En la conversación con los jesuitas,
publicada por «La Civiltà Cattolica» el Papa explicó que en los seminarios ha
vuelto a instaurarse una rigidez y que hay que involucrar a los laicos en el
discernimiento vocacional. «Creo que a veces, incluso el peor de los
malintencionados, puede hacer una crítica que me ayuda»
CIUDAD DEL VATICANO.- (Texcoco Press).-
«El clericalismo es rico. Y si no es rico en dinero, lo es en soberbia». El
pasado 24 de octubre, Papa Francisco visitó a los jesuitas que acababan de
elegir a su nuevo superior, el venezolano Arturo Sosa, en su 36 Congregación
General. Francisco estuvo en la Curia generalicia, a pocos pasos del Vaticano,
durante una hora y media, respondiendo a las preguntas de los religiosos de la
orden a la que él mismo pertenece. En la conversación, ahora publicada por «La
Civiltà Cattolica», Francisco afronta los temas más variados, desde las guerras
en África y en el Medio Oriente, «que derivan de toda una historia de
colonización y de explotación», hasta la teología tomista «del gran santo
Tomás» que está detrás de la «Amoris laetitia», «no la teología de la
escolástica decadente», pasando por las críticas que recibe («Creo que a veces
incluso el peor de los malintencionados puede hacer una crítica que me ayuda»),
por la falta, en la actualidad, de «grandes políticos que eran capaces de
ponerse en juego seriamente por sus ideales y no temían ni el diálogo ni la
lucha», por el peligro de los líderes que quieren reformar la constitución para
quedarse más tiempo del indicado constitucionalmente para el mandato y por el
«centralismo romano» que en el pasado frenó a los pioneros de la
evangelización. Francisco insistió en varias ocasiones y desde diferentes
puntos de vista en el tema del «problema serio» del clericalismo, subrayando,
en vista del sínodo de 2018, que «promover vocaciones locales es una “ligadura
de las trompas” eclesiales. Es no dejar que esa madre tenga hijos suyos». La
conversación entre Francisco y los jesuitas será publicada en el próximo número
de la revista que dirige el padre Antonio Spadaro.
«A mí me sucedió en Buenos Aires, cuando era obispo,
que curas muy buenos, más de una vez, conversando me dijeran: “¡En la parroquia
tengo un laico que vale oro!” Y me lo pintaban como un laico de “primera
categoría”. Y luego me decían: “¿Qué le parece si lo hacemos diácono?” Este es
el problema: al laico que vale lo queremos hacer inmediatamente diácono, lo
queremos clericalizar», afirmó el Papa respondiendo a una pregunta sobre la
disminución de las vocaciones sobre todo en los lugares en los que hay reservas
en la promoción de vocaciones locales.
«El clericalismo no deja crecer, no deja que crezca
la fuerza del bautismo», «induce dependencias que, a veces, mantienen enteros
pueblos en un fuerte estado de inmadurez». Cuando surgieron las comunidades
eclesiales de base, recordó Jorge Mario Bergoglio, hubo verdaderos
enfrentamientos «porque los laicos comenzaron a tener un papel un poco más
fuerte de protagonistas, y los primeros que comenzaron a sentirse inseguros
eran algunos sacerdotes. Estoy generalizando demasiado, pero lo hago a
propósito: si caricaturizo el problema, es porque el problema del clericalismo
es muy serio. Con respecto a las vocaciones locales —prosiguió Francisco—, digo
que se ocupará el próximo Sínodo sobre la reducción de las vocaciones. Creo que
las vocaciones existen, simplemente hay que saber cómo son propuestas y qué
cuidado reciben. Si el cura siempre tiene prisa, si está sumergido en mil
cuestiones administrativas, si no nos convencemos de que la dirección
espiritual es un carisma no clerical sino laical (que puede desempeñar también
el sacerdote), y si no ponemos y convocamos a los laicos en el discernimiento
vocacional, es evidente que no tendremos vocaciones». En este marco, «no
promover vocaciones locales es un suicidio, significa nada más y nada menos que
esterilizar a la Iglesia, porque la Iglesia es madre. No promover vocaciones
locales es una “ligadura de las trompas” eclesiales. Es no dejar que la madre
tenga hijos suyos. Y esto es grave».
