Gabriel Mª OTALORA
PLANTEAMIENTO
Los laicos y
laicas tenemos mucho que decir y hacer. Las dos cosas. Yo a lo que aspiro con
esta reflexión es a poner un granito de arena que ayude a la responsabilidad
que tenemos frente a nuestras dos debilidades más señaladas: el clericalismo y
la pasividad indiferente, los grandes muros que impiden mostrar con hechos el
Reino que se nos invita a construir, ¡entre todos y todas!, no solo unos pocos.
A los Doce
siguieron otros muchos; en el evangelio se citan a aquellos "otros setenta
y dos" que el propio Jesús envió de dos en dos, que no parece que eran
autoridades religiosas. Pablo de Tarso emprendió poco después un enorme
movimiento misionero hacia Occidente hasta el punto que se le considera el
verdadero motor de la incipiente religión cristiana con diferencias esenciales
respecto a la religión judía.
Mis palabras y
reflexiones, por tanto, pretenden sumarse a la gran cadena que debemos tensar
los cristianos para vivir la Buena Noticia entre nosotros y con los demás
mediante el testimonio que lo haga contagioso.
Los laicos
tenemos deberes. Ya no sirve ampararnos en que nos marginan y consideran
menores de edad, eclesialmente hablando. El Papa Francisco sintetiza en su
exhortación apostólica Amoris laetitia, la alegría del amor, su criterio
principal de actuación para obispos, sacerdotes y laicos de vivir con una
conciencia madura capaz de discernir la conducta a seguir en cada caso. Y para
acertar, es preciso dejarse iluminar por Dios, escuchar, orar. Estamos llamados
a curar y cuidar, a sanar y acompañar conforme al signo cristiano:
-Lo primero, no
hacer daño.
-Lo segundo,
implicación, erradicando la actitud de "no es asunto mío".
-Lo tercero,
hacerlo con amor, a la manera de Jesús.
Lograr, entre
todos, una Iglesia libre y abierta frente a los desafíos del presente, que no debiera
estar a la defensiva por temor a perder algo mundano: estas son palabras del
Papa, no mías.
En este contexto,
es hora de reivindicar el papel del laico que, sigue muy postergado por el
clericalismo, y desperezarnos de una pasividad endémica que nos cuestiona
frente a las justas quejas que formulamos buscando una Iglesia viva en comunión
participativa que ofrezca respuestas con hechos. No es una cuestión de
clérigos, sino de todos, porque mientras no sea así, nuestra tarea cristiana de
evangelizar está en juego. No seremos más que un pálido reflejo de lo que
podríamos alumbrar y seremos motivo de escándalo.
Los laicos
tenemos que sacudirnos pasividades, comodidades e inhibiciones y dedicar tiempo
al compromiso activo en la comunidad cristiana y en la sociedad. Pero los
presbíteros deben superar el control total de la comunidad y los recelos con
los laicos para fomentar un verdadero liderazgo de servicio.
Es cierto que no
es posible hablar de un único tipo de laico en la Iglesia, sobre todo en Occidente.
Existe un laicado tradicional configurado como una mayoría silenciosa, pasiva e
inhibida que hace seguidismo a la jerarquía a la que le basta con aceptar
sumisamente la doctrina que enseña la jerarquía, sin sospechar siquiera que
puedan tener alguna responsabilidad en la construcción comprometida de la
comunidad o en el anuncio con hechos del Evangelio.
Este
convencimiento ha sido alentado, durante mucho tiempo, por buena parte de la
jerarquía al construir un estilo infantil de vivir la fe diciendo en todo
momento lo que cada uno tiene que pensar y hacer. Pero existe también otro
laicado, minoritario pero cada vez más significativo, suspirando por una
implicación real que pretende apoyarse en una visión más completa del mensaje
evangélico. Son cristianos que intentan vivir su fe de forma adulta desde las
preguntas que cuestionan la fe y la voluntad de ser fraternidad. Este laicado
activo y comprometido está formado en su gran mayoría por mujeres que saben que
su presencia no es debidamente valorada ni reconocida por la Iglesia
institución. En realidad, muchos laicos y laicas se sienten meros colaboradores
del clero.
