12 septiembre 2019
No me gusta alimentar polémicas y menos
aún frente a un sacerdote católico que es, además, miembro del Pontificio
Consejo de la Cultura, pero el artículo de Pablo D´Ors publicado
en ABC sobre el Zen la pide a gritos.
El tema de la espiritualidad oriental,
religiones comparadas, etc. me ha interesado siempre. Inspirada en el “Probadlo
todo y quedaos con lo bueno” de San Pablo, practiqué yoga durante años y fui
sacando lentamente conclusiones, que puse por escrito aquí. Unos meses más tarde y, después de nuevas lecturas y
reflexiones, maticé aquellas conclusiones aquí. Y, evidentemente, estoy abierta a nuevas revisiones
que nos acerquen más a la Verdad, que es Cristo.
De todas formas, me alegró constatar que
el documento que han publicado los obispos españoles sobre la oración cristiana frente a las
espiritualidades orientales y otras técnicas espirituales a menuda ligadas a la
new age contiene a modo de conclusión unas matizaciones muy similares a la que
yo expuse. Es evidente que han intentado discernir e “hilar fino” sin limitarse
a demonizar.
“No claro y rotundo” a los métodos pero
“quizás sí” a algunas técnicas aisladas. En mi caso, destacaría la utilidad,
por ejemplo, de la “respiración consciente”. Se trata de técnicas recomendadas
también por otros, por ejemplo, Jacques Philippe en su Tiempo para Dios como medios para serenarse y facilitar el
diálogo y la escucha antes de hacer oración.
En cualquier caso, la clave del documento
de los obispos no está tanto en los matices como en el no claro y rotundo
a unos métodos que no buscan el encuentro con Dios sino con uno mismo,
que confunden mundo y divinidad. Estos métodos entienden la espiritualidad como
el cultivo de la propia interioridad para que el hombre alcance un bienestar
emocional y se “encuentre consigo mismo” pero no con Dios, fuente de
la verdadera paz.
El documento era muy necesario y ha
tardado en llegar. Es comprensible que, debido a nuestro frenético ritmo de vida,
las personas busquemos con ansia el silencio y la paz interior. Pero antes de
incorporar técnicas de relajación o respiración a nuestras vidas, creo que
debemos hacer un adecuado discernimiento sobre su compatibilidad con la fe.
Entrando ya a la réplica del artículo de
Pablo D´Ors, sigo su misma estructura para simplificar:
1. El zen me ha dado el silencio.
Entiendo que todos ansiamos hoy día el
silencio. El ruido del mundo actual, con su activismo y consumismo, nos aturde
por completo. Pero ese silencio forma parte de la realidad del hombre y no es
monopolio de una determinada tradición religiosa. Este verano leí La fuerza del Silencio del cardenal Sarah sobre la necesidad del
silencio interior para escuchar la voz de Dios. Hay órdenes religiosas donde el
silencio es parte esencial de su espiritualidad (trapenses, cartujos,
benedictinos, camandulenses, etc).
Hace años leí Biografía del
Silencio del propio Pablo d´Ors y ya en aquel momento me pareció
bienintencionada, con algunas aportaciones interesantes pero, en conjunto, me
defraudó. Entre tanto silencio y desierto, emergía con fuerza el “Yo”
pero resultaba difícil percibir la voz de Cristo o su silencio.
Me resulta algo pedante esa afirmación de
Pablo d´Ors de tener que recurrir al zen para descubrir la fuerza y necesidad
del silencio. ¡Cuando es algo tan humano! Yo hice el descubrimiento después de
tener hijos. Esas tardes de invierno entre cuatro paredes que amplifican los
gritos y lloros, me hicieron desear con fuerza habitar en el silencio… El ruido
tecnológico, que tanto nos aturde, también me lleva a ese deseo de silencio
interior.
Mi maestra de silencio es María. Ella
habitó en el silencio guardando todas las cosas en su corazón.
2. El zen me ha dado la idea del maestro.
Aquí resuena en mi cabeza con fuerza: “No
os dejéis llamar maestros porque uno solo es vuestro Maestro, Cristo” (Mt 23,
8). Personalmente, detesto mitificar a las personas, a los fundadores de órdenes
religiosas o a los maestros de espiritualidad. Pero puestos a buscar maestros,
sobran en nuestra tradición cristiana “maestros” de vida contemplativa: San
Benito, San Francisco, Santa Teresa de Jesús, santa Catalina de Siena, Santa
Teresita de Lisieux, Charles de Foucauld (místico contemplativo beatificado por
Benedicto XVI, referente contemporáneo de la llamada “espiritualidad del desierto” y sobre todo de la búsqueda espiritual), etc. Habitaron la
frontera y nos introdujeron en nuevos territorios pero no necesitaron otro
maestro que Cristo y el Espíritu.
3. El zen me ha dado un ritual.
Me resulta tan pobre esa referencia suya a
las velas, las reverencias y al incienso…Personalmente, me encanta también
cuidar la estética de lo sagrado y me gustan los rituales, pero no dice nada de
la belleza de la liturgia cristiana que fascina por igual a
creyentes y no creyentes. La verdadera belleza es el esplendor de la verdad.
4. El zen me ha dado la experiencia de que existe
un recorrido para llegar al centro de ti mismo.