En otros momentos de la conversación el Papa volvió
a referirse al tema del clericalismo. «El clericalismo, que es uno de los males
más serios en la Iglesia, se aleja de la pobreza», explicó el Pontífice. «El
clericalismo es rico. Y si no es rico en dinero, lo es en soberbia. Pero es
rico: hay un apego a la posesión. No se deja generar por la madre pobreza, no
se deja custodiar por el muro de la pobreza. El clericalismo es una de las
formas de riqueza más graves de las que, hasta el día de hoy, se sufre en la
Iglesia. Por lo menos, en algunos lugares de la Iglesia. Incluso en las
experiencias más cotidianas».
Francisco explicó, en relación con la «audacia
profética» que debe tener la Iglesia, que «la valentía no radica solo en hacer
ruido, sino también en saber hacerlo, y saber cuándo y cómo hacerlo. Y se debe,
antes que otra cosa, discernir si debe hacer ruido o no». A veces, «la audacia
profética está llamada a atacar la corrupción, muy extendida en algunos países.
Una corrupción por la que, por ejemplo, cuando se acaban periodos
constitucionales de mandato, inmediatamente se trata de reformar la Constitución
para quedarse». Hoy «nuestra audacia profética, nuestra conciencia, debe
orientarse hacia el lado de la inculturación». La unidad «se hace conservando
la identidad de los pueblos, de las personas, de las culturas». En el pasado,
frente a misioneros como Matteo Ricci y Roberto de Nobili, verdaderos
«pioneros» de la evangelización en China y en la India, «una concepción
hegemónica del centralismo romano frenó esa experiencia, la interrumpió».
En ámbito moral, «estoy constatando justamente la
carencia del discernimiento en la formación de los sacerdotes», afirmó el Papa.
«Corremos el peligro de acostumbrarnos al “blanco o negro” y a lo que es legal.
Somos bastante cerrados, en general, al discernimiento. Una cosa está clara:
hoy en cierta cantidad de seminarios ha vuelto a instaurarse una rigidez que no
está cerca de un discernimiento de las situaciones. Y es algo peligroso, porque
puede conducirnos a una concepción de la moral que tiene un sentido
casuístico».
Papa Francisco recordó que cuando era joven tuvo que
estudiar una «escolástica decadente», mientras que «en la medida en la que se
baja a los particulares, la cuestión se diversifica y asume matices sin que el
principio tenga que cambiar. Este método escolástico tiene su validez. Es el
método moral que ha usado el Catecismo de la Iglesia. Y es el método que se
utilizó en la última exhortación apostólica “Amoris laetitia”, después del
discernimiento que hizo toda la Iglesia mediante los dos Sínodos. La moral
utilizada en “Amoris laetitia” es tomista, pero la del gran santo Tomás», y no
la teología decadente. «Hay que hacer teología de rodillas»: «no se puede hacer
teología sin oración».
«Creo que a veces incluso el peor de los
malintencionados puede hacer una crítica que me ayuda», puntualizó el Papa.
«Hay que escucharlas todas y discernirlas. Y no hay que cerrar la puerta a ninguna
crítica, porque corremos el peligro de acostumbrarnos a cerrar puertas».
En la actualidad, «faltan esos grandes políticos que
eran capaces de ponerse en juego seriamente por sus ideales y que no temían ni
el diálogo ni la lucha, sino que seguían adelante, con inteligencia y con el
carisma propio de la política», afirmó el Papa. «La política es una de las más
altas formas de caridad. La gran política. Y sobre esto, creo que las
polarizaciones no ayudan: por el contrario, lo que ayuda en política es el diálogo».
En cuanto al Medio Oriente y África, «allá hay una situación de guerra continua.
Guerras que derivan de toda una historia de colonización y de explotación».
El Papa revela: «Estoy hablando en familia y,
entonces, puedo decirlo: yo soy bastante pesimista, siempre. No digo depresivo,
porque no es cierto. Pero es cierto que tiendo a ver la parte que no ha
funcionado. Y entonces, para mí, ¡el mejor anti-depresivo encontrado es la
consolación!» Al final de la conversación, el Papa agradeció «por las preguntas
y por la vivacidad, y —añadió— perdónenme si dejé suelta la lengua…». El
superior de los jesuitas, el padre Sosa, le agradeció de corazón «por su
fraterna presencia entre nosotros y porque, gracias a Dios, ¡dejó suelta la
lengua! Gracias por su aportación a nuestro discernimiento».
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