Queridos hermanos y
hermanas:
En la acción de
gracias al Señor, que nos ha acompañado en estos días, quisiera agradeceros
también a vosotros por el espíritu eclesial y el compromiso concreto que habéis
demostrado con tanta generosidad.
Nuestro trabajo nos ha
llevado a reconocer, una vez más, que la gravedad de la plaga de los abusos
sexuales a menores es por desgracia un fenómeno históricamente difuso en todas
las culturas y sociedades. Solo de manera relativamente reciente ha sido objeto
de estudios sistemáticos, gracias a un cambio de sensibilidad de la opinión
pública sobre un problema que antes se consideraba un tabú, es decir, que todos
sabían de su existencia, pero del que nadie hablaba. Esto también me trae a la
mente la cruel práctica religiosa, difundida en el pasado en algunas culturas,
de ofrecer seres humanos —frecuentemente niños— como sacrificio en los ritos
paganos.
Sin embargo, todavía
en la actualidad las estadísticas disponibles sobre los abusos sexuales a
menores, publicadas por varias organizaciones y organismos nacionales e
internacionales (Oms, Unicef, Interpol, Europol y otros), no muestran la
verdadera entidad del fenómeno, con frecuencia subestimado, principalmente
porque muchos casos de abusos sexuales a menores no son denunciados,[1] en
particular aquellos numerosísimos que se cometen en el ámbito familiar.
De hecho, muy
raramente las víctimas confían y buscan ayuda.[2] Detrás de esta reticencia
puede estar la vergüenza, la confusión, el miedo a la venganza, los
sentimientos de culpa, la desconfianza en las instituciones, los
condicionamientos culturales y sociales, pero también la desinformación sobre
los servicios y las estructuras que pueden ayudar. Desgraciadamente, la angustia
lleva a la amargura, incluso al suicidio, o a veces a vengarse haciendo lo
mismo. Lo único cierto es que millones de niños del mundo son víctimas de la
explotación y de abusos sexuales.
Sería importante
presentar los datos generales —en mi opinión siempre parciales— a escala
mundial,[3] después europeo, asiático, americano, africano y de Oceanía, para
dar un cuadro de la gravedad y de la profundidad de esta plaga en nuestras
sociedades.[4] Para evitar discusiones inútiles, quisiera evidenciar antes de
nada que la mención de algunos países tiene el único objetivo de citar datos
estadísticos aparecidos en los informes mencionados.