De
PROCONCIL
Por Emilia Robles
El
Sínodo sigue reunido en torno a la familia. Se está orando para que se descubra
como sublime ese gran proyecto de Dios de manifestarse en la relación. Y en ese
paradigma de Dios-trinidad-relación, entra la relación hombre-mujer cuyas vidas
se unen para responder a una vocación primigenia.
Hay
voces que expresan preocupación por el deterioro y la inmadurez que rodean
muchas veces a las uniones de pareja. Es penoso ver cómo en un mundo donde cada
vez muchos disponen de más recursos, tantas relaciones dañinas atenten contra
esa unión profunda. Entre ellas, un trabajo alienante y deshumanizador, el
imperio del consumo ordenado por el dios Mercado, un ser humano que se va
descentrando de sí mismo y que busca el placer en el cambio continuo, en el ver
sucesivo, en el poseer, en el dominar. Para poder cuidar una relación hace
falta silencio, contemplación, poder mirar al otro desde la mirada de Dios,
verlo como el niño o la niña que fue…
Para
nada voy a entrar a analizar en profundidad todas las amenazas ni las
oportunidades que se le presentan a la vida en pareja y a las familias hoy día
por las influencias mundanas. Solo quiero fijarme en un tema que atañe
directamente a la Iglesia y, que por lo tanto, sólo ella puede resolver.
Estaría
bien que este Sínodo de la familia, condujera a un espacio de reflexión,
amplio, en el seno de la Iglesia y, tal vez, en diálogo con otras Iglesias
cristianas, para revisar algunas cuestiones relativas al celibato impuesto a
todos los presbíteros; y para analizar si tienen algo que ver también —entre
otras cuestiones ajenas a la institución eclesiástica— con el deterioro
progresivo del sacramento del matrimonio, así como a las dificultades para una
orientación pastoral, tanto de las parejas que inician su relación, cuanto de
los matrimonios y familias que enfrentan diversas dificultades en su
itinerario.
Desde la
Edad Media se impone, en la Iglesia católica romana de rito latino occidental,
a los presbíteros la ley del celibato obligatorio. Entre las justificaciones
para ello, se asimila amor humano a concupiscencia y pasión desordenadas, que
necesitan un cauce para regularse ¿Qué tiene que ver eso con la llamada de Dios
a las personas para unir sus vidas, como algo positivo originario y originante?
Cuando algún sacerdote, ya después del concilio, en tiempos, por ejemplo, de
Juan Pablo II sentía la llamada al matrimonio y se veía obligado a
secularizarse se decía que quedaba reducido al estado laical (evidentemente
inferior al clerical-célibe) Por lo tanto el que se casaba quedaba
"degradado".
Terrible
el proceso de hacer el llamado "rescripto de secularización". El
presbítero afectado por una vocación ¿que por qué no va a venir de Dios? para
unir su vida en santo matrimonio a una mujer, se veía obligado a hacer el
siguiente proceso, que era una especie de pantomima, para logar la
"nulidad" de su promesa celibataria. Tenía que pasar por un psicólogo
que acreditaba su inmadurez y su inestabilidad emocional, ya presentes en sus
primeros años de célibe. Evidentemente, este deterioro de su equilibrio no le
permitía abrazar el estado más perfecto de vida celibataria, por lo cual
esperaban que el papa le diera la dispensa.
Pero la
cosa no quedaba ahí. Ante la cantidad de secularizaciones que sucedieron al
concilio, intentando cambiar esta deriva, el afectado tenía que alegar otros
impedimentos: Ya estaba viviendo pecaminosamente en pareja, había engendrado
una criatura, etc.; y, aún más, como las secularizaciones se demoraban años,
con el consiguiente sufrimiento de las familias, algunos obispos locales,
animados de la mejor voluntad y tratando de evitar más sufrimiento (y otros por
quitarse “el muerto de encima”) sugerían al presbítero enamorado que incluyese
en la petición dudas sobre su fe. Lo peor es que conozco varios casos, que
incluso después de este alegato, recibieron el mensaje de que
"siguieran" ejerciendo. Hablo de esta época porque es la que más
conozco y porque creo que fue la más sangrante en este tema.
No me
interesa ahora detenerme en la mentira que subyacía en estos procedimientos, al
que algunos en conciencia tuvieron que objetar y practicar la desobediencia
eclesiástica; ni en el daño que hicieron a tantas personas, alejándolas muchas
veces de una Iglesia en la que ya no podían creer y, cuando menos, alejándolas
de otra vocación de servicio a la comunidad que no habían perdido; tampoco en
el sufrimiento que provocaron a padres y madres ya mayores, a veces con una fe
temerosa del infierno y de los castigos divinos, que murieron creyendo que sus
hijos se condenarían por haber sido infieles a lo que se suponía que era la
fidelidad a Dios, cuando no lo era más que a una norma eclesiástica.