Creo que Pablo ha errado el
itinerario. La meta final de un cristiano no es llegar al centro de uno
mismo sino a Cristo. Nuevamente, sobredimensiona el “Yo”.
No pretendo minusvalorar la importancia de
la interioridad y la psicología humana al hablar del “Yo”, pero no me convence
el modelo que presenta. Prefiero recordar a Benedicto XVI hablando de San
Agustín, sobre el que hizo su tesis doctoral, sobre la atención que merece la
experiencia interior y el misterio de Dios que se esconde en el “Yo”.
5. El zen me ha dado la clara paradoja del
“No-Camino”.
Si Cristo dice de sí mismo “Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida” es porque la vida espiritual tiene mucho de
“ascenso” y de “camino”. El mensaje de Pablo d´Ors es budista:
eliminación del apego, del deseo y del dolor. Es la atención plena al
momento presente del mindfulness llevada al extremo.
El cristiano desea a Cristo. Coge la cruz
y Le sigue. Es decir, camina. Sí: se cae, muerde el polvo, llora, a veces
camina en total desolación, pero se levanta y avanza aunque sea a tientas. El
cristiano renuncia a su propia vida porque sabe que el que guarda su vida la
pierde.
Somos caminantes y la historia misma está
en camino. Todo se mueve hacia un fin. Con San Agustín, contemplamos la
historia como un mosaico que no se “entiende” porque “todo está en camino”.
6. Gracias al zen descubrí a los padres del
desierto y el hesicasmo.
No entiendo que un hombre tan culto como
Pablo d´Ors, miembro de la Comisión Pontificia para la Cultura. diga que ha
descubierto a los padres del desierto gracias al Zen. ¿Es una broma? Yo no
controlo especialmente el tema pero sé que San Antonio Abad fue uno de ellos y
a veces me apetece demasiado convertirme en una “madre del desierto”, que
también las hubo. Ermitañas dedicadas al silencio y a la oración. Menudo lujo.
Respecto al hesicasmo que cita como
descubrimiento, parece ser que en la Edad Media les llamaban con humor
“ombilicarios” por mirarse en exceso el ombligo.
7. El zen me ha hecho descubrir a Buda y el budismo
y releer mi propia religión desde sus claves. Suscribo totalmente con
Schillebeeckx: “Hay más verdad en todas las religiones que en una sola”.
Este último punto es el que me decidió a escribir
porque me parece el más grave.
Las grandes tradiciones religiosas son la
expresión de la búsqueda humana de Dios. Sin embargo, la pluralidad de
confesiones religiosas nos genera inquietud.
Evidentemente, y como todos sabemos, la Iglesia no rechaza todo lo que en otras religiones haya de verdadero: el hinduismo expresa el misterio divino en la inagotable fecundidad de sus mitos; el budismo reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable, etc., etc.
Pero la fe nos obliga a hacer una elección “arriesgada”, en la que está en juego el sentido de nuestra vida. Nos cuesta elegir porque pretendemos beber de todas las fuentes persiguiendo el mito de una religión universal, una especie de gnosis, que ilumine la ignorancia de nuestra pobre humanidad. Caemos así, con Joseph Campbell, experto en mitología y religión comparada, en la idea de que “todas las religiones pueden reducirse al final a los mismos mitos, enseñados de modos diferentes”.
Respetar el hinduismo o el budismo no significa empeñarse a toda costa en que sus prácticas sean compatibles con el cristianismo. Y respetar el cristianismo tampoco significa querer integrar en él unas técnicas que le son extrañas e incluso incompatibles con su aspiración fundamental.
“El precio que hay que pagar para tener una identidad, y salvaguardarla, es reconocer que nosotros no podemos serlo todo y aceptar que nos encontramos con alteridades irreductibles” (Padre Joseph-Marie Verlinde).
Evidentemente, y como todos sabemos, la Iglesia no rechaza todo lo que en otras religiones haya de verdadero: el hinduismo expresa el misterio divino en la inagotable fecundidad de sus mitos; el budismo reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable, etc., etc.
Pero la fe nos obliga a hacer una elección “arriesgada”, en la que está en juego el sentido de nuestra vida. Nos cuesta elegir porque pretendemos beber de todas las fuentes persiguiendo el mito de una religión universal, una especie de gnosis, que ilumine la ignorancia de nuestra pobre humanidad. Caemos así, con Joseph Campbell, experto en mitología y religión comparada, en la idea de que “todas las religiones pueden reducirse al final a los mismos mitos, enseñados de modos diferentes”.
Respetar el hinduismo o el budismo no significa empeñarse a toda costa en que sus prácticas sean compatibles con el cristianismo. Y respetar el cristianismo tampoco significa querer integrar en él unas técnicas que le son extrañas e incluso incompatibles con su aspiración fundamental.
“El precio que hay que pagar para tener una identidad, y salvaguardarla, es reconocer que nosotros no podemos serlo todo y aceptar que nos encontramos con alteridades irreductibles” (Padre Joseph-Marie Verlinde).
Personalmente creo que Pablo d´Ors viene de asumir la
cuadrícula racional hasta la extenuación y luego se vuelve a lo intuitivo y
emocional, pero no consigue superar su raíz racional y vuelve a necesitar
hacerse un esquema racional completo. Y ahí se pierde. Pienso que esto pasa a
menudo hoy día.
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