veces desbordados por el peso de
la sobrecarga de trabajo, somos hombres y mujeres envueltas bajo los equipos de
protección, no se les puede ver la cara y la voz esta muchas veces
distorsionada por las mascarillas. Es, en fin, una experiencia de soledad
extrema, de autoconciencia plena de fragilidad y vulnerabilidad, de desamparo
también. En los casos de fallecimiento, hay ocasiones en que el último contacto
de despedida del familiar fallecido es una triste fotografía de la cara del
cadáver junto con la voz pesarosa de algún sanitario que comunica, vía
telefónica, lo más cálidamente que puede, el triste suceso, que frecuentemente
ya se había anticipado.
Esta situación nos fuerza, a los hombres y las mujeres
del siglo XXI, a hacer el gran reconocimiento de humildad de sentirnos y
sabernos lo que somos realmente: una pieza más del entramado del universo. Una
pieza privilegiada si se quiere, pero una entre tantas. Nos obliga a reconocer
la finitud de la condición humana por encima de pensamientos y ensoñaciones
grandiosas, a convencernos de que vivimos en la provisionalidad y de que, lejos
de lo que a veces pensamos, no lo gobernamos todo, ni mucho menos. A los
hombres y mujeres creyentes en este siglo XXI, esta situación nos pide que
doblemos nuestro cuello para que nuestros ojos miren fijamente al corazón de
cada uno y meditemos y lleguemos a esa conclusión, que tanta paz nos aporta
cuando conseguimos experimentarla, de que nosotros somos de Dios, seguimos
siendo de Dios a pesar del transcurso de la historia y sus cambios profundos,
y; en la vida y en la muerte somos de Dios. Esta cuaresma del 2020 y a lo mejor
también la semana santa y la pascua, la estamos viviendo de forma diferente,
como una oportunidad para la introspección, para resituarnos en la vida, en el
mundo y en la historia ayudados por los acontecimientos y las condiciones de
vida tan especiales. Una oportunidad para desendiosarnos, para sentirnos
frágiles y buscar nuestra sustentación en la fuerza amorosa del Padre.
Eskerrik asko Jose Angel por esas reflexiones tan profundas y basadas en hechos reales.
ResponderEliminarTenemos tiempo para pensar y es una realidad que lo necesitamos.
Os queremos dar las gracias por todos vuestros desvelos, trabajos y buen hacer.
Rezaremos todos unidos.
Mi admiración y agradecimiento para personas como Jose Angel. A mí, como creyente, me parece una reflexión muy apropiada y me la voy a aplicar.
ResponderEliminarPero me parece que se podría completar si nos hacemos la pregunta de qué reflexión se les puede ofrecer a quienes no creen en Dios. Y no me parece muy oportuno pedirles que aprovechen el pánico y se hagan creyentes por si acaso Dios existe. En serio, creo que, aparte de la evidente necesidad de desendiosarnos, tenemos la necesidad de humanizarnos algo más . Y para los creyentes nos resulta adecuado ver a nuestro Dios, por ejemplo, en la entrega modélica del personal sanitario, la mayoría de los cuales supongo que son agnósticos o ateos. Pero para la mayoría social no creyente sería bueno ofrecer una vez más la necesidad de salir del antropocentrismo egocéntrico, invitando a abrir los ojos y admitir en nuestra casa interior a cualquier ser humano, especialmente a los más vulnerables.
A quienes no crean, y a todos, vendrá muy bien, en esta situación, salir de nuestro epicentro y abrír perspectivas más comunitarias. Para los creyentes el cielo tambien sin los otros.
Gracias José Angel.
Un abrazo.
Pepe Romo.