miércoles, 27 de abril de 2016

Una nueva parroquia



Extractado del artículo “La nueva evangelización y la parroquia”,
 de Alphonse Borras (Vicario general de Lieja) en la revista Catequética



La institución parroquial no ha dejado de evolucionar desde hace quince siglos asumiendo una variedad de figuras que, en cada periodo convulsivo de su historia, le han permitido, como el ave fénix, renacer de sus cenizas. Desde hace sesenta años, en el ámbito francófono, ha sido objeto de crónicas de muerte(s) anunciada(s) que han sido rápidamente desmentidas por los hechos.

El mundo sigue cambiando e inevitablemente esto afecta la parroquia.
La parroquia, es verdad, no es toda la vida de la Iglesia, pero es ella la que, en gran parte traduce la visibilidad del anuncio del Evangelio y de la construcción de la Iglesia en este lugar. No es ella la única realidad eclesial de una diócesis
A todas las comunidades eclesiales les concierne el tema de la evangelización, pero a cada una en función de su especificidad institucional. Lo que importa es comprender la originalidad institucional de la parroquia pues es en cuanto tal –como parroquia- como contribuye a la misión de la Iglesia y no como asociación de fieles o como institución secular.
Quiero partir, ante todo, de una constatación fácilmente verificable en pastoral: la parroquia concierne a un amplio abanico de personas que la frecuentan por motivos muy diversos. Por ellas se hace presente la Iglesia en la sociedad y son estas personas las que la insertan en el tejido social y cultural del entorno.

La parroquia está compuesta por una diversidad de personas que se cruzan, se relaciona y caminan juntos -sólo unos pasos o un largo camino- porque se sienten o creen sentirse concernidos por el “hecho cristiano”… este pueblo abigarrado, con la gente tal como es -la variedad de carismas, de sensibilidades, de motivaciones, en definitiva, de caminos- es quien da testimonio de esta experiencia fundadora del encuentro con el Dios de Jesucristo. Este es el objeto de la evangelización.
El objetivo de la evangelización, es decir, de este dinamismo inherente a la comunidad eclesial, es “transmitir la fe”. … La transmisión concierne a una experiencia, la del encuentro con Jesucristo…. En este sentido, se puede describir la transmisión de la fe como la creación, en todo lugar y tiempo, de las condiciones para que se de este encuentro entre los seres humanos y Jesucristo. … Se trata, pues, de ver cómo la parroquia puede ofrecer las condiciones de esta experiencia.
Mi convicción es la siguiente: la “crisis” de la parroquia es un epifenómeno de la crisis de la transmisión inherente a la postmodernidad. En la parroquia es donde más se tocan precisamente casi con el dedo las convulsiones que atraviesan el catolicismo en Occidente y más allá. En este sentido, lo que está en juego en la “crisis” de la parroquia es, por una parte, la imagen que se tiene de la presencia de la Iglesia en nuestros países y, por otra, la imagen que se tiene de su relación con la sociedad y la cultura ambiental.
La parroquia se inserta en un lugar, toma cuerpo en un tejido social, el de su entorno humano, y, al mismo tiempo, forma parte de una amplia red extendida por el espacio eclesial de una diócesis. Me gusta describir la parroquia en estos términos: en continuidad con la Iglesia urbana y episcopal de los cuatro primeros siglos, la parroquia es “en este lugar la Iglesia para todo y para todos”.
La parroquia es “para todo”: ofrece lo esencial o al menos lo mínimo necesario para “hacerse cristiano” y para “hacer Iglesia” en este lugar. … La parroquia no lo ofrece todo, sino “lo esencial” –lo que es indispensable- … Es, por antonomasia, una institución de cercanía: se hace cercana a su entorno humano para darle a conocer el Evangelio anunciado, celebrado y vivido.
Es importante medir bien el alcance de la pertenencia objetiva en virtud de la erección canónica: más allá de su utilidad administrativa, es la expresión institucional de que la Iglesia garantiza a todos y a cada uno en este lugar que son de la parroquia, que forman parte de ella, dicho de otro modo, que, en la parroquia están “en su casa”.