Ahora
quiero detenerme, porque roza cuestiones del Sínodo, en los efectos colaterales
que esta manera reductiva de entender la Vocación, inflige al matrimonio. De
resultas de estos procesos de secularización, era fácil deducir que el
matrimonio era para aquellos presbíteros inmaduros que manifestaban
desequilibrios. Es decir, en la Iglesia hay dos categorías, los oficiales,
célibes y la clase de tropa, los casados. ¡Cuánto bien se habría hecho si en
vez de mandar al psicólogo a los que se enamoraban, se hubiera mandado a los
que manifestaban verdaderos desequilibrios, que luego han cometido terribles
delitos contra menores! ¡O que se hubiera mandado al director espiritual a los
que no se casaban con una mujer pero se casaban con su carrerismo y sus ansias
de poder! ¡Cuántos han tenido que soportar una doble vida, sin asistencia
psicológica, por ser incapaces de decidir! Pero, de resultas ha salido
damnificado el sacramento del matrimonio, que ha quedado oscurecido frente a l
del orden.
Numerosas
veces hemos oído, decirle a un cura en crisis: "Tienes que elegir entre
Dios y la Mujer". De manera que el proyecto de vida con una mujer, parece
que no viene de Dios. Saquen ustedes mismos las conclusiones. Se ha atentado
contra la sublimidad del matrimonio, se ha insultado gravemente a la mujer y se
ha subestimado al laicado. ¿Qué es eso de que la Vocación es la llamada a ser
cura o religioso? Esas son vocaciones concretas, ni mejores ni peores que otras
llamadas que nos hace Dios en la vida. La Vocación es esa llamada que en
distintos momentos de la vida Dios nos hace a cada uno y cuya diversidad bien
se manifiesta en la Biblia. ¿Acaso no puede ser una vocación la de ser casado,
o madre o padre de familia? ¿No es una vocación la de los laicos y laicas,
algunos de ellos casados, misioneros en países del Sur? Y la llamada a los
profetas, o la de Abraham, el padre de la fe ¿es menos vocación por no ser
presbíteros o religiosos célibes? Y la de muchos vecinos y vecinas que se
esfuerzan por escuchar los designios de Dios en sus vidas...
Pues
como dicen por ahí "De aquellos polvos, estos lodos". No se trata de
buscar golpes de pecho, sobre errores que tal vez se cometieron con buena voluntad.
Del Ver y el Juzgar, hemos de llegar al Actuar. Tal vez una ayuda —no la
solución— para muchos de estos problemas con los que se encuentran hoy las
familias, pasarían por una renovada reflexión sobre ministerios-servicios en la
Iglesia. Un doble presbiterado, célibe y no célibe inserto en las comunidades
(sin que se establezcan por ello dos categorías, ni se haga ejercicio de la
celibatocracia) además de solucionar el grave problema de muchas comunidades
sin eucaristía, contribuiría a realzar el sacramento de la vida en pareja;
ayudaría al crecimiento personal y a la coherencia de aquellos
ministros-servidores de la comunidad que sienten la llamada de unirse a una
mujer; cambiaría la mirada de la Iglesia-institución sobre la sexualidad y la
pareja; la Iglesia y la comunidad local se verían enriquecidas por la experiencia
de pastores que no solo reflexionan, sino que viven en carne propia las
riquezas y retos de una familia, siendo fieles a lo que también ellos sienten
como llamada de Dios, en la que deben crecer y madurar.
Ojala
que este Sínodo sea ocasión para una reflexión posterior serena y dialogal,
sobre ministerios en la comunidad, al servicio de la misma, más inclusiva y
paritaria en Cristo para laicos, mujeres y casados. Amén, Jesús.
Mil asuntos hay para meter en la cesta. También éste.
ResponderEliminar¿Pero por qué nos empeñamos en meter todo en la cestas que ya están llenitas?
Nunca un Sínodo empezó, y con tanto tiempo, llamando a la participación de todos.
Y cuando fue una minoría tan minoritaria la que partició -que no es el caso de quien firma el artículo- no se oyen más que reclamaciones de que tienen que entrar esto y aquello otro...
El celibato de los curas...
¿Y la mudez de los mismos?
Para muestra el botón de este blog, que parece no servir ya más que para sus editores.