No obstante,
existe un tercer grupo de laicos y laicas comprometidos que participan en los
movimientos “teocon”, muy activos (hay que admirar y copiar su celo y
entusiasmo) y mimetizados con una realidad sociopolítica en la que prima el
materialismo consumista que nos ha secado las entrañas y sumido en
contradicciones casi insalvables. Estos laicos no han interiorizado la gravedad
del pecado estructural, al que se refería el Concilio Vaticano II, el Sínodo de
Obispos de 1971 y la encíclica Caritas in veritate de Benedicto XVI. El signo
más claro de este fundamentalismo lo vemos en la peligrosa contradicción entre
el Evangelio y la perpetuación de una Iglesia poderosa y acomodaticia.
Es cierto que ni
el Papa Francisco puede sacudirse el clericalismo atávico que viene
configurando la Iglesia durante siglos donde la esencia del cristianismo es un
asunto de curas y monjas, y los fieles son el rebaño que debe dejarse guiar por
los pastores; unos obedecen y otros mandan… Como dice José Antonio Pagola, de
estos lodos clericales (protagonismo excesivo, autoritarismo y acaparamiento de
casi todo por parte de ciertos presbíteros), ha crecido una religiosidad
individualista en la que prima el cumplimiento de ritos sobre el compromiso
solidario y ejemplar. El sentido de pertenencia comunitaria de la fe y la
importancia de la oración a la escucha son aspectos secundarios y sin líderes
pastorales. Todo ello impide el crecimiento maduro del laicado ante la
dificultad de vivir iniciativas evangelizadoras.
Las
consecuencias son al menos tres, y bastante graves:
a) No son pocos
los laicos que, deseando sinceramente trabajar en la Iglesia, se ven frenados y
abandonan la comunidad o viven desalentados en ella.
b) La comunidad
se empobrece sin que seamos ejemplo para nadie.
c) Nosotros
ahuyentamos, a veces, a los que buscan sinceramente a Dios.
¿Nos falta
oración? ¿Somos conscientes de que la comunión eclesial la crea el Espíritu de
Cristo, y de que la jerarquía no hace sino presidirla y alentarla?
¿Creemos que el
Plan —con mayúscula— no es nuestro, es de Dios?
Nadie puede
pretender acaparar al Espíritu o menospreciar o ignorar la acción del Espíritu
en los demás. Esa es la gran tentación de una jerarquía centrada en sí misma:
creer que el Espíritu tiene que pasar necesariamente por ella para actuar,
dinamizar y dirigir a su Iglesia. Es la gran tentación también del laicado que
no se compromete en las realidades que el Evangelio señala, cuando otras muchas
personas actúan cristianamente desde su agnosticismo o ateísmo manifestando al
Espíritu sin saberlo. Estas serán las destinatarias de la sentencia evangélica:
"Señor, ¿cuándo te dimos de comer o de beber"?
—Nadie es superfluo ni imprescindible
La comunidad
eclesial no es para sí misma, sino que está llamada a abrirse a la misión. Pero
no somos capaces de concitar adhesiones ni entre los nuestros.
El Vaticano II
recuerda que el único título que la Iglesia ha de reivindicar es el de
evangelizar con actitud de servicio. En una sociedad como la actual, en proceso
de secularización y descristianización, resulta tentador para no pocos el
buscar «refugio» en una Iglesia poderosa. Pero el Concilio señala que se equivocan
los cristianos que "descuidan las tareas temporales" sin tener en
cuenta que la fe obliga a asumirlas según la vocación personal de cada uno,
mediante la oración personal y comunitaria, sabiéndonos las manos de Dios en
lugar de vivir como si Dios estuviera al dictado de nuestros afanes, por muy
religiosos que sean.
Es falsa la
división clásica que separaba a los cristianos en dos sectores: el sector
llamado a una vida de perfección en la consagración de los tres votos
(pobreza,castidad y obediencia), y la mayoría laical, llamada solamente al
cumplimiento de los mandamientos de Dios como cristianos de segunda categoría.