La vida parroquial alcanza, en efecto, a un amplio abanico de personas, practicantes habituales o temporales, y hasta laicos comprometidos, en toda la diversidad de sus situaciones. Hay, ciertamente, feligreses “visibles”, pero también todos los demás. Estoy pensando en los invisibles, socialmente hablando, los excluidos de todo género, los dados por perdidos. Estoy pensando en las personas que están solas, aisladas, hasta las marginadas por un fracaso profesional, afectivo, conyugal o familiar, en las que lo superan y deciden volverse a casar. Pienso sobre todo en los que están ahí porque no tienen la posibilidad ni los medios para  mudarse: personas ancianas, enfermas o aisladas, en precariedad social, etc.
Teniendo en cuenta a toda esta “gente”, no es exagerado decir que la parroquia es el “privilegio de los pobres” porque es ciertamente su vocación -lo mismo que la de la Iglesia en su conjunto- de ser “para todos”, sin previa condición de adherirse a una carta o a un programa sino simplemente por el hecho de haber sido afectado por poco que sea por la riqueza del Evangelio.
La primera condición para tener experiencia de Cristo es evidente: es necesario que la parroquia sea verdaderamente “Iglesia”, asamblea de creyentes, llamados y enviados a participar de la comunión de vida con el Padre, en Cristo, cuyo cuerpo eclesial es en este lugar, y por el Espíritu Santo que lo edifica con sus dones. …
La Iglesia es, ciertamente, un cuerpo confuso y las motivaciones de los feligreses son muy diferentes, pero la fe es verdaderamente la que más o menos -y según los momentos de la vida en sus diferentes grados- mantiene la adhesión de un cierto número de ellos y da unidad a su testimonio.
¿Deberíamos hablar de un “núcleo confesante de la parroquia”? La expresión es muy peligrosa pues insinúa que este núcleo es identificable, lo cual sería profundamente de lamentar pues crearía así una barrera entre los “creyentes” y los “otros”, réplica de aquella otra barrera entre los “judeo-cristianos” y los “pagano-cristianos” de las primeras generaciones de la Iglesia. La parroquia es confesante porque tiene intención confesante, es lo que fieles, pastores y otros ministros se proponen vivir explicita, resueltamente y con audacia…
La parroquia está allí donde hay feligreses que –desde la diversidad de sus caminos y la variedad de sus motivaciones- tejen un vivir común digno del Reino…. Liberados de su obsesión por su propia supervivencia… los feligreses deben proseguir esta obra hoy más que ayer, en un mundo desencantado.
Con esta actitud de caminar, discreta y pacientemente, los feligreses podrán hacerse compañeros de camino de sus hermanos y hermanas en humanidad. Y este compañerismo es el que hará que la presencia de la Iglesia se inserte en el tejido social.
La vida parroquial, a estos efectos, no está desprovista de posibilidades de acogida y de emprender y de hacer el camino: con los padres con ocasión de la catequesis de sus hijos, en la preparación de los novios para el matrimonio, en la acogida a quienes solicitan el bautismo, en los servicios de ayuda mutua y de solidaridad de Caritas, en el acompañamiento espiritual o la escucha de las personas, en el despacho parroquial, en el sacramento de la reconciliación, etc., sin olvidar la asamblea dominical en torno a la doble mesa de la Palabra y del Pan, a condición de que todas estas actividades parroquiales eviten la rutina y la repetición y carezcan de toda veleidad de conquista y proselitismo.  


J. Oñate

1 comentario:

  1. Es un gema mucho más original de lo que parece, si lo comparamos con las cuatro ideas teologizadas que muchos mantienen o mantenemos sobre la evangelización.
    Interesante de verdad.
    Tanto que bien merecería ser uno de esos temas que trabajase el foro con una metodología facilitadora, para ofrecer después no una reflexión, sino una orientación de actuaciones y modos.
    Txelis

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