(P. Meabe, P.
Etxebeste y A. García, Etikarte Fundazioa, en Diario Vasco).-
Nos hubiese
gustado no aparecer en estos momentos, pero nos vemos obligados a hacerlo con
cierto pesar, debido a nuestro compromiso con la verdad de los hechos, aunque
circunscribiéndonos a un aspecto concreto de dicha verdad histórica: al
papel jugado por la Iglesia en el País Vasco en este período de la injusta
violencia de ETA.
La declaración de los obispos de Pamplona, Bilbao, San
Sebastián, Vitoria y Bayona, valorando "lo que de positivo tiene la Declaración
sobre el daño causado de la banda terrorista de ETA después de 60 años de
historia de muerte y de sufrimiento", afirma: "A lo largo de estos
años, muchos de los hombres y mujeres que conforman la Iglesia han dado lo
mejor de sí mismo en esta tarea, algunos de forma heroica. Pero somos
conscientes de que también se han aceptado entre nosotros complicidades,
ambigüedades, omisiones por las que pedimos perdón".
Ciertamente,
la Iglesia necesita pedir perdón. ¿También en este caso? La afirmación de los obispos, al ser
calculadamente polarizada y ambigua, conduce a interpretaciones interesadas y
deformadoras de lo sucedido. Así, un medio de difusión estatal ha llegado a
decir que "el fatuo comunicado de los cinco prelados es toda una
constatación del pernicioso papel de la Iglesia en terrenos ajenos a su misión
y casi siempre en el lado equivocado".
Se ha afirmado
con frecuencia, que la Iglesia en el País Vasco ha estado "demasiado
politizada" y lo que es todavía más grave "ha sido insensible al
dolor de las víctimas". ¿Qué significa que ha estado "en el lado
equivocado"? No es el momento de hacer un análisis histórico sobre el
papel que la Iglesia ha realizado a lo largo de estos últimos sesenta años y
más. Pero sí constatar la evidencia de que ha sido y es una institución inserta
en un contexto determinado y que, como tal, se ha pronunciado clara y
explícitamente en concreto sobre la violencia de ETA y el GAL y sin ninguna
complicidad en la conculcación de los derechos humanos.
¿Es ésto estar en
el lado equivocado? ¿O, más bien, ser fiel a su misión en la lucha por la
justicia y la libertad?
En estos últimos
100 años, el País Vasco ha vivido una profunda convulsión y transformación
social, económica y política. Una industrialización acelerada ha transformado
un contexto rural en una sociedad urbana. La Guerra Civil, el enfrentamiento y
la represión política junto con el exilio, el fenómeno de ETA con su violencia
ilegítima, la injusticia constatada de la tortura, la expansión de la
conciencia nacional y social en amplios sectores, el problema de las víctimas y
de los presos, etc., han ido configurando una sociedad próspera en el
aspecto económico, pero enfrentada y, no menos, carente de valores éticos
básicos.
En este contexto
se ha insertado la Iglesia. ¿Ha traspasado los límites de su misión? Habría que
analizar cada acción, pero en una situación tan compleja, esta acusación de
"complicidades, ambigüedades, omisiones" no deja de ser una acusación
de parte y carente de objetividad. Ha servido además de pretexto electoral
para tapar, más allá de la justicia y la solidaridad, actuaciones políticas
interesadas, más que discutibles.
No está de más
recordar, además de la hemeroteca ,'Una ética para la paz' (1968-1992), de más
de 800 páginas, y 'Palabras para la paz. Una pedagogía evangélica' (2009), la
trayectoria incontestable desarrollada por los obispos vascos desde Añoveros
hasta Setién, Uriarte y Blázquez, así como la de tantas comunidades y
cristianos de base en la época del franquismo y el postfranquismo. Tampoco se
pueden olvidar sus oportunas Cartas Pastorales, y las discretas pero directas
gestiones ante instituciones, grupos y personas directamente afectadas por la
violencia.
Pero, a la hora
de sintetizar el papel de la Iglesia en estos últimos decenios, no podemos dejar
caer en saco roto: la acogida de los nuevos planteamientos del Vaticano II, a
la vez que el fortalecimiento de las obras sociales, la formación de militantes
comprometidos en el terreno social y político, el papel jugado en la
recuperación e impulso de la cultura autóctona, así como la creación de los
Secretariado Sociales Diocesanos. Sin el impulso de dichos obispos y el
esfuerzo de muchos cristianos comprometidos, junto a otros que no lo eran, probablemente
serían impensables muchas realidades sociales, como la creación de empresas
cooperativas y la concienciación y capacitación de múltiples líderes sociales,
sindicales y políticos, que han coadyuvado al bienestar y prosperidad del país.
Sin el menor
atisbo de autocomplacencia, queremos señalar el papel jugado, estos últimos
decenios, por los Secretariados Sociales Diocesanos, con sus explícitas
condenas a los injustificables atentados contra los derechos humanos de ETA y
del GAL, además de fomentar un sinfín de encuentros, semanas sociales,
colaboraciones en la prensa escrita y en la radio, y un silencioso acercamiento
a muchas familias de víctimas o de presos.
Como testigos
directos de estos Secretariados Sociales lo decimos con humildad y libertad:
que, ante los crímenes de ETA y otras muchas conculcaciones de los derechos
humanos, no nos hemos callado jamás, ni hemos sido cómplices ni ambiguos.
Lo que nos faltaba. Pides perdón por la falta de otro y te ganas una bronca.
ResponderEliminarMeabe, Etxebeste y García podrán hablar por ellos, pero no por Setién, Uriarte y muchos otros que SÍ han callado y SÍ han sido cómplices y ambiguos.