domingo, 11 de agosto de 2019

«Han ejecutado la decisión papal de abolir el Instituto Juan Pablo II»

De INFOVATICANA  (Stanisław Grygiel)



Aldo María valli realiza una entrevista exclusiva con el profesor Stanisław Grygiel, filósofo polaco, gran amigo de san Juan Pablo II y hasta hace poco, antes de su despido, docente en el Pontificio Instituto teológico fundado precisamente por el papa Wojtyła. 

Una entrevista muy amplia, en la que el profesor Grygiel habla del caso que le ha visto implicado, pero sobre todo, explica cuál es, en su opinión, la naturaleza de la crisis actual de la Iglesia y pronuncia palabras muy claras: «La Iglesia actual necesita un Moisés que, llevado por la ira del Dios misericordioso, con el que habla en la montaña, incendie todo los becerros de oro en cuya adoración el pueblo, con el permiso de muchos pastores, busca la felicidad».

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Profesor Grygiel, usted, a propósito de la teología actualmente dominante, ha hablado de «pragmatismo teológico». ¿Qué quiere usted decir con esta expresión y cuáles son los objetivos de dicho pragmatismo?

El principio marxista en la manera de pensar es: la praxis precede al y decide sobre el logos, es decir, la verdad. Así ha dado un vuelco no sólo a la vida intelectual del mundo occidental, sino también a la vida de la Iglesia católica. Recuerdo los años 1966-1967, en los que viví en la Universidad Católica de Leuven, en Bélgica, y muchas lecciones de teología y filosofía que seguían este principio. El resultado fue una teología pragmática y una pastoral igualmente pragmática, que no parte de la Persona de Cristo, sino de la descripción sociológica de los distintos comportamientos humanos. Si la mayoría se divorcia, entonces… Muchos teólogos y, sobre todo, muchos pastores en la Iglesia católica se olvidan de hablar con el Hijo del Dios vivo. Les falta la fe en el sentido de la confianza en la Persona de Cristo y, en consecuencia, la fe en el hombre.
La Unión Soviética, al no ser capaz de conquistar Europa occidental con medios militares, intentó penetrar la mentalidad de los intelectuales, para someterla a las órdenes de los señores de este mundo. Lo consiguió a la perfección, como vemos hoy en día, mientras vivimos las desastrosas consecuencias de esa astuta acción de los agentes comunistas y de sus «idiotas útiles» occidentales.

Sabemos que usted ha sido despedido, junto con otros docentes, del Instituto Juan Pablo II sobre el Matrimonio y la Familia. Más allá de su caso particular, ¿qué nos enseña este caso? ¿Por qué esta revolución?

No puedo esconder mi dolor, provocado por el hecho de que el Instituto fundado por san Juan Pablo II haya sido abolido hace dos años. El despido de los profesores representa un acto coherente con esta decisión, por eso no me sorprende. Lamento sólo la confusión a la que han sido arrastrados los estudiantes, y en la que se sienten perdidos. Alguien deberá rendir cuentas un día. San Juan Pablo II preparó con fervor y pasión a los primeros profesores para esta gran misión. Unos meses antes de la fundación del Instituto nos invitó a su apartamento para meditar juntos sobre la situación en la que se encontraba no sólo la Iglesia, sino también el mundo. Quiso crear un Instituto en el que la teología surgiera de la experiencia moral de la persona humana y de la Palabra Divina en la que la verdad del hombre ha sido plenamente revelada. No hay que maravillarse, entonces, que en esa época meditáramos rezando, y rezáramos meditando. Ante Dios y ante el hombre que arde por Él, como ardía la zarza en la montaña en el país de Moria, hay que arrodillarse. En caso contrario, no se comprenderán «el universo y la historia» (cf. Redemptor hominis, n. 1).