Todo el Pueblo de
Dios es responsable de la misión profética y evangelizadora de diversas maneras
o carismas. Todos estamos llamados a seguir a Cristo según el espíritu de las
bienaventuranzas. No hay estados más o menos perfectos, sino formas diversas de
escuchar y vivir la llamada al seguimiento. El Concilio Vaticano II supuso un
antes y un después para los laicos; sin embargo, es palmaria la ambigüedad que
suscita la Lumen Gentium sobre nuestro papel al dejar claro que la cura
pastoral es exclusiva de los presbíteros: somos partícipes", solo somos
una ayuda (LG 36-37) aunque estamos llamados como nadie a ser sal, luz, y
levadura.
Los laicos
parecen el equipo suplente ante la escasez de sacerdotes. A fecha de hoy, somos
una categoría eclesial de segunda división que se nos ha definido más por lo
que no somos (no-sacerdotes, no-religiosos y no-religiosas) que por lo que
somos. Si no hubiese crisis sacerdotal, nuestra participación eclesial sería
más exigua. Llama la atención el pírrico número de santos y santas laicos cuyo
ejemplo ha merecido tal distinción. En todo caso, el prototipo del laico
occidental es el de un cristiano desconcertado, inseguro y escéptico de su
papel.
Un laicado
mayoritario que ha perdido la referencia de las tres virtudes teologales: la fe
(por inmadura), la esperanza (por descafeinada) y la caridad (porque es muy
difícil) que gracias a llegada de Francisco, no ha sido el principal signo por
el que se nos reconoce. Como corresponde a un tiempo revuelto, los laicos no
acabamos de encontrar nuestro sitio en el mundo ni en una institución eclesial
que se resiste a dejar atrás las cuotas de poder y de ostentación: Estado
Vaticano, títulos y dignidades, carrera eclesiástica, etc.
2 NUDO
El
Papa Francisco es un profeta que quiere cambiar las cosas para que la Iglesia
viva de manera más acorde a la fraternidad que los primeros seguidores de Jesús
trataron de vivir tras su muerte. Estamos ante una oportunidad de construir un
nuevo tiempo, necesariamente abiertos al Espíritu, para ser ejemplo de Buena
Noticia. Este septiembre pasado, Francisco ha publicado Episcopalis Communio
que reforma el modelo de gobierno de la Iglesia incorporando la participación y
la corresponsabilidad laical en detrimento del clericalismo absolutista: el
sínodo de los obispos es para escuchar al Pueblo de Dios, afirma Francisco.
Algo
se mueve frente a la llamada tradición sacerdotal que se aferra a una
moralización exagerada y formalista y cuyo resultado ha sido la marginación de
la tradición profética, centrada en la comunidad. Simplificando podemos decir
que la primera gira en torno a los sacerdotes del Templo, mientras que la
segunda lo hace sobre los grandes profetas. Todo parece indicar que Jesús se
situó decididamente de parte de la tradición profética que priorizaba la
evangelización del amor de Dios sobre la norma.
El
Papa ya sorprendió con su Carta al Pueblo de Dios, publicada en verano en plena
crisis de la pederastia norteamericana, denunciando al clericalismo, el
elitismo y el autoritarismo eclesial, da igual si es promovido por los clérigos
o los laicos, porque favorecen los abusos en la Iglesia. Y ponía en el nivel de
gravedad primero al abuso del poder del que luego se desprende el abuso sexual.
El Papa llega a afirmar que el clericalismo es autoritarismo.
En
el Antiguo Testamento los tres tipos de mediadores entre Dios y su pueblo eran
el sacerdote, el profeta y el rey. A partir de Cristo, Él es el gran mediador y
maestro que reúne en su persona a los tres: Sacerdote, Profeta y Rey. Y quienes
recibimos el bautismo somos proclamados como tales ante el obispo cuando nos
confirma los tres derechos y deberes evangélicos adquiridos por el bautismo:
testimonio, misión y servicio.
Es
importante insistir en que los primeros tiempos de la Iglesia no hubo clero ni
laicos. De hecho, no existe tal terminología en el Nuevo Testamento. Lo que
reinaba entonces era un gran clima espiritual y evangelizador entre los
bautizados que, como personas de fe (fieles) que vivían en una unidad activa y
participativa, se esforzaban en vivir como una verdadera comunidad eclesial en
medio de las lógicas tensiones culturales y humanas. Sus miembros se sentían
unidos —ellos y ellas— en la misión evangelizadora que obligaba a todos por
igual a partir del mandato del amor fraterno y desde la sincera humildad que
Pablo recomendaba en su Carta a los Efesios.
