Fernando Allende
El cardenal de Madrid ha hablado de un "cambio
de valores". “Saldremos de esta crisis muy mejorados, cambiará nuestra
escala de valores”.
El cardenal de Viena ha dicho sobre la
pandemia: “cambiará la faz de la tierra y dará lugar a una reflexión sobre
nuestro estilo de vida personal y social”.
Hay quienes hablan de "la necesidad
de cambiar de rumbo".
Leonardo Boff ha escrito: “La pandemia
actual del coronavirus representa una oportunidad única para que repensemos
nuestro modo de habitar la Casa Común, la forma como producimos, consumimos y
nos relacionamos con la naturaleza. Ha llegado la hora de cuestionar las virtudes del orden
capitalista”.
El presidente Macron decía a los
franceses dos cosas que quisiera destacar:
1) “Mañana
tendremos tiempo de sacar lecciones del momento que atravesamos, cuestionar el
modelo de desarrollo que nuestro mundo escogió hace décadas y que muestra sus
fallos a la luz del día, cuestionar las debilidades de nuestras democracias”.
2) Lo que revela esta pandemia es que la
salud gratuita, sin condiciones de ingresos, de historia personal o de
profesión, y nuestro Estado de Bienestar Social no son costes o cargas sino
bienes preciosos, unos beneficios indispensables cuando el destino llama a la
puerta. Lo que esta pandemia revela es que existen bienes y servicios que deben
quedar fuera de las leyes del mercado”.
En
la entrevista con Évole el Papa Francisco destacó que la crisis ha servido también para aflorar un "submundo de humanidad" que acerca a la gente
a las personas más vulnerables y que quizás sea uno de los logros la necesidad
de "rescatar la convivencia".
Ojalá que amen de caer en la cuenta de nuestra fragilidad, la
situación nos lleva más allá del miedo a reaccionar con valentía, con coraje,
con "parresía" que diría Pablo, pues pienso que nos hace "despertar de nuestro suelo de cruel inhumanidad" que diría Jon Sobrino.
Y que volviendo a Boff: “Esta pandemia ha producido el colapso
del mercado de valores (bolsas), el corazón de este sistema especulativo,
individualista y anti-vida, como lo llama el Papa Francisco”.
Ahora
bien, para que los buenos deseos no se queden en un brindis al sol, y los
aprendizajes de estos días encuentren un entramado en que sustentarse, la
situación actual debería llevarnos a configurar estructuras nuevas, estructuras
que consoliden la solidaridad vivida, y el dolor compartido haga que los aplausos de las 8 se conviertan
en estructuras sanitarias que den cobertura ahora y mañana; estructuras
sanitarias que nunca sean un negocio sino un servicio social.
Será
fundamental que ese ideal del Bien Común se plasme en estructuras que lo
posibiliten (y no sean mero "slogan") y para ello no hay que innovar
mucho sino poner en práctica el art. 9,2 de la Constitución: “Corresponde a los
poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad
del individuo y los grupos en que se integran sean reales y efectivos y remover
los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud”. Esperemos que los constitucionalistas no omitan este artículo. Aquí ciertos
liberalismos no tienen cabida. El adelgazar
al Estado se traduce en un mecanismo de
indefensión.
Hablando
de estructuras:
1. Se están vehiculando medidas que
deberían proteger a los grupos más débiles a la salida de esta crisis.
Bienvenidas sean como ciertas medidas de ayuda para reactivar la economía. En
principio bienvenidas sean. Pero estas medidas coyunturales deberán dar paso a
medidas estructurales que abran caminos nuevos.
2. ¿No habrá que pensar en establecer
ciertos límites a los beneficios y a la actuación, por ejemplo, de la industria
farmacéutica que no puede acogotar la acción política de suministro de bienes
aprovechándose de la coyuntura?
3. Podemos también hablar de la necesidad
de una seria reforma fiscal, que realmente sirva para la redistribución de las
rentas y reducir el escándalo de las diferencias sociales, que está llamando a
aldabonazos a las puertas de nuestra sociedad. Pues medios desde luego que hay,
lo mismo que para acabar con la pandemia del hambre, o la de los refugiados y
expulsados de sus países por guerras con armas vendidas por los países ricos.
El problema es que los medios están acumulados en cuatro manos y defendidos por
organizaciones financieras ciegas, caníbales que adoran a "Mamón".
Está
claro que si esto se pone en marcha habrá gritos, pero también tendremos que
gritar, por encima de esos gritos, que la propiedad privada es un "derecho
secundario" pues el derecho primario es que todos tengan los medios
suficientes para un vivir con dignidad.
Por
eso la Iglesia, y los cristianos a una, deberíamos defender con uñas y dientes
el destino universal de los bienes y la función social de la propiedad privada.
Va
siendo hora de que nuestra caridad no sea solo curativa, sino que vaya siendo
caridad preventiva, caridad política, esa
caridad que es el amor eficaz a las personas que actualiza la prosecución del
Bien Común de la sociedad, y que se plasma en instituciones, en estructuras. Una
caridad indispensable, un esfuerzo dirigido a organizar la sociedad de modo que
el prójimo no tenga que padecer miseria (CDSI 208). Los obispos españoles
nos recordaban (VVP 61) “Con lo que
entendemos por "caridad política" no se trata sólo ni principalmente
de suplir las deficiencias de la justicia, aunque en ocasiones sea necesario
hacerlo. Ni mucho menos se trata de encubrir con una supuesta caridad las
injusticias de un orden establecido y asentado en profundas raíces de
dominación o explotación. Se trata más bien de un compromiso activo y operante,
fruto del amor cristiano a los demás hombres, considerados como hermanos, en
favor de un mundo más justo y más fraterno con especial atención a las
necesidades de los más pobres”.
Necesitamos aprender que convivir es
morir un poco a lo mío, y comenzar a pensar en lo nuestro. Es no solo problema
de educación (menos tecnocrática) sino de estructuras y leyes que la
posibiliten. No podemos olvidar el cuento de Dostoievski de la "vieja mala"
en que somos llamados salvarnos en
racimo, ni el Neruda que nos dice: “en mi pueblo hay un monte, en mi pueblo hay
un río que me dicen ven conmigo”. Ni lo del Bertol Brecht: “O todos o ninguno. O todo o nada. Uno sólo no
puede salvarse”. ¿Descubrimos realmente que
el "sálvese quien pueda" es mortal? Ni olvidar los cristianos que
Dios nos convoca en un pueblo de hermanos.
Estos días
también están sacando a la luz, como diría Oriana Fallacci que “en los
basureros también crecen margaritas”. Son esos fueguitos de que habla Galeano,
o ese "submundo
de humanidad" del papa Francisco
que nos hacen recuperar la confianza en el ser humano. Será bueno hacer caso a Camus
que cierra “La peste” con esta reflexión: “en
los hombres hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”.
En los últimos
tiempos no se produjo la "rebelión de las masas" que preocupaba a Ortega, sino más bien
nuestra "dormición" o acomodación a una situación que tiene
mucho de inhumana. Quizás, ojalá, haya sonado el despertador.
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