Confieso que no llego a comprender por qué razón quienes han ejecutado la decisión papal de abolir el Instituto fundado por san Juan Pablo II hablan de profundización, expansión y ampliación de la enseñanza de Juan Pablo II. No se renueva la casa destruyéndola, incluidos sus fundamentos. Sería mejor hablar clara y francamente según el mandamiento del Evangelio: «Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno» (Mt 5, 37).


Usted me pregunta: ¿por qué esta revolución? Las razones y los motivos tal vez las revelen los historiadores. Dios, en cambio, los juzgará. Toda revolución parte de cero y llega al punto del que parte. Siempre y por doquier, el revolucionario acaba como empieza: tal es el principio, tal es el fin. Yo veo la situación que se ha creado hoy como un momento de conflicto en marcha entre las dos visiones del hombre. Karol Wojtyła parte de la Palabra de Dios y de la experiencia moral de la persona humana. Por consiguiente, para él son «categorías» fundamentales la verdad que surge del acto de la creación y la mentira que el hombre comete cuando «crea» sus propias verdades. Precisamente por esto la experiencia de la persona humana tiene carácter moral, es decir, consiste en vivir las acciones como buenas o como malas. El «pragmatismo» es una negación total del «centro del universo y de la historia», es decir, del Hijo del Dios vivo.

La Iglesia católica está viviendo un periodo de confusión, marcado por profundas divisiones. ¿Cómo juzga usted la situación?

La Iglesia católica, abriéndose al mundo, se ha encontrado en la situación que atraviesa el mundo posmoderno, marcado por el «pragmatismo». La teología y la filosofía posmodernas se reducen al juego de opiniones (predicados) y ya no miran al hombre como la magna quaestio de san Agustín. La pregunta sobre el sentido de la vida desaparece y su lugar es ocupado por la pregunta sobre la felicidad horizontalmente entendida.

Los teólogos y los filósofos para los que la teología y la filosofía son sólo juegos de opinión, no se arrodillan ante Dios, sino ante sus propios productos. Juegan sus cartas, se adoran a sí mismos. Sin embargo, de esta manera corren el riesgo de permanecer víctimas de los estafadores.
La Iglesia actual necesita un Moisés que, llevado por la ira del Dios misericordioso, con el que habla en la montaña, incendie todo los becerros de oro en cuya adoración el pueblo, con el permiso de muchos pastores, busca la felicidad. El nuevo Moisés provocará en las mentes y en los corazones la verdad del amor grabada en las Tablas y por muchos olvidada. La economía de la salvación puede vivir en el caos sólo hasta cierto punto. La ira misericordiosa de Dios tomará la palabra.

A la luz de lo que está sucediendo en el Instituto Juan Pablo II, muchos tienen la impresión de que el magisterio del papa Wojtyła, sobre todo en lo que atañe a las cuestiones de moral familiar, ha quedado arrinconado en la buhardilla, donde se ponen las cosas que ya no sirven. ¿Comparte este juicio?

No lo comparto, aunque humanamente podría parecer así. La Iglesia vive de la fe del pueblo, de la que cada Pedro es custodio. Los teólogos pueden ayudarle o no a comprender esta fe, pero él es el garante de la fidelidad de la Iglesia a la Palabra del Hijo del Dios vivo. Los teólogos pueden interrumpir la Tradición e intentar hacerlo todo desde el inicio. Alejados del Principio en el que se basa el Evangelio, pueden inventar nuevas interpretaciones del propio Evangelio para que sea aceptable para el mundo posmoderno. Sin embargo, antes o después, el corazón del hombre orientado al Amor que es Dios se despertará, y gritará que ya no puede vivir lejos de la casa del Padre.

La sabiduría que procede de Dios permanece para siempre. La estupidez que procede del hombre pasa, dejando que el hombre dependa no de la verdad, sino de los vientos. Una tarde, el santo padre Juan Pablo II me puso entre las manos la carta que le había escrito un teólogo moralista muy conocido en el mundo. Este teólogo le pedía al papa que cambiara la ética de la vida matrimonial, en caso contrario, según este teólogo, la Iglesia perdería fieles. «¿Qué piensas de esto?», me preguntó el papa. Le respondí, tal vez demasiado bruscamente: «Ha escrito una estupidez». El papa me miró y al cabo de unos instantes me dijo: «Es verdad, pero ¿quién se lo dice?»

Es una opinión bastante difundida que Amoris laetitia representa una alejamiento verdadero de la enseñanza precedente. El profesor Seifert ha hablado incluso de una «bomba atómica» que corre el riesgo de destruir todo el edificio moral católico. ¿Cuál es su opinión a este respecto?

Al no ser teólogo, no quiero dar un juicio. Soy un simple creyente y como tal puedo y debo confesar que me siento identificado con este texto sólo parcialmente. Mi experiencia del amor es más evangélica que sociológica y psicológica. El que desea conocer la naturaleza humana, es decir, su ser orientado a Dios, debe contemplar a los santos y, sobre todo, al Hijo del Dios vivo, convertido en hombre en el seno de la Virgen Madre, María. Describir los trastornos matrimoniales y sexuales no es cumplir el mandamiento que dice «Id al mundo y predicad el Evangelio».
En estos días me vienen a la mente a menudo las palabras de Cristo, según las cuales «cualquiera» que abandone a su esposa y tome otra mujer comete adulterio (cf. Jn 2, 25). Él lo dice de cada hombre, sin excepción. Lo dice porque sabe qué hay dentro del hombre. Si es verdad que hoy en algunos casos no es adulterio, como algunos doctos teólogos afirman, significa que Cristo no sabe qué hay dentro del hombre. Por lo tanto, no es Dios. «Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (Lc 18, 8).

Este documento, si fuera más breve, sería más expresivo y tal vez más claro y adecuado a las palabras del Evangelio: «Sì, sì – no, no». En cambio, una nota a pie de página ofusca todo su contenido.

Si tuviera que hablar de Juan Pablo II a un joven de hoy, ¿cómo presentaría, en pocas palabras, al papa santo?

Juan Pablo II le diría a un joven de hoy las mismas palabras que dijo al pueblo en la plaza de San Pedro el día de su entronización: «¡No tengáis miedo!». Le llevaría al acto de la creación y al acto del Juicio Final, porque sólo a la luz del Principio y del Fin el hombre puede entrever la verdad a la que está orientado. Contemplaría junto al joven de hoy la belleza del Amor que es Dios e intentaría despertar en él el amor, para que este joven pueda ponerse en manos de Dios. Creo que la experiencia de la belleza de la persona humana, de la belleza de su amor, indica el camino que puede llevar a un joven de hoy a Dios. Tal vez por esto el maligno intenta golpear mortalmente el amor humano y a todos aquellos que, atraídos por él, con valentía, sin miedo, revelan su verdad. El maligno espera (es su única esperanza) destruir el fundamento del matrimonio y de la familia y, a fin de cuentas, también el de la Iglesia, atacando al amor divino-humano. La carta de sor Lucía al cardenal Carlo Caffarra habla de esto de manera clara y contundente.

Profesor, ¿tiene futuro la familia cristiana, fundada en el matrimonio?

Cada hombre, cada matrimonio, cada familia tiene ante sí un futuro a condición de que confíen en la verdad. «La verdad os hará libres», dijo Cristo. La libertad, que es el resultado de confiar en la verdad, representa el futuro hacia el que anhela el corazón humano. No hay que defender la verdad. Esta se defiende sola. Los que se confían en los juegos y los cálculos humanos perderán todo, aunque primero parezca que han ganado todo. Los hombres que confían en la verdad no buscan los éxitos de este mundo. Buscan la victoria eterna. Por ello, ya desde hoy participan en ella. La persona humana puede ser eliminada, la comunión en la que vive puede ser a veces destruida, pero la verdad nunca será vencida, porque es invencible.

Publicado por Aldo Maria Valli en su blog Duc in altum.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.

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