Sobre
la distribución de los dones del Espíritu nada indica que estuvieran repartidos
solo entre los varones. Todo creyente hombre o mujer, judío o gentil, esclavo o
liberto, recibía y recibe los dones que lo capacitan para según el modelo del
mandamiento de la Última Cena. San Pablo y el libro de los Hechos de Lucas
revelan una Iglesia en la que todos hacen su aportación ministerial a la
comunidad para continuar la Misión del Maestro. Juan Pablo II utilizó por
primera vez el término "corresponsable", pero hasta Benedicto XVI no
se menciona oficialmente la corresponsabilidad de todos los miembros del Pueblo
de Dios.
No
fue un camino fácil el de los seguidores de Cristo con las autoridades y grupos
sociales judíos que vieron, de repente, como su ancestral manera de ver la religión
de Yahvé se transforma en un nuevo polo de referencia difícil de aceptar: los
seguidores del hijo de un carpintero de Nazaret predicando una nueva manera de
ver la religión, con actitudes contrarias a muchos preceptos milenarios
defendidos por la aristocracia sacerdotal.
Nuestro
mensaje no es Buena Noticia para demasiadas personas ni los poderes de hoy se
sienten incómodos con el ejemplo evangélico en el Primer Mundo, fuera de
Francisco y pocos más. Me parece importante recordar las reflexiones de Joseph
Ratzinger, cuando ni soñaba ser Papa y molestaba al Santo Oficio inquisitorial.
Para el Ratzinger de mediados del siglo XX, la Iglesia tiene que renunciar a
muchas cosas que le habían transmitido seguridad y en las cuales confiaba.
Tenía que demoler baluartes muy antiguos y confiar solamente en la protección
que le ofrece la Fe. Esta llamada a derribar lo que lastra a la Iglesia fue un
anticipo de la novedosa orientación eclesial que abriría el Concilio Vaticano
II y que Francisco trata de mantenerla en la buena dirección. En 2009 tuvo la
valentía de escribir que las dificultades mayores no son externas: "La
Iglesia se ha convertido para muchos en el obstáculo principal para la
fe".
Ya
hubo antes destellos en esta dirección en el siglo XIX y cuando Pío XII
proclamaba (1946) que los laicos no sólo pertenecen a la Iglesia, sino que “son
iglesia” frente a considerarlos solo como una "masa de destinatarios y
clientes de la acción pastoral (de la Jerarquía), a lo sumo como una fuerza
auxiliar". En este sentido, el Vaticano II supuso una gran novedad al
subrayar la unidad de carismas: ambos polos —jerarquía y laicado— forman un
solo pueblo, sacerdotal y profético intentando superar el clásico binomio
sacerdotes religiosos-laicos en favor del de comunidad (unidad)-ministerios
(diversidad). Se reitera que somos Iglesia, no solo que pertenecemos a ella,
pero se quedó a medias.
Este Concilio define a los laicos en negativo, es decir, los
que no han recibido un orden sagrado y los que no están en estado religioso. Y
dejó en el aire la consideración de la mujer a la luz del Evangelio. El Papa ha
expresado que "la Iglesia es femenina" ante el reto de afrontar la
realidad de la mujer en la Iglesia En esto, el Papa camina más despacio que en
otros temas. Mujeres teólogas laicas, madres de familia, contemplativas,
religiosas comprometidas, mujeres de parroquia, o feligresas simplemente de
misa dominical... su situación eclesial no refleja la realidad de cómo les
trataba Jesús, sin considerarles en minoría de edad a pesar de aquella
sociedad. Son muchos siglos desdichados para ellas en todos los órdenes. Y a
pesar de todo, la mayor parte de quienes participan de la vida de la Iglesia
son ellas, mujeres laicas.
Pablo
encuentra a cristianas en sus lugares de misión y él las respeta, a la vez que
reconoce y admira su labor. En Filipenses, Pablo llama colaboradores (synergós)
indistintamente a hombres y mujeres; a Febe le llama "diaconisa" o
"presidente" de la iglesia de Cencreas (Rom 16). Los prejuicios
androcéntricos han intentado rebajar la importancia paulina de la mujer pero
"Ya no hay hombre ni mujer porque todos vosotros sois uno en Cristo."
Gal 3, 28. Conocemos incluso la existencia de ministerios femeninos en las
comunidades cristianas. En nuestro santoral, sin ir más lejos, tenemos 27
diaconisas: santas Tatiana, Susana, Justina, Irene...
Como afirma el biblista Xabier Pikaza, Jesús no quiso sacralizar la
sociedad patriarcal de su época sino que puso en marcha un movimiento de
varones y mujeres en contra de la actitud de los rabinos, que no admitían a las
mujeres en sus escuelas. Nos han contado poco, de lo que suponía social, legal
y religiosamente que Jesús acogiera, escuchara y dialogara con ellas; al final,
fueron las más ejemplares discípulas incluso en la prueba de la Cruz, cuando
los varones abandonan al Maestro desde la experiencia de un Jesús profundamente
inclusivo. En los relatos de la Resurrección queda claro que ellas son las
testigos privilegiadas en los cuatro evangelios. Como señala Ermes Ronchi,
únicamente entre las mujeres no tuvo enemigos Jesús.
3 DESENLACE
La iglesia pueblo de Dios, laicado incluido, tenemos que hacer
creíble la presencia de Dios en el mundo. Algunas conclusiones:
1ª DOS IGLESIAS
Coexisten "dos Iglesias" por la tensión inveterada entre lo que
llamamos Iglesia Pueblo de Dios y la organización eclesial que trata al laico
como menor de edad otorgándole un papel residual, instrumental. Ambas son “la
Iglesia”, pero la institución debería estar claramente al servicio de la
primera por ser comunidad a) inspirada por el Espíritu b) que vive la
experiencia de salvación, 3) ha recibido la fe y 4) tiene una misión
encomendada. La institución es necesaria y siglo a siglo se ha ido construyendo
para ser operativos y eficaces a medida que las comunidades locales crecían y
se requerían otras estructuras para interrelacionarse y gobernarse
adecuadamente, unidos en lo esencial. Lo cierto es que la jerarquía actúa como
si fuese algo diseñado y exigido por Dios, ignorando el modo de proceder y la
actitud de Jesús ante aquella desmesura omnipotente del Templo.
El cardenal Suenens ya afirmó hace 50 años que criticar a la Curia como sistema
(pecado estructural) no es criticar a la Iglesia ni al papado. Algo parecido
denunció Jesús al advertir la subversión del mensaje por aplicar con desmedida
las formalidades y ritos en aquella sociedad teocrática judía se había
transformado en un instrumento de poder y de injusticia social ¡en nombre de
Dios!, acompañada por los notables, saduceos y los seglares poderosos de
entonces.
2ª- EL CLERICALISMO
El Papa Francisco señala que “Uno de los peligros más graves de la Iglesia de
hoy es el clericalismo” al tiempo que les animó a los religiosos a trabajar con
los laicos. Yo creo que la aparente necesidad de una teología específica del
laicado, debería dejar paso a una buena teología de la Iglesia Pueblo de Dios
donde la unidad y la diversidad hacen la verdadera comunión, no la uniformidad
y el poder. Pagola es de la opinión que Dios nos está llevando a una Iglesia no
clerical como un gran paso hacia una Iglesia más evangelizadora que pide
apartarnos voluntariamente del poder humano abrazando la responsabilidad del
servicio en lugar de la superficialidad.
La concepción clerical eclesial como modelo de poder considerado sagrado y de
origen divino, mató a Jesús por denunciar las apariencias hipócritas y centrar
la relación con Dios menos en la misericordia que en la denuncia del pecado.
San Ambrosio dijo que donde haya rigor y severidad, tal vez haya ministros de
Dios, pero no está Dios. O dicho de manera más rotunda, en palabras de Simone
Weil: anteponer la ley a la persona es la esencia de la blasfemia.
Clericalismo como conducta desviada del clero para tratar de favorecer sus
intereses institucionales y materiales e incrementar su poder. El dividir el
rebaño del Buen Pastor drásticamente entre los ministros ordenados (clero) y
los no ordenados (laicos) ha conseguido que la gran mayoría de fieles se haya
convertido en seres pasivos e indiferentes a la evangelización: freno a la
participación y freno al compromiso. Una cosa son los carismas y otra esta
radical diferenciación entre los que mandan y quienes obedecen desde su
pretendida superioridad y autoridad jerárquica con la que dominan a sus
feligreses y se encargan de pensar por ellos. Pero ahora, el clero también está
en crisis además de la evangelización.
3ª- EVANGELIZACIÓN
Es lo esencial y muestro Mensaje lo tiene todo. La Iglesia, recordémoslo
siempre, no es un fin en sí misma sino que existe por la misión inclusiva común
que tienen laicos y clérigos: evangelizarnos y evangelizar, es lo mismo que ser
testimonio de la Buena Noticia para mostrar la conexión entre el evangelio y la
vida. Jesús de Nazaret no se cansó de serlo para todos y en todos los momentos,
sufrientes y alegres mediante el compromiso de su Mensaje. Por eso las
principales autoridades religiosas y algunos seglares poderosos se pusieron
frontalmente a la novedad que encarnó Jesús. Por el calado social que concitó
le mataron para que todo siguiera igual. Por esto mismo, Francisco tiene tantas
dificultades para hacer presente lo esencial del Evangelio entre la jerarquía
eclesiástica.
Jesús ya avisó: "Por sus hechos los conoceréis", no por sus carismas
espirituales ni las responsabilidades organizativas. Nuestro drama es que el
Dios de la fe y el Dios de la religión se han alejado porque la Iglesia debe
evangelizarse primero a sí misma si quiere conservar su frescura y el atractivo
para vivir la Buena Noticia. Es cierto que el Vaticano II no deja dudas en la
llamada “participación del laico en la misión de Cristo" pero sin que
exista un texto conciliar que exponga sistemáticamente la participación de los
fieles laicos, dejando las cosas, en este tema, casi como estaban desde la
apología del ministerio ordenado que impuso el Concilio de Trento al entender
dicha participación como algo casi exclusivo del mundo clerical. Al menos, es
la hora de la restauración del diaconado para las mujeres como existe en las
lglesias de Oriente y Occidente.
4ª- FALTA DIÁLOGO
Esta urgente revisión del seguimiento a Cristo desde la renovación interior no
vendrá a golpe de normas. Antes, es preciso dialogar entre nosotros... y
también con Dios, pero de otra manera más humilde. Como ha recordado el cardenal
Omella, Francisco, al igual que Pablo VI en su día, cree prioritaria "una
Iglesia de diálogo" sin imposiciones previas ya que, "cualquier
acción evangelizadora precisa el anuncio y el testimonio".
Echo en falta un diálogo que no sea de sordos. En cualquier empresa se reúne la
gente para analizar la realidad y tomar decisiones. Reflexionar para
reaccionar. Los llamados planes diocesanos de evangelización, por ejemplo, se
pensaron como la culminación de una reflexión dialogada global, necesaria, pero
es evidente que han perdido fuelle ante las fuertes resistencias a los cambios
de rumbo reales.
Se echan en falta nuevos espacios de encuentro profundo y sincero entre las
jerarquías eclesiásticas y el mundo seglar de la Iglesia. Y sigue faltando
espacios de oración para darle al Espíritu el protagonismo que le hemos
quitado. Mientras tanto, muchas personas ansían creer pero temen acercarse a la
Iglesia por temor a ser adoctrinados con respuestas enlatadas en lugar de ser
acogidos en su necesidad y con amor.
Convivimos varios estilos de católicos en la Iglesia, con mentalidades muy
diversas que no se ponen de acuerdo en lo esencial. Como dice Juan Mª Laboa, la
tentación principal es atrincherarse en las normas o en la tradición con el fin
de librarnos de ser generosos, creativos, radicales, en la expresión de fe.
Diálogo sobre qué esperan los clérigos de los seglares, y sobre qué esperan los
laicos de los clérigos y de la jerarquía misma, y sobre lo que el mundo espera
de la institución eclesial que lleve a la práctica con eficacia los designios
del Espíritu: anuncio y denuncia profética, ejemplo, acogida, actualización del
papel de la mujer religiosa y laica, en fraternidad solidaria con todos.
Abandonar, en fin, el discurso de sentirse santamente perseguidos cada vez que
llegan críticas por las contradicciones y los escándalos.
Diálogo fraterno con Inteligencia emocional e Inteligencia espiritual; nuevos
lenguajes y mejores prácticas de evangelización, participación y
responsabilidad en permanente conversión para resolver dicotomías tales como
Institución- Comunión, Estructura-Mensaje, Poder-Carisma, Jerarquía-Pueblo,
Sacerdote- Laico, Varón-Mujer… Lo que realmente está en crisis es la
conversión. Europa ya es país de misión, porque necesita redescubrir el estilo
evangélico para interpretar y vivir todas las normas desde el amor, como hizo
Jesús con el Pentateuco. Unidos que no uniformes porque, si no, Dios nos
hubiese hecho a todos iguales en una cadena de montaje.
Diálogo con los jóvenes, a los que la Iglesia institución ha perdido en buena
parte, por un alejamiento sin paliativos. La Iglesia católica no convence a los
jóvenes porque, en general, no se presta atención a la realidad en la que
viven. La doctrina está alejada de los desafíos e inquietudes de la juventud.
La jerarquía está anquilosada y no sabe comunicarse con ellos, según algunas de
las conclusiones de la encuesta que los obispos españoles han encargado en 2017
para preparar el Sínodo de Obispos en 2018 en Roma, y cuyos datos dejan mucho
que desear, incluso entre los más optimistas.
Más de la mitad de los jóvenes que trabajan en proyectos pastorales de la
Iglesia española, afirma que la Iglesia "no les comprende", y casi
dos tercios denuncian que su opinión "no se tiene en cuenta" porque su
visión de la fe está alejada de la doctrina oficial y pasa por una institución
que "tenga una actitud de cercanía y apertura hacia el mundo de hoy",
"tolerante, dialogante y que acepte las diferencias". Los jóvenes no
cristianos, hace tiempo que viven de espaldas a la Iglesia y a lo que esta
representa: la Buena Noticia.
RESPUESTAS
Tener autoridad viene de augeo, que significa hacer crecer. Es influir para que
los demás crezcan. El mismo San Pablo le recuerda a Apolo que si alguien tenía
motivos para legitimar una superioridad espiritual era él. Pero lo hace
recordando que no haya dos niveles o categorías: “No cuenta ni el que siembra
(Pablo) ni el que riega (Apolo), sino Dios que es quien hace crecer”.
Para ser creíbles como Iglesia, debemos salir del amansamiento que elude tantas
injusticias escondidos tras nuestras costumbres eclesiales para librarnos de
ser generosos y creativos. Si los laicos y clérigos no somos un signo del amor
que Dios nos tiene a todos, no seremos de interés para nadie y serán entonces
los que trabajan por una sociedad más compasiva y fraterna los que serán
creíbles: "El que no está contra nosotros, están con nosotros" (Mc 9,
39-40).
Cuando un sistema no deja respirar al evangelio ni facilita visualizar los
valores positivos que la Iglesia sí aporta a la sociedad, no cabe sino la
conversión. El fariseísmo y la falta de compasión fueron las dos conductas que
menos gustaron a Jesús. Tampoco imaginó a los suyos como un grupo cerrado
preocupado de cuidar su religión. Nunca es tarde para construir el Reino sin
olvidar de hacerlo también de puertas adentro, superando el miedo a vivir en el
amor. Johann Baptist Metz, discípulo de Karl Rahner, recordaba que “La primera
mirada de de Jesús no se dirigía al pecado de los otros, sino a su
sufrimiento”; y que “El pecado era para Jesús negarse a tener compasión ante el
sufrimiento de los otros”, cosa que el clericalismo olvida frecuentemente,
afirmo yo.
Se trata de vivir la Iglesia de con una perspectiva diferente a los rangos de
poder que ya en tiempos de Jesús ocultaba el verdadero rostro del Padre. El
binomio "jerarquía-laicado" debiera ser superado por el binomio
"comunidad- ministerios": unidad en la diversidad de los servicios.
La categoría "Jerarquía- laicado" supone una brecha desde la relación
de superioridad de unos sobre otros mientras que en el binomio "comunidad-carismas
y ministerios" supone algo más que un simple traslado de acentos ya que
pasa de un modelo piramidal y jerárquico a una Iglesia de comunión donde el
Espíritu es visto como el gran protagonista que nos impulsa, transforma y da
frutos a través nuestro.
La Iglesia entera repensada en hermandad, más inculturizada y no tan
eurocéntrica y romana. En este sentido, Juan XXIII inició un retorno a las
fuentes de la fraternidad universal en un mundo que ya se avecinaba plural,
Pablo VI tocó la médula del problema al recordar que se escucha más a los
testigos que a los maestros, y se sigue mejor al ejemplo que a lo mandado. Si
los maestros son escuchados es porque dan ejemplo, no por ser maestros. El reto
pendiente es la creación de un nuevo marco eclesial participativo siguiendo el
modelo de Jesús de relación entre Dios y el ser humano que trastoca la imagen
de un Dios juez y castigador al mostrar la verdadera caridad, el amor que hoy
parece secundario incluso intramuros eclesiales. Ya no sirve una Iglesia
autoritaria y triste que se reconcentra en el templo y las normas para
administrar poder, tan extraño al evangelio. Sin embargo, callamos más de la
cuenta y rezamos mal y poco.
Hay que gobernar la Iglesia de otra forma ¿Cuál? Colegialidad es la
palabra, con un gobierno más horizontal presidido por la auctoritas moral.
"Hay que salir de este centralismo de poder, que no tiene nada que ver con
el centro”. Son palabras del cardenal alemán Kasper en 2013. El Papa quiere que
el laicado esté presente en todos los niveles de la administración de la
Iglesia, y se nota en los nombramientos laicales que está haciendo. Pero hay
que desmontar errores como considerar el cardenalato como orden superior al
episcopado; o que jerárquicamente un sacerdote cardenal es superior a un obispo
no cardenal.
Lo grave es que siguen sin abrirse las puertas legales a una participación
laical real y madura en las instituciones eclesiales. No es entendible que no
se permitan mujeres en las instituciones eclesiásticas pero sí en el monacato
femenino con la posibilidad de gobierno, de dirección espiritual, de
predicación y de enseñanza doctrinal. El Concilio no cerró bien este tema por
lo que necesitamos un impulso en la promoción de los laicos que posibilite
nombrar cardenales laicos, hombres y mujeres.
Es un problema legal, de normas y de Código canónico, que preserva a la
Iglesia como estructura piramidal e impide un compromiso mayor de la mujer y
del laicado, con mentalidad clericalista que abunda sobre todo entre el clero
joven y en demasiados seglares.
Se trata del Plan de Dios, no del plan del Vaticano ni de sus rectores,
tampoco del laicado, como parece que a veces se nos olvida. Pero otra Iglesia
es posible con un lenguaje creíble que entienda todo el mundo, a la manera del
Papa Francisco, con signos renovados de humildad, caridad y esperanza que
conectan con el Reino de Dios y su justicia.
Ante la evangelización necesaria, Pagola no cree una casualidad que se hable en
primer lugar de la curación en forma de convivencia más justa y solidaria;
curar las relaciones humanas haciéndolas más fraternas; curar patologías
religiosas poniendo la religión al servicio del ser humano; curar la
culpabilidad ofreciendo el perdón gratuito de Dios; curar la relación entre
varones y mujeres restaurando la igualdad; curar el miedo a la muerte desde la
confianza en Dios.... A través del amor a necesitado, cuántas personas ateas
nos sacan los colores por su capacidad de amar. Ellas son las destinatarias de
las palabras de Jesús: ¿Cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer, cuándo
te vimos como forastero y te acogimos?
Acabo ya. El aspecto doctrinal no fue el decisivo en los orígenes cristianos.
Lo que atraía era su estilo de vida y las comunidades por la capacidad de
acogida e integración. Y tanto ayer como hoy, los hechos que construyen el
Reino de Dios se hacen con bondad, amor y ternura. Sanan. Solo las obras de
amor son dignas de fe, afortunada expresión axiomática de H. Urs von Balthasar.
Por eso, creo que no hay que abogar por una teología del laicado, sino por una
teología del Pueblo de Dios. A nuestra Iglesia le vendría bien escuchar:
“¿Habéis pescado algo después de estar trabajando toda la noche?” Porque lo que
es trabajar, se trabaja, pero la pregunta es si lo hacemos en la dirección
adecuada.
Eskerrik asko!
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Eskerrik